Las maravillas de la industria aeronáutica son bien conocidas en todo el mundo. Generan empleos, dinamizan la economía, conectan a las personas y tienen un crecimiento estable con una proyección a largo plazo. No obstante, no todas son buenas noticias, ya que esta actividad tiene un importante impacto negativo en el medio ambiente.
Se calcula que 3,15 unidades de CO2 se liberan a la atmósfera por cada litro de combustible quemado por una aeronave. Con estas cifras, un vuelo ida y vuelta entre Madrid y Nueva York puede consumir tanta energía como la calefacción, luz y cocina de un hogar promedio durante un año entero. Según la Unión Europea, los aviones emiten en cada viaje ocho veces más CO2 por pasajero que un tren y dos veces más que un automóvil en todo el año.
Los niveles de contaminación generados por los viajes aeronáuticos causaron preocupación entre las organizaciones internacionales y empresas privadas que ofrecen el servicio. La Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA, por sus siglas en inglés) señaló que la aviación es responsable del 2% de las emisiones globales de CO2, y que aumentaría a 3% para 2050 de mantener el crecimiento promedio del número de pasajeros hasta ese entonces.
Ante esta realidad, la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI) comprendió que era necesario un cambio, por lo que incentivó políticas que persiguen mitigar la contaminación causada por la aviación. En 2016 aprobaron un estándar de emisiones de CO2, que entrará en vigor en 2020. Este protocolo define una quema máxima de combustible por kilómetro de vuelo que no debe superarse.
Por otra parte, la Comisión Europea publicó un documento con las metas de Europa con respecto a la aviación para 2050. Entre sus objetivos, establece reducir las emisiones de CO2 en un 75% y las de óxido de nitrógeno en 90% con respecto a los niveles de 2020.
En paralelo, surgen otras propuestas e iniciativas que prometen cambiar el mundo de la aeronáutica para siempre.
Aviación renovable
La energía renovable no tardó en hacerse un lugar entre las propuestas más fuertes para solventar el problema de la contaminación originada por los vuelos. Entre las alternativas se ha manejado el uso de biocombustibles, paneles solares y baterías en vuelos comerciales.
Pese a las opciones disponibles, será un gran reto lograr adherir estas ideas para cambiar un modelo funcional que se ha establecido durante décadas, en especial porque los primeros experimentos fueron exitosos pero poco efectivos por el precario desarrollo que aún tienen estas tecnologías.
El proyecto Solar Impulse abrió las puertas a las posibilidades que tienen las renovables en la industria aeronáutica. El avión pudo volar hasta dos días y dos noches ininterrumpidas y logró completar la vuelta al mundo gracias a 17.248 células solares desplegadas sobre sus alas, que recibieron y almacenaron energía del Sol. Esta maravilla podría parecer la solución perfecta para la aviación renovable. ¿El problema? tardó un año y cuatro meses en culminar su recorrido.
Este avión, que emerge como una de las mejores opciones desarrolladas, alcanzó una velocidad media de 75 kilómetros por hora (km/h). Su rapidez es apenas un 7% de la que tendría un vuelo promedio del popular Boeing 747, que llega a los 988 km/h. Bajo estos parámetros, el Solar Impulse tardaría aproximadamente 11 horas en completar el vuelo más recurrente, de Hong Kong a Taiwan Taoyuan, que cualquier avión comercial podría realizar en un promedio de dos horas.
Actualmente, las esperanzas están puestas en el prototipo Airbus E-Fan X, en el que trabajan Rolls-Royce, Siemens y Airbus. Se trata de un jet BAE 146 que será adaptado a avión comercial menos dañino. Siemens desarrolla motores de 2 megavatios, que serán alimentados por un generador que fabrica Rolls, mientras que Airbus trabaja en el sistema del avión y los controles de vuelo.
Se prevé que el E-Fan X complete su primer vuelo de demostración en 2020. No obstante, se trata de un modelo híbrido, ya que uno totalmente eléctrico estaría fuera de alcance con la tecnología actual. Su predecesor, el E-Fan, logró volar en 2014 a una velocidad de 220 km/h, el problema es que su batería tenía una duración de apenas 60 minutos. Los desarrolladores han prometido una mejora sustancial en cuanto a velocidad y resistencia con el nuevo prototipo, pero no han proporcionado mayores detalles al respecto.
Infraestructuras ecológicas
Los aviones acaparan la atención al hablar de la industria aeronáutica, pero hay muchos otros elementos que deben tomarse en cuenta, y uno de los principales es la infraestructura. Los aeropuertos fungen como pilar fundamental de la aviación y también representan un problema para el medio ambiente.
Pese a que las tecnologías renovables para aviones están lejos de perfeccionarse, ya se trabaja para implementar reformas ecológicas a nivel de infraestructura. Noruega es pionera en estas prácticas y tiene el mérito de poseer “el aeropuerto más verde del mundo”.
La nueva terminal del aeropuerto de Oslo opera desde 2016 y recibe a 32 millones de pasajeros por año. Para su construcción, los ingenieros usaron materiales naturales locales como piedra y madera. Su mayor fuerte es el novedoso sistema de refrigeración, que utiliza nieve almacenada del invierno para enfriar el edificio durante el verano y reducir el consumo energético en horas pico. Para la calefacción, se utiliza energía térmica.
En Finlandia, por otra parte, desarrollan un proyecto que busca la neutralidad en carbono para el año 2020 en los 21 terminales aéreos de todo el país. Ya su principal aeropuerto, el Helsinki-Vantaa, utiliza energía solar fotovoltaica para generar anualmente aproximadamente 280 megavatios por hora.
El aeropuerto Indira Gandhi, ubicado en Nueva Delhi, en India, también destaca por sus prácticas ecológicas. Recolecta agua de lluvia, usa una planta eléctrica solar y otra de tratamiento de aguas residuales.
Por otra parte, en Ecuador, el Aeropuerto Ecológico de Galápagos figura por sus innovaciones. Fue construido con materiales reciclados, tiene una planta de desalinización de agua y su fuente de energía es casi 100% eólica y solar.
Apuntar hacia las estrellas
Los esfuerzos por reducir las emisiones y mitigar el impacto medioambiental no se quedan en el planeta Tierra. Los viajes espaciales no están exentos de contaminación y la búsqueda de soluciones es una realidad.
Diversas alternativas se analizan para hacer funcionar los contaminantes cohetes que permiten enviar naves fuera de la atmósfera terrestre.
La Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA) trabaja en la Green Propellant Infusion Mission, una misión que despegará un cohete pesado de Space X para probar una alternativa al tradicional combustible de hidracina, altamente tóxico y corrosivo. En su lugar, se empleará una mezcla de nitrato de amonio hidróxilo, denominada AF-M315E, 45% más denso que la sustancia actual, con mejor rendimiento y menos dañino para el planeta.
Aunque aún la humanidad no dispone de los recursos para hacer despegar cohetes con biocombustibles, algunos científicos adelantan opciones para el futuro. Alvar Sáenz-Otero, director del Laboratorio de Sistemas Espaciales del Massachusetts Institute of Technology (MIT) propone el uso del viento solar para propulsar naves espaciales.
“El viento solar es una de las energías renovables del futuro, que podría empujar satélites y naves espaciales”, asegura el investigador. Sin embargo, aún no existe una tecnología con la que sea factible hacer las pruebas correspondientes.
Con estas alternativas a medio camino, el desarrollo de aeronaves se encuentra en un limbo entre la funcionalidad de los combustibles contaminantes y la intencionalidad de las energías renovables, sin un futuro definido, pero con una promesa de cambio hacia un modelo menos dañino para el planeta.
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