Aún con una victoria a la vuelta de la esquina, Joe Biden y su campaña tienen mucho que pensar. Las elecciones de 2020 no salieron según el plan de los demócratas. El resultado está muy lejos de mostrar el repudio generalizado a Donald Trump que las encuestas habían pronosticado y los liberales ansiaban. Aún con la sombra de la derrota sobre la espalda del magnate, el trumpismo podría resultar el gran vencedor.
Después de la ola de protestas y la indignación de las minorías. Luego de todo el activismo. En medio de una pandemia que causó contagios y muertos «por culpa del mal manejo que hizo el presidente» (China fue solo una víctima más). Con todo, el heterodoxo mandatario obtuvo millones de votos más que la vez anterior. Y su gestión está terminando como comenzó: con una elección cerrada y una nación dividida en dos visiones opuestas.
Incluso si en definitiva pierde la elección, un presidente «tan negativo para la Nación» está sumando millones de votantes más que hace cuatro años. Y eso no es todo. El partido que lo apoyó también logró avances inesperados. Es muy probable que los republicanos retengan la mayoría en el Senado. Además, podrían reducir la mayoría demócrata de la Cámara, desafiando las encuestas.
Los republicanos se aferraron a estados como Florida, Carolina del Sur, Ohio e Iowa que los demócratas esperaban cambiar. Redujeron la ventaja de los demócratas entre los votantes no blancos. Obtuvieron avances con los latinos en el sur de Florida y el sur de Texas. Acumularon una gran participación entre los blancos sin educación universitaria, al tiempo que detuvieron lo que muchos conservadores temían era una caída inexorable en los suburbios. Y detrás de todos estos logros está la figura de Donald Trump.
El trumpismo no termina aquí
Mientras continúan las denuncias de fraude y a medida que avanza el escrutinio, el destino de la presidencia de Donald Trump sigue sin resolverse. Pero por el lado del trumpismo, la realidad luce mucho más clara. No va a desaparecer. La figura del excéntrico personaje permanecerá en el centro de la atención política, incluso si deja de ser presidente.
Además, la batalla electoral, que se ha extendido más allá del reconocimiento de los medios de comunicación y de líderes mundiales, ha tomado la forma que le ha dado el trumpismo. Se trata de un sello único en el mapa político estadounidense. La elección no se ha hecho al estilo estadounidense, sino al estilo Trump.
Gane o pierda, el magnate-mandatario ha logrado un cambio duradero en el panorama político estadounidense. Logró imponerse como candidato republicano hace cuatro años, superando en una larga campaña a varios de los más prominentes líderes del partido. Repitió la nominación, esta vez sin oposición. Y con todo en su contra, le está dificultando la contienda a los demócratas, más allá de lo que era posible imaginar.
Esto quiere decir que si Joe Biden se alza con la victoria, gobernará una sociedad marcada por el trumpismo. Para los partidarios de Trump, quedará sembrada la duda de que el nuevo presidente se impuso en unos comicios amañados. En el mejor de los casos, habría ganado gracias a una componenda de los medios de comunicación y los grandes capitales, que vieron en estos cuatro años de «primero América» un grave peligro para su «agenda globalización».
Para el Partido Republicano, tampoco le sería fácil deshacerse de la figura de Trump. Es una referencia de esta formación, como quizás ningún otro presidente en la historia. Ni siquiera Ronald Reagan tuvo tal relevancia. Y esto a pesar del hecho de haber logrado la reelección, y que su vicepresidente fuera elegido presidente tras su segundo mandato. Pero el ex actor no propició cambios tan profundos en la forma de hacer política, como Trump.
La sombra de la duda
Parte de estos logros de Donald Trump se basan en un conocimiento de la psicología social que pocos analistas han tomado seriamente. Muchos se han pronunciado acerca de lo absurdo de haber denunciado fraude en la elección presidencial, sin ofrecer alguna evidencia real. Pero las acusaciones podrían ser parte de una estrategia psicológica. Si fuera así, quizás esté allanando el camino para persuadir a grandes cantidades de norteamericanos de rechazar la legitimidad de su derrota.
A lo largo de su presidencia y en las dos campañas electorales en las que ha participado, Trump ha demostrado -una y otra vez- tener una mejor percepción del estado mental de su electorado que la que tienen los «expertos» de Estados Unidos. Y el actual caso parece no ser la excepción.
Un estudio, reproducido en la publicación académica Research & Politics, determinó que quienes habían estado expuestos a teorías conspirativas respecto de fraude electoral estaban menos dispuestos a aceptar los resultados de una elección. También se volvían menos propensos a admitir el resultado cuando éste amenazaba sus objetivos.
Otro estudio publicado en Political Research Quarterly examinó por qué tantos norteamericanos son proclives a creer que el fraude electoral existe. Los autores sugirieron que hay una fuerte vinculación entre sentimientos de impotencia y paranoia conspirativa. Por ende, es más probable que los simpatizantes del lado perdedor en una elección sospechen de engaños.
Los perdedores descontentos cuestionan prácticamente todas las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Quienes están convencidos de tener la razón, nunca aceptan perder en ninguna contienda. Las acusaciones de engaño, por lo tanto, tienen absoluto sentido desde un punto de vista psicológico.
En mercadeo político siempre se ha dicho que las percepciones son tan importantes como los hechos. Al final, la gente actúa por lo que percibe de la realidad, y no necesariamente por la realidad misma. Entonces, las autoridades podrán probar que no hubo fraude. Pero esto no bastará para convencer a una buena parte del electorado de que la contienda fue limpia. Y eso es algo a lo que Donald Trump estaría apostando.
La defensa de los valores
Finalmente, queda un enorme escollo para Joe Biden, si quiere libarse de la sombra del trumpismo, de llegar a ser investido. Para muchos de los seguidores de Donald Trump lo que está en juego es mucho más que una elección. Según los más conservadores, al ala progresista en el Partido Demócrata representa una seria amenaza para los valores tradicionales de Estados Unidos.
Las libertades individuales, la familia como núcleo social, la tradición judeo-cristiana y el espíritu de los Padres Fundadores están en riesgo. Y ese sentimiento no va a desaparecer de la noche a la mañana.
A medida que avance un eventual gobierno de Joe Biden, los efectos de sus políticas se dejarán sentir en la sociedad estadounidense. Y quienes apoyaron a Donald Trump -y muchos que no lo hicieron- evaluarán estos resultados a la luz de la comparación con las ofertas hechas por el trumpismo.
Las cifras de desempleo, inflación, seguridad y avance de la pandemia serán analizadas por el votante medio, en función de cómo le afecta en lo personal o lo familiar. Y allí, la «antipatía» hacia Trump o su lenguaje irrespetuoso ya no serán tan importantes. Que haya «gobernado por twitter» será lo de menos.
Lo realmente relevante será la recuperación económica, la seguridad nacional y personal, la estabilidad laboral o el nivel de vida en su conjunto. Pero más allá de los hechos, lo que tendrá valor serán las percepciones. Y si se ve bajo la lupa del trumpismo, el juicio a Biden puede ser muy severo. En la temporada que se avecina, Trump podrá estar fuera de la cancha, pero no fuera del juego. El mayor error para los demócratas (y los republicanos) sería subestimarlo… otra vez.
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