¿Quiere usted saber cómo suena su voz en los oídos de los demás? Póngase de cara a un rincón, bien cerca de las paredes. Ahueque las manos, colóquelas detrás de las orejas y diga unas cuantas palabras. Esa voz que está oyendo y que tan extraña le parece es su voz. Es la voz que lo caracteriza y por la cual lo reconocen. Cuando le presentan a alguien en una tertulia, cuando saluda a un cliente, cuando expresa sus opiniones en una reunión, cuando habla por teléfono, cuando pregunta por una dirección en la calle. No le gusta. Su voz puede mejorar y resaltar su personalidad.
¿Su voz inspira simpatía y confianza? ¿Le ayuda a causar una buena impresión? Todos pueden hacer más expresiva su voz. Todos pueden mejorar su tono de voz. Como consejero de elocución de miles de personas, he hallado cinco defectos principales de la voz humana. Si desea usted averiguar de cuáles son los de su voz, hágase estas preguntas:
«¿Es mi pronunciación más confusa que clara?»
¿Ocurre con frecuencia que le entiendan mal lo que usted dice o que le inviten a repetirlo? Diga varias veces en voz alta: «En tres tristes platos comieron tres tristes tigres trigo». Si se le traba un poco la lengua, es probable que su articulación labial peque de floja. Las vocales son fáciles de pronunciar; pero son las consonantes las que dan vigor y claridad al habla. Si queremos pronunciarlas debidamente, hemos de emplear con eficacia los labios y la lengua.
El padre de una chica de 19 años me pidió consejo acerca de su hija. Su manera de hablar era descuidada y como entre dientes. Vivía aburrida y triste. La animé a que todos los días, frente a un espejo, repitiera el alfabeto por unos treinta minutos y que silbara otros cinco minutos. Silbar corrige la flojedad de los labios. A los dos meses, todos notaron un cambio favorable en su manera de hablar.
Para aprender a pronunciar con más claridad, ejercítese hablando con los dientes bien apretados. Esto impone un esfuerzo mayor a la lengua y a los labios. Con los dientes firmemente juntos, lea en voz alta, despacio al principio y luego más de prisa. Repita frases en las que entre varias veces la zeta castellana, como por ejemplo: «Hizo un zurdo un pozo de zócalo azul». Advertirá que esto le obliga a forzar el aliento, y que habla entonces con mayor energía.
«¿Es mi voz más áspera que agradable?»
La voz chillona, carrasposa o estridente se debe a un exceso de tensión de la garganta y la mandíbula (esta tensión es más perceptible en la voz de la mujer que en la del hombre).
Para aflojar los músculos de la garganta, tome asiento y desmadeje el cuerpo hacia adelante. Deje la cabeza caída sobre el pecho, floja la quijada, colgantes los brazos. Despacio y blandamente, empiece a hacer girar en círculos la cabeza. Continúe por tres minutos. Bostece luego unas cuantas veces. Abra la boca cuanto pueda y pronuncie éstas o parecidas palabras: «ola», «maula», «cota», «saúco».
Cada día y durante algunos minutos propóngase hablar despacio y con suavidad, como lo haría al dirigirse a un niño de pocos años. Esta forma de expresión irá haciéndose gradualmente habitual en usted.
«¿Es mi voz débil?»
El diafragma, músculo ancho situado entre la cavidad del pecho y la del vientre, es el fuelle que, al comunicar vigor a nuestra voz, añade atractivo a nuestra persona. Si tiene usted un diafragma débil, tendrá probablemente una vocecilla delgada, incierta y tímida. No logrará que le presten mayor atención cuando habla.
Un joven laboratorista me consultó respecto a los tropiezos que le ocasionaba su voz atiplada. «Rara vez me dejan concluir cuando hable en una reunión. Siempre alguien me interrumpe». Apoyándole la mano en el diafragma lo invité a que dijese en voz alta: «¡Pan, pum, cataplúm!».
Escasamente se le movió el diafragma. Un diafragma bien desarrollado se habría movido, casi habría saltado.
Para robustecerle al diafragma le prescribí lecciones de boxeo y «caminatas diarias con ejercicios de respiración profunda». También le aconsejé que se ejercitase en lo siguiente: tendido boca arriba en el suelo y con un libro pesado encima del diafragma, debía respirar a todo pulmón. Acto seguido gritaría varias veces: «¡Ja! ¡Je! ¡Ji! ¡Jo! ¡Ju!» Después se sienta y aspira el aire. Finalmente, frunciendo los labios lo expulsaría con fuerza por una pequeña abertura.
A continuación leería en voz alta, tomando nota del tiempo que alcanzaba a hacerlo de un aliento. A medida que el diafragma fue fortaleciéndosele pudo leer sin tomar resuello por quince segundos, y al fin por veinte segundos (25 es lo óptimo).
La buena calidad de la voz no depende solo de la capacidad de los pulmones, sino especialmente de la regulación del ritmo respiratorio.
Para averiguar nuestra regulación coloquemos frente a la boca, a unos 10 centímetros de distancia, una vela encendida, y digamos: «Papá Pepe pilló a Pepito por la solapa y le dio un sopapo». Si la vela se apaga, nuestra regulación del ritmo respiratorio es deficiente.
Cuchichear recio es muy provechoso para gobernar el ritmo respiratorio y robustecer la voz. Pida usted a otra persona que se sitúe en el extremo opuesto de la habitación y dígale algo cuchicheando recio. En cuanto esa persona le oiga con claridad, invítela a que pase a otra habitación, en tanto que usted vuelve a hablarle como antes, y continúa practicando este ejercicio hasta la máxima distancia en que su cuchicheo sea claramente audible para la otra persona.
«¿Es mi voz uniforme y poco variada?»
Muchas personas hablan en un tono monótono e insufrible. Fue el caso de una señora cuya voz era fría e inexpresiva. Un día que fue a visitarme le pregunté si conocía a alguna persona de la que pudiera decirse que estaba satisfecha de la vida. «Sí –me respondió–, el jardinero de casa, un italiano». Añadió que envidiaba la alegría que comunicaba.
Como medio de corregir la monótona frialdad de su entonación, aconsejé a la señora que dedicase semanalmente unas horas a acompañar al jardinero en sus faenas. También le recomendé que se riera en escala musical ascendente y descendente, diciendo primero «Jo», luego «Je», «Ji» y «Ju». Debía hacerlo al principio despacio, y enseguida más aprisa. En dos meses el tono de voz de la señora se había vuelto variado y expresivo.
La entonación monótona suele deberse a la gangosidad. Para saber si tenemos el vicio de «Hablar por la nariz», apretemos con los dedos ambas ventanillas, al decir en voz alta: «Ñandú». Notemos cuán apagada y extraña suena entonces esta palabra. Reparemos en la vibración que produce. Ello se debe a que el sonido «Ñ» y en menor grado el sonido «N» son nasales. Digamos ahora: «Mañana sábado por la mañana». Si sentimos la vibración en letras que no sean la «Ñ» o la «N» nuestra pronunciación peca probablemente de gangosa.
Para corregirnos del defecto de hablar por la nariz, y a fin de comunicar sonoridad y agrado a nuestra voz, procuremos emplear la boca, la garganta y los pulmones. Cuando más despeguemos los labios al hablar, tanto más llena, sonora y llana será nuestra voz.
Trate de decir «Bomba» teniendo los labios casi juntos. Dígala abriendo bien la boca, y notará la diferencia. Tararear diariamente, a ratos perdidos, nuestras canciones favoritas, prestará mayor resonancia a nuestra voz.
«¿Es mi voz chillona?»
Quien tenga voz de cabeza no podrá «bajarla» para que sea voz de pecho, pero sí podrá disminuir el falsete mediante ejercicios que consistan en repetir en voz alta palabras o frases cuya resonancia esté en el tórax. Por ejemplo: «Solo bogo, siempre solo, por el ancho y hondo mar».
Diga usted en voz alta: «¡Hola! ¿Cómo te va?». Al decirlo, póngase la mano en la frente y dirija la voz hacia la mano. Vuelva a decir lo mismo, pero esta vez con la mano puesta en el pecho y dirigiendo hacia abajo la voz. ¿Nota cómo ha ganado su voz en volumen y en sonoridad? También logrará darle un tono más bajo y expresivo si, al hablar, respira profundamente y trata de suavizar la voz, aún en casos en que las circunstancias le inclinen a lo contrario.
Para concluir, unas pocas indicaciones de carácter general:
Cante en coro y lea en voz alta pasajes de los clásicos. Le llevará a pronunciar distintamente y a dar a lo que lee la entonación y el ritmo adecuados. Al cabo de un mes, o cosa así, este modo de hablar irá haciéndose hábito en usted.
Al sentir que habla mejor también se sentirá mejor. Además de crecer en la propia estimación, usted impresionará gratamente a los demás.
Fuente: La voz se puede educar de Stephen S. Price
Publicado en Selecciones del Reader’s Digest, condensado de «The American Magazine»
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