Que el Gobierno fije los precios de los productos es una fórmula que a los socialistas-populistas, y peronistas de toda ralea, les gusta echar mano. Obviamente, una solución muy simple, pero casi nunca resulta como se esperaba. Los economistas lo han explicado y discutido durante siglos, pero los gobiernos siguen aplicando esa receta pese a los fracasos continuos. A corto plazo le da votos, respaldo popular. En Argentina, la van poner en práctica, por enésima vez, para frenar el aumento del precio de la carne y recuperar el consumo. ¿Funcionará esta vez?
Argentina es famosa por su industria agropecuaria. Conocida por años como el «granero de Sudamérica», la producción de cereales le ha servido para sostener buena parte de su economía. Pero quizás el signo distintivo del país austral sea la carne. Se trata no solo de un importante producto de exportación, sino también del centro de gravedad de la gastronomía nacional. Se ha mantenido así pese a las vicisitudes económicas, tiempos de guerra y dictaduras militares. Sin embargo, en tiempos de pandemia, el consumo interno ha caído drásticamente, mientras se disparan los precios. El Gobierno tomó medidas.
Suscribió un acuerdo con la industria de la carne que pretende rebajar hasta en un 30% los precios al consumidor final. El ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, explicó que el objetivo de la propuesta es regresar a los precios que tenía la carne antes de las fiestas de Navidad y Fin de Año.
A partir de la próxima semana y hasta el 31 de marzo, los diez cortes de carne más consumidos por los argentinos se ofrecerán en las grandes cadenas de supermercados y carnicerías a los valores de diciembre.
Las razones para el ajuste
Un hecho es cierto. Los argentinos han reducido considerablemente el consumo de carne de ternera. Los datos de la Cámara de la Industria de Carnes de la República Argentina (Ciccra) son claros. El consumo promedio por habitante para 2020 se ubicó en 49,7 kilos. No solo está por debajo de los 51,7 kilos de 2019. Muestra además una tendencia a la baja en los últimos años. En 2013 era de 61 kilos. Y se ha ido reduciendo cerca de un kilo por año desde entonces. El actual nivel es el más bajo desde 1920. Esta caída en el consumo ocurre en medio de una fuerte inflación, un 36,1% para 2020.
El acuerdo de precios de la carne incluirá ocho cortes. El objetivo del Gobierno, en una primera etapa que duraría hasta fines de marzo, es sacar al mercado precios populares de tres cortes de parrilla. Luego se sumarán cuatro cortes más. Finalmente se hará una primera revisión para extender la medida por otros tres meses.
La industria de la carne coloca la mayor parte de su producción en el mercado de exportación, donde la rentabilidad es mayor. La menor oferta en el mercado local, aumenta los precios. Sin embargo, la baja demanda debería llevar los precios a la baja.
No todos están de acuerdo
Miguel Schiariti, presidente de Ciccra, criticó la narrativa oficial de que exportar alimentos aumenta los precios en el mercado interno. En una entrevista publicada por el diario La Nación, de Buenos Aires, dijo que se trata de «un relato» con el cual «le llenan la cabeza a la gente que nunca verifica una noticia».
Recordó que en 2007 y 2008, después de la intervención del mercado de las carnes, el sector perdió 12,5 millones de cabezas de ganado, el 20% del stock y el resultado fue muy claro: «La carne aumentó el 350%». Schiariti señala que el gobierno peronista no intenta hacerse cargo de la inflación, sino cargarle la responsabilidad a un sector, al campo».
Schiariti criticó también que el presidente Alberto Fernández dijera, sin ningún dato confiable, que la carne en la Argentina tiene los mismos precios que en Alemania. En verdad, en Europa la carne vale entre 5 y 7 veces más que en América Latina. A su juicio, las palabras del mandatario no es producto de un error. «Lo dijo a conciencia, hablándole a su público, como parte de un relato populista».
La causa del aumento
Schiariti asegura que hay otros elementos que causan el encarecimiento de la carne. Por ejemplo, el 39% de los precios internos son impuestos. Así mismo, rechazó que la baja en el consumo de carne sea consecuencia del encarecimiento. «Se trata, en realidad, de una modificación en los hábitos de consumo. En 1980, en Argentina se consumían 80 kilos de carne vacuna y 20 kilos más, entre carne de pollo, de cerdo y de oveja. Hoy, se consumen 50 kilos de carne vacuna, 56 de pollo, 14 de cerdo y 5 kilos de ovinos. Sigue siendo el país que consume más carne en el mundo, muy por encima de los Estados Unidos (con 35) y Europa (con 20)», explicó.
Alberto Williams, presidente de la Asociación de Propietarios de las Carnicerías de Argentina, aseguró que la medida gubernamental no tendrá un efecto real en la reducción de los precios. En declaraciones a El Intransigente, de Buenos Aires, explicó que hay múltiples razones detrás del aumento de los precios de la carne en Argentina. «Lo sube el mercado a pie de corral y el que compra después tiene que subir los precios, sube la nafta, peaje, todo. Y todo va al precio», dijo.
Una vieja diatriba
La iniciativa puesta en marcha en Argentina para bajar los precios de la carne revive una vieja conducta. Responsabilizar a empresarios, comerciantes e industriales por el empobrecimiento de las mayorías es el eje de la narrativa populista y de las ideologías de izquierda. La utiliza para justificar la aplicación de medidas como controles de precios, estatización de empresas, aumentos discrecionales de salarios o subidas de impuestos.
Hay cierta lógica argumental cuando se dice que bajar los precios, subir los salarios y pechar a los más ricos beneficiará a las mayorías. Sin embargo, cuando se pasa de las palabras a los hechos, los resultados suelen ser lo opuesto a lo esperado. Sobre esa base, el castrismo expropió empresas en Cuba. Hoy, el Gobierno es el único beneficiario de la poca inversión extranjera que hay en la isla. Para los cubanos ya suman más de seis décadas de miseria.
Con ese mismo discurso como soporte, Hugo Chávez instauró su «revolución bolivariana» en Venezuela. Expropió o estatizó empresas, estableció controles de precios y aumentos artificiales de salarios. Hoy, la otrora potencia petrolera es incapaz de producir el combustible que necesita para abastecer el mercado interno. Más de 5 millones de personas han emigrado del país, en medio de la mayor crisis humanitaria que nación alguna haya enfrentado en tiempos de paz y en ausencia de tragedias naturales.
El libre mercado
El principal blanco de las críticas de quienes defienden estas teorías del control de precios es el libre mercado. Acusan a este sistema de ser el causante de la pobreza y de las desigualdades en el mundo. Chávez incluso dijo en la Asamblea General de la ONU que el capitalismo era el culpable de que no hubiese vida en el planeta Marte. Sin embargo, desde que Adam Smith habló en el siglo XVIII de los beneficios de la libre competencia en la prosperidad económica, el liberalismo ha sido defendido por un creciente número de especialistas.
Más allá de las teorías, los hechos hablan por sí mismos. Los países que han alcanzado los mayores niveles de prosperidad en el último siglo son, en su mayoría, los que respetan las leyes del libre mercado y la libre competencia. El caso más emblemático, en épocas de la Guerra Fría, fue el de los Estados Unidos y la Unión Soviética. Si bien su capacidad militar era bastante pareja, el nivel de vida para los estadounidenses era mucho más alto que para los soviéticos.
Hacia el final de la era soviética, el PIB per cápita de la URSS era de 6.493 dólares de 1990. Muy por debajo de los 20.880 dólares de Estados Unidos. Así, el PIB per cápita de la mayor potencia socialista equivalía al 33% del que disfrutaba su contraparte capitalista.
En este renglón, la URSS no solo era superada por su archi rival, sino también por el Reino Unido, Alemania Occidental, Francia, Italia y Japón.
Las comparaciones no se dan solo a medio mundo de distancia, sino también entre vecinos. A finales de la década de 1990, antes de la reunificación, las diferencias entre la Alemania del Este y la del Oeste eran evidentes. El PIB per cápita en el Este era apenas el equivalente a un 42% del nivel que tenía el Oeste. Además, la RDA mostraba una tasa de crecimiento del PIB negativa (-15,6), mientras que la RFA crecía 5,7. El salario nominal en la RDA era un 50% más bajo que en la RFA.
Una ruta al fracaso
Sin embargo, en el caso de la Argentina, se ha logrado cierto nivel de consenso en torno al control de precios de la carne. La medida será parcial. Tendrá efecto solo en las principales ciudades, donde hay grandes cadenas de supermercados con centros de acopio.
Miguel Schiariti dijo en una entrevista radial que la medida “es la muestra de un importante aporte que hace la industria exportadora a colaborar con precios de referencia para algunos cortes de carne”.
Una medida similar fue aplicada a finales de 2020, para beneficiar el consumo durante las fiesta de Navidad y Fin de Año. En esta nueva etapa, se espera hacer evaluaciones periódicas, para tomar los correctivos necesarios.
Mientras tanto, en Argentina, como en muchas partes del mundo, sigue el debate sobre los efectos reales de los controles de precios. Los resultados no son suficientes para que haya una conclusión. Pese a los fracasos, la medida se aplica una y otra vez. Otros animales no tropiezan varias veces con la misma piedra.
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