Víctor Resco de Dios, Universitat de Lleida
Las caravanas Tuareg que cruzaban el desierto del Sáhara para comerciar con la sal de Bilma veneraban al árbol de Teneré. El único árbol que encontraban en su travesía de más de 500 kilómetros se había convertido en tabú. Era un árbol sagrado, respetado por todos y uno de los pocos puntos de referencia en la uniformidad de la duna sahariana.
En realidad, el árbol de Teneré era el más aislado y solitario del mundo. Una acacia al noroeste de Níger, a unos 400 km del árbol más cercano. Pero en una noche de 1973, un conductor borracho acabó con él.
La historia del árbol de Teneré nos ayuda a entender por qué, en la actualidad, se está planteando la posibilidad de plantar árboles transgénicos para restaurar desiertos.
Origen del desierto del Sáhara
El árbol de Teneré era el último vestigio de un pasado, no demasiado remoto, en el que un exuberante manto de vegetación cubría gran parte de lo que hoy es el desierto del Sáhara. Algo que ocurrió hasta hace cinco mil quinientos años.
Entonces, se produjo una de las oscilaciones climáticas que, de forma natural, se suceden cada varias decenas de miles de años: cambió la radiación solar, lo que alteró la fuerza del monzón e indujo una gran sequía sobre la zona.
Pero el cambio en la radiación solar no explica, por sí solo, la extensión actual del desierto del Sáhara. Hubo otro factor que amplificó la sequía: los cambios en la vegetación. La lluvia en zonas de influencia monzónica necesita que la vegetación recicle el agua de lluvia y la devuelva a la atmósfera. Así puede volver a precipitar un agua que, sin árboles, se perdería.
Es decir, que los ecosistemas saharianos de hace cinco milenios entraron en una espiral catastrófica donde un cambio en la radiación solar repercutió negativamente sobre la precipitación, lo que disminuyó su cobertura vegetal. Al perderse parte de la vegetación, la precipitación disminuyó todavía más, lo que agudizó la pérdida de vegetación, por lo que la lluvia escaseó aun más… y así sucesivamente hasta llegar al desierto actual.
Plantar árboles para frenar el desierto
Por eso, para los 500 millones de personas que viven en el borde de desiertos (principalmente en África, pero también en partes de Asia central) resulta crucial plantar árboles y asegurar su supervivencia: no hay agua sin ellos.
A tal efecto se han puesto en marcha diferentes programas de reforestación a gran escala, tanto en África como en Asia. El más emblemático tal vez sea el de la Gran Muralla Verde, que busca frenar, e incluso revertir, el avance del desierto a lo largo de 8 000 km en el sur del Sahel.
Las comunidades rurales que viven en el límite del desierto necesitan árboles para la lluvia, pero también leña para cocinar y, a ser posible, que aporten alimentos para el ganado. Y este es un balance crítico ya que la necesidad de leña en ambientes desérticos puede fomentar su degradación, por lo que se requiere de árboles con crecimiento rápido. Por lo menos, con unas tasas de crecimiento mayores a las de sustracción.
¿Cómo logramos árboles que crezcan en un desierto extremo y que, a la vez, aporten leña y recursos a la población local?
Compromisos evolutivos
El “superárbol”, entendido como el árbol perfecto, no existe. Esto es, los árboles con mayores tasas de crecimiento son, generalmente, los más vulnerable al estrés y viceversa: una elevada resistencia al estrés suele penalizar el crecimiento. Lograr árboles que resistan el estrés y que produzcan madera rápidamente es, por tanto, un reto importante.
La evolución natural de las especies no conduce a superorganismos capaces de cualquier cosa: cada adaptación tiene un coste. Los árboles que crecen rápido, por ejemplo, lo hacen a expensas de generar madera poco densa que, a su vez, es poco resistente a la sequía.
Árboles transgénicos
Por eso, en nuestro grupo de investigación, hemos desarrollado árboles transgénicos que minimizan este tipo de compromisos evolutivos. En concreto, hemos trabajado con dos especies de chopo: Populus euphratica y Populus tomentosa.
P. euphratica es un chopo muy resistente a la sequía y a la salinidad, común en los desiertos de Asia, mientras que P. tomentosa es una especie de crecimiento muy rápido.
Nuestro trabajo consistió en insertar en P. tomentosa uno de los genes responsables de la gran resistencia a la sequía en P. euphratica. El gen introducido es un promotor de los brasinosteroides: una hormona que fomenta el crecimiento y la supervivencia bajo condiciones de estrés.
Esta nueva línea de chopos no está todavía lista para ser usada en plantaciones, pero estamos trabajando en ello. En un futuro cercano nos encontraremos con un número, cada vez mayor, de proyectos que plantean la introducción de árboles transgénicos con fines de restauración.
Otras experiencias con árboles transgénicos
En Estados Unidos, por ejemplo, el Departamento de Agricultura está actualmente valorando la posibilidad de plantar castaños transgénicos en los bosques.
En ese caso, una enfermedad fúngica se esparció rápidamente desde el zoo del Bronx hasta el resto del país, diezmando las poblaciones de este árbol tan carismático.
En el imaginario colectivo, los cultivos transgénicos tienen mala prensa. A pesar de los beneficios ambientales que nos aportan, como las disminuciones drásticas en el uso de pesticidas. Supongo que la idea de introducir árboles transgénicos en espacios naturales, con fines de restauración, agradará aun menos.
No es asunto baladí y no se está abogando por el uso de árboles transgénicos en plantaciones a gran escala. Estamos desarrollando, sencillamente, una herramienta más para la gestión sostenible de nuestros ecosistemas. Una herramienta que deberá ser evaluada rigurosamente, como cualquier otra. Eso sí, evaluada en base a criterios científicos y técnicos, pero no en base a prejuicios. Esto no va de buenos contra malos, sino de cómo restaurar ecosistemas degradados.
Víctor Resco de Dios, profesor de Incendios y Cambio Global en PVCF-Agrotecnio, Universitat de Lleida
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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