Por: Luis Cubría Falla
Arabia Saudí ha desvelado a principios del año 2019 que recupera la táctica de modificar su volumen de bombeo para influir en los precios del crudo. Retorna así a su metodología tradicional de control de mercado, abandonando la política de guerra de precios que lanzó en 2014. ¿Qué podemos aprender de este proceso que convulsionó al mundo hace cuatro años?
Aproximadamente en el año 2006 se produjo lo que se llama el peak oil o pico de producción de petróleo. Pero esto no se refería a todo el petróleo, sino al llamado conventional oil, es decir, el petróleo producido de forma convencional, a veces llamado easy oil.
Este petróleo convencional es el que se logra en tierra firme o en la plataforma marina a baja profundidad. También se refiere a petróleo con viscosidad o grados API normales, no crudos extrapesados que son de difícil extracción.
Llegado el esperado peak, los precios del petróleo empezaron a subir de forma sostenida. Con la excepción de la crisis financiera de 2008, prácticamente desde el año 2007 el precio del barril Brent se mantuvo por encima de los 75 dólares, permaneciendo cerca de los 110 dólares de 2012 a 2014.
Dos fenómenos presentes
Precios de crudo tan altos, y con la expectativa de que este precio se mantuviera en el tiempo, impulsaron dos fenómenos en el sector de las energías básicas. Por un lado, aumentó de forma exponencial la inversión en energías renovables, que habían ganado en competitividad en comparación con el petróleo y otras materias primas indiciadas a este.
Por otro lado, los operadores del sector petrolero volvieron sus ojos hacia la exploración y producción de fuentes de petróleo no convencional, que podemos dividir en varios tipos:
• El obtenido en aguas profundas y en territorios extremos como el Ártico.
• El obtenido por la técnica del fracking en lutitas o tight oil.
• El extrapesado, como el superficial de las arenas de Canadá o el enterrado en la faja del Orinoco de Venezuela.
• Los condensados de gas natural.
• Biocombustibles obtenidos por ejemplo del maíz o la caña de azúcar. Aunque hay una gran variedad de casos, los crudos no convencionales son rentables de extraer con precios del petróleo superiores a los 40 o 50 dólares el barril.
Estados Unidos y Rusia bombean petróleo furiosamente mientras Arabia Saudí ejerce de ‘swing producer’
Aunque hay una gran variedad de casos, los crudos no convencionales son rentables de extraer con precios del petróleo superiores a los 40 ó 50 dólares el barril.
Y así se hizo. Desde las inversiones submarinas en el profundo pre-sal brasileño, a las gigantescas explotaciones a cielo abierto en Canadá, pasando por las costosas técnicas del fracking en Estados Unidos, el sector no convencional fue ganando cuota de mercado progresivamente. También ganaron peso las reservas de crudo no convencional, hasta el punto de que las reservas de petróleo registradas a nivel mundial no han hecho más que aumentar en los últimos 10 años.
En la proyección del ExxonMobil Outlook for Energy de 2018 se observa cómo la cuota del crudo convencional se reduce mientras aumenta la de las fuentes no convencionales.
Al alza producción en Estados Unidos
Eran días de vino y rosas para la industria petrolera. Los productores de crudo convencional, con costes de extracción que van de los 5 a los 25 dólares por barril, obtenían enormes beneficios. Dos importantes países productores, como Noruega o Arabia Saudí, construyeron multimillonarios fondos de inversión públicos con el remanente de sus operaciones. La industria creció en países con una escasa tradición petrolera, como es el caso de Colombia. En Venezuela, el gobierno chavista encontró un flujo gigantesco de dólares para patrocinar su revolución bolivariana. Y en Estados Unidos las vías de ferrocarril de medio país se colapsaban con el transporte de la arena de sílice que requiere el fracking.
Todo parecía perfecto hasta que en el año 2014 un analista de Aramco, la petrolera saudí, llevó las últimas estadísticas de ventas de la compañía a la mesa de la junta directiva. En esta gran mesa se sentaba un grupo de ejecutivos, todos hombres, entre los que se encontraban varios occidentales, antiguos responsables del Word Bank, de la Shell y de BG. Compartían la junta con sus colegas árabes, normalmente ataviados con su blanco thawb, y perfectamente alineados con sus familiares y amigos del gobierno saudí, entre los que se encontraba el prestigioso ministro del petróleo del país, Ali al Naimi.
Los asistentes a la junta de Aramco pudieron comprobar, a lo largo de varios meses, cómo las ventas de petróleo a uno de sus principales clientes, los Estados Unidos, se reducían de forma importante. Así hasta perder más del 25% de las mismas. En otros mercados, como los principales en Asia, las ventas se mantenían fuertes, gracias al dinamismo de esa región y al implacable crecimiento de China.
Lo que estaba ocurriendo es que la producción en Estados Unidos, lejos de decaer como se había previsto hace años, aumentaba con fuerza, debido al fracking y a su producción de tight oil y de condensados.
Por el momento la pérdida de ventas se concentraba en Norteamérica, donde el enorme dinamismo de la industria y el poder financiero que respaldaba el fracking había logrado un aumento increíble de la producción. Pero en la junta se extendió una duda: ¿podía ampliarse la pérdida de cuota de mercado a otras regiones?
Quizás había llegado el momento de detener el crecimiento de la producción no convencional y, de esta manera, dar un golpe de autoridad encima de la mesa.
Hasta la fecha, los precios del petróleo se habían controlado con una táctica de gestión de la oferta, a través de la OPEP. La demanda del petróleo es muy inelástica: para una refinería es inconcebible quedarse sin materia prima, y los productores de petróleo necesitan vender a toda costa su crudo, que pueden almacenar solo hasta ciertos límites. Así que una pequeña variación en la producción o en los stocks causa grandes cambios en el precio.
Arabia Saudí, grandes reservas a bajo costo
Y precisamente el país que ejercía y ejerce un mayor papel en el cambio de la producción es Arabia Saudí, ya que dispone de grandes reservas accesibles con un coste bajo, tiene un saldo exportador claramente positivo y controla la producción con una sola compañía. Esta tarea de swing producer (productor bisagra) es muy ingrata, ya que se regala cuota de mercado a otros productores para mantener el precio, y por regla general el resto de socios de la OPEP no cumplen estrictamente con su pacto de reducir la producción.
«No es el rol de Arabia Saudí, o de otros países de la OPEP, el subsidiar a productores de alto coste cediéndoles cuota de mercado»
Pero en 2014, quizás debido a factores geopolíticos como la creciente conflictividad en el medio oriente, el temor a una rápida recuperación de la producción iraní, y la resistencia de otros productores a limitar su bombeo en un momento tan dulce, los saudíes tomaron la decisión de hacer las cosas de forma diferente. Para cortar en seco la competencia de nuevos entrantes, Aramco redujo de forma directa y drástica sus precios de venta. Es decir, no se cambió la oferta bombeando más crudo. Simplemente se inició una guerra de precios reduciendo el ‘precio de lista’ que Aramco distribuye a sus clientes. El ministro Ali al Naimi dijo en una conferencia en Alemania que “no es el rol de Arabia Saudí, o de otros países de la OPEP, el subsidiar a productores de alto coste cediéndoles cuota de mercado”.
Y no cabe duda de que lograron tener éxito en transmitir esa bajada de precios al mercado, que en 2014 pasó de 110 dólares a tan solo 50 en enero de 2015 y poco más de 30 dólares en enero de 2016.
La reducción de precios provocó un cataclismo en todo el sector petrolero y en la producción de crudo no convencional en particular. A lo largo de toda la geografía mundial se paralizaron grandes proyectos, primero de forma lenta y prudente, y finalmente de manera generalizada. La Shell canceló su extraordinario y costosísimo proyecto Ártico en el norte de Alaska, el Golfo de México vio interrumpidos proyectos en aguas profundas y el sector del fracking de Estados Unidos aparcó una gran parte de sus torres de perforación, perdiendo mil en solo un año. Los majors revisaron toda su política de gestión de programas y todo el sector ejecutó una reducción brutal de personal, perdiendo más de 200.000 personas su trabajo en poco más de dos años.
Hacia una economía menos dependiente del petróleo
El ministro del petróleo de Arabia Saudí señaló que el país necesitaba gestionar la transición hacia una economía menos dependiente del petróleo, pero debía hacerlo controlando el negocio. Todavía resonaba la frase del antiguo y cinematográfico ministro del petróleo, el jeque Yamani: “La edad de piedra no terminó porque se acabaran las piedras, y lo mismo ocurrirá con el petróleo”. Las autoridades saudíes señalaron que contaban con una reserva de fondos suficientes para compensar la bajada de ingresos.
En 2015 y 2016 el PIB cayó de forma brusca y se produjo un ingente déficit fiscal en Arabia Saudí, cuya economía depende en un 45% del petróleo. Es un país de 32 millones de habitantes, sin impuesto sobre la renta, con gran parte de la población subsidiada y muy escasa producción industrial propia. La guerra en Yemen desde el año 2015 añadió más leña al fuego fiscal. En ese mismo año, el precio del crudo necesario para alcanzar el break even presupuestario era de nada menos que de 106 dólares el barril.
En junio de 2015, Ali al Naimi explicaba a los medios en Viena: “Nuestra estrategia está funcionando, la demanda sube, la oferta no crece tanto, no estoy nervioso, estoy feliz”.
Y una vez conseguido el impacto en la producción no convencional se recuperaron los precios, llegando el Brent a los 50 dólares en 2017, y creciendo de forma sostenida hasta finales de 2018.
Parecía que efectivamente la guerra de precios había funcionado. La producción de Arabia subía, superando los 12 millones de barriles por día en 2016, a la par que los precios. Pero de nuevo, a finales de 2018 han vuelto a sonar las alarmas.
El ‘swing producer’ es muy ingrato, ya que se regala cuota de mercado a otros productores para mantener el precio
La industria del fracking de Estados Unidos, lejos de amilanarse, ha vuelto a la carga con una ferocidad sorprendente, con menores costes y con una sólida industrialización del proceso. A ello ha contribuido también el hecho de que muchos pozos estaban terminados, esperando tan solo el disparo de salida para iniciar la estimulación del fracking y la puesta en producción.
EEUU hacia los 13 millones por día
En estas fechas, Estados Unidos está cerca de producir 12 millones de barriles de petróleo equivalente por día, superando claramente a Arabia, y está previsto que alcance los 13 millones de barriles en los próximos meses. Los rusos no se quedan cortos y en febrero de 2019 están bombeando 11,3 millones de barriles por día. Esto lógicamente provoca una nueva reducción en el precio del petróleo, ahora solo ligeramente por encima de los 60 dólares.
Para mayor inri, Estados Unidos se ha convertido en un exportador relevante de petróleo, suministrando ya el 7% de la demanda de Europa.
En Arabia se han preguntado: tanto esfuerzo, ¿para qué?. Quizás por eso, al igual que ocurrió en 1986 con el jeque Yamani, el ministro Ali al Naimi fue remplazado en 2016 por Khalid al-Falih, que ha comunicado que en marzo de este año 2019 el país reducirá su producción hasta los 9,8 millones de barriles, recuperando la táctica de reducción de la oferta, en colaboración con el resto de miembros de la OPEP.
El caso nos recuerda que las guerras de precios casi nunca salen bien. En esta ocasión no solo se ha perdido un volumen enorme de negocio, sino que además se ha fortalecido a algunos competidores, que han adaptado sus costes de producción a un entorno más exigente. Es el caso del fracking en Estados Unidos, donde es factible encontrar costes de producción de tan solo 25 dólares por barril.
No solo ha resultado fallida la estrategia de reducción de precios. Arabia también ha fracasado en su diplomacia de intervención en la guerra civil Siria, sin lograr deponer a Assad, y sin cerrar la guerra de Yemen. Parece previsible que al retorno del baile de la producción de petróleo le acompañe la tradicional diplomacia de chequera, que tan buen resultado ha dado a lo largo de los años.
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