Por Javier Molins | Foto Benito Guerrero
18/11/2017
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“Yo sigo haciendo lo de siempre”, comenta Antonio López (Tomelloso, 1936) con total naturalidad a sus 81 años. Y lo que ha hecho siempre es algo tan sencillo y complicado al mismo tiempo como es pintar. En su caso, retratar el cuerpo humano, las flores y los paisajes urbanos. “En la primera exposición que yo hice en el año 55 con Julio López, Francisco López y Lucio Muñoz, todos los cuadros menos uno eran de figuras humanas. Luego descubrí el entorno, descubrí la ciudad, descubrí la belleza y el misterio que puede tener una habitación. Y las flores ha sido otro bloque de mi trabajo. Y eso no ha cambiado”.
Dos de esos temas se reúnen ahora en un libro de artista publicado por Artika y titulado Cuerpos y flores con una edición limitada y numerada de 2.998 ejemplares firmados por el propio artista. Y es que los libros han sido muy importantes en la vida de Antonio López. “Yo ando siempre rodeado de libros, me acuesto con libros”, comenta. No se refiere a lujosos libros como el que acaba de publicar, sino libros sobre los artistas que él admira. “La gente de mi generación viajó muy poco, por lo que yo fui conociendo el arte a través de libros con reproducciones en blanco y negro y de tarjetas postales”.
Antonio López es como uno se lo imagina: sencillo en cuanto a su aspecto, pero denso y profundo en lo referente a sus pensamientos. Esa sencillez es fácil de percibir en su forma de vestir. Camisa vaquera, americana azul celeste, pantalones sin cinturón de color verde caqui y unos zapatos con abundantes manchas de pintura. La conversación tiene lugar en el mirador del Museo del Thyssen, lugar en el que Antonio López batió el récord de visitantes con la exposición individual que esta institución le dedicó en 2011.
Los museos
Y al hablar de museos es cuando aparece el pensamiento denso y profundo de este artista. Ante la observación de que los museos fueron una gran fuente de inspiración para Picasso, quien visitó el Prado por primera vez a los 13 años y donde pasaba más de ocho horas al día copiando a los grandes maestros durante su periodo de formación, López no deja acabar la frase y muestra su discrepancia, pues defiende que “Picasso bebe mucho más del Louvre. Picasso se hace artista en París, que era donde estaba todo y donde se formó toda una generación de artistas”.
El artista confiesa que a él le costó mucho comprender el Museo del Prado. “Yo iba al museo de reproducciones”, explica. “Allí tenías las reproducciones a tamaño real. Allí veías toda la decoración del Partenón, la Victoria de Samotracia. Para mí no había nada igual”. Precisamente, una réplica de la Victoria de Samotracia junto con otra de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel aparecen en su estudio en la mítica película El sol del membrillo, en la que el cineasta Víctor Erice intenta plasmar el proceso creativo del artista de Tomelloso y por la que se alzó con el premio del jurado y de la crítica en el Festival de Cannes de 1992. Un proceso creativo que, en su caso, se caracteriza por su lentitud y meticulosidad.
Algo que él lleva con naturalidad. “Yo pienso que Velázquez era muy lento”, explica. “Goya era muy rápido. Rafael era muy rápido. Leonardo era lentísimo. Cuando ves una pintura de Vermeer piensas que ese hombre debió de tardar mucho en hacer eso. Viendo cada pintor puedes ver cuánto tiempo le ha costado hacer una obra y tampoco tiene eso mucha importancia. Hay cosas como las pinturas de Van Gogh que o se hacen rápidas o no se hacen, pero hay otras que llevan un tiempo”.
Inspiración
Ese tiempo necesario para realizar una pintura alcanzó su máxima extensión en su famoso cuadro titulado Retrato de la familia de Juan Carlos I, en el que se demoró unos 20 años. Un período en el que le dio tiempo a llamar a la Reina para que volviera a posar en su estudio con varios trajes diferentes. “El traje original tenía un dibujo negro sobre blanco, que me parecía que distraía mucho y llamaba demasiado la atención y la hice volver a casa. Vino muy voluntariosa, se vistió de otra manera, se cambió el traje y, al final, volví al traje original. Suele pasar eso”, afirma con una pícara sonrisa.
Antonio López pudo ver ese cuadro en la exposición titulada El retrato en las colecciones reales. De Juan de Flandes a Antonio López que tuvo lugar en el Palacio Real en 2014 y que contó con obras de artistas tan destacados como Sorolla, Ribera, Goya o Velázquez. Curiosamente, Antonio confiesa la dificultad que tuvo en llegar a comprender a esos autores. Esos tres siglos de arte que van desde el Renacimiento hasta el Impresionismo son los más difíciles de comprender desde su punto de vista. “Cuando empecé, yo me fijaba más en el mundo antiguo y en nuestra época. Me ha influido mucho más Piero della Francesca y Picasso que Rembrandt”, explica.
Una fascinación por el mundo antiguo que comparte con otros dos grandes artistas del siglo XX. “Giacometti y Bacon copiaban el arte antiguo. Bacon y Giacometti eran personas con una gran curiosidad por el mundo antiguo, algo que ahora es muy excepcional”.
La relación con Velázquez
López tuvo que salir fuera de España para empezar a entender el arte español. “Hice un viaje a Italia en 1955 cuando tenía 19 años con Francisco López, y, en aquellos tiempos, ir a Italia era ir al sitio donde estaban las cosas más maravillosas, era como cumplir un sueño”, confiesa. “Curiosamente, me decepcionó mucho el arte italiano en su conjunto. Me cansó. Y desde allí vi algo de ese arte duro, sombrío, escueto, lacónico del arte español y allí empecé yo a sentir curiosidad por el arte español, por la historia del arte español. Hasta entonces a mí lo que me gustaba era Piero della Francesca, Paul Klee, Picasso, Moore, el arte antiguo. Lo del medio me resultaba muy difícil. Si ves el arte contemporáneo, ves que ese espacio se visita muy tarde”.
Y así fue como llegó a uno de sus grandes referentes, Velázquez. “A mí me costó mucho comunicarme con un cuadro de Velázquez y me resultaba muy fácil con un cuadro de Tàpies. Necesitas tener edad para entender a Velázquez. Velázquez es un pintor muy difícil”, afirma con esa mirada que radiografía a su interlocutor. “Cuando estudiaba Bellas Artes, yo iba al Prado a visitar a Velázquez todas las semanas. Y veía a Rubens, a Goya. Me decían que aquello era lo más grande y me lo tenía que creer que yo no conseguía enlazar con todo aquello. Y cuando enlacé me di cuenta que hasta entonces lo miraba sin verlo”.
Los cambios
Llegados a este punto, la pregunta es obligada: ¿Cambió esa revelación su forma de pintar? “Cambié yo como espectador y me imagino que algo cambiaría en mí. Cuando en el año 60 pinto a mi hermana jugando en la terraza, yo ya sé hacer una lectura del mundo real, más que cuando hice los matrimonios del año 55, en la que hay una visión del mundo mucho más caprichosa, no veía el mundo. Veía una cara, una pared, pero me costó mucho mirar el mundo real como era y coincide con cuando pude entender el arte de la época de Velázquez”.
En cuanto a las recomendaciones para un joven que quiere iniciarse en el mundo del arte, lo tiene claro: “Si tuviera dinero le diría que viajara, que viera arte, que viera primero el arte que se está haciendo ahora y luego el antiguo. Los museos como el Louvre. Que viera el arte de la Antigua Roma hacia atrás. Ahí está todo. De lo contemporáneo hay una sobreinformación, pero el arte antiguo hay que ir a verlo y perderse eso es perderse un bocado fantástico”. ¿Y qué hay de las facultades de Bellas Artes? “Si tiene dinero” –vuelve a decir sonriendo– “que se salte todos los controles, pero si no tiene dinero, la facultad es un lugar donde pasan cosas, donde hay gente que va a hacer tu camino. En mi caso, fue así. Me ayudó mucho tener gente que también estaba empezando. Eso te reconforta muchísimo”.