Montse Vidal Mestre, Universitat Internacional de Catalunya y Alfonso Freire, Universitat Abat Oliba CEU
Estamos asistiendo a la subversión del relato cinematográfico y, en general, de las narrativas de ficción de la actualidad. Son cambios que afectan a los valores, a los rasgos de la personalidad, y a nuevos elementos que camuflan el trasfondo de sus personajes protagonistas. Los héroes y heroínas de las historias de hoy se alejan progresivamente del arquetipo clásico y moderno –antaño símbolos de virtud, honestidad y moral inquebrantable–, que tantas sagas cinematográficas, literarias, seriales televisivos y videojuegos han protagonizado.
Esta metamorfosis del orden establecido no responde únicamente a tendencias artísticas coetáneas, que pueden verse reflejadas en aspectos estéticos y audiovisuales. Es un cambio que trae un nuevo paradigma estructural, y rompe con el famoso Monomito o prototipo heroico representado en la obra clásica El héroe de las mil caras, de Joseph Campbell (1949). Tampoco responde ante los 12 estadios o etapas de la teoría del viaje del héroe de Christopher Vogler, ambas obras altamente influyentes en la narrativa literaria y cinematográfica.
El héroe ha matado al héroe y se ha erigido como un antihéroe postmoderno, más humano y profundo, con fuertes conflictos morales y trastornos mentales; se eleva como nuevo protagonista subversivo de la cultura audiovisual y los imaginarios actuales. Hablamos, por tanto, del paso del héroe al antihéroe.
¿Qué es un antihéroe?
Según la RAE, un antihéroe es un “personaje destacado o protagonista de una obra de ficción cuyas características y comportamientos no corresponden a los del héroe tradicional”. Un antihéroe se diferencia de un héroe tradicional en tanto que se aleja del arquetipo de exemplum virtutis, representado en los héroes y heroínas clásicos y tradicionales como Hércules, Ulises o Perseo, pertenecientes al mundo homérico.
Existen arcos evolutivos de los personajes y complejidad en las tramas que provocan que un antihéroe pueda convertirse en villano, como es el caso de Walter White, de la serie Breaking Bad (2008-2013), o, por el contrario, que un antihéroe se pueda convertir en héroe, como, por ejemplo, Batman de la trilogía del Caballero Oscuro de Christopher Nolan (2005, 2008 y 2012).
No obstante, lo que define al héroe es el mismo fin del antihéroe: la búsqueda del bien común sin importar el sacrificio propio. Sin embargo, y pese a estar (pre)destinados al mismo objetivo o fin, existen cuatro condiciones que crean un cisma irreconciliable entre ambos y que, en ocasiones, puede confundir al espectador y hacerle creer que un villano es un antihéroe o viceversa. Las citadas cuatro condiciones que definen al antihéroe son:
- El fin justifica los medios, pues no importa qué o a quién haya que sacrificar mientras se consiga el objetivo primordial.
- Convertirse en un símbolo emblemático, pero no administrativo, ya que vive al margen de la ley establecida y únicamente acata su propia justicia.
- La ruptura del maniqueísmo, pues nada es bueno o malo, nadie es virtuoso como el héroe tradicional ni nadie es la encarnación del mal: existen tonos grises que harán que cada acción o decisión sea correcta dependiendo de la moral que la juzgue.
- El rasgo más actual y en el que nos centraremos a continuación: el conflicto interno. El antihéroe está en continuo conflicto consigo mismo, por la moralidad de sus actos, por posibles adicciones, por sucumbir a instintos dantescos como la ira o la lujuria o, en muchas ocasiones, por traumas y enfermedades psicológicas que le hacen alejarse de su entorno, sentirse desasociado e incomprendido, diferente al resto, y en ocasiones vilipendiado o tratado injustamente.
Es este último rasgo –que, en el proceso de diseño de la identidad del antihéroe, conlleva la creación de una máscara ficticia que aún lo separa más de su contexto y entorno social– lo que resulta paradójico si entendemos que el antihéroe es el más humano y terrenal de los héroes.
Estos conflictos internos y los trastornos mentales son los elementos que verdaderamente actualizan el término y lo distancian de la picaresca del Lazarillo de Tormes (1554) o los primeros antihéroes del universo de Marvel, como Wolverine o The Punisher. Estos dos últimos aparecieron en cómics en la década de los setenta en un estadio menos complejo en lo que a trastornos mentales se refiere, del representado en el cine y en series en los últimos años.
Los antihéroes y los trastornos mentales
El síndrome de Asperger es uno de los trastornos mentales o psicológicos que más a menudo suelen encarnar los antihéroes de las series mainstream como The Good Doctor (2017-Actualidad), The IT crowd (2006-2013), Atypical (2017-Actualidad), Sherlock (2010-2017) o The Big Bang Theory (2007-2019), entre otras. Pero, ¿qué es el síndrome de Asperger?
El asperger forma parte de los TEA (trastornos del espectro de autismo) y, según el artículo Lo que no sabías del síndrome de Asperger, de la Confederación del Autismo, se trata de “un trastorno del neurodesarrollo; el cerebro de la persona con síndrome de Asperger funciona de manera diferente a la habitual, especialmente en la comunicación e interacción social y en la adaptación flexible a las demandas diarias”.
Dicho síndrome, en lo que respecta a su representación o rol en las narrativas de ficciones, puede ser tratado tanto directa y abiertamente como es el caso de The Good Doctor o de una forma más indirecta, como sucede en Sherlock o The Big Bang Theory, puesto que no siempre se hace mención a la patología.
En el caso de estas dos últimas series se dibuja un cuadro clínico parcialmente incorrecto, aunque se considere socialmente aceptable por parte de los espectadores. Responde a los similares patrones que se han reproducido en diferentes producciones audiovisuales previas y, por consiguiente, puede llevar a equívocos a la mayoría de los espectadores profanos sobre este ámbito médico.
A diferencia de otros trastornos mentales que suelen tratarse con más seriedad, el asperger acostumbra a tratarse de una forma banal, superficial e, incluso, con cierta tendencia a la caricaturización, como sucede con Sheldon Cooper, el protagonista de The Big Bang Theory.
Un arma de doble filo
La democratización de la cultura –gracias a la creación de contenido por los usuarios en redes, al acceso a prácticamente cualquier contenido audiovisual bajo demanda y a cualquier información de forma inmediata– ha contribuido enormemente al conocimiento y, por consiguiente, a la naturalización y desestigmatización de muchas de las enfermedades mentales.
Sin embargo, también está ayudando a crear, propagar y difundir contenido e información que, en ocasiones, no responde a la realidad de las personas que padecen estos trastornos y enfermedades. A su vez, fomentan y estimulan (in)directamente la generalización de conductas y hábitos que, reflejados en los antihéroes y las antiheroínas de series y películas, despersonalizan la enfermedad. Incluso, en ocasiones, también fomentan que el trastorno pondere más que la propia personalidad e identidad del individuo, olvidando o supeditando todo lo que conlleva ser persona al hecho de padecer un trastorno mental.
La desestigmatización es, por tanto, un arma de doble filo. Si bien ayuda a acercar y entender mejor a las personas que padecen un trastorno, por otro lado, si no es tratado de forma correcta (con ciertas tendencias generalistas e, incluso, creando estereotipos que ridiculizan este trastorno), puede provocar tanto una banalización y desinformación del trastorno de Asperger, como una despersonalización de los que lo padecen, siendo catalogados por tener este síndrome y no por quienes realmente son.
Montse Vidal Mestre, Comunicación sonora transmedia, Universitat Internacional de Catalunya y Alfonso Freire, Investigador del área de cultura y narrativa audiovisual y creatividad, Universitat Abat Oliba CEU
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.