Por Laura García Merino, The Conversation
Hay momentos en la historia en los que parece que tenemos una idea clara de por dónde pueden ir las cosas. Otros, sin embargo, parecen una encrucijada. De lo que no hay duda es de que hoy nos encontramos en un punto de inflexión. Anne Applebaum, periodista e historiadora, señala las consecuencias: decepción y cansancio. No solo en relación con quienes nos gobiernan, algo que considera normal, sino también con algo de mayor envergadura, nuestros sistemas políticos. Situación a la que se añade la migración al mundo en línea que la pandemia ha supuesto.
En 2020, al cansancio generalizado de las democracias se le sumó una crisis sanitaria sin precedentes. Esto ha hecho que muchas tendencias sociales hayan cambiado: algunas se han acelerado, como la transición hacia el teletrabajo. Otras se han ralentizado, como la velocidad con la que vivimos. Otras se han detenido, como los viajes… Pero, ¿cuáles de todas ellas son susceptibles de permanecer entre nosotros?
Una de las candidatas es la transición de una gran cantidad de trabajo, vida social y entretenimiento a la esfera digital.
“Esto provocará todo tipo de consecuencias, ya que afectará desde la propiedad comercial hasta las tiendas, la forma en la que la gente se conoce […] hasta la forma en la que estudia la gente. Creo que la transición de la vida de las personas a Internet sí será permanente, algo que tendrá consecuencias tanto positivas como negativas”.
Además, la pandemia ha acentuado las desigualdades en muchos países. Exceptuando sectores, como aquellos que han tenido la posibilidad de continuar trabajando desde casa, millones de personas han perdido su empleo, en especial en el sector servicios. El resultado, el sentimiento de insatisfacción, se puede apreciar en las manifestaciones y las protestas políticas que se dan en muchos países.
En general, la insatisfacción y la idea de que la pandemia ha tratado a las personas de forma injusta es algo muy peligroso, como advierte la periodista.
El hecho de que la sociedad haya visto claramente que las soluciones a una situación como la actual (vacunas, curas e investigación científica) tienen un carácter internacional transformará el modo en el que se ve el internacionalismo. A pesar de todos estos factores, parece que el sistema no está por la labor de experimentar cambios estructurales, aunque esté obsoleto.
Lo más importante y vital para gobiernos, cultura y economía es la forma en la que Internet influye en la política actual, así como nuestro modo de usarlo.
“Creo que la transición de la política y las relaciones al mundo en línea ha hecho a las personas más desconfiadas. La gente ve los acontecimientos políticos como algo que ocurre lejos de ellos, en los mismos dispositivos en los que ven películas y series de televisión, alguna también sobre el tema. Ya no está muy claro qué es más importante y la política pasa a ser otra forma de entretenimiento, un contenido más que ves en la pantalla del ordenador. Creo que esta explicación es muy importante, aunque no se le dé la relevancia que merece”.
Unido a la teatralización de la política, cuyo ejemplo la experta deposita en la estrategia de Donald Trump (gritos, mentiras y ruido), resulta difícil definir qué es más importante y relevante. Por ello, la gente comienza a verlo como una especie de broma, un juego. Como algo que no se ve y carece de importancia.
La propuesta de Applebaum es distanciarnos y reflexionar acerca de cómo Internet y las redes sociales han empezado a dividirnos y a cambiar la forma en la que hablamos los unos con los otros.
Por otro lado, los algoritmos de las redes sociales dan prioridad a la indignación y a la emotividad, haciendo que este tipo de ideas se extienda más rápidamente por la red que el contenido sensato y constructivo.
“En mi opinión, debemos plantearnos cómo debería ser el Internet democrático, cómo debería ser el espacio en línea en una democracia. ¿Qué tipos de derechos digitales y responsabilidades deberían tener los ciudadanos? ¿No deberían las principales plataformas de comunicación favorecer los debates constructivos en lugar de la indignación y las emociones?
La democracia de la vigilancia: ¿a quién damos nuestros datos y cómo los utilizan?
Tras una migración masiva hacia el mundo en línea, no solo se plantean este tipo de preguntas, también ha crecido la amenaza que suponen nuevos conceptos. Entre ellos, la democracia de la vigilancia: la venta de nuestros datos. A menudo y por comodidad, renunciamos a gran parte de nuestra privacidad y facilitamos mucha información personal, sin sopesar las consecuencias que esto puede acarrear.
Hay empresas que utilizan la información que voluntariamente ofrecemos para lucrarse o incluso la venden a los gobiernos, quienes se sirven de ella para adquirir más influencia. De nuevo, debemos distanciarnos. Comprender que no es posible evitarlo por completo pero que es necesario establecer límites.
Es cierto que, en ocasiones, la información que proporcionamos puede resultar socialmente útil. El mejor y más actual ejemplo lo tenemos en las aplicaciones móviles que se han desarrollado durante la crisis sanitaria por SARS-CoV-2 para saber si un individuo ha estado en contacto con personas infectadas de Covid-19. Esto permite disminuir la transmisión de la enfermedad. Ahora bien: ¿hasta qué punto debemos renunciar a nuestra privacidad en nombre de la salud? ¿Hasta qué punto tenemos que ceder nuestros datos por el bien común?
Durante siglos, un gobierno tras otro han ampliado sus poderes como resultado de la necesidad de poner a la gente en cuarentena o restringir los movimientos de la enfermedad. Hoy en día, esto se traduce en que cada vez más empresas y aplicaciones móviles tienen información médica y personal sobre nosotros. Desde el punto de vista de la periodista, sería preocupante que los Estados y las empresas privadas puedan o se estén adueñando de parte de estas competencias sin que siquiera nos hayamos percatado.
Según Applebaum, si quisiéramos supervisar y controlar este tipo de datos, podríamos hacerlo.
«En las aplicaciones podría incorporarse algún tipo de mecanismo de autodestrucción, de manera que los datos desaparezcan tras cierto tiempo. Creo que, si quisiéramos supervisar y controlar este tipo de datos, podríamos hacerlo. Resulta preocupante que, al no tratar estas cuestiones abiertamente, los datos se transfieran de todas formas, pero de manera, digamos, secreta y no consensuada, sin que sepamos quién los tiene”.
Todo queda en nuestras manos: de nuevo distancia, análisis y sentido crítico.
La versión original de este artículo fue publicada en la Revista Telos, de Fundación Telefónica.
Laura García Merino, Salud y Medicina, The Conversation
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.