Por Marie Stravlo
Entre todos los grandes enigmas de la historia, la desaparición de la última Familia Imperial de Rusia, los Romanov, ha sido el único que continúa causando controversia y generando encendidas polémicas en la actualidad.
En marzo de 2015, la Iglesia Ortodoxa Rusa y el Jefe del Archivo Estatal de Moscú pidieron nuevamente al Gobierno ruso que los restos enterrados en 1998 en la Catedral de Pedro y Pablo en San Petersburgo sean exhumados para realizar nuevas pruebas de ADN y analizar varios centenares de documentos históricos que han surgido en los últimos quince años. Los análisis científicos realizados en 1993, 1994 y 2004 han estado rodeados de controversia. La iglesia simplemente los rechaza y pide que se tomen muy en cuenta las pruebas documentales que parecen indicar que la suerte corrida por la Familia Imperial es muy distinta de la se presenta como oficial.
Varios historiadores e investigadores en Siberia apoyan esta petición y demandan revisar el caso nuevamente con objetividad, honestidad y sin interferencias políticas o de otras índoles. A ellos también se unió un grupo selecto de historiadores, investigadores y eruditos del tema Romanov que se denomina La Sociedad Histórica de la Familia Imperial Rusa. Ellos dicen ser muy conscientes de la trascendencia histórica de su trabajo y por eso han dedicado muchos años a visitar archivos públicos y privados en doce países alrededor del mundo; han entrevistado a importantes personajes, y han conseguido documentos valiosísimos para reconstruir la verdadera historia de lo ocurrido a los últimos miembros de la dinastía Romanov que gobernó Rusia.
¿Por qué ha sido tan importante el caso de Anastasia?
Si bien los sucesos ocurridos durante la Primera Guerra Mundial (1914 a 1918), la Revolución Rusa y la suerte que corrió la Familia Imperial de Rusia antes y durante esos conflictos han sido estudiados y documentados ampliamente, fue precisamente el caso de Anna Anderson/Anastasia el que ha mantenido vivo en el recuerdo de varias generaciones los pormenores de toda esa tragedia que generó además un conflicto familiar sin precedentes. Cientos de libros, biografías autorizadas o sin autorización, novelas, cuentos infantiles, canciones, películas, obras de teatro y hasta una cinta animada han sido producidos para contar su leyenda. Fue uno de los grandes misterios del siglo veinte, que al parecer renace con más fuerza en el veintiuno.
Desde comienzos de los años veinte, cuando una joven apareció en Berlín asegurando ser Anastasia, la hija menor de los Zares que había logrado de alguna manera sobrevivir a la supuesta masacre de toda la familia, el tema alrededor de los verdaderos sucesos que ocurrieron en aquel verano de 1918 en la remota ciudad de Ekaterimburgo, en la Siberia Rusa, ha estado rodeado de polémica. La noticia de que una de las hijas del Zar Nicolás II de Rusia pudiera estar viva, acaparó la atención de la prensa internacional allá por 1922.
Muchas investigaciones se han producido desde entonces y otras tantas discusiones han tenido lugar entre miembros de las casas reales de Europa, monarquistas, historiadores y cientos de fanáticos de la leyenda en todo el mundo. A partir de 1991 otros grupos se involucraron en la búsqueda de la verdad, incluyendo a la Iglesia Ortodoxa Rusa, dentro y fuera del país. Las pesquisas continúan, aunque muchos quisieran terminar cualquier intento de analizar nuevas pruebas o documentos basados únicamente en la ciencia y para eso recurren a los resultados de las pruebas de ADN realizadas. ¿Podrán lograrlo, o veremos triunfar la Justicia Divina que a veces tarda, pero finalmente llega, cuando es el momento adecuado?
El comienzo del caso de Anna Anderson
En el Berlín de la posguerra, en 1920, una joven fue rescatada de las frías aguas de un canal que atraviesa la ciudad, supuestamente tras intentar suicidarse. Al ser ingresada al hospital se percataron de que no portaba ningún documento de identificación y al consultarle se negó a reverlar su identidad. Tras un mes de recuperación fue trasladada a un centro para enfermos mentales. Ahí paso dos años, sin revelar su nombre ni procedencia. Fue entonces cuando otra paciente reconoció en ella a una de la hijas del Zar y empezó todo el calvario para la misteriosa muchacha, a quien llamaban»Fräulein Unbekannt» (señorita desconocida, en español). Nadie en ese momento podría haber imaginado que su historia sería contada en todo el mundo, y que la lucha para ser reconocida por su verdadera identidad se convertiría en un fantasma despiadado que la enfrentaría con su propia familia y con otros enemigos que la perseguirían a lo largo de su vida.
Aquella jovencita veinteañera tenía el mismo color de ojos y cabellos; las mismas marcas de nacimiento, lunares y cicatrices; así como un defecto congénito bilateral en sus pies, llamado «hallux valgus», que la legítima Anastasia había sufrido desde la infancia, y que se conoce popularmente como «juanetes».
Su sonrisa y su porte eran distinguidos. Hablaba otros idiomas de la misma manera que lo había hecho la Anastasia histórica; pero curiosamente se negaba a hablar ruso, y aunque ella no daba explicaciones sobre esta particularidad, otros decían que era debido al trauma psicológico de los últimos días en su amada patria. Sus modales refinados, el tono de voz, las manos delicadas y el impresionante conocimiento de los hechos y situaciones íntimas relacionadas con la familia imperial es algo que incluso sus detractores nunca han podido explicar.
La historia de la posible “resurrección” de una de las hijas de Nicolás II fue seguida paso a paso por miles de personas y la joven en cuestión era acosada en todas partes. Aquello era todo un circo alrededor de la misteriosa “señorita desconocida”, como empezaron a llamarla en los medios de comunicación de la época. Se inventaron canciones; se fabricaron chocolates con su nombre y hasta cigarrillos marca Anastasia empezaron a venderse en Alemania.
Pero además de esas características físicas, la misteriosa jovencita fue reconocida por varias personas de la familia y miembros de la antigua corte rusa como la auténtica Anastasia. Otros en cambio, incluyendo parientes muy cercanos se ensañaron en perseguirla, acusándola de impostora y finalmente atribuyéndole en 1927 una supuesta identidad. En ese año un detective de dudosa procedencia y reputación alegó haber descubierto que la misteriosa joven era en realidad una campesina polaco-germana llamada Franziska Schanzkowska.
Por esa época empezó a usar el nombre “Anastasia Tchaikovsky”. Decía que ese era el apellido del soldado rojo que la había rescatado y sacado de Rusia. Ella se casó con ese joven y tuvo un hijo de él en setiembre de 1919. Al esposo lo mataron en una calle en Rumanía y al pequeño lo dejó con su suegra y cuñada, cuando decidió ir a Alemania a buscar a su tía Irene de Hesse. Nunca más supo que pasó con el bebé.
Fue durante su viaje a Nueva York en 1928 que empezó a usar el nombre de Anna Anderson, para evadir a la prensa. Cuando regresó a Alemania en 1931 siguió usándolo, y prácticamente así se le conoció el resto de su vida. Poco después, en 1932, inició un proceso judicial reclamando un dinero que su supuesto padre el Zar había depositado muchos años antes en un banco en Alemania. Años más tarde, en 1938, entablaría otro proceso legal para lograr su reconocimiento como la legítima Gran Duquesa Anastasia de Rusia. Fue esta una batalla tediosa en diferentes tribunales en Alemania, donde la joven, usando el nombre de Anna Anderson y actuando como demandante, esperaba ganar la batalla y volver a usar su verdadero nombre, así como reclamar los bienes que su padre tenía en distintas partes del mundo.
De nuevo miles de personas en todo el mundo seguirían con atención este juicio -el más largo en la historia- interpuesto por la muchacha, que fue interrumpido durante la Segunda Guerra Mundial. Con el apoyo de algunos parientes y amigos logró que se retomara en 1957, y se prolongó hasta 1970.
Durante los distintos juicios que se realizaron en distintas cortes en Alemania fueron presentados peritajes a cargo de destacados especialistas. El Dr. Otto Reche, antropólogo alemán y profesor de Glatz (Klodzko) en la Silesia prusiana, fue solicitado para hacer un estudio de las orejas y los rasgos faciales. Este llegó a la conclusión de que ella era la Gran Duquesa Anastasia, o su gemela idéntica. La Dra. Minna Becker, una grafóloga de renombre que había colaborado en la identificación de los diarios de Ana Frank también determinó que la escritura a mano de las dos mujeres era exactamente la misma y declaró: «No puede haber un error. Después de treinta y cuatro años como perito oficial de los tribunales alemanes, estoy dispuesta a declarar bajo juramento y por mi honor, que la señora Anderson y la Gran Duquesa Anastasia son la misma persona».
Después de innumerables audiencias judiciales donde cientos de testigos dieron sus testimonios a su favor, el Tribunal de Hamburgo dio su último veredicto negativo en 1967. La apelación fue presentada posteriormente ante la Corte Suprema de Alemania en Karlsruhe. En julio de 1968 Anna Anderson/Anastasia se mudó a los Estados Unidos, y se estableció en Charlottesville, Virginia. Ahí contrajo matrimonio con el profesor John E. Manahan (Jack) el 23 de diciembre de ese mismo año, y su nombre legal se convirtió en Anastasia Manahan, aunque muchas personas continuaron llamándola: Anna Anderson.
Por último, el 17 de febrero de 1970, exactamente cincuenta años después del día en que la joven indocumentada fue rescatada de las aguas heladas del Canal Landwehr en Berlín, y fue nombrada «Fräulein Unbekannt», su verdadera identidad era todavía un misterio. La Corte Suprema rechazó la apelación, lo que no es lo mismo que decir que el caso estaba cerrado. La sentencia dada fue que el caso de Anastasia era considerado como «non liquet» (el juzgado no encontró solución para el caso), y así se quedó. La posibilidad de iniciar una nueva batalla legal aún existía, pero Anna Anderson/Anastasia solo quería vivir en paz en su nuevo hogar en EEUU, lejos de toda la polémica.
Ella vivía tranquilamente en Charlottesville, Virginia, en 1974, cuando Anthony Summers y Tom Mangold, dos periodistas de la BBC de Londres, fueron a su casa y la entrevistaron acerca de los eventos ocurridos en Ekaterinburg en 1918. La anciana no fue nada cooperadora, más sin embargo, de repente dijo algo que mantendría aún más viva la controversia: «¡No hubo masacre, pero no puedo decirle al resto!» Los periodistas británicos habían producido un documental muy completo tras dos años de investigaciones, el mismo que fue emitido por la BBC en 1972. Summers y Mangold quedaron impresionados y decepcionados sobre muchos aspectos de la investigación. Se dedicaron a indagar casi cuatro años más y en setiembre de 1976 publicaron el libro El expediente sobre el Zar, que incluye un capítulo completo sobre Anna Anderson/Anastasia. También revela una serie de hechos y testimonios de testigos que contradicen la versión «oficial» de la masacre de toda la Familia Imperial.
El sorprendente contenido del libro mencionado anteriormente causó un gran revuelo y se convirtió inmediatamente en un best seller internacional. Además revivió en la memoria de varios las teorías que habían circulado en Europa durante muchos años; tanto entre ex monarquistas rusos, como entre miembros de varias casas reales, sobre la posible supervivencia de toda la familia, o al menos de la Zarina Alejandra y sus cuatro hijas. En octubre de 1976, Anastasia Manahan, entonces con 75 años, se sentó frente a las cámaras de televisora ABC de los Estados Unidos para ser entrevistada por un periodista de renombre del programa Good Morning America. El motivo de esta entrevista era conseguir su opinión acerca del libro de Summers y Mangold, que acababa de llegar a Norteamérica y también estaba generando comentarios y discusiones.
Distante, reflexiva y casi reacia a hablar, fue todo un reto para el experimentado interlocutor tratar de conseguir algunos recuerdos o declaraciones de ella. Cuando se le preguntó directamente acerca de lo que el libro El expediente sobre el Zar había querido revelar en relación con la verdadera suerte que corrieron su madre y sus hermanas, ella miró a su marido, el profesor Jack Manahan, y le dijo en alemán: «No puedo responder a eso; no puedo decirlo; me matarían aquí mismo”. Después de eso guardó silencio y en vista de esa pausa el periodista dio por terminada la conversación.
Poco después ocurrió otro hecho muy significativo, en apoyo a su pretensión de ser la verdadera Anastasia Romanov. En 1977 el Dr. Moritz Furtmayr, uno de los más prominentes expertos forenses de Alemania Occidental, realizó un análisis exhaustivo de muchas fotos de las orejas de Anna Anderson tomadas en diferentes ángulos y con iluminación diferente, y luego las comparó con fotos de las orejas de la Anastasia histórica. Furtmayr encontró 17 puntos de similitud anatómica; cinco más que los 12 puntos que el Tribunal en Alemania consideraba suficientes para identificar y confirmar la identidad de una persona.
En Europa, los abogados y amigos de la anciana mujer consideraron que esa era una excelente oportunidad para iniciar una nueva batalla en las Cortes para su reconocimiento; pero ya era demasiado tarde. La sufrida y extraña mujer, no quería involucrarse en ningún otro proceso legal. Pidió que la dejasen sola con sus recuerdos, y vivir en paz el resto de su vida. “Yo sé quién soy”, decía con certeza. “No necesito que ninguna Corte me lo diga”.
Durante los siguientes ocho años ella vivió prácticamente encerrada y alejada de todos. Siempre temía por su vida. Le horrizaba que alguien intentara envenenarla, y convirtió su casa en una guarida de perros y gatos que según ella la protegían, pero que a la vez contribuyeron al deterioro de la propiedad.
Pero a pesar de su aislamiento la leyenda que existía a su alrededor era imposible de eliminar, y ella continuó atrayendo la atención de algunos escritores, más periodistas y otros tantos curiosos de todo el mundo. Siguió recibiendo el apoyo de un grupo de personas, algunos de ellos miembros de la realeza que siguieron luchando para que se revelara la verdad.
En 1979 la excéntrica mujer enfermó y se volvió cada vez más difícil de tratar. Fue sometida a una operación en el Hospital Martha Jefferson de Charlottesville, Virginia, para extirpar una parte de su intestino que se había gangrenado. A pesar de que sobrevivió a la operación, no pudo recuperarse completamente y nunca más volvió a caminar. El 12 de febrero 1984 murió en Charlottesville, y ese mismo día fue incinerada, siguiendo sus instrucciones, debido a sus creencias en los principios de la Antroposofía. Pocos días después su esposo organizó un servicio de recordación que fue sumamente concurrido, a pesar de estar en invierno.
Al llegar el verano su gran amigo y leal defensor de su causa, el Príncipe Federico Ernesto de Sajonia-Altemburgo, junto con el profesor John E. Manahan, organizaron unas exequias para enterrar sus cenizas en el cementerio del castillo de Seeon, sitio en el que ella había pasado un tiempo en 1927, invitada por la familia de Jorge Nicolaievitch Romanovsky, Duque de Leutchtenberg, miembro de la casa imperial de Rusia y bisnieto del Zar Nicolás I. Dicho funeral fue atendido por un pequeño pero selecto grupo de miembros de la nobleza y realeza alemana y un sacerdote de la iglesia que se encuentra en el Castillo de Seeon.
Pero el misterio que la rodeó desde 1922 continuó vigente más allá de su muerte. Sus fieles seguidores nunca la olvidaron ni alteraron su creencia en su verdadera identidad.
El Príncipe Segismundo de Prusia, su familia y la relación con esta historia
Entre los muchos personajes que siempre apoyaron a Anna/Anastasia y que con valentía también se enfrentaron al mundo para gritar la verdad, estuvieron el príncipe Segismundo de Prusia su esposa, la princesa Carlota Inés de Sajonia-Altemburgo y su hijo el príncipe Alfredo. Ellos le brindaron su apoyo totalmente desinteresado. Desde 1926 se dedicaron a investigar el caso y para 1932 Segismundo estaba absolutamente seguro de que aquella mujer que milagrosamente sobrevivió tras ser rescatada de un canal en Berlín en 1920 y que había causado revuelo con sus declaraciones en 1925, era en verdad su prima hermana Anastasia. Durante cuarenta y cinco años estuvo pendiente del caso. Tuvo fuertes altercados con sus padres, el príncipe Alberto Enrique de Prusia (hermano del Káiser) e Irene de Hesse y del Rin (hermana de la Zarina Alejandra). También se enfrentó a su único tío materno, el Gran Duque Ernesto de Hesse y del Rin. Este terrible conflicto familiar motivó que Segismundo de Prusia decidiera abandonar Alemania en 1927 y establecerse en Costa Rica. Su madre, Irene, le suplicó en varias oportunidades que regresara a Alemania, pero él no quiso; prefirió seguir apoyando a su prima aunque fuera desde lejos. Eso finalmente le costó que su madre lo desheredara.
Segismundo de Prusia visitó a Anna Anderson/Anastasia en su casa en Unterlengenhardt en 1957 cuando tuvo los medios económicos para viajar a la Alemania, tras vender todas sus joyas; y mantuvo correspondencia con ella y con su esposo aún después de que Anastasia se fuera a vivir a Norteamérica. La princesa Carlota Inés fue a visitarla en 1958 y junto con el príncipe Alfredo (hijo de ambos) lo secundaron en su deseo de ayudarle. Además siempre quisieron que algún día se contara toda la verdad.
Como mencionamos anteriormente, en 1974 cuando los periodistas Anthony Summers y Tom Mangold fueron a entrevistar a esta excéntrica mujer, les dijo: “Allí no hubo masacre…pero no puedo decir el resto”. Al príncipe Federico Ernesto de Sajonia- Altemburgo, su fiel protector y defensor, también le dijo alrededor de 1955: “Los sucesos de Ekaterimburgo fueron muy distintos de lo que se dice. Pero si eso lo digo yo, creerían que estoy loca”.
Lo mismo dijo a Segismundo cuando la visitó en 1957 y a Carlota Inés en 1958. La princesa Carlota Inés lo dice en unas cartas que se publicarán próximamente y también en una declaración jurada que realizó en Hamburgo el 17 de julio de 1958. El príncipe Alfredo dijo a varios amigos en Costa Rica que él sabía perfectamente que los verdaderos hechos que habían ocurrido en Ekaterimburgo en el verano de 1918 eran muy distintos de lo que contaban los libros de historia; y que las respuestas que Anna Anderson/Anastasia había dado a su padre, cuando éste le envió unas preguntas en 1932 para averiguar si ella era realmente Anastasia, habían sido totalmente correctas. Insistía Segismundo que solo alguien perteneciente al íntimo círculo familiar podía saberlas. A esta autora don Alfredo de Prusia le aseguró exactamente lo mismo, y agregó que los huesos que fueron enterrados en Ekaterimburgo no eran de ninguno de los Romanov.
El príncipe Segismundo también fue entrevistado por Anthony Summers y le dijo estar absolutamente seguro de que Anna Anderson era su prima Anastasia; como también estaba seguro de que la mujer que se escondía detrás del nombre falso de Marga Boodts, y que vivía en Italia, era en realidad su prima hermana la Gran Duquesa Olga Nicolaievna, hija mayor de Nicolás II y Alejandra. Al respecto, Segismundo brindó una declaración jurada en febrero de 1958, en la Embajada de Alemania en Costa Rica.
Anna Anderson/Anastasia le relató la verdad al escritor James Blair Lovell, -quien escribió una de sus biografías-, durante una conversación espontánea con él. La versión coincide perfectamente con el descubrimiento realizado por Summers y Mangold durante su investigación, y con lo que los príncipes Segismundo, Carlota Inés y Alfredo contaban.
En marzo de 2014 el prestigioso historiador ruso Veniamin Alekseyev sorprendió a todos al anunciar la publicación de un nuevo libro, cuyo contenido, -basado en nuevos documentos encontrados en Rusia-, no solo hace que la tesis de que Anna Anderson era Anastasia sea no solo posible, sino también probable. ¿Quién es usted Señora Tchaikovsky? Es el título de esta obra que incluye impresionante material encontrado en archivos en Rusia y destaca especialmente aquellos que forman parte del archivo del Gran Duque Andrei Vladimirovich de Rusia (un archivo que se creía perdido desde 1974). El laureado académico, quien fuera Director del Instituto de Historia y Arqueología de la Universidad de los Urales, insiste en que el tema de la desaparición de los Romanov requiere mucha más investigación. Él expresa que el análisis de documentos históricos es fundamental, pues basarse solamente en unas pruebas de ADN no es suficiente.
Alekseyev fue miembro de la comisión integrada por expertos, junto con miembros del Gobierno ruso (entre ellos Boris Yefimovich Nemtsov) para investigar los supuestos huesos de la Familia Imperial. Precisamente él, Alekseyev fue uno de los cuatro integrantes que se negaron a firmar las conclusiones de dicha comisión, la cual dispuso finalmente enterrar los restos en la Catedral de Pedro y Pablo en San Petersburgo, en julio de 1998.
En agosto de 2014 se publicó en Costa Rica el libro Mi amigo el Príncipe, conteniendo la biografía de S.A.R. Príncipe Alfredo de Prusia. Ahí salen a la luz muy directamente las historias que dicho personaje de la realeza contaba sobre sus parientes Romanov y sobre el apoyo que su familia había brindado a las hijas de Nicolás II y Alejandra Feodorovna, que no habían muerto en la supuesta masacre. Dicha obra, escrita por quien escribe estas líneas, (biógrafa de los príncipes de Prusia que vivieron en Costa Rica), presenta documentos fehacientes sobre la supervivencia de sus imperiales primos y los secretos “de familia” que se han mantenido sobre el caso.
Próximamente se publicará la biografía de los príncipes Segismundo y Carlota Inés. También por esta misma autora, pero con muchos más datos y documentos nunca antes publicados que revelan la verdad de esta historia, así como una nueva biografía de Anastasia, donde saldrá a la luz la verdad que ella no pudo contar durante aquella entrevista en Good Morning America.
Los huesos de la discordia
En 1991 la prensa internacional hizo circular la noticia de que por fin habían sido encontrados los restos de la Familia Imperial, en una fosa común en la ciudad de Ekaterimburgo. Supuestamente había sido “encontrada” en 1979, pero quienes la descubrieron no revelaron el sitio por temor al gobierno represivo de ese entonces. Decidieron esperar y lo comunicaron a las autoridades diez años después. No siendo hasta 1991 que el gobierno “se preparó” para desenterrarlos y dar a conocer la noticia.
Tras la exhumación de los restos, varios científicos americanos y rusos se enfrentaron desde el principio tratando de establecer la edad y sexo de las osamentas desenterradas. Junto con los «supuestos» huesos de los Romanov se encontraron los de varios de sus sirvientes, pero faltaban los esqueletos de dos miembros de la Familia Imperial. El Dr. William Maples, un reconocido antropólogo forense norteamericano que fue invitado por el gobierno local de Ekaterimburgo para analizar los supuestos restos de los Romanov, encontró gran cantidad de errores al analizar los huesos. En su libro: Los muertos también cuentan historias (Dead men do tell tales), expone las numerosas incongruencias entre aquellos huesos; critica las técnicas empleadas al exhumarlos, la identificación errónea de los cinco esqueletos encontrados y hace énfasis en la identificación de los supuestos restos de Anastasia. En su criterio, el esqueleto cuya medida era 5 pies y siete pulgadas no podría haber sido jamás el de Anastasia, ya que había pruebas suficientes empleada por los expertos, entre ellas análisis de fotografías, para determinar sin equivocación que Anastasia era la más pequeña de las cuatro hermanas. Pese a eso, los rusos insistían en que era definitivamente Anastasia, y así se dispuso que fuera enterrado más adelante. El esqueleto con mayor estatura fue enterrado con su nombre.
Ese esqueleto de mujer señalado desde el principio con el No. 7, -no era entonces ni lo será nunca-, el esqueleto de la Gran Duquesa Anastasia Nicolaievna de Rusia.
A eso se suman los desacuerdos de la Dra. Diane France, antropóloga forense Americana, con respecto al cráneo que ella pudo analizar antes de ser enterrado e hizo notar que sólo se contaba con una parte, y que la otra parte había sido reconstruida.
El equipo de antropólogos de los Estados Unidos encabezado por el Dr. William Maples proponía que los huesos que faltaban eran los de Anastasia y su hermano menor, el Zarévich Alexei. El otro equipo forense de Rusia defendía su tesis de que eran los de María y su hermano Alexei. El Dr. Maples sostuvo que faltaban los de Alexis y Anastasia hasta el final de su participación. Poco despues se propuso realizar una pruebas de ADN en Inglaterra. Ese hecho inmediatamente animó a los partidarios de Anna Anderson quienes decidieron hacer un nuevo intento para probar científicamente su identidad como la Anastasia histórica, a través del ADN.
La muestra a utilizarse para el análisis fue un trocito del pedazo de su intestino que se le había retirado a Anna Anderson/Anastasia en 1979; y que se había mantenido guardado en el centro de patología del Hospital Martha Jefferson en Charlottesville. El hospital sin embargo dejó claro que entregaría la muestra sólo después de que la Corte local decidiera quién tenía derecho a que la analizaran. En vista de que Anastasia Manahan no tenía ningún descendiente legal y su marido, John Eacott Manahan, también había muerto en 1990, la Corte nombró al Sr. Ed Deets como representante por el estado de Anastasia Manahan. Otra vez su nombre y su caso generaron discusiones y polémicas a nivel local e internacional. Varias personas querían tener acceso a la muestra, incluida la Asociación de la Nobleza Rusa. El gran conflicto que se generó revivió las hostilidades entre los antiguos partidarios leales y los opositores furiosos. Finalmente, después de una intensa batalla legal, el Tribunal concedió el derecho de la muestra al Barón Ulrich von Gienanth, último apoderado legal de la señora en cuestión. El Barón Gienanth autorizó al señor Richard Schweitzer a representarlo en USA y tomar las decisiones pertinentes, y éste inmediatamente autorizo al hospital a entregar la muestra al Dr. Peter Gill, quien la llevó a Londres para los respectivos análisis de ADN. Algunos mechones de un supuesto cabello de Anna Anderson/Anastasia que aparecieron en el interior de un sobre en una librería de Carolina del Norte también se pusieron a prueba en un laboratorio independiente, así como una muestra de sangre de ella que el Dr. Stephan Sandkühler, de Alemania, había logrado extraer de dicha señora y mantener en óptimas condiciones desde los años cincuenta.
Los resultados del Dr. Gill fueron revelados el 5 de octubre de 1994, durante una conferencia de prensa en Londres: el ADNmt (mitocondrial) de la muestra “putativa” de Anastasia Manahan no coincidió con la del Duque Felipe de Edimburgo, esposo de la Reina Isabel II de Inglaterra. Se supone que dicho Duque debería llevar la misma sangre por línea materna de la reina Victoria,– y por lo tanto debería tener el mismo ADNmt de la zarina Alejandra. Lo sorprendente fue que el ADNmt del tejido de Anna/Anastasia no fue semejante al del Duque de Edimburgo, pero sí resultó semejante al ADNmt de un tal Karl Maucher, «supuestamente» un sobrino nieto de Franziska Schanzkowska, la campesina polaco-germana. Lo mismo ocurrió supuestamente con las muestras de cabello analizadas. Este anuncio sorprendió a miles de seguidores de Anna Anderson/Anastasia, quienes inmediatamente alegaron que las pruebas eran fraudulentas y se enfrascaron en una serie de ardientes discusiones en todo el mundo.
Julian Nott, un productor británico de televisión logró registros visuales de todo lo que estaba sucediendo durante el proceso: desde la batalla legal en Charlottesville, Virginia, para obtener acceso a la muestra «putativa», hasta el análisis realizado por el Dr. Peter Gill en Londres. También el 5 de octubre de 1994, y pese a los resultados de ADN que vinculaban a Anna/Anastasia con un familiar de la campesina polaca, Nott transmitió su documental, e hizo patentes las dudas que permanecían.
El Dr. Peter Vanesis, antropólogo y profesor de Medicina Forense de la Universidad de Glasgow había sido contratado por los productores para llevar a cabo, una vez más, un análisis comparativo entre las orejas de Anna Anderson y los de la histórica Gran Duquesa Anastasia Nicolaievna de Rusia. La divulgación de sus descubrimientos volvió a sorprender al mundo. El Dr. Vanesis, que también era un consultor frecuente de la policía, basó su análisis en un estudio cuidadoso de las fotos de la cara y las orejas de las dos mujeres, llegando a la conclusión de que probablemente eran una y la misma persona. Eso era exactamente lo que el Dr. Otto Reche, y el Dr Furtmayr habían declarado muchos años antes, en Alemania.
Al día de hoy, los creyentes en la autenticidad de Anna Anderson/Anastasia buscan su reivindicación y tienen opiniones fuertes sobre los múltiples hechos ocultos y oscuros en toda esta saga. Sobre la base de sus propias experiencias, los que conocieron a la demandante personalmente, y los que han estudiado su caso a profundidad, se niegan a aceptar que era una impostora o un mujer demente con grandes habilidades de actuación, capaz de mantener su farsa durante más de sesenta años. Consideran que es absurdo que ella engañara a una amplia gama de personas; desde los médicos y personas ilustres como el Embajador Herluf Zahle de Dinamarca y el duque Jorge de Leuchtenberg, o a los amigos de la infancia como Gleb y Tatiana Botkin, así como a miembros muy cercanos de la familia como el príncipe Segismundo de Prusia, el Gran Duque Andrei Vladimirovich de Rusia, la Princesa Heredera Cecilia de Prusia o la Princesa Xenia Georgievna de Rusia.
¿No resulta sumamente sospechoso que el resultado del análisis de ADN realizado a una muestra (putativa) de Anna Anderson/Anastasia, no sólo resultara ser diferente al de la familia de la Zarina Alexandra Feodorovna, sino que coincidió con el de una campesina polaca (en realidad original de la antigua Pomerania, en Alemania), con quien se había pretendido asociar desde 1926, en una operación orquestada por el Gran Duque de Hesse y del Rin?
A Anna Anderson/Anastasia Nicolaievna se le podría haber negado uno de los más fundamentales derechos humanos, el derecho a vivir y morir con su verdadero nombre. En sus últimos años de vida, en Charlottesville, Virginia, Estados Unidos, cansada de todos los juicios, especulaciones intrigas y decepciones simplemente dijo: “Yo no necesito que una Corte me diga quién soy yo, yo sé quién realmente soy”.
La Iglesia Ortodoxa Rusa se manifiesta
Con respecto a los otros esqueletos y cráneos sacados de aquella fosa común también hubo discrepancias. Fueron tantas que ameritaron la intervención de la Iglesia Ortodoxa dentro de Rusia y de una organización llamada RECA (Russian Expert Commission Abroad), para que los restos fueran analizados con profesionalismo y honestidad. La iglesia ortodoxa cuestiona todo el asunto. Critica la supuesta aparición de los huesos y los métodos empleados para desenterrarlos e identificarlos. Ponen en duda la transparencia con que se han llevado a cabo los análisis de laboratorio y denuncian otros hechos que en su criterio son “relevantes” para determinar que son los verdaderos restos de la Familia Imperial. Ellos crearon una especie de cuestionario con diez preguntas y alegan que hasta que esos diez puntos no estén debidamente claros ellos no van a aceptar la decisión de la comisión gubernamental.
Uno de esos puntos tiene que ver con la cicatriz que Nicolás II tenía muy visible en el lado derecho de su frente causada durante un atentado que sufrió con un sable, y que no aparece en el supuesto cráneo del Zar, como indican los partes de los médicos que lo atendieron el 11 de mayo de 1891, cuando sufrió el ataque por parte de un soldado de su escolta, durante una visita al Japón, siendo Zarévich.
En 1992 el gobierno británico se involucró en la identificación de esos huesos. Participó el Dr. Pavel Ivanov, de Rusia, pero se destacó el Dr. Peter Gill, británico, quien realizó las pruebas de ADN, que se extendieron hasta 1994. El mismo Dr. Gill, como se mencionó anteriormente, fue quien anunció los resultados a la prensa en octubre de ese año. Otros científicos también participaron, entre ellos el Dr. Tatsuo Nagai, a solicitud de la iglesia Ortodoxa que estaba preocupada por la calidad, la veracidad y transparencia de los análisis. El doctor Nagai realizó las pruebas de ADN específicamente para identificar los restos de Nicolás II. Tras varios análisis comparativos con el ADN de otros miembros de la familia, el Dr. Nagai dijo en su momento y mantiene su posición todavía de que esos no son los restos de Nicolás II.
Tras continuar los debates durante cuatro años más, (hasta 1998), finalmente el gobierno exigió a la Comisión Investigadora que brindara un informe final. El señor Nemtsov, jefe de la Comisión Gubernamental Investigadora presionó a la iglesia ortodoxa para que esos huesos fueran enterrados lo antes posible, con todos los honores, como si fueran los de la Familia Imperial.
En febrero de ese año, la Comisión Gubernamental, mediante un informe de 1.500 páginas afirmaba que tras 5 años de investigaciones y pruebas genéticas, decían estar seguros de que sí eran los restos de Nicolás II y su familia, junto con los de sus sirvientes. Aquella controversia entre la iglesia y el gobierno se transformó en un conflicto abierto, hecho bastante inusual, entre la Iglesia Ortodoxa Rusa y el régimen de Boris Yeltsin, cuyas relaciones habían sido hasta ese momento muy cordiales.
Las enormes dudas que persistían sobre si las osamentas que iban a ser enterradas en la catedral de la fortaleza de Pedro y Pablo, eran realmente las del último zar y su familia, no podían pasarse por alto. El Zar Nicolas II era el Jefe de la Iglesia Ortodoxa. Sí es cierto que él abdicó como gobernante del su pueblo, nunca renunció a su cargo como Jefe de la Iglesia Ortodoxa Rusa.
A raíz del desacuerdo la iglesia Ortodoxa Rusa se disoció de la ceremonia; los dirigentes políticos fueron cancelando uno tras otro su participación, y los monárquicos acusaban todo el montaje de blasfemia. En un mensaje dirigido por televisión a todo el país, el martes anterior a la ceremonia, el Patriarca de todas las Rusias, Alexis II, tan solemne como inhabitual, reprochó al gobierno haber investigado «sin transparencia» y haber ignorado «opiniones científicas de peso».
La Iglesia Ortodoxa estimó que había demasiadas lagunas y otras tantas zonas oscuras en la investigación que para su criterio eran muy importantes como para simplemente pasarlas por alto y que ellos no se podían arriesgar a equivocarse de huesos, y permitir que el pueblo de Rusia fuese a rezar frente a las reliquias equivocadas. Por otra parte, en ese momento todavía los supuestos restos del Zarévich Alexis y su hermana María no habían sido “milagrosamente” encontrados, como ocurrió años después.
Finalmente, el Patriarca Alexis II no asistió; sólo envío curas rasos a la ceremonia de San Petersburgo, prohibiéndoles mencionar el nombre de los difuntos. El mismo dirigió ese viernes 17 un oficio religioso paralelo en Serguiev Possad, al norte de Moscú, al que asistieron algunos descendientes de la familia Romanov; no todos, pues en lo que respecta a este asunto, ellos también están divididos.
Un Funeral de Estado muy particular
Finalmente, después de tanta espera, el Gobierno ruso puso fecha para el que sería un evento histórico. Aquella ceremonia que se esperaba que fuera una reconciliación con el pasado, más bien había abierto heridas, desempolvado archivos, refrescado memorias, despertado viejas rencillas familiares, y resucitado los rumores de fraude, que ni los cánticos ortodoxos, ni los cañones de la Guardia de Honor de San Petersburgo pudieron silenciar. Todavía unos días antes de la tan esperada ceremonia, el gobierno se sentía aterrorizado, ante la negativa de los jerarcas de la Iglesia Ortodoxa Rusa de presidir el cortejo.
El Funeral de Estado tuvo lugar el 17 de julio de 1998 en la Catedral de Pedro y Pablo en San Petersburgo, el edificio más antiguo de San Petersburgo. Ahí, en la cripta donde reposan los restos de los grandes Zares de Rusia, el ambiente no podía ser más fúnebre. El presidente Boris Yeltsin llegó sin llamar mucho la atención y se deslizó dentro y fuera de la catedral por una puerta lateral, para evitar que una multitud de ciudadanos y medios de la prensa local e internacional pudieran rodearlo y hacerle una serie de preguntas, que han quedado sin respuestas desde que se iniciaron las investigaciones. Él estuvo involucrado en el caso desde mucho antes, cuando era jefe del Partido Comunista en Ekaterimburgo, llamada entonces Sverdlovsk, en 1977. Fue Yeltsin quien obedeciendo las órdenes del Politburó, mandó a destruir la mansión Ipatiev donde fueron mantenidos prisioneros los Romanov desde abril de 1918; y de donde desaparecieron durante la noche del 16-17 de julio de 1918. Con eso su gobierno pretendía evitar que la casa se convirtiera en un santuario monárquico.
El sacerdote ortodoxo que realizó el servicio religioso llamado Boris Glebov, fue escuchado decir unos días antes del funeral: “La verdad es que no sé a quién estoy enterrando”.
En aquella iglesia tan majestuosa como antigua, todo un orgullo de Rusia, Yeltsin pronunció un discurso poderoso y sombrío, expresando la vergüenza de su país por el asesinato del Zar y toda su familia y tratando de que esa celebración, que coincidía con el 80 aniversario de la supuesta ejecución de Nicolás II, sirviera de una vez para acallar los rumores y desacuerdos que en torno a tan importante hecho histórico habían circulado a lo largo de esos años. Así, dentro de aquella fortaleza, que a su vez está dentro de una isla, se pretendía que quedara sepultado para siempre uno de los capítulos más oscuros de la historia de Rusia. Pero no lograron. Diecisiete años después el debate, las dudas y el misterio en torno a esos huesos continúan.
Sobre esos supuestos restos del zar, su esposa y sus tres hijos, hallados en esa fosa común en un bosque cerca de la ciudad de Ekaterimburgo, la actual pretendiente al Trono de Rusia, quien se autoproclama jefe de la Casa Imperial, también mantiene serias dudas sobre su autenticidad, y dijo en aquella oportunidad: «No se puede imponer nada al pueblo ruso. Hay que crear una comisión de expertos que disipe la más mínima duda. No puedo ir contra la Iglesia, que es la institución que más respeto». Ella también denunció la manipulación de los huesos y el hecho de que los “supuestos” restos del Zarévich Alexei y la Gran Duquesa María se hallaran en agosto del 2007, poco antes del aniversario 90 del asesinato. «Son casualidades muy sospechosas. Nosotros no participamos en shows. Por esa razón no acudí al entierro en 1998”. En junio de 2010 un representante de su casa real, Alexander Zakatov, expresó: “La Jefe de la Casa Real de Rusia tiene el derecho de saber quién está enterrado al lado de sus ancestros en la necrópolis de la Casa Romanov”.
El 9 de agosto de 2013 la agencia de noticias Interfax informó que la Iglesia Ortodoxa Rusa todavía no reconocía los restos enterrados en la Catedral de Pedro y Pablo como los de Nicolás II y los miembros de su familia, pues seguían alegando que no están convencidos de la autenticidad de la prueba que le fue presentada.
En febrero de 2015 resucita la controversia en torno a los misteriosos restos. La Iglesia Ortodoxa continúa negándose a aceptar que son los de Nicolás II y varios miembros de su Familia. Ahora están pidiendo al Gobierno de Vladimir Putin que exhume esas osamentas y se vuelvan a realizar pruebas de ADN u otras utilizando tecnología más avanzada. A esta petitoria se une el Jefe del Archivo Estatal de Moscú, quien además solicita que se integre una nueva Comisión Investigadora, y que se reciban, discutan y analicen cientos de documentos encontrados en numerosos archivos alrededor del mundo que contienen información sobre “otro posible fin o suerte” que corrió la Familia Imperial, muy distinta de lo que cuenta la “versión oficial” de la historia.
Se exhuman los supuestos restos del Zar Nicolás II y la Zarina Alejandra
El 23 de setiembre de 2015 fueron exhumados los supuestos huesos de Nicolás II y su esposa la Zarina Alejandra Feodorovna. Dichos restos serán analizados inmediatamente. “Hemos contactado con especialistas en genética de renombre mundial. Utilizaremos la tecnología y los equipos más modernos para garantizar el resultado más objetivo posible”, dijo Vladímir Markin, portavoz del Comité de Instrucción de Rusia, a medios locales.
La nueva comisión creada en julio del presente año espera obtener resultados “en un plazo muy breve de tiempo”, aunque los análisis podrían complicarse debido a que entre las muestras a analizar para obtener ADN se encuentran unas prendas de ropa que llevaba puesto el abuelo de Nicolás II, el emperador Alejandro II, cuando fue asesinado en 1881 en un atentado con bomba.
La fecha prevista para el entierro en San Petersburgo de los supuestos restos del heredero zarevich Alexéi y de su hermana, la Gran Duquesa María Nicolaievna, ha sido marcada para el mes de octubre. Los 44 fragmentos de hueso fueron encontrados en 2007 cerca de Ekaterimburgo, en los Urales. El entierro de esas osamentas ha sido motivo de gran discordia y fue precisamente lo que precipitó la reapertura ayer del caso que se había decretado cerrado desde 2011.
Miembros de la familia Romanov también dudan de la autenticidad de esos restos.
Otros hechos a considerar
Volviendo un poco atrás en el tiempo, queremos sacar a la luz este otro hecho nunca antes mencionado. El 15 de noviembre de 1993, descendientes de la Gran Duquesa María Nicolaievna (que también sobrevivió), enviaron a la Comisión Investigadora en Rusia, a través de la Embajada Rusa en Madrid, tres sobres grandes con documentos que demostraban que esos huesos hallados en Ekaterimburgo no podían ser jamás los restos de la Familia Imperial. Dentro de los sobres se hallaban siete carpetas. Todo fue entregado en su propia mano al Embajador, Igor Sergeyevich Ivanov (1945). En 1991 Ivanov se convirtió en Embajador en Madrid y precisamente poco después de esa reunión, en noviembre de 1993, el Embajador fue transferido a Moscú para ocupar un puesto en el gobierno. En setiembre de 1998 fue nombrado Ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, hasta el 2004. Actualmente ocupa un alto cargo a nivel internacional.
En las siete carpetas antes mencionadas se incluían evidencias de la verdadera suerte que habían corrido los Romanov; cómo habían logrado escapar de Rusia, quién les había ayudado a mantenerse ocultos y cuáles nombres falsos habían usado para protegerse. Se anexaban fotos, declaraciones notariadas, testamentos y cartas de miembros de casas reales, de la nobleza y de la misma familia Romanov. El anterior Patriarca de Moscú, Alexis II (1929 –2008), recibió un juego de documentos igual al aquí mencionado, y estaba muy bien enterado de todo lo que realmente ocurrió, conjuntamente con altos jerarcas de la Iglesia Católica y de otras órdenes católicas y ortodoxas. Pocos días después, los descendientes de María Nikolaevna recibieron una carta acusando recibo de todos los documentos e informándoles que todo había sido enviado a Rusia, para conocimiento de la Comisión Investigadora.
Existen copias de todos esos documentos enviados a Rusia, guardadas en archivos especiales. Poco después ellos mismos se pusieron en contacto con los científicos británicos y rusos que estaban trabajando en los análisis de ADN y ofrecieron muestras de sangre y cabellos para determinar el ADN. Existe documentación que apoya todo esto. Además, varios testigos relatan las conversaciones sostenidas entre el Dr. Pavel Ivanov y un descendiente de la Gran Duquesa María. ¿Por qué nunca salió a la luz nada de eso?
¿Saldrá la verdad a la luz algún día? Eso no lo sabemos. Lo que sí podemos asegurar es que el caso de Anastasia y el misterio que rodea la desaparición de los Romanov en 1918 todavía darán mucho qué hablar y qué escribir. Después de todo, como decía Winston Churchill: “Rusia es una adivinanza, envuelta en un misterio dentro de un enigma”, y los Romanov han dado vida a un enigma que posiblemente nos sobrevivirá a todos.