El gran Muhammad Ali, el indiscutible mejor boxeador de todos los tiempos, afirmó con su elocuente desenfado: La amistad no se aprende en la escuela. Pero si en la vida no aprendes su significado, realmente no has aprendido nada. Todo mi patrimonio son mis amigos, dijo la gran poetisa estadounidense Emily Dickinson.
Y yo me registro sin pudor en esa humilde frase y la hago mía para confesar que, dentro de ese inestimable y aventajado patrimonio, tengo varios diamantes de muchos quilates y varios colores: únicos, genuinos, transparentes. Hago honor a Heródoto, amados amigos, quien confesará: De todas las posesiones, la amistad es la más valiosa.
La historia de la literatura es muy rica y opulenta en novelas de amor y cuentos maravillosos para niños, no así en obras que retraten y recreen la amistad y la calidad de los vínculos motivados por ese noble, bondadoso, y cálido sentimiento.
Un mundo de prejuicios
Y no es difícil entender que así sea, pues en un mundo de prejuicios, oscuridades provenientes del pasado, toda relación que no sea claramente registrada entre dos hombres, o dos mujeres, o un hombre y una mujer, donde no esté claramente definido el rol último de cada uno en el vínculo que sostienen, simplemente está bajo sospecha.
Francesco Alberoni, autor de La amistad, dice que en el lenguaje corriente la palabra amistad tiene muchas acepciones. Se utiliza para señalar al socio, al conocido, a la persona simpática, al vecino, al colega, a todas las personas que están cerca de nosotros. Pero tanto en el pasado más recóndito como hoy en día, tiene otro significado: el de un amigo presente a quien queremos y nos quiere bien.
Este último tipo de amistad pertenece a una clase más restringida de relaciones interpersonales, las relaciones de amor. Por eso, uno de los estudiosos del tema, J. M. Reisman, la define de la siguiente manera: amigo es aquel a quien le agrada hacerle el bien a otro y desea hacérselo y considera que sus sentimientos son correspondidos.
Por eso, cuando pensamos en la verdadera amistad, viene instintivamente a nuestra mente un sentimiento transparente, sereno, hecho de amor y esperanza. Debido a eso, para diferenciar al final cuál de ellas era la verdadera amistad, Aristóteles estableció dos categorías: la que se funda en la utilidad y la otra, la verdadera, fundada en la virtud.
Cinco siglos antes de Cristo y en una tradición cultural tan distinta a la nuestra como la China –nos dice Alberoni–, Confucio enumeraba cinco tipos fundamentales de relaciones interpersonales: La relación entre el emperador y sus súbditos, entre padres e hijos, entre el hombre y la mujer, y entre el hermano mayor y el menor. Eran tipos de relaciones jerárquicas entre un superior y un inferior. Sin embargo, existía una quinta relación no jerárquica, la que se da entre pares, y esa es la amistad.
En alguno de los tantos momentos felices de su vida, Borges escribió en uno de sus poemas que la amistad es un arte, y yo agregaría que es también un sentimiento tejido con hilos de oro. Un espejo, donde cada ser humano se confirma en el otro, sin un interés distinto a la alegría que prodiga el intercambio de grandezas y sutilezas del alma.
Diferencias entre amistad y enamoramiento
Es imposible confundirla con el interés, el cálculo o el poder. Y es fácil distinguirla también de relaciones sociales superficiales, de signo utilitario o fundamentados en la actividad profesional.
Lo más difícil, a juicio de los especialistas, es distinguir esas grandezas y sutilezas del alma, que se expresan en la cotidianidad amistosa cuando esta se ha consolidado, de otras formas de amor como el enamoramiento, sentimiento del cual la amistad de diversas formas toma distancia. Según Alberoni:
El enamoramiento en el estado naciente es un fulgor, una revelación. El amor suele ser repentino. La amistad es, por el contrario, gradual. Por otro lado, no existen grados de enamoramiento. Si digo estoy enamorado, lo digo todo. La amistad posee varias formas y distintos grados. Va desde un mínimo a un máximo grado de perfección.
La amistad puede ser pequeña, apenas un impulso del ánimo, o bien grande, grandísima. El enamoramiento es perfecto desde el principio. La amistad en cambio tiende al máximo. Cuando hablamos de amistad tenemos siempre presente un ideal, una utopía.
El enamoramiento es una pasión. En alemán, pasión se dice leidenschaft, y leidens significa sufrimiento. Y es porque pasión conlleva sufrimiento. El enamoramiento es éxtasis, pero también tortura. La amistad tiene temor al sufrimiento y, cuando puede, lo evita. Los amigos se buscan para estar a gusto juntos. Los amigos procesan las diferencias y las transforman en fortalezas para la relación; los enamorados se alejan y sufren con las diferencias.
Los enamorados necesitan posesionarse uno del otro. Los amigos, encontrarse, descubrirse, revelarse, sin otra contraprestación que la solidaridad. El sentido de propiedad es vital en los enamorados. El sentido de respeto y distancia es lo que marca la relación de los amigos.
El enamorado puede estarlo unilateralmente y no por ello deja de estarlo. Los amigos necesitan retroalimentarse; si no, no hay posibilidad de amistad. El enamorado no correspondido es víctima del sufrimiento. En la amistad no hay espacio para el resentimiento.
Dos amigos deben tener imágenes recíprocas similares, no idénticas, porque si no, no habría qué descubrir; pero tampoco disonantes en exceso. El amor entre los enamorados es sublime, miserable y algunas veces estúpido, pero nunca justo. No se encuentra justicia en el amor sino en la amistad.
Cómo nace la amistad
La amistad, generalmente, no nace de la frecuencia del trato, ni del vecino, ni del compañero de trabajo, ni de gente que vemos y saludamos cotidianamente. Para que nazca tiene que haber un encuentro… que encienda una parte del alma de cada uno, que incite, que suscite atención especial a conocer al otro y ser correspondido.
Por eso, Alberoni dice que la amistad nace de una filigrana de encuentros. Cada encuentro es diferente, y nos ayuda a descubrir caminos, a abrir nuevas perspectivas. El encuentro es siempre imprevisto, es similar a la dicha que aparece cuando menos la esperamos. El encuentro en sí es un momento de felicidad, de gran intensidad vital.
No significa que la afinidad que sentimos por el otro provenga de lo mismo que él persiga en la vida, ni de que tenga nuestras mismas metas. El encuentro consiste en percibir que ese otro nos complementa y que nosotros lo complementamos.
En el encuentro –y a todos nos ha pasado–, dos personas logran ver la realidad bajo la misma óptica. Se trata de recorrer juntos un tramo del camino hacia la propia identidad, hacia lo que es más importante para cada uno. El encuentro, dice Alberoni en una bella sentencia: Es la sinergia de dos trayectorias vitales, dos destinos.
Las amenazas a la amistad
La amistad es un tejido de encuentros, y cada encuentro es una prueba; cada uno puede ser también una desilusión. Todo lo humano cambia, nada permanece igual, solo continúa existiendo si se nutre y renueva. La amistad, como todas las relaciones interpersonales, está sometida a crisis temporales.
Superar la crisis significa que el otro vuelva a entendernos, porque en las crisis también nosotros malentendemos, agredimos, y deseamos abandonar. La crisis nace de una desilusión y puede continuar en un duelo mortal. Solo puede resolverse en un encuentro. A este tipo de reunión entre amigos la concertamos en busca de una explicación.
Pero no se trata de una aclaración conceptual. En este caso significa tratar de comprender por qué se originó, qué fuerzas o elementos se pusieron en movimiento. Revisar juntos el pasado y remontarnos al momento anterior a la incomprensión y la caída. Superar una crisis significa siempre superar un modo de ser, una actitud negativa, una exageración propia. Significa siempre vencer uno mismo un tramo difícil de nuestro desarrollo personal que nos limita para ser.
La amistad para nosotros, latinoamericanos
Coincido plenamente con la valoración que de la amistad hace Francesco Alberoni en su luminoso ensayo, la cual debe ser compartida por todas las personas que valoran y han vivido y experimentan este sentimiento en el mundo, independientemente de la cultura a la que pertenezcan:
La amistad es una forma de amor. Se diferencia de las otras formas porque elige sus objetos con criterio moral y tiene frente a ellos un comportamiento moral. La amistad es la forma ética de eros. Para mí es un sentimiento del alma, una philia, un lazo de amor que no involucra pasión.
He aquí dos limitantes a esta selectiva forma de amor. La primera es que para la cultura latinoamericana la palabra amistad tiene unas connotaciones opuestas a la moral y ligada a la corrupción, al ventajismo, al tráfico de influencias, a los privilegios.
La amistad en nuestra idiosincrasia, herencia de la España patrimonialista, es un sentimiento depreciado, pues constituye a viva voz el medio más idóneo para pasar por alto a los demás, evitar procedimientos burocráticos y, en fin, saltarse las normas de obligatorio cumplimiento.
La calidad de este sentimiento se mide, en la América Hispánica, por la fortaleza que tenga el lazo sentimental para desbancar instituciones financieras, otorgar contratos sin licitación a empresas fantasmas y falsificar todo tipo de trámites a bajo costo. La amistad vista así es una habitual forma de mentirnos, y no precisamente un vínculo que exalta lo mejor de nuestras virtudes.
La amistad y las nuevas tecnologías
En segundo lugar, con la revolución tecnológica, la amistad, hoy, se percibe más degradada, puesto que, con el uso de las redes y los móviles, la tendencia conlleva a aniquilar todas las formas de comunión y los rituales. La amistad es un sentimiento que nace y madura, fundamentalmente, como ya dijimos, de encuentros y, de alguna manera, la sucesión de ellos se vuelve agradables rituales.
Hoy los encuentros han sido sustituidos por mensajes de texto muy breves e impersonales, selfis y grabaciones anodinas sin ningún calor humano. Cuando muere el contacto cara a cara, muere una parte del ser.
La amistad, más que cualquier otro sentimiento, necesita tratarse, descubrirse, sentirse, enfrentarse en una búsqueda mutua que requiere de tiempo, exploración y conocimiento, y que improvisado por la vía digital resulta imposible, pues pierde todo sentido humano y espiritual.
Nada de esto podía prever este brillante sociólogo italiano, Francesco Alberoni, cuando afirmaba cuatro décadas atrás:
También se equivocan quienes dicen que la amistad existía en la antigüedad y que desapareció en el mundo moderno. La amistad existía en la época de Confucio y existe hoy. Salvo que no creo que la impulsen las mismas motivaciones de hace quinientos años en China comunista, donde hoy, aparte de los grandes jerarcas del partido, el resto de la población empieza a competir y abrirse paso con los mismos valores y las prácticas humanas de las leyes del mercado.
No hay motivo alguno para pensar que desaparecerá en el futuro. Y yo le digo al maestro Alberoni que es posible que no desaparezca, pero no podrá definirse con las mismas propiedades inspiradas en la moral y en el amor al prójimo.
La amistad –dice– es un modelo ideal que solo pide que se lo respete. En la medida en que lo sigamos el mundo se llenará de amigos, y estos al vernos nos sonreirán.
Lamento en esta, la era de las imágenes, de los selfis, de la explotación de los sentidos, de los sentimientos y del cuerpo como una mercancía más, no poder acompañarlo, maestro, en su sano y saludable optimismo acerca del futuro del más noble de los sentimientos interpersonales.