¿Qué van a hacer los estudiantes que no tienen acceso a plataformas online, que no pueden hacer sus exámenes, que no pueden terminar sus temarios o que no pueden preparar la EBAU tal y como se esperaba?
Aitor Álvarez Bardón, UNIR – Universidad Internacional de La Rioja
Ante el imparable avance de la COVID-19 y su expansión a nivel mundial, una de las primeras medidas recaía directamente en las aulas. De un día para otro, los aproximadamente 10 millones de estudiantes que hay en España, según datos del Ministerio de Educación y Formación Profesional, se quedaban en casa.
Y junto a ese cerrojazo educativo surgían las primeras dudas, y algunos miedos también, sobre cómo dar respuesta a los alumnos y seguir apoyando su proceso de aprendizaje sin su presencia en las aulas.
Resurge el mundo online
En este punto, como respuesta ante el nuevo escenario que ha irrumpido en nuestras vidas, es cuando resurge el mundo online como modo alternativo a la educación presencial, ganando la credibilidad que durante muchos años se le ha negado al presentarlo como algo ajeno al ámbito educativo y cuyo uso se debía limitar a escasas actividades en línea. Casi nadie parecía concebirlo como algo que abre un sinfín de posibilidades para un desarrollo pleno del proceso educativo de los estudiantes.
Obligados por las circunstancias, los docentes empezaron a lanzar las primeras clases online, contando únicamente con su creatividad y su querer hacer las cosas bien, a pesar de que muchos nunca habían experimentado la docencia en un entorno fuera del presencial. Y así, de manera paulatina, se han ido sumando otro tipo de actividades de carácter extraescolar, de entretenimiento o de juego, con fines educativos o no, que pretenden aportar su granito de arena en este duro proceso por el que estamos pasando.
Ante el cambio de paradigma, nuevas desigualdades
Una vez que todo está en marcha, empiezan a surgir nuevas dudas razonables donde lo académico pasa a un segundo plano y comienza a adquirir importancia la valoración de las desigualdades que esta nueva realidad podría estar provocando.
Encontramos que cada colegio, instituto, universidad y Comunidad Autónoma establece su propio plan de actuación, diferentes entre ellos, y que limitan su proceso de adaptación. Los más avezados consiguen adaptarse a la nueva realidad y mantener, aunque sea de una manera distinta a la habitual, un ritmo “normalizado” de clases, tareas y exámenes, mientras otros, más anclados a estructuras presenciales, quedan atrás.
En este caso, se establece una primera desigualdad que no permite que en todo el país se avance de la misma manera ni al mismo ritmo, dando lugar a un importante malestar social, especialmente dentro del ámbito educativo. ¿Qué van a hacer los estudiantes que no tienen acceso a plataformas on-line, que no pueden hacer sus exámenes, que no pueden terminar sus temarios o que no pueden preparar la EBAU tal y como se esperaba?
No todos los estudiantes tienen acceso a internet
Ante estas cuestiones que estudiantes, familias y docentes se plantean, se suman otras reflexiones que levantan un muro difícil de derribar y que nos hacen pensar en las características individuales de los alumnos y sus familias.
En primer lugar, y a pesar de que en España, según los datos del Instituto Nacional de Estadística, el 91,4 % de hogares españoles tienen acceso a internet, a muchos alumnos, especialmente a aquellos en condiciones más desfavorecidas, se les priva de poder continuar con el aprendizaje curricular.
Pero también hay que sumar otros problemas a nivel tecnológico, pues no todos los hogares cuentan con ordenadores adecuados o suficientes (muchos tienen un solo ordenador para toda la familia, incluso ninguno), ni con impresoras o escáneres para poder realizar adecuadamente todas las tareas que se pueden exigir. Esta situación se agrava más aún en los hogares donde no hay una formación o experiencia previa en la utilización de estas herramientas.
También hay que tener en cuenta que, por su parte, los docentes se han tenido que poner al día, en tiempo récord, en el manejo de herramientas online, elaboración de recursos, así como para mantener el ritmo de aprendizaje de los alumnos adaptando el material de los contenidos programados para este curso educativo.
La brecha tecnológica se ha hecho más evidente que nunca. Todo esto ha generado una saturación en las familias y en los estudiantes de los niveles educativos más altos, que requieren un nivel de autonomía mayor y una mejor planificación.
En segundo lugar, preocupa el ambiente familiar en el que algunos estudiantes se encuentran actualmente, caracterizado por numerosas carencias y realidades como la violencia, la enfermedad o la falta de una estructura social que les apoye, y que les sitúa en entornos difíciles que no permiten dar respuesta a lo realmente importante, su bienestar.
Aún así, podemos encontrar una oportunidad para fomentar entre los alumnos la tan deseada y necesaria competencia de aprender a aprender, de ser autónomos en sus tareas y, en definitiva, de ser responsables de su propio proceso de aprendizaje. Una educación entendida desde la figura del docente con una labor de acompañamiento y desde una visión que coloca al alumno en el centro debería facilitar este proceso.
Y después del virus, ¿qué?
Nos enfrentamos a partir de ahora a un cambio social y educativo mucho más profundo de lo que posiblemente podíamos llegar a imaginar. Tenemos la oportunidad de generar nuevas respuestas a estas nuevas necesidades, y no solo de hacerlo, sino de hacerlo bien.
Todo parece indicar que el mundo online seguirá adquiriendo el protagonismo que merece, entendiéndolo como un entorno que convive con la presencialidad educativa, especialmente en el ámbito universitario, y que lejos de lo esperado nos permite interactuar y socializar más de lo que se creía, que nos permite emocionarnos con lo que hacemos y sentirnos parte de un todo, mucho más grande de lo que pensábamos.
Pero debemos tener presente que la educación online no consiste simplemente en adaptar de forma improvisada el contenido educativo a plataformas online para que los alumnos puedan enviar sus tareas y exámenes, dar clases virtualmente o establecer una vía de comunicación.
La docencia online requiere de un conjunto de recursos para asegurar que el estudiante esté acompañado en todo su proceso de aprendizaje, que se cuenta con los apoyos adecuados y con la experiencia y preparación necesarias para ofrecer recursos de calidad, trabajo en equipo entre docentes y estudiantes y, cómo no, un sólido modelo educativo y pedagógico.
Aitor Álvarez Bardón, Director del área de Psicología de la Educación. Facultad de Educación, UNIR – Universidad Internacional de La Rioja
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.