Por YASMINA JIMÉNEZ / Fotografía: HUGO PALOTTO y EMBRATUR
Cuando Francisco de Orellana emprendió en 1542 la expedición por el Amazonas, probablemente ni se le pasó por la cabeza encontrar todo lo que halló. El río esconde rarezas impensables para cualquier viajero como islas gigantes deshabitadas, indígenas ataviados con floridos tocados de plumas o delfines rosados viviendo en sus corrientes achocolatadas, entre otras maravillas que siguen alimentando el misterio que envuelve al rey de los ríos del planeta. Incluso, existe un lugar, en el estado de Pará (Brasil), que recuerda a un Caribe de aguas dulces donde las historias de ladrones se mezclan con las leyendas de la selva a ritmo de carimbó, una danza de origen indígena con influencias de la música africana.
Se trata de Alter do Chão, una pequeña localidad de pescadores en la que el río Tapajós, el afluente del Amazonas con las aguas más claras, forma durante la temporada de sequía un conjunto de playas de arena fina y blanca en medio de un paraje natural constituido en su mayor parte por bosque tropical. Se trata de un paraíso temporal y llegar en la época equivocada del año implica perdérselo: es a partir de septiembre y hasta finales de enero cuando las aguas están lo suficientemente bajas para permitir la formación de islas y orillas en las que tirarse a tomar el sol.
Cuando el visitante entra en el pueblo, no existe nada que le haga pensar que no se encuentra en una localidad de la costa marítima. Alter do Chão huele a atardeceres en la orilla del río, a pescadores afanadados, a paseos tranquilos, a terrazas nocturnas, a arena en los pies y a horas de sol. Huele a vacaciones en el mar y a historias de piratas, solo que el mar resulta ser un río y los piratas, ladrones sin barco. Remontándonos al principio, esa zona estaba poblada por tribus indígenas cuya cultura aún impregna a Alter. Después, a principios del siglo XVII, la aldea fue fundada con su nombre actual por el portugués Pedro Teixera en una de las paradas que hizo durante el primer ascenso del Amazonas realizado por europeos (Orellana fue el primero en descenderlo casi 100 años antes desde Ecuador hasta su desembocadura en el Atlántico). Durante ese siglo y el siguiente, llegaron misiones religiosas para evangelizar y de eso quedó, además de mucho cristiano, una celebración, el Sairé, que mezcla con éxito la parte religiosa con la pagana y consigue llenar el pueblo de curiosos cada mes de septiembre a golpe de colores y la danza local: el carimbó.
Piratas y contrabando
Pero fue mucho tiempo después, durante la época dorada de la explotación del caucho, cuando apareció un pirata, el inglés Henry Wickham, que no necesitó abordar ningún navío para encontrar un tesoro. En 1876, Wickham encontró en estas tierras la forma de sacar de contrabando 70.000 semillas del árbol del caucho para sembrarlo en Asia, arruinando así a principios del siglo XX la economía de la Amazonia, basada en esta masa elástica que para países como Brasil suponía un 40% de sus exportaciones. Sin embargo, también contribuyó en cierta manera a debilitar el sistema esclavista impuesto a muchos indígenas, negros y mestizos para explotar el caucho en unas condiciones que hasta el día de hoy constituye la parte más oscura de toda la historia de la Amazonia.
Debilitado ese mercado, Alter do Chão comenzó a explotar sus atractivos turísticos, concentrados en esa reserva ecológica de selva y playa que ofrece al visitante excursiones a lugares con nombres de promesas cumplidas como Lagoa Verde, Floresta Encantada o Ponta das Pedras. El paseo a la Floresta Encantada, un bosque medio sumergido en una parte del río, se realiza en canoa; y la embelesadora visión que proporciona el trayecto silencioso entre las nítidas aguas que permiten ver los árboles bajo su superficie y los que ya la atravesaron adornados con lianas es absolutamente estremecedora.
Sólo los atardeceres en Ponta de Cururú consiguen rebajar las emociones de la floresta ante el sol escondiéndose tras un Tapajós de 20 kilómetros de anchura. La magia está en este pequeño pueblo de pescadores, pero el viajero que se acerque a esta región debería empezar su recorrido en la ciudad de Santarém, donde el río más caudaloso del mundo se encuentra con el Tapajós, encargado de alimentar la gran reserva ecológica de Alter do Chão.
La fuerza de la corriente del gigante parece como si quisiera frenar la intrusión del tributario impidiendo que sus aguas se mezclen, lucha que a los ojos del espectador se manifiesta en una línea divisoria tan clara como la cuerda tensa de un ring a punto de ceder a las embestidas de los dos púgiles.
Los visitantes pueden llegar hasta Santarém por tierra, en avión para aligerar kilómetros de carretera o desembarcar en el puerto procedente de Manaos o Belém. Las travesías de dos días por el Amazonas ofrecen el encanto de dejarse llevar por la falsa serenidad del río desde una hamaca en cubierta. Unos 35 kilómetros separan Santarém del Caribe de aguas dulces y el embrujo de sus bosques.