Karl Krispin /Estilo Online
Merece la pena recordar que muchas de las grandes conquistas de la humanidad, inventos, descubrimientos o avances se han logrado a través del azar. Ese viaje misterioso y fascinante hacia lo no previsto que conduce a lo incógnito y lo revela a todas luces. En 1799, un venturoso aristócrata alemán que recién había heredado a su madre[1], se iniciaba en un viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente.
Su bitácora era precisa y prestablecida y sus cartas de viajero indicaban la ciudad de La Habana como destino y de allí a Veracruz, al Virreinato de la Nueva España. Las reformas administrativas adelantadas por nuestro bienamado[2] rey don Carlos III y su ministro José de Gálvez, tocaron no solo lo relativo a las divisiones administrativas y creación de virreinatos y capitanías, sino que impusieron también un orden más práctico que propició novedades en cuanto al comercio y a la navegación en los territorios de la corona española.
En ese sentido, un navío-correo mensual se había destinado a la comunicación entre España y Venezuela, que después de tocar tierra firme seguía a Cuba. El barón prusiano Alexander von Humboldt y su asistente el francés Aimé Bonpland habían zarpado desde La Coruña a bordo de El Pizarro, que se detuvo en las islas Canarias. Humboldt quería escalar el Teide en la isla de Tenerife[3]. Entre el 19 y el 25 de junio de 1799, ascendieron al cráter del pico del Teide y realizaron experimentos para el análisis del aire. En el Diario Humboldt anotó que pasaron «seis días en Tenerife, Santa Cruz, La Laguna, La Orotava y en el pico del Teide».
Cerca de las costas de Venezuela, la muerte de un pasajero a bordo, víctima del vómito negro de la fiebre amarilla, no les permitió a los viajeros continuar hasta el puerto de La Habana. Desembarcaron en la primogénita Cumaná y pisaron el continente americano por vez primera. Habían querido desembarcar en la isla de Margarita, pero dieron con la deshabitada isla de Coche en la que el timonel guaiquerí Carlos del Pino se ofreció para guiar a la fragata hasta Cumaná. Del Pino le causó una muy buena impresión a Humboldt y terminó acompañando a los exploradores en su viaje de 16 meses por Venezuela[4].
En Cumaná los viajeros fueron recibidos por el guipuzcoano Vicente Emparan, gobernador de la Nueva Andalucía, quien les procura atenciones y hasta les adelanta dinero para la expedición. Humboldt no había podido hacer valer sus pagarés por el torcimiento de la ruta.
El barón prusiano queda maravillado con el cielo oriental[5] y lo deja constar en sus notas que jamás abandonará. El color del cielo será una de sus devociones e incluso llegará a disponer con hábito del curioso aparato para medir su intensidad que el geólogo y alpinista suizo Horace-Bénédict de Saussure (1740-1799) inventó como “cianómetro”.
La naturaleza le sirvió como material de lectura del cosmos. Una de las grandes conclusiones a la que llegó fue que la naturaleza mantiene un inmenso proceso de comunicación en permanente conectividad, lo que lo hacía pensar en un organismo vivo totalizado.
El ímpetu de la naturaleza es la expresión de una fuerza universal en unión con una parentela compartida y un origen común[6]. Humboldt a lo largo de su vida realizó más de 300 publicaciones científicas y clasificó unas 60.000 especies. Llevó la relación absoluta de cuanto recogió y examinó. Con sus Naturgemälde, Dibujos de la naturaleza, pinceló igualmente su concepción de la formación de la tierra. Se puede comprobar en el dibujo transversal que realiza del Chimborazo[7], que escaló igual que el Pichincha, el Cotopaxi, el Vesubio o la Silla de Caracas.
Esta concepción holística, de observación y encuentro con la familia de la humanidad, es lo que hace que a Humboldt lo hiera y le repugne la trata de esclavos que atestigua en Cumaná, en la que a los negros se les revisa la dentadura y se les unta de aceite de coco para hacerles ver más reluciente la piel y favorecer su venta[8].
No en balde, Andrea Wulf ha señalado, respecto a la defensa de la libertad por parte del prusiano:
«La naturaleza era la maestra de Humboldt. Y la mayor lección que le había enseñado era la de la libertad. ´La naturaleza es el terreno de la libertad´, decía, porque su equilibrio estaba basado en la diversidad, que también podía servir de modelo para la verdad política y moral. Todo, desde el musgo o el insecto más humilde hasta los elefantes o los robles gigantescos, tenía su función, y juntos formaban la totalidad. La humanidad no era más que una pequeña parte. La propia naturaleza era una república de la libertad.[9]”
Humboldt recorre la zona, viaja por el oriente venezolano, llega hasta Araya[10], Manicuare, Cariaco, Cumanacoa, Caripe y se adentra en la cueva del Guácharo, que hoy lleva el nombre Alexander von Humboldt. Va midiendo todo, temperatura, altitud, latitud. Con la altitud emplea el término de las toesas que equivalen a 1,94 m o a 2,09 m, según sean las del Perú o las prusianas.
Bild: Peter H. Raven Library/Missouri Botanical Garden (CC BY-NC-SA 4.0)
Abdel Lancini señaló que la medida de la toesa de Humboldt era la del Perú y, curiosamente, no la prusiana[11]. En la cueva, el naturalista logró avanzar unos 472 metros por prevención de sus acompañantes chaimas que le advirtieron que un hombre debía temer los lugares no iluminados por los astros[12]. Inauguró, sin embargo, según Lancini, la espeleología en Venezuela[13].
Humboldt se dirige a Caracas, en donde permanecerá dos meses. Fue recibido por lo mejor de la sociedad colonial, entre quienes destacan el capital general don Manuel Guevara Vasconcelos. Se aloja en la parte norte de la ciudad, en una casa que luego sería destruida por el tenebroso terremoto de 1812[14]. Humboldt hace grandes amigos con quienes continuará carteándose a lo largo de la vida. El visitante, que ya ha cumplido 30 años de edad, es tomado como un visitante ilustre y agasajado por doquier. Los caraqueños cultos le hablan en francés, pero Alexander insiste en conversar en castellano, lengua que dominaba con cierta destreza[15].
Caracas le parece una ciudad agradable donde las costumbres se mantienen, pero “las luces no han hecho grandes progresos”[16] y en la que hay una mayor claridad sobre las relaciones políticas entre la Metrópoli y las colonias, además su civilización tiene una “fisonomía más europea”[17]. Con ello, reconoce en varias familias de la ciudad un “gusto por la instrucción, conocimiento de las obras maestras de la literatura francesa e italiana, una decidida predilección por la música, que se cultiva con éxito y sirve -como siempre hace el cultivo de las bellas artes- para aproximar a las diferentes clases de la sociedad[18]”.
Humboldt no conocerá a Simón Bolívar en ese viaje, sino cinco años más tarde en París y ambos escalarán el Vesubio. Humboldt y Bolívar compartieron muchas discusiones y misivas sobre el destino de América. En Mi delirio sobre el Chimborazo Bolívar evoca a Humboldt como figura protagónica del encuentro con esa naturaleza majestuosa de la América del Sur en la que se apoyará para la creación de ese nuevo mundo político republicano que trazará entre la batalla y la pluma.
El romanticismo político de Bolívar encuentra en la admiración por el mundo de la naturaleza la síntesis perfecta para conjugar el impulso y la grandeza de la geografía americana con el proyecto mayúsculo de la Independencia que miraría con ese mismo arrojo el porvenir.
Gráfica de Caracas como quizás la vio Humboldt
En Caracas, Humboldt asciende a La Silla. Era la primera vez que a alguien se le ocurría hacerlo y la caminata de Bonpland y él les tomó 15 horas. Humboldt no menciona que Andrés Bello, a quien sí conoció en Caracas, subiera con ellos a la cima, aunque el gramático hizo otras excursiones con él en el valle de Caracas. Muchos caraqueños, entre ellos Bello, se habían entusiasmado con la escalada, pero llegado el momento no confirmaron su entusiasmo.
Una de las cosas a que se refiere el barón de Humboldt en su visita a Caracas es a un teatro que tenía la ciudad que podía albergar a más de dos mil espectadores con una rara curiosidad: tener el patio interior descubierto lo que permitía a sus asistentes ver simultáneamente a los actores y a las estrellas[19]. Así como le sorprende que en la ciudad no circulen periódicos ni exista una imprenta para ello que no llegaría sino hasta 1806.
El viaje del Humboldt y Bonpland
Humboldt y Bonpland parten de Caracas el 7 de febrero de 1799. Se dirigen hacia La Victoria, de allí bajan a Calabozo, San Fernando de Apure hasta San Fernando de Atabapo, al Alto Orinoco, San Carlos de Río Negro y la cuenca del Casiquiare. Desde el punto de vista científico este es el momento estelar del viaje de Humboldt a Venezuela por cuanto llega a demostrar que el río Orinoco y el río Amazonas están unidos a través del Río Negro[20].
Un año antes de esto, en 1798, el geógrafo francés Phillipe Buache había publicado un mapa donde había omitido el canal que suponía el Río Negro, señalando que: “La supuesta conexión entre el Orinoco y el Amazonas es un error monstruoso en geografía. Para rectificar las ideas involucradas en este punto, solo es necesario observar la dirección de la gran cadena de montañas que separan el agua.”[21]
Humboldt observa la roca del Culimacari desde donde se da la unión del Casiquiare con el Río Negro que se conecta como afluente del Amazonas. “Del fuerte de San Carlos hemos regresado a la Guayana por el Casiquiare, potente brazo del Orinoco, que establece la comunicación de este último con el Río Negro”, escribe Humboldt[22]. A Humboldt le tocó atestiguar ese aserto geográfico que ya se conocía en el mundo científico. Anteriormente, el padre Filippo Salvatore Gilij lo había señalado e incluso lo había incorporado a un mapa que acompaña su obra Ensayo de Historia Americana, o sea Historia Natural, Civil y Sacra de los Reinos y de las Provincias Españolas de Tierra Firme en la América Meridional[23].
En ese viaje no cesa la recolección de plantas y Humboldt apunta que Bonpland ha secado para entonces más de seis mil plantas.[24] En cuanto a las plantas y especies, los naturalistas juntaron tres colecciones separadas. La primera de ellas fue enviada a Francia y a España, la segunda se dividió entre Inglaterra y los Estados Unidos, mientras que la tercera era la colección personal que siempre mantuvo Humboldt consigo con un herbario de seis mil muestras equinocciales, del mismo modo como insectos, semillas, conchas y otros elementos geológicos[25].
Humboldt habría querido continuar hacia el sur, llegar hasta el mismo Amazonas y alcanzar la costa atlántica brasileña pero las autoridades portuguesas al haberse enterado de la exploración emitieron una orden de arresto contra el prusiano, a quien consideraban un espía políticamente indeseable[26]. Terminada su misión al Orinoco, le escribirá una larga carta en español al capitán general Manuel Guevara Vasconcelos el 23 de diciembre de 1800 donde le hace la relación de todo el viaje desde que partió de Caracas hasta el Alto Orinoco y en la que le adelanta que las fuentes del río estarían en la nación de los Guaicas, buenos arqueros que impiden la llegada de los españoles[27].
El viaje estuvo lleno de dificultades, insectos, penurias y enfermedades. Los viajeros regresaron a Angostura, la actual Ciudad Bolívar, donde permanecieron un mes recuperándose del trayecto. De allí siguieron hasta Nueva Barcelona y Cumaná, ciudad en la que habían desembarcado para su aventura venezolana y en la que tomaron un barco el 24 de noviembre de 1801 que los llevaría a La Habana. Luego, el explorador visitaría México, Ecuador, Perú, Colombia y los Estados Unidos.
En Europa Humboldt haría una expedición por Rusia, Asia y China. El viaje venezolano que había durado casi año y medio fue uno de los más importantes de las expediciones científicas de Alexander von Humboldt. Arístides Rojas en los emocionados ensayos que dedica a Humboldt se pregunta por la definición que lleva por signo el siglo XIX, y concluye que no fue otra que la de la emancipación del espíritu.
Para hacer entender con claridad el significado de su postura agrega que se trata de “la inteligencia humana en sus grandes conquistas físicas y morales; la voluntad nacional sobre las preocupaciones y los absurdos; la libertad y el deber como base de todo progreso, y la lucha constante de las sociedades.[28]” Alexander von Humboldt encarnó esa vocación emancipadora y espiritual. Consagró su vida, su voluntad, sus recursos a arrancarle los secretos a la naturaleza para que aprendiéramos de ella y hasta nos aleccionara.
En la ciudad donde vivo, Caracas, existe el Colegio Humboldt. La Asociación Cultural Humboldt, el hotel Humboldt, la universidad Alejandro de Humboldt, la urbanización Parque Humboldt, la calle Humboldt, diversos edificios llamados Humboldt, Viajes Humboldt. Igual sucede en el resto del país en que el sabio prusiano les da nombre a montañas, cuevas, centros comerciales, avenidas, plazas y calles. En el continente americano también se le sigue recordando.
Humboldt en realidad puede ser un patrimonio americano. La huella de Humboldt continúa su ruta. Su presencia permanece inequívocamente presente. Sus viajes, sus publicaciones, sus estudios constituyen una obra inalcanzable que raras veces un hombre corona en una vida, y contribuyeron para que el continente americano se descubriera en su dimensión geográfica, biológica, antropológica, geológica, zoológica y botánica.
La oportunidad científica se agrega a la redefinición de un espacio americano independiente y Humboldt aboga por la búsqueda de ese cometido cuando conoce a Bolívar y le da su impresión sobre el estado de las colonias americanas y su porvenir. Algunos han señalado que ese diálogo fue centelleante y promisorio para el futuro Libertador. Quizás coincidieron en que la identidad de la naturaleza y su escrutinio conducen a un reconocimiento de una identidad que pulsa también lo político y lo nacional. Quizá porque Humboldt, como dijo Simón Bolívar, había despertado a América. Y ese primer despertar que le otorgó la conciencia de lo que era, ocurrió por primera vez en Venezuela.
Les Trésors de l'Académie, Belgique via @GFdeVenezuela en twitter
Karl Krispin. Escritor venezolano (Caracas, 1960). Ha publicado las novelas La advertencia del ciudadano Norton (Alfa, 2010), Con la urbe al cuello (Alfaguara 2005, 2006. Sudaquia 2012), Viernes a eso de las nueve (Fuentes Editores,1992); los estudios La revolución Libertadora (Banco de Venezuela,1990), Golpe de Estado Venezuela 1945-1948, (Panapo,1994), los ensayos Bush en Playa Parguito (Pila 21, 2018) Lecturas y deslecturas (Unimet, 2009), Camino de humores (Fundarte,1998); los minicuentos 200 breves (Oscar Todtmann Editores, 2015) Ciento breve (Fundación para la Cultura Urbana, 2004). Es profesor de Historia de la Universidad Metropolitana. Colaborador habitual de @zendalibros y @prodavinci. Ha sido presidente de la Asociación Cultural Humboldt en Venezuela. Es Miembro del Club de Roma y presidente del Capítulo Venezolano del Club de Roma. Su cuenta Twitter es @kkrispin y en Instagram @karlkrispin.