Se ha logrado reunir 35 óleos de gran formato, acompañados de algunos estudios, que permiten realizar un completo recorrido por los temas habituales de Alex Katz: sus retratos individuales, múltiples y de grupo, alternados con sus reconocibles flores y envolventes paisajes de vivos colores y fondos planos. La muestra, que cuenta con la colaboración de la Comunidad de Madrid, presenta las obras cronológicamente y cubre casi seis décadas de su trabajo, desde 1959 hasta 2018, revelando la renovación constante a la que el artista se ha sometido a lo largo de su carrera, en la que ha recurrido siempre a los mismos temas, pero sin dejar de introducir nuevas perspectivas.
No es fácil sintetizar en cuarenta obras una carrera tan larga y fecunda como la de Katz. Sin embargo, esta exposición incluye piezas fundamentales de varias décadas, como The Red Smile (1963), procedente del Whitney Museum of American Art (Nueva York); Round Hill (1977), de Los Angeles County Museum of Art; Red Coat (1982), del Metropolitan Museum of Art (Nueva York); Black Hat #2 (2010), de la Albertina (Viena), así como The Cocktail Party (1965), Ted Berrigan (1967) Blue Umbrella #2 (1972) y Green Table (1996), pertenecientes a colecciones privadas. Entre los prestadores figuran, además, otros museos como el MoMA de Nueva York y el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, de Madrid.
Alex Katz nació en Brooklyn y creció en Queens. Hijo de inmigrantes rusos, interesados por el arte y la poesía, comenzó sus estudios en el instituto Woodrow Wilson, un centro que combinaba la formación académica y artística. En 1946 ingresó en la escuela de arte Cooper Union, de Manhattan, donde se inició en las teorías y técnicas del arte moderno. Tras su graduación, en 1949, obtuvo una beca en la Escuela Skowhegan de pintura y escultura en Maine, donde le animaron a pintar al aire libre, algo que resultaría fundamental en su desarrollo como pintor y que todavía marca su trabajo. «Me dieron una razón para dedicar mi vida a la pintura”.
En 1950, Katz se instaló por primera vez en Manhattan y vivió en lofts económicos de la parte baja de la ciudad. Se ganaba la vida trabajando en una empresa de enmarcados y realizando pinturas murales. En 1951 inauguró una primera exposición junto a su mujer, Jean Cohen, en la Peter Cooper Gallery, y en 1954 expuso en solitario en la Roko Gallery, ambas en Nueva York.
A finales de la década de 1950, y tras un periodo de dudas creativas, Katz comenzó a interesarse cada vez más por el retrato. Pintaba a su círculo de amigos y, sobre todo, a su segunda esposa y musa, Ada del Moro, a la que conoció en 1958. Se convirtió en su modelo más frecuente, siendo la protagonista de más de 1.000 obras. Katz explica que solo quería plasmar el aspecto del retratado, su superficie, sin implicarse emocionalmente.
Fue entonces cuando se inició en los fondos planos, monocromáticos, que se convertirían en una de las características de su estilo. La figura se presenta separada del fondo, en un espacio desnudo, sin referencias espaciales, objetos ni fuentes de luz. Poco después, influenciado por el cine y las vallas publicitarias, Katz optó por las pinturas a gran escala. Quería llevar la pintura figurativa al lienzo grande, característico de los expresionistas abstractos, algo que nadie había hecho antes.
Pero, al tiempo que aumentaba el tamaño del soporte, debía crecer también el rostro del retratado, por lo que comenzó a pintar retratos de gran formato en primer plano sobre fondos de color uniforme, con rasgos fragmentados y encuadres muy ajustados, e incluso recortando drásticamente el rostro, como puede verse en The Red Smile (1963) y Red Coat (1982), donde prevalece el rojo.
En 1977, le encargaron un gran mural en Times Square, donde podría competir con las vallas publicitarias. Titulado Nine Women, estaba compuesto por 23 primeros planos de mujeres, de 6 metros de altura, dispuestos en un panel de 75 metros de largo y coronado por una torre de 18 metros de alto. “Descubrí que mi pintura era más potente que cualquiera de las vallas publicitarias que la rodeaban”, afirma Katz. “Fue una de las grandes experiencias de mi vida”.
Katz continuó explorando las posibilidades del retrato realizando series. El retrato puede ser doble o múltiple, como una versión de la hoja de contactos en fotografía o la serie de fotogramas del cine. Sigue sin pretender profundizar en la psicología del retratado, ni mostrarlo en distintos roles o momentos de su vida, sino presentar al mismo sujeto desde diferentes puntos de vista.
The Black Jacket (1972) suma cinco imágenes de una secuencia, ofreciendo vistas desde varios ángulos, frontales o de perfil. Sus primeras repeticiones precedieron a las de Andy Warhol y su técnica es diferente: mientras Warhol la automatiza con el proceso serigráfico, Katz vuelve a pintar la imagen en cada repetición, y cada vez que la pinta, el resultado es diferente. También se presentan en la muestra ejemplos de retratos múltiples recientes, como Nicole 1 (2016) y Vivien (2016).
Desde mediados de la década de 1960, Katz retrató grupos de figuras, reflejando el mundo social de pintores, poetas, críticos y fotógrafos de su entorno. Sin embargo, ya no presenta las figuras sobre fondos planos, sino en entornos realistas. En The Cocktail Party (1965) aparecen once amigos del artista compartiendo una velada en su loft; una composición que recuerda a realistas franceses del siglo XIX, como Courbet, Manet o Fantin-Latour, que en sus retratos de grupo recogían la vida artística y literaria de París. A través de los cristales, se ve la noche de Nueva York, otras ventanas iluminadas y luces de neón, en una estampa que refleja la vida neoyorkina.
Al reconocer que el resultado había sido demasiado estático, Katz intenta introducir dinamismo en posteriores composiciones, como Thursday Night #2 (1974), que sugiere una conversación entre cinco amigos, situados junto a un gran retrato de Ada que cuelga en la pared, o Round Hill (1977), donde un grupo de figuras toma el sol en la playa, entre las que se encuentran también su mujer y su hijo, Vincent.
Aunque le interesó en sus inicios, el paisaje perdió prioridad en la obra de Katz en favor de la figura humana y el retrato. Habría que esperar 30 años para que volviera a aparecer, tras la primera gran retrospectiva de su obra en el Whitney Museum (1986), cuando decidió dar el segundo giro a su carrera con la pintura de paisaje de gran formato. Desde finales de la década de 1980 y durante la de 1990, Katz dedicó buena parte de su trabajo a estos grandes paisajes en los que el espectador pudiera verse envuelto por la pintura. “Para estar dentro del paisaje –explica Katz–, este tenía que alcanzar hasta entre tres y seis metros”.
En Woods (1991), los árboles son muy diferentes entre sí –rectos, torcidos, gruesos o delgados- y la luz que cae a través de las hojas le sirve para crear profundidad y claroscuros. En Gold and Black II (1993) los troncos y las ramas se integran con el fondo amarillo en un mismo plano, mientras que Apple Blossoms (1994) recuerda inevitablemente a la técnica del dripping de Jackson Pollock. Estas variaciones lumínicas se mantienen en el trabajo de Katz durante el siglo XXI, y pueden verse en obras como Golden Field #3 (2001), Orange and Black (2006) o Sunset #6 (2008).
A finales de la década de 1960, Katz pintó grandes primeros planos de flores, como White Lilies (1966) y Rose Bud (1967). Le sirven para ensayar composiciones, superponiendo formas sin las limitaciones de los cuerpos, que deben mantener una verosimilitud en el espacio, y le permiten profundizar en su estudio del movimiento. Al igual que los retratos, son obras de gran tamaño y no se consideran naturalezas muertas ni fragmentos de paisajes. A principios del siglo XXI, Katz volvió a pintar flores, cubriendo lienzos enteros con capullos similares a los de esa primera época
La exposición también incluye la obra Green Table (1996), una mesa de madera sobre la que se presentan 17 cabezas pintadas o cutouts, una práctica que Katz empezó a desarrollar en 1959, casi de manera fortuita, con la que otorga una cierta tridimensionalidad a la pintura. En un primer momento, recortó el dibujo que había pintado en el lienzo, por no estar satisfecho con el fondo, y lo montó sobre un trozo de madera.
Después, contento con el resultado, siguió trabajando en otras ocasiones directamente sobre la propia madera u otros materiales, como el aluminio. En 1962 organizó una exposición con sus primeros cutouts en la Tanager Gallery de Nueva York. Las piezas fueron denominadas Flat Statues (estatuas planas) y representaban retratos de amigos y otras figuras del mundo artístico y literario neoyorkino.