MIS TERRORES FAVORITOS
Por Javier Sanz
11/11/2015
La actualidad televisiva vista con el ojo vago de Leticia Sabater y comentada con la acidez propia de los estómagos de Falete y Kiko Rivera después de un atracón en la semana fantástica king-size de McDonald’s.
La primera vez que vi a Risto Mejide fue en Operación Triunfo porque -aunque ya había sido jurado en un programa tan terrorífico como el libro erótico de Olvido Hormigos- de lo anterior no se acuerda ni su familia. Entonces ya pensé que era el prototipo de chulito de patio de colegio que se envalentonaba con los más pequeños pero que, en cuanto alguien de su talla le plantaba cara, se disolvía a la misma velocidad que su supuesta brillantez.
Risto dejó a la maléfica Pilar Tabares, de las primeras ediciones de OT, como un auténtica Pequeña Lulú y sumó mucho -con sus desprecios- para convertir el programa blanco de la televisión pública, destinado a elegir representante de Eurovisión, en otro amarillista muy de corte telecinquero. A partir de ese momento el cómo se cantaba pasó a un segundo plano: interesaba más ver a quién se humillaba y de qué manera se tiraba al vertedero la ilusión de jóvenes con más o menos talento.
Parecía que había nacido una estrella, una especie de Don Cicuta del 1,2,3 en el siglo XXI. Pero acabó resultando ser poco más que esencia rebajada de burundanga llegando a compartir plató nada menos que con José Luis Moreno y Paquirrín (Tú sí que vales). Hizo también en solitario programas low cost (G-20) donde imitaba los movimientos de un madelman artrítico analizando lo que se le pusiera por delante, como Cristina Soria y su puntero en Sálvame.
La confirmación televisiva vino de la mano de La fábrica de la tele y Viajando con Chester y es a partir de ahí cuando se convierte en celebrity deluxe posando para photocalls e Instagram con novias y más novias, a modo de tronista de Mujeres y Hombres y viceversa. Ese es el perfil que le ha permitido hacer el anuncio de Amena que, desde luego, no pasará a la historia de la publicidad.
En la era Mediaset funcionaba alguna que otra noche de domingo, pero sin tirar cohetes, y con permiso de una Aída ya en su recta final, Salvados o la peli de turno. Pero sobre todo conseguía repercusión con personajes del colorín, muy en la línea del semanario Hola, como su ahora nuevo mejor amigo Francisco Rivera, ese torero con chistera que pretende dar lecciones de libertad y democracia a la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena. Él, con una madre de reconocido y orgulloso pasado falangista. !Lo que hay que ver!
Pero poderoso caballero es don dinero y el “mardito parné” fue el responsable del desencuentro entre Paolo Vasile y Mejide, que acabó en una ruptura más traumática que la entrañable amistad de Bárbara Rey y Chelo García Cortés.
El publicista cayó en esa maldición de la que siempre se ha hablado en el mundillo televisivo: las contraofertas de Antena3. Es uno de los fichajes que el grupo Atresmedia hace, no tanto para conseguir el éxito del contratado, como para quitárselo a la competencia y luego dejarlo en el desván de los juguetes viejos. Les pasó anteriormente a María Teresa Campos, Pepe Navarro, Jesús Vázquez, el primer tronista Efrén Reyero o los mismísimos Pepa y Avelino.
Risto ha saltado del prime time de los domingos en Cuatro a las madrugadas perdidas primero del martes y ahora del lunes en Antena3, intentando arrastrar algo de la buena audiencia de Mar de plástico… pero no hay manera. Y es que tanto tener que trasnochar para acabar haciendo un catálogo de entrevistas sobre amor y desamor, alcoba y opciones sexuales no vale mucho la pena.
Por no hablar de que todavía no me he repuesto de la descripción almodovariana que hizo Carmen Maura de su violación o de Agatha charlando arreglá pero informal de Pedro Jota en plan Belén Esteban y contando que sacó provecho del tan traído y llevado vídeo.
En su último programa con Pedro Sánchez aburrió de lo lindo acusándole de “inconsistente”, precisamente él a estas alturas de su carrera. Y con una señora que decía ser Isabel Allende (sólo ella y su cirujano saben la verdad), Risto volvió a derretirse hablando de amor y desamor, de la Preysler y Vargas Llosa y rematando con que “yo soy un imprudente en el amor”.
Mejide parece desde hace ya algún tiempo que se ha comido al osito de Mimosín y algún que otro miembro de la familia en salsa de frescor de primavera. Ahora está más pendiente de sus poses, de sus estilismos, de su modelo de gafas y sobre todo de su joven y última novia que pasea por alfombras rojas de festivales de cine, estrenos, etc., de la que nos habla aunque no nos interese y a la que pide matrimonio en pleno espectáculo teatral.
El Teorema de Crichton que tanto gusta a Risto: “si dices algo y nadie se molesta es que no has dicho nada” es un poco su epitafio televisivo: hace ya mucho -si es que alguna vez lo hizo- que su voz no molesta porque lo poco que consigue no es mérito de él sino de sus invitados que largan lo imprevisto de motu proprio.
A este paso le veo volviendo a la cadena de Fuencarral pero sin ir más allá de una pequeña sección en Qué tiempo tan feliz, entre la fascinante Meli Camacho y la publi de Terelu de una crema para las rozaduras de la parte interna de los muslos.
Decía el siempre vigente Albert Camus, sin parentesco alguno con el olvidado Juan Camus de OT1, que “el éxito es fácil de obtener, lo difícil es merecerlo” y algunos dan buena cuenta de ello.
Entradas anteriores:
- El gran circo sociológico de Mercedes Milá
- ‘El Hormiguero’ de Pablo Focos
- El maravilloso mundo de Bertín
- Encasillados de éxito