Por Irene Escudero (Efe)
31/01/2016
Gabriel comenzó su proceso de transición hace cuatro años, cuando todavía estudiaba en un colegio en el que lo llamaban por el nombre de mujer que figura en su DNI y lo obligaban a llevar la falda del uniforme que vestían las niñas, pese a no identificarse como una de ellas.
No dudó en cambiarse de instituto. Le recomendaron el IES San Isidro de Madrid, porque tenía un programa de igualdad de género transversal que trataba la violencia machista y la discriminación sexual en todos los ámbitos. Actualmente, cursa 4º de la ESO
Ahora, tanto en las listas de clase como en su carné de estudiante figura el nombre que él eligió, usa los aseos y vestuarios masculinos y ninguno de sus compañeros ni profesores cuestiona qué o quién es; es, simplemente, Gabriel.
Una iniciativa «casi personal»
«Algunos compañeros ni siquiera saben que soy trans», explica Gabriel a Efe, pero lo cierto es que el primer día en su nuevo instituto sí que tuvo algo de miedo. «Era la primera vez que iba a aparecer con mi nombre en las listas y tenía miedo de que no se acordaran y saliese el otro», recuerda .
El IES San Isidro, en el que estudia Gabriel, desarrolla su programa de igualdad de género desde hace muchos años. Es una «iniciativa casi personal del profesorado», que no tiene ningún tipo de apoyo administrativo ni presupuestario, como relata a Efe José Enrique Pelegrín, profesor de Lengua y uno de los responsables del programa.
Gabriel alaba la forma en la que «se esforzaron e implicaron para que todo fuera más fácil y pudiera estudiar». El departamento de Orientación del instituto está compuesto por la orientadora, Marisa Villalba, y un trabajador social compartido con otro centro, y trabajan para 1.300 alumnos y tres turnos de estudio.
Falta de medios
«Lo que necesitamos es que esto se apoye» con medios, reivindica Pelegrín, quien cree que esta iniciativa «casi desinteresada» necesita más personal y un protocolo que tiene que venir desde arriba y esté inspirado en «la experiencia de institutos como este».
Gabriel llegó al instituto con un informe de la Fundación Daniela que, dadas las características y experiencia del centro en estos casos, no fue muy necesario. Sin embargo, esta situación es excepcional en este centro, porque para conseguir tratamiento hormonal y médico se necesita más que un informe: «Necesito que un psiquiatra ponga en un papel que tengo disforia de género para que a los 18 años me remitan a un endocrinólogo y me puedan dar las hormonas».
«Disforia de género» es el nombre que recibe la transexualidad en el último «Manual Diagnóstico y Estadístico de Enfermedades Mentales (DSM V)», en el que se basan los profesionales de la Psiquiatría a la hora de tratar a estas personas, así como a quienes padecen cualquier tipo de enfermedad mental.
«Sinónimo de diversidad»
Aunque hay entidades médicas que defienden que la transexualidad no es una patología sino un «sinónimo de diversidad», la OMS todavía lo tiene incluido en su catálogo de enfermedades (ICD-10) como un desorden mental y de comportamiento, y por lo tanto el Ministerio de Sanidad también lo considera como tal.
Esto hace que para conseguir un tratamiento hormonal se necesite el diagnóstico de un psiquiatra o un psicólogo clínico, y en caso de menores, excepto en determinadas comunidades, no pueden conseguir ese tratamiento en la Seguridad Social.
En Madrid, desde 2007, este diagnóstico se hace en la Unidad de Identidad de Género (hasta noviembre pasado, Unidad de Trastornos de Género), una unidad multidisciplinar ubicada en los hospitales de la Paz (equipo quirúrgico), Princesa (equipo psiquiátrico) y Ramón y Cajal (equipo médico).
Seguimiento individual
En este último insisten en que no lo consideran un trastorno mental, pero creen que debe haber un seguimiento profesional individual y que el diagnóstico psicológico o psiquiátrico es necesario y fundamental.
Ha atendido a 1.200 personas, algo más del doble de las que se atienden en cualquier otra unidad europea y, en 2010, empezaron a llegar menores de edad. «En un principio entre 15 y 17 años», cuenta a Efe la psicóloga clínica Nuria Asenjo, pero desde hace un par de años hay muchos menores de 12 años; de hecho, de los 35 menores que acuden ahora, 26 tienen menos de 12.
Por ley, no pueden dar tratamiento hormonal a estos adolescentes ni parar su pubertad, y el coordinador de la unidad, el endocrinólogo Antonio Becerra, lo tiene claro: «Si no es absolutamente necesario, no se debería bloquear la pubertad».
Desarrollo cognitivo y físico
¿Por qué? Porque según los médicos de esta unidad, «hay que concluir el proceso fisiológico para que se desarrollen a nivel cognitivo y físico», y además las hormonas pueden implicar problemas de crecimiento y esterilidad.
Desde colectivos de transexuales como la Fundación Daniela se muestran críticos con esta teoría «patologizante» que muestra el Ramón y Cajal. El sexólogo y gerente de esta Fundación, Isidro García Nieto, explica a Efe que «el problema no es la transexualidad, es la transfobia», y que, cuando alguien sufre esto último, es cuando la ayuda psicológica cobra un papel imprescindible, pero nunca «en el diagnóstico».
Para Becerra «el tratamiento es para toda la vida» y «lo que hagamos ahora va a repercutir más tarde», ante lo que la socióloga María Jesús Lucio advierte de que el proceso «es irreversible». No en toda España se sigue este procedimiento. Hace año y medio, Andalucía descentralizó la atención a personas transexuales con una ley pionera en el mundo.
De este modo, cualquier endocrino puede recetar el tratamiento hormonal sin necesidad de un diagnóstico de disforia de género, aunque para operarse sigue siendo necesario acudir a la Unidad de Identidad de Género de la comunidad, que se encuentra en el Hospital Clínico Universitario de Málaga, la primera de España.