El 95% de los adolescentes estadounidenses tienen un móvil inteligente, indica el más reciente estudio de Pew Research Center. La adicción a sus pantallas es una de las mayores preocupaciones de padres y maestros. Mientras presionan a las empresas para cambien sus algoritmos, están desalojando los sofisticados aparatos de las escuelas y, de ser posible, de la vida de sus alumnos e hijos. La buena noticia: donde lo han hecho, los niños y adolescentes reconocen que son más felices..
La generación boomer se maravillaba cuando instalaban teléfonos en sus casas. Negros con un disco y muchas reglas de uso. Cero llamadas antes o después de unas horas de terminadas. Nadie podía hablar por el preciado aparato más de tres minutos. Tampoco se usaba si se podía caminar hasta la casa de la persona con la que se quería hablar. Bajo estas normas fue un recurso que acercó a la gente.
Se pudo conversar con familiares o amigos que estaban en otras ciudades o países (antes había que hacerlo por carta). Las noticias importantes se recibieron por este medio. Asuntos trascendentes de estudio, trabajo o amores, se resolvieron. Pero nadie se volvió teléfono-dependiente. Estaba allí, fijo, era importante e inamovible. Era una cosa seria, de adultos, que, a veces, usaban niños y adolescentes, pero se evitaba que abusaran de su uso.
Con los teléfonos móviles todo cambió. Y cuando se hicieron inteligentes fueron los adolescentes y los niños quienes tomaron la batuta y se pegaron a sus pantallas. El móvil es un aparato para ver y dejarse ver, no para hablar. Con él se pertenece a un círculo que intercambia videos y mensajes, pero no necesariamente se comunica. Al contrario, se aíslan, y cada vez más.
Algoritmo adictivo
Nuestra experiencia de vida se define por los asuntos a los que prestamos atención. Lo que vivimos y recordamos. No obstante, nuestra atención, al igual que el tiempo, es un recurso finito. Cada minuto que pasamos desplazándonos sin rumbo en el móvil es un minuto que no dedicamos a lo que verdaderamente nos importa. La acumulación minutos perdidos puede sumar más de sesenta días al año, si el uso promedio es de cuatro horas diarias.
En la era de la hiperconectividad, Catherine Price, autora del libro “Cómo romper con tu teléfono”, desentraña el misterio detrás de la adicción a los smartphones. Las aplicaciones que nos secuestran el tiempo están meticulosamente diseñadas para capturar la atención. De ellas dependen los ingresos de sus desarrolladores. Estamos inmersos la “economía de la atención”. Lo que se comercializa no son productos ni servicios, sino nuestra atención y los datos relacionados. Un mercado en el que no somos los consumidores, sino el producto mismo. Manipulados para entregar gratuitamente nuestro recurso más precioso: atención y tiempo.
Los diseñadores de aplicaciones utilizan técnicas para engancharnos similares a las de las máquinas tragamonedas, conocidas por su alta capacidad adictiva. Técnicas diseñadas para la liberación de dopamina, el neurotransmisor que refuerza comportamientos que consideramos dignos de repetir. La dopamina es vital para actividades esenciales como comer y reproducirnos. Pero nuestro sistema no distingue entre comportamientos beneficiosos y perjudiciales. Así, comportamientos como la pérdida de tiempo en aplicaciones como TikTok pueden convertirse en adicciones.
Tragamonedas de bolsillo
Los dispositivos móviles y sus aplicaciones están cargados de estímulos que liberan la dopamina. Expertos como Tristan Harris, cofundador del Center for Humane Technology, comparan los teléfonos con tragamonedas de bolsillo. Los colores vivos, la novedad, la imprevisibilidad y la anticipación son solo algunos de los anzuelos que nos enganchan. Las recompensas sociales, como los “me gusta” o comentarios, son también poderosos incentivos que nos hacen perder el tiempo en redes sociales. Al igual que las noticias, correo electrónico, juegos y compras.
Si no tomamos conciencia de esta dinámica y no luchamos contra ella, podemos llegar a estar tan condicionados a buscar la dopamina de nuestros dispositivos que, como ratas de laboratorio, presionaremos cualquier botón que prometa una recompensa. Sin importar su valor real. Las implicaciones globales son alarmantes. Nunca un pequeño grupo de diseñadores tecnológicos había tenido tanto control sobre cómo pensamos, actuamos y vivimos.
Además, nos han condicionado a creer que revisar nuestros teléfonos es un comportamiento valioso. Lo que genera ansiedad y el temido FOMO (miedo a perderse algo) cuando no podemos hacerlo. Para aliviarla, recurrimos nuevamente al teléfono. Ciclo que perpetúa la dependencia de los dispositivos y plantea serias preguntas sobre el libre albedrío. Si pasa en los adultos, en los niños y asolescentes es peor.
Paradoja adolescente
Un reciente estudio del Pew Research Center reveló una paradoja digital en la vida de los adolescentes estadounidenses. Mientras que tres cuartas partes experimentan una sensación de felicidad o calma al no estar atados a sus dispositivos móviles, la mayoría no ha tomado medidas para reducir su dependencia de las plataformas sociales.
El hallazgo surge en un contexto de creciente inquietud entre legisladores y defensores de la infancia y el impacto de la tecnología móvil y las redes sociales. A pesar de las preocupaciones, el 69% de los adolescentes percibe que los celulares potencian sus hobbies e intereses; y el 65%, que fomentan su creatividad. Incluso, el 45% considera que estos dispositivos han mejorado su rendimiento académico.
La encuesta realizada 2023 incluyó1.453 parejas de adolescentes y padres. Los resultados indican que casi la mitad de los padres (47%) intenta limitar el tiempo que sus hijos pasan frente a las pantallas y que laas discusiones sobre el uso del teléfono son comunes. El 38% de los padres y adolescentes admiten discutir el tema “ocasionalmente”, el 10% dice que “son frecuentes”. El monitoreo parental varía con la edad. El 64% de los padres de jóvenes de 13 a 14 años revisa los teléfonos de sus hijos. Baja al 41% entre los padres con hijos de 15 a 17 años.
Un dato interesante es que el 42% de los adolescentes siente que los celulares entorpecen el desarrollo de habilidades sociales. El 30% opina lo contrario. Curiosamente, los padres con mayores ingresos y los de raza blanca son más propensos a considerar que pasan demasiado tiempo en sus propios teléfonos.
Confiscado en horario escolar en las escuelas londinenses
Un informe reciente de la Comisión de Educación de la Cámara de los Comunes del Reino Unido revela un alarmante aumento del 52% desde 2020 a 2022 en el tiempo de pantalla entre los niños. El 25% de los jóvenes mostraron un uso de móviles inteligentes propios de una adicción. Para contrarrestarlo, como hicieron las escuelas de los países escandinavos y le sigueron las estadounidenses,17 escuelas secundarias públicas de Southwark, en el sur de Londres, decidieron eliminar el uso de teléfonos inteligentes en sus aulas. Ahora es un movimiento sin precedentes. The Guardian reporta que la decisión marca un hito en la creciente preocupación por el uso excesivo de dispositivos móviles en niños y adolescentes. La iniciativa busca mitigar los efectos adversos asociados con los móviles inteligentes, tanto dentro como fuera del entorno escolar.
Los directores de las instituciones educativas tomaron la delantera en la cruzada digital deseosos de contrarrestar los problemas de salud mental, adicción a las pantallas, trastornos del sueño, distracciones, exposición a contenido inapropiado y riesgos de seguridad que se asocian al uso constante de los dispositivos móviles inteligentes. Mike Baxter, director de la City of London Academy, señala que la decisión surgió tras observar el impacto negativo que los teléfonos inteligentes y las redes sociales tienen en el bienestar y la educación de los estudiantes.
La política establece que cualquier teléfono utilizado durante el horario escolar será confiscado. Los móviles simples (solo emiten y reciben llamadas) serán devueltos de inmediato, mientras que los móviles inteligentes permanecerán en custodia por una semana (o hasta que sean recogidos por los padres). Más de 13.000 jóvenes se verán afectados por la medida. Se aplicará a estudiantes de 7º a 9º grado. Algunos centros adoptarán un enfoque más integral.
Estrategia para el bienestar
La estrategia no solo se limita a las aulas, también involucra a los directores de las escuelas primarias del distrito para establecer un enfoque unificado. “Estamos comprometidos con el bienestar y el éxito de los jóvenes de Southwark”, afirma Baxter.
Las escuelas tomaron la iniciativa para proteger a los niños. Jessica West, directora de la Ark Walworth Academy, criticó la lenta respuesta de las grandes tecnológicas frente a las demandas de medidas más estrictas, y celebró con entusiasmo junto con activistas y organizaciones como Smartphone Free Childhood el desalojo de los móviles inteligentes. La acción colectiva es un paso pionero hacia un cambio significativo en la vida de los niños londinenses.
La iniciativa inspira a los padres del Reino Unido a formar pactos para retrasar la entrega de móviles inteligentes a sus hijos hasta los 14 años. Con el apoyo de SFC, el debate sobre el uso responsable de la tecnología gana terreno y promueven un cambio orgánico en las normas sociales y las prácticas educativas en relación con los dispositivos digitales.
La historia de Greta
En su última obra, “La generación ansiosa”, el psicólogo social Jonathan Haidt propone que los 16 años se conviertan en la edad estándar para introducir a los jóvenes en las redes sociales. Sugiere que posponer el acceso a los teléfonos inteligentes hasta la adolescencia podría ser clave para abordar la crisis de salud mental que enfrentan. La revista The Cut entrevistó a adolescentes estadounidenses para conocer de primera mano la experiencia de quienes crecieron sin móviles inteligentes.
Como Greta, una joven de 17 años de Richmond, Virginia, cuya experiencia sin teléfono en sus primeros años de instituto refleja el camino menos transitado en la era digital. Se vio excluida de las interacciones a través de las redes sociales. La falta de un dispositivo móvil la dejó fuera de encuentros y conversaciones. No obstante, su historia no es de aislamiento. Es de autodescubrimiento y conexión con el mundo real. A pesar de las dificultades iniciales, la joven valora la independencia y la perspectiva que ganó al vivir sin un smartphone durante su noveno grado. Una postura que contrasta con la norma actual cuando el 95% de los adolescentes estadounidenses poseen un teléfono a los 14 años.
La decisión de sus padres no fue fácil. Pero contaron con el respaldo de otras familias en su comunidad. Clare, la madre de Greta, destaca que privar a los niños de teléfonos les enseña a aplazar la gratificación inmediata y a valorar la espera. Mientras que Patty, otra madre de Virginia, señala que los móviles inteligentes pueden eclipsar la sensación de asombro característica de la infancia. La hermana menor de Greta, Molly, de 15 años, también navega por su primer año de instituto sin un dispositivo móvil. Enfrenta desafíos sociales. Pero mantiene una actitud reflexiva sobre las interacciones personales y la dependencia tecnológica.
Más voces
La narrativa de Greta y Molly se entrelaza con la de otros jóvenes como Sam y Victoria, quienes han luchado por obtener un teléfono, utilizando presentaciones en PowerPoint. Victoria hacía hincapié en cómo la app la ayudaría a crear una comunidad, reforzar sus amistades y ampliar su red a más chicos de su curso. Convenció a sus padres. Admite que su retraso en adoptar un móvil inteligente puede haberla protegido de una adicción seria.
Nathan, un joven de 16 años de las cercanías de Sacramento, antes de obtener su teléfono en noveno grado, usaba su Apple Watch como puente en su vida social. Solo se sentía excluído cuando sus amigos se sumergían en juegos virtuales como Clash Royal y Clash of Clans. Que requieren estrategias y comunicación entre jugadores. Los juegos se convirtieron en el símbolo de la conexión que anhelaba. Aunque por un lado, deseaba fervientemente los dispositivos que sus amigos poseían, observó con una mezcla de preocupación cómo algunos se sumergían en una real adicción digital.
Alyse, una estudiante de Astoria, Queens, representa una minoría en su escuela al carecer de un móvil inteligente. Su madre, Anna, que es educadora, impuso límites estrictos debido a la distracción y la desconexión que los teléfonos trajeron al aula. Aunque consciente de lo que se pierde, Alyse reconoce las ventajas de vivir sin la constante interrupción de un móvil inteligente. Como tener más tiempo para leer y otras actividades. Sarah de Manhattan ha vivido sin teléfono desde un incidente desafortunado con su iPhone en un inodoro. A pesar de los desafíos y la presión social, encontró maneras de navegar por la ciudad y mantener relaciones sin un dispositivo móvil. Pero se pregunta cómo habría sido su vida si no hubiera perdido su teléfono.
Romper con el móvil
Catherine Price, autora y defensora de una vida menos dependiente de la tecnología, comparte estrategias para romper con la adicción al teléfono. Pueden ayudar a las personas a recuperar el control sobre su tiempo y atención. Permitiéndoles dedicarse a actividades más significativas y enriquecedoras. Consejos que pueden ser útiles para distanciar a los niños y adolescentes de los móviles:
- Minimizar la exposición a los desencadenantes de dopamina, como las notificaciones y las aplicaciones que consumen tiempo.
- Cambiar la pantalla del teléfono a blanco y negro para disminuir su atractivo visual.
- Establecer límites físicos, como prohibir el teléfono en el dormitorio y en la mesa del comedor, y cargarlo fuera de la habitación por la noche.
- Reflexionar sobre las actividades que realmente valoramos y hacer que sean fácilmente accesibles, ofreciendo alternativas más gratificantes al uso del teléfono.
Dilema tecnológico
Las historias de los adolescentes entrevistados por The Cult ilustran la tensión entre su inclusión social y la autonomía personal en un mundo cada vez más conectado. La experiencia de los jóvenes ofrece una ventana a las implicaciones de la tecnología en la formación social y emocional de la generación actual. Resultan más que comprensibles las dudas que existen entre padres y maestros sobre el momento adecuado para integrar los móviles inteligentes en sus vidas y el impacto a largo plazo de esta decisión en su bienestar mental La resistencia de los padres a ceder ante la presión de los teléfonos inteligentes es una batalla consciente de lo que los dispositivos pueden ocasionar en la vida de sus hijos.
Los niños y adolescentes de nuestros días se enfrentan a un dilema tecnológico. Por un lado, desean fervientemente los móviles inteligentes, símbolos de conexión y pertenencia. Pero quienes han experimentado la vida con y sin teléfonos, notan cómo los dispositivos se convierten en refugios instantáneos ante el aburrimiento o la incomodidad social. Son testigos de cómo sus pares caen en la adicción digital. Lo que les lleva a adoptar una postura crítica similar a la de los adultos. Greta y Molly, por ejemplo, expresan su descontento con la omnipresencia de los móviles en las reuniones sociales. Son quienes piden a sus amigos que se desconecten y vivan el momento.