Por Alexandra Ulmer
Las cañas a lo largo del río Táchira crujen cada pocos minutos. Los contrabandistas, en un número cada vez mayor, emergen de la maleza con un grupo de migrantes venezolanos: hombres que avanzan portando maletas destrozadas, mujeres que abrazan bultos en mantas y escolares que llevan mochilas.
El grupo cruza las rocas, se adentra en el río y atraviesa la fangosa corriente hacia Colombia. Esta es la nueva migración de Venezuela.
Durante años, a medida que ha ido empeorando la actual crisis económica del país, cientos de miles de venezolanos -aquellos que podían permitirse viajar en avión y autobús – huyeron a otros países, lejanos y cercanos, donde muchos rehicieron sus vidas como migrantes legales.
Ahora, la hiperinflación, los cortes diarios de energía y el empeoramiento de la escasez de alimentos, están impulsando a huir a aquellos con menos recursos, que se enfrentan a la dura geografía, a los criminales y a las cada vez más restrictivas leyes migratorias, para probar suerte en casi cualquier lugar.
En las últimas semanas, Reuters ha hablado con decenas de migrantes venezolanos mientras cruzaban la frontera occidental de su país hacia la esperanza de una vida mejor en Colombia y más allá.
Pocos tenían más que el equivalente a un puñado de dólares en sus bolsillos.
Un desafío nunca vivido en Colombia
«Es una vaina tremenda, pero la necesidad obliga«, dijo Darío Leal, de 30 años, relatando su viaje desde el remoto estado costero de Sucre, donde trabajaba en una panadería que pagaba el equivalente a unos 2 dólares al mes.
En la frontera, Leal pagó a los contrabandistas casi tres veces más para cruzar y luego se preparó, con alrededor de 3 dólares restantes, para caminar los 500 kilómetros restantes hasta Bogotá, la capital de Colombia.
Los contrabandistas, a su vez, pagaron una comisión a las bandas de delincuentes colombianas que les permiten operar, según la policía, los residentes locales y los propios traficantes.
Según datos de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) y Acnur, casi 2,5 millones de venezolanos dejaron el país en los últimos cuatro años. Esta cifra puede llegar a finales del 2018 a los 4 millones, de acuerdo con un balance del Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (Cejil).
El éxodo, una de las migraciones masivas más grandes jamás vividas en el continente, está poniendo mayor presión sobre los países vecinos.
Colombia, Ecuador y Perú, países que una vez recibieron a los migrantes venezolanos, recientemente ajustaron los requisitos de ingreso. La policía de esos países ahora realiza redadas para detener a los indocumentados.
A principios de octubre, Carlos Holmes Trujillo, ministro de Relaciones Exteriores de Colombia, dijo que en el país podría haber hasta cuatro millones de venezolanos para 2021, lo que costaría a las arcas nacionales hasta 9.000 millones de dólares.
«Estamos frente a la magnitud de un desafío que no había vivido nuestro país», afirmó.
Este lunes, el representante de Acnur y la OIM, Eduardo Stein, llegó a Colombia.
Canciller @CarlosHolmesTru recibió al representante Especial Conjunto de Acnur y OIM para los refugiados y migrantes venezolanos en la región, Eduardo Stein a su llegada a Colombia pic.twitter.com/WNr3us8Fub
— Cancillería Colombia (@CancilleriaCol) October 15, 2018
La ilegalidad genera múltiples problemas
En Brasil, que también limita con Venezuela, el gobierno ha desplegado tropas y financiamiento para gestionar la ola de migrantes y el tratamiento de los que llegan enfermos, hambrientos y embarazadas.
En Ecuador y Perú, los trabajadores dicen que la mano de obra venezolana reduce los salarios y se quejan de que los delincuentes estén camuflados entre los migrantes honestos.
«Hay demasiados de ellos», dijo Antonio Mamani, un vendedor de ropa en Perú, que recientemente vio a la policía detener un autobús lleno de venezolanos indocumentados cerca de Lima.
Al migrar ilegalmente, los venezolanos se exponen a redes criminales que también controlan la prostitución, el tráfico de drogas y otros delitos.
En agosto, investigadores colombianos descubrieron a 23 venezolanas indocumentadas que habían sido obligadas a prostituirse y vivir en sótanos en la ciudad caribeña de Cartagena.
Aunque la mayoría de migrantes evita esos problemas, existen otras dificultades, desde la carencia de vivienda y el desempleo, hasta la fría acogida que muchos reciben cuando duermen en plazas públicas, venden dulces o abarrotan hospitales ya sobrecargados.
Todavía así, la mayoría persiste en salir, muchos a pie.
Algunos se unen a compatriotas en Brasil y Colombia. Otros, habiendo gastado el poco dinero que tenían, caminan por vastas regiones, como los fríos pasos andinos de Colombia y las sofocantes tierras tropicales, en un esfuerzo por llegar a capitales distantes, como Quito o Lima.
Hasta limosnas pidió para sobrevivir
Johana Narváez, de 36 años y madre de cuatro hijos, dijo a Reuters que decidió irse después de tener que cerrar el negocio familiar de un pequeño taller de reparación de automóviles en el estado rural de Trujillo.
Los ingresos adicionales que obtenía vendiendo comida en la calle se acabaron porque el efectivo es cada vez más escaso en un país donde la inflación anual, según la opositora Asamblea Nacional, alcanzó 342.000 por ciento en septiembre. El Fondo Monetario Internacional reveló la semana pasada que la inflación en Venezuela culminará el 2018 sobre el millón por ciento.
«No podemos quedarnos aquí«, le dijo a su esposo en agosto, después de que se quedaran sin comida y sobrevivieran gracias a las empanadas de maíz que les regalaban sus amigos. «Aunque sea a pie, debemos irnos».
Su esposo, Jairo Sulbarán, pidió limosnas y vendió llantas viejas hasta que la familia pudo pagar los billetes de autobús a la frontera.
El presidente venezolano, Nicolás Maduro, critica cada vez más a quienes deciden irse y advierte de que los migrantes terminarán «limpiando pocetas». Su gobierno incluso ofreció vuelos gratuitos a algunos en un programa llamado «Retorno a la Patria», que la televisión estatal cubre todos los días.
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La mayor parte de la migración, sin embargo, va en la otra dirección.
Conseguir un pasaporte, un desafío
Hasta hace poco, los venezolanos podían ingresar a muchos países sudamericanos solo con sus documentos de identidad nacionales. Pero algunos han endurecido las reglas y exigen a los venezolanos pasaporte o documentación adicional.
Incluso conseguir un pasaporte es un desafío en Venezuela.
Muchos migrantes argumentan que la escasez de papel y una burocracia cada vez más disfuncional hacen que el documento sea casi imposible de obtener.
Varios migrantes dijeron a Reuters que esperaron dos años en vano después de solicitar uno, mientras que seis de ellos dijeron que les pidieron hasta 2.000 dólares en sobornos por parte de empleados corruptos para obtener uno.
El gobierno de Maduro dijo en julio que reestructuraría la oficina nacional de identificación y extranjería, encargada de los pasaportes, para erradicar la «burocracia y la corrupción».
El Ministerio de Información no respondió a una solicitud de comentarios.
“Venezuela terminará vacía”
Muchos de los que cruzan a Colombia pagan a los «arrastradores» para pasar de contrabando a través de la frontera a lo largo de cientos de senderos.
Cinco de los «coyotes», todos hombres jóvenes, dijeron a Reuters que el negocio está en auge.
«Venezuela terminará vacía», dijo Maikel, un contrabandista venezolano de 17 años con rasguños en la cara por el cruce a través de los senderos llenos de maleza.
Maikel, quien se negó a dar su apellido, dijo que perdió la cuenta de cuántos migrantes ha pasado de contrabando.
Las autoridades colombianas también luchan para tapar esas entradas ilegales.
Antes de que el gobierno ajustara las restricciones a principios de este año, Colombia emitió «tarjetas fronterizas» que permitían a los titulares cruzar cada vez que quisieran. Ahora, Colombia dice que detecta diariamente cerca de 3.000 tarjetas falsas en los puntos de entrada.
A pesar de la intensificación de la vigilancia a lo largo de la porosa frontera de 2.200 kilómetros, las autoridades dicen que es imposible asegurarla por completo.
«Es como tratar de vaciar el océano con un balde», dijo Mauricio Franco, un cargo municipal que se ocupa de la seguridad en Cúcuta, una ciudad cercana a Villa del Rosario, junto a la frontera.
Cobran hasta 16 dólares por pasar un migrante
Y no sólo es cuestión de encontrar viajeros indocumentados.
Los poderosos grupos delictivos, que han controlado durante mucho tiempo el contrabando a través de la frontera, ahora están recibiendo su parte por el tráfico de personas.
Javier Barrera, un coronel a cargo de la policía en Cúcuta, dijo que el Clan del Golfo y Los Rastrojos, notorios grupos que operan en todo el país, están involucrados en ese tráfico de personas.
Durante una reciente visita de Reuters a varios puntos ilegales de cruce, los venezolanos llevaban cartón, limas y baterías de automóviles como trueque, en lugar de usar el bolívar, una moneda casi sin valor ya.
Los migrantes pagan hasta 16 dólares para cruzar. Maikel aseguró que después él le paga a los pandilleros alrededor de 3 dólares por persona.
“Tengo miedo de que aparezca la migra”
Para su travesía, Leal, el panadero de Sucre, llevaba una mochila negra desgarrada y una pequeña bolsa de lona. La foto de 2015 de su identificación venezolana, su única documentación, muestra a un hombre más sano y feliz, antes de que comenzara a saltarse el desayuno y la cena porque no podía pagarlos.
Se sentó a descansar debajo de un árbol, pero su preocupación por la policía colombiana le hizo imposible relajarse.
«Tengo miedo de que aparezca la ‘migra'», dijo, usando el mismo término que usan los migrantes mexicanos y centroamericanos para describir a la policía fronteriza de Estados Unidos.
La situación no mejora según avanzan los migrantes.
Incluso si sus familiares envían dinero, las agencias de cambio exigen un pasaporte legalmente sellado para recoger el dinero. Las compañías de autobuses también rechazan a los pasajeros indocumentados para evitar multas por transportarlos.
Algunos se arriesgan, pero cobran un cargo de hasta un 20 por ciento, según varios empleados de autobuses cerca de la frontera.
La familia Sulbarán caminó e hizo autostop a lo largo de unos 1.200 kilómetros hasta el pueblo andino de Santiago, donde tienen familiares. Jairo, el padre, recorrió los garajes en busca de trabajo, pero no encontró ninguno.
«La gente dijo que no, otros estaban asustados», dijo Johana, su esposa.
«Algunos venezolanos vienen a Colombia para hacer cosas malas y creen que todos somos así«, agregó.
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