Por Belén Kayser
26/03/2017
El crónometro de Ellen McArthur se paró a los 71 días, 14 horas, 18 minutos y 33 segundos. Eso es lo que había tardado en dar la vuelta al mundo a vela. Se convirtió entonces en la primera regatista en hacerlo porque llevó a cabo la travesía sin escalas, pero su éxito no fue solo esa hazaña olímpica. Ellen McArthur (1976, Reino Unido) es hoy una de las personas más influyentes en una filosofía y un concepto que hasta que ella bautizó como economía circular había sido estudiado por varias escuelas con el nombre de economía azul, ecología industrial, biomímesis, cradle to cradle, economía del rendimiento o diseño regenerativo. Mientras la regatista navegaba los mares de todo el mundo cayó en la cuenta de la cantidad de materiales que se necesitan para sobrevivir y de los que, al no hacer escala alguna, no podía deshacerse. Reflexionó entonces sobre todo lo que llevaba en la embarcación y cómo todo ello había formado parte antes de otra cosa, de materia prima, “¿y si todo esto estuviera pensado para volver a ser otra cosa, sin tener que tirarlo?”, se preguntó. Poco después montaría la primera fundación de economía circular y le daría su nombre.
Nuestra economía lineal tiene los días contados. El planeta pide a gritos que consumamos de forma responsable y que vayamos más allá de esa filosofía ecologista de las tres erres (reducir, reutilizar y reciclar) reduciendo energía y recursos. Esto, sin embargo, parece utópico en el mundo en el que vivimos porque… ¿cuántas veces advertimos que el teléfono, la tostadora o el ordenador están diseñados para romperse en cuanto se acaba la garantía? Este fenómeno, que se conoce como obsolescencia programada, ha dejado de ser un mito. En los últimos años el movimiento para visibilizar este problema ha visto nacer asociaciones de consumidores con cierto poder mediático, como la alemana Murks, nein danke (Chapuzas, no gracias) que reseña y analiza todos los aparatos electrónicos en el mercado y su fecha de caducidad. Este tipo de iniciativas pone sobre la mesa la cantidad de materia que queda rápidamente obsoleta y pasa a la basura, muchas veces con difícil reparación y reciclaje porque la materia es barata. “No es lo mismo el plástico que está hecho para durar que el que está pensado para romperse”, explica desde Berlín el autor del libro de Murks, Stephan Schridde. “¿Y qué hacemos con todo ese plástico roto e inservible? Se acumula en montañas de basura, gastamos energía quemándolo y encima hay que comprar otra vez”, añade. Este sistema lineal es, precisamente, el que la economía circular quiere romper y que el Acuerdo de París ha tachado de insostenible, en términos de contaminación de CO2 a la atmósfera. Toca dejar de extraer tanta materia prima, de gastar energía que contamina y que todo pueda tener muchos más usos.
La Unión Europea se propuso poner por escrito los principios de la economía circular, destacando el impacto económico que tendría cambiar de modelo, pero no lo hizo hasta 2015. Siguiendo el programa de Cero Residuos para Europa, nuestra economía sería un 30% más productiva y podría dar trabajo, en menos de 15 años, a más de dos millones de personas repensando los productos para que sean “más duraderos, con menos impacto energético en su fabricación y menos contaminantes”, apunta Dimitri Barua, portavoz en España de la Comisión Europea. “Es cierto que empezamos a tratarlo antes, pero no terminaba de arrancar”, explica, “es un tema de eficiencia energética y aunque suene idealista… las empresas están cambiando su mentalidad y nosotros hemos dejado por escrito la forma en que confiamos que la economía se impulse si la volvemos circular”. Según Europa, la adopción de un sistema basado en la economía circular supondría un ahorro a las industrias europeas de 600.000 millones de euros al año.
Una de las primeras comunidades autónomas en hacer los deberes ha sido Euskadi, que desde Ihobe (la oficina de política ambiental del Gobierno vasco) ha potenciado y financiado la creación de empresas circulares. Desde este departamento aseguran que estos proyectos son capaces de mejorar la competitividad de las empresas hasta en un 62%. Entre estas empresas está el proyecto del arquitecto Aitor Fernández Oneka, que fue pionero en ecodiseño, con Oneka Arquitectura, montada hace 12 años. “Antes de nosotros, los procesos sostenibles solo se aplicaban a la industria, fuimos los primeros en obligarnos a construir de forma sostenible”. Dicen que llevan la economía circular en el tuétano –“antes de que se llamara así, ya lo hacíamos”– y hace cinco años montaron Rener, una consultoría especialista en eficiencia energética y sostenibilidad en la edificación, “porque si es importante la garantía de lo que compras, cómo no va a serlo del sitio donde vives, de la inversión más grande de tu vida, apunta Fernández Oneka. Además de trabajar mano a mano con la administración para ayudar en la transición hacia la economía circular, esta empresa ha ayudado a marcas como Desigual a adaptar sus tiendas, “desde el paso uno de la construcción del espacio a la puesta en marcha todo está concebido con criterios de sostenibilidad de economía circular”.
Pero esta no es la única relación de los arquitectos con la industria textil. Koopera (de Cáritas) ha trabajado con ellos recientemente. La organización, que tiene dos plantas de recuperación de prendas de vestir en Valencia y País Vasco, procesa 15.000 toneladas de ropa al año que se ha desechado en contenedores. Precisamente de toda la materia reciclable, la ropa es que la que peor salida tiene porque, según precisa Gloria Ferrer, de Koopera, “si los procesos de creación de la ropa contaminan, los del reciclaje aún no están tan avanzados para que el proceso sea sostenible”. De hecho, sólo el 30% de toda la ropa que llega a Koopera se recicla, el 60% se vuelve a vender a tiendas de segunda mano, vintage o por fardos al peso y el 10% se quema para generar energía.
Pero es precisamente en la parte del reciclaje en la que entran empresas como Rener, pues los últimos revestimientos acústicos que se hicieron con fibras recicladas de prendas que algún día fueron a parar a un contenedor de Koopera. “Nuestra ropa se utiliza en el sector del automóvil como revestimientos y moquetas, el del trapo para la industria y el hilo del vaquero, sin gomas, también se convierte de nuevo en hilo”, explica Ferrer. Koopera es una empresa cien por cien circular, y no solo por su naturaleza, sino porque cumple con otro de los objetivos que marca la economía circular: generar puestos de trabajo. “Nosotros empleamos a gente en riesgo de exclusión”, apunta la portavoz de la organización, “tomamos el residuo como una oportunidad, nuestra filosofía de trabajo es dar trabajo”. En el último año han añadido un nuevo turno de trabajo en la planta de País Vasco.
También sin ánimo de lucro trabaja Ecovidrio, que se dedica al reciclaje de los envases de vidrio que consumimos y a labores de concienciación. “Nuestro trabajo es reciclar, pero sobre todo formar a ciudadanos concienciados”. Es la opinión de Laura García, subdirectora de operaciones de la compañía. “La economía lineal ya no sirve y lo digo de forma tajante porque tenemos que repensar cómo queremos que sea el planeta”. Solo en 2016, el reciclaje de Ecovidrio evitó que 485.000 toneladas de CO2 salieran a la atmósfera. “No lo hacemos nosotros, son los ciudadanos que depositan los envases en el contenedor y nuestro trabajo es controlar todo el proceso”. Para ella, el interés por la economía circular está relacionado con la crisis. “Durante los años más duros, la gente empezó a preocuparse por no comprar, por no tirar, por arreglar… por reutilizar, por eso creo que la obsolescencia programada tiene los días contados”.
De la misma opinión es el portavoz de Calidad Pascual, Francisco Hevia, director de Comunicación y Responsabilidad Corporativa de esta firma. Para él, “la política de residuo cero” es el único futuro posible y presume de tener una planta a pleno rendimiento en Cataluña que ya trabaja con esta filosofía. “El consumo responsable lo llevas pegado a la piel cuando tu empresa vende recursos naturales”, explica Hevia, “somos socios de Ecoembes y todo lo que utilizamos, desde la energía a la materia prima, envases y embalajes, se reutiliza, incluso el PET de las botellas estamos haciéndolo biodegradable”. Incluso los lodos de la producción generan energía y abono. Su filosofía viró en 2013, y desde entonces aseguran que ha mejorado “la cuenta de resultados” y convencido a directiva y personal de que “es el único camino posible”. Según explica Pascual, “a largo plazo solo podrán sobrevivir las empresas que hagan economía circular, de lo contrario la sociedad no avanzará”.
Además de adaptar y adherirse a los principios de la economía circular, estas empresas tienen en común el gestionar el talento con esos mismos criterios e incorporar nuevos ámbitos y profesiones al esquema, por ejemplo, el ecodiseño, que estudia cómo hacer productos cuya producción requiera menos energía y materia nueva y que dure más y sea reciclable. Además, las plantillas de este tipo de compañías, además de trabajar para hacer la economía circular, tienen perfiles más concienciados. “Las personas que trabajan en Ecovidrio se creen lo que hacen, lo viven y transmiten el mensaje”, resalta la directiva de la firma, que da trabajo, directa o indirectamente a 8.000 personas. “El futuro será circular o no será”, añade tajante. Es lo mismo que piensa el arquitecto Aitor Fernández Oneka, que dice haber “sobrevivido a la crisis por habernos mantenido firmes en que este es el camino, no solo a nivel privado sino de administración”. En realidad, el velero de Ellen McArthur solo fue una excusa, parece inevitable hacer la transición a una economía circular. Y es así como lo cuenta la gente de Koopera. “Ellen es una inspiración, su descubrimiento es importantísimo, pero ahora nos toca a nosotros, le toca a la industria evolucionar tan rápido como el viento que le llevó a dar la vuelta al mundo”.