Por: Cambio16
23/06/2017
El mes pasado, una agencia del gobierno de EEUU emitió una evaluación de los esfuerzos de ese país para ayudar a Afganistán a recuperarse de la devastación de 16 años de guerra. Sus hallazgos fueron difíciles: Seis de cada 10 dólares desde el año 2002 se habían gastado en las fuerzas de defensa en Afganistán, sin embargo, los problemas eran rampantes. Se encontró un gran índice de analfabetismo generalizado que, precisa el informe, socava el progreso no sólo en el establecimiento de la seguridad, sino también en el desarrollo de proyectos civiles. La calidad del liderazgo también se identificó como un obstáculo importante. “Si los liderazgos -civiles, políticos y hasta militares- son pobres, la gente «de abajo» es proclive a que cualquiera los utilice o, peor aún, no hay nadie que los eduque para la vida», apunta.
La raíz del problema está en el estado de la educación. El informe precisa unos datos dolorosos: más de seis de cada diez personas que no saben leer ni escribir, casi cuatro millones de niños no están en la escuela, y más de tres cuartas partes de todos los niños abandonan la escuela. En general, la oportunidad es extremadamente limitada, por lo que la esperanza de un mejor futuro se hace cuesta arriba para muchas familias que lo evocan. Esto no sólo conduce a los importantes obstáculos para el progreso en los que se centraron los puntos de evaluación de Estados Unidos, es el caldo de cultivo del extremismo y el terrorismo. Millones de afganos, incluidos los niños, están encerrados en la idea de que su futuro es simplemente sin esperanza, por lo que ideas con significados deformados y sin sentido de propósito que puede proporcionar el extremismo son ideas de fácil calada.
Este problema no ocurre sólo en Afganistán, sino en Siria, Libia y en otros países en conflicto del Oriente Medio. Puntualmente en el primero, hay un avance en comparación con hace diez años cuando estaba en el centro de una cruenta guerra que tiene su génesis a partir de la invasión soviética del 78. Pero la máxima es clara: si esos países no logran avanzar radicalmente en el sistema educativo, la capacidad de sus pueblos, puntualmente de sus niños, para dar forma a sociedades de valores y progreso donde la guerra y el terrorismo sean intolerables, parece sombría. Mientras que los dólares de ayuda extranjera pueden proporcionar un apoyo significativo, poco es lo que se puede obtener si la base no está en el apoyo a los líderes del futuro que ayudarán a contrarrestar las apelaciones retorcidas de los reclutadores de terroristas. Como dijo Malala Yousufzai, «Yo no quiero matar a los terroristas. Quiero educar a los hijos de los terroristas. Esa es la verdadera forma de erradicar el extremismo en mi país»
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Gran parte de los recursos destinados al combate del terrorismo se centran hoy por hoy en la seguridad. Las medidas son policiales y no sociales, lo que representa un «paño caliente» en la lucha por la erradicación del fenómeno. El centro del conflicto no es el Oriente Medio, es la educación y el respeto a los derechos humanos. La gran prueba: la radicalización de los yihadistas europeos, que tantas vidas ha cobrado en el último año. Nadie puede radicalizarse si no parte de un interés por conocer y explorar ideas o ideologías extremistas, frecuentar ambientes radicales y entablar relación con individuos o grupos radicalizados. Así, necesidades de pertenencia y de reconocimiento social pueden estimular la integración en redes o grupos radicalizados, así como el desarrollo de conductas recompensadas por muestras de aceptación o admiración por parte de los líderes y compañeros de grupo. Y la necesidad de significación o sentido puede estimular a buscar información y explorar nuevas formas de interpretar el mundo y de atribuir valor y propósito a la propia existencia.
Los estereotipos religiosos, la xenofobia, la segregación, la mala gobernanza y la falta de derechos civiles también juegan un papel fundamental: tras cada ataque terrorista, la respuesta ha sido elevar los malos estereotipos del islam. Los musulmanes son segregados o discriminados en los países donde emigran, unos cuantos comienzan a llenarse de resentimiento y algunos encuentran consuelo en el Daesh. El resultado ya forma parte de las noticias. Lo peor es que esto es un ciclo repetitivo de odio que ya se extiende en todo el mundo.
En los próximos debates que tenga sobre el terrorismo, cuando crea que la educación como respuesta puede sonar como un cliché, piense en todo lo arriba dicho. Si nuestro futuro es mejorar, los niños de hoy deben aprender a leer, tienen que aprender a escribir, tienen que aprender a cuestionar formas dominantes de pensamiento. Deben aprender que ningún niño es intrínsecamente vale más que otro. Y si podemos comenzar a recorrer ese camino hoy, todos podemos tener esperanza en el mañana.
El futuro es hoy.