Por Pepe Moreno | Ilustración: Luis Moreno
10/09/2016
En 1976 la NASA había desarrollado un prototipo de nave tripulada que pretendía cambiar de una vez por todas la manera de entender el espacio. Después de los éxitos logrados durante la década anterior, la Administración del presidente Ford había retomado el interés por el desarrollo aeroespacial, poniéndose como objetivo lanzar la primera nave tripulada, con autonomía y capacidades suficientes como para mostrar el camino de la anhelada colonización espacial.
La nave –el prototipo– se llamaba Constitution. El nombre, relevante por su significado y por la intencionalidad del proyecto, había sido elegido por la Casa Blanca en un arrebato de americanismo. Casi parecía el ficticio America Works del no tan ficticio presidente Underwood, de la mucho menos ficticia House of Cards.
Un día la Casa Blanca, más bien su estafeta, se inundó literalmente de cartas pidiendo que cambiaran el nombre de Constitution por el de Enterprise, la gran nave nodriza protagonista de la en ese momento ya mítica serie de televisión Star Trek.
Lo que en un principio se tomó como una broma colectiva pasó a considerarse muy seriamente por dos motivos: la coordinación perfecta de los fans de la serie había colapsado el sistema postal de la Casa Blanca y los argumentos para que el Enterprise volara al espacio eran más que coherentes. El nombre era el espíritu de libertad, de resistencia y de honestidad hecho nave. Un regalo inesperado. Cuando Gerald Ford presentó la nave en el Centro Johnson de la NASA, sonó la melodía de Star Trek mientras se descubría la lona que tapaba el Enterprise.
Este es el primer ejemplo de muchos que, con el paso de los años, han ido ocurriendo y que se ha llamado el activismo del fan. El fenómeno, inconcebible en otras épocas y producto de los mass media y la muerte del ídolo de carne y hueso, ha evolucionado durante estos últimos 40 años hasta convertirse actualmente en algo muy a tener en cuenta por aquellos que no quieren mover lo que creen que funciona. En la actualidad, el activismo del fan es una metarrealidad que funciona con estímulos que no son de este mundo, pero que sus miembros traducen y aplican a la vida normal, sin espadas láser, capas o naves interestelares.
El caso más mediático, por la influencia de la saga Star Wars y por su penetración en todas las capas sociales, es el de la organización The 501st Legion. Toman el nombre directamente de las películas y lo llevan a la calle bajo el eslogan Bad guys doing good. El grupo lleva funcionando desde 1997, pero es con la última película (o la primera, es difícil entenderlo si no eres seguidor), cuando el fenómeno más ha crecido.
Miles de fans en todo el mundo se organizan bajo los dictados de la legión, que tras sus disfraces de startroopers, montan campañas anti bullying en los colegios, recaudan a punta de pistola láser fondos para investigar el cáncer infantil u organizan, escoltan y difunden campañas de donación de sangre. Estos chicos malos haciendo cosas buenas tratan de devolver a la sociedad lo que las tropas imperiales, en la pura ficción, quitan. Aquí los valores se transforman y, usando la organización de una legión ficticia, hacen el bien disfrazados del mal.
El caso de la ‘501st legion’
En 2005 Harry Potter, la saga de magos y villanos ideada y amortizada por J.K. Rowling, estaba en pleno auge. Los libros primero y las películas después, se convirtieron en el nuevo Tintín de jóvenes en todo el mundo. Harry Potter habla de magia, pero también de cómo luchar contra lo establecido, de la dicotomía que forman bien y mal, oscuridad y luz, meritocracia y nepotismo.
Un grupo de fans no tanto de la saga sino de sus atributos fundó la Alianza Harry Potter (HPA en sus siglas en inglés). Esta organización tiene como fin aplicar al mundo real los conceptos que Harry Potter usa en su mundo ficticio. Comenzaron a elegir causas sobre las que actuar, con matices políticos y siempre con la idea de mejorar el mundo, conseguir la justicia y proteger a los más débiles. No son fans, son activistas.
La HPA está presente en 25 países y ha llevado a cabo 275 acciones “justas”. La primera y más importante fue conseguir que las chocolatinas que aparecen en la saga (Chocolate Frog) y que como otro producto comercial más derivado de la ficción, estaba teniendo un gran éxito, dejaran de ser producidas por niños trabajadores en plantaciones de cacao de África, persiguiendo el compromiso tanto de la distribuidora como de otros productores de la talla de Nestlé.
Su objetivo, asociándose como Free Work, fue eliminar a nivel mundial el trabajo infantil en plantaciones de cacao. Y van camino de conseguirlo. ¿Su fuerza? El boicot emocional, la pelea constante y el asalto conceptual al que han sometido a la saga. Trabajan desde valores como la libertad, que son incontestables, son muchos y poderosos miembros. Tan poderosos como la magia.
En 2011, Rick Perry, candidato presidencial republicano a la Casa Blanca y por entonces en campaña, fue preguntado por un niño de nueve años sobre su superhéroe favorito. Contestó “Superman, claro, porque vino a salvar América”. En esas fechas, todos los estudios marcaban un rechazo creciente de la opinión pública a los inmigrantes sin papeles en Estados Unidos.
A raíz de las declaraciones de Perry, DC Comic, dueña de la franquicia del héroe que fue creado para luchar contra el superhombre nazi, aprovechó para lanzar un número especial en el que, en un universo paralelo, Superman rechazaba la ciudadanía estadounidense y decía: “Estoy cansado de que mis acciones se interpreten como instrumentos de la política de Estados Unidos”.
El debate se abrió, con los inmigrantes por medio, y Hari Kondabolu, cómico de Queens, inició una campaña con el lema “Superman como activista en la lucha por los derechos de los inmigrantes.” En ella hablaba de cómo el héroe llegó a un planeta lejano y extraño para él, trabajó duro y nunca fue rechazado. Nadie se preguntó jamás si él robaba el trabajo a los ciudadanos americanos o si tenía la tarjeta de residencia. A la vez y siguiendo esta idea, la fotógrafa Dulce Pinzón apoyó la tesis de Superman como un sin papeles más, mostrando a trabajadores vestidos como superhéroes y desarrollando el trabajo que suelen hacer los inmigrantes.
El debate cogió fuerza y las asociaciones de fans de Superman, que son muchas y poderosas, asumieron como suya la causa de los derechos del inmigrante. Si había sido creado para luchar contra la desigualdad de la Gran Depresión, ahora era el momento de volverlo a poner en acción, y qué mejor forma de lograrlo que ayudando a los que son como él fue; alguien en tierra extraña. Y a Superman se le hace caso.
Estos dos ejemplos son los que más significado político tienen y muestran como el activismo del fan no se limita a recaudar dinero para causas benéficas. De hecho, queda muy lejos en su espacio mental la beneficencia de la justicia. Mientras el capital simbólico de los héroes de ficción sea aplicable a problemas concretos y los héroes y mitos humanos sigan muriendo, este tipo de lucha nos demostrará que hay una manera mágica de cambiar las cosas.