La destrucción medioambiental a manos del hombre está llegando a las vastas profundidades del océano. El mar absorbe casi un tercio de las partículas de CO2 que emiten a la atmósfera las mayores fuentes contaminantes del planeta. La presencia de esas partículas cambia las características químicas del océano y lo convierten en un líquido más ácido, incompatible con algunas formas de vida.
Los humanos envían CO2 al océano hasta ocho veces más rápido que los volcanes antiguos. El proceso de acidificación del agua por CO2 está ocurriendo en décadas en lugar de milenios. Si se agrega carbono lentamente, los seres vivos pueden adaptarse. Si se hace muy rápido, es un gran problema.
Marcos Fontela, investigador postdoctoral en el Centro de Ciencias del Mar del Algarve (CCMAR), explicó por qué los corales de aguas frías que rodean la península están muriendo por culpa de las emisiones de CO2. Durante los cinco últimos años, Fontela ha formado parte de un equipo de científicos que desde 1997 investiga cómo los corales de aguas frías que rodean la Península son víctimas de la acidificación del océano.
El ser humano debe reducir las emisiones de CO2
Los resultados de estas dos décadas de trabajo han sido recientemente publicados en la revista Nature. Las conclusiones son tajantes: si el ser humano no pone freno a las emisiones de CO2, los corales de las profundidades del océano podrían morir en un futuro no tan lejano. «Hay otros corales que son los grandes desconocidos para el público general y también para la ciencia, que son los corales de profundidad. No hacen fotosíntesis porque están a profundidades de 500, 700, 1.000 o más metros. Se encuentran en aguas frías, por eso también se les llama corales de aguas frías» dijo.
Los cuerpos de los corales, tanto de aguas más superficiales del océano como de las más profundas, tienen una especie de esqueleto formado por el mismo material que las conchas: el carbonato de calcio. Son unos de los animales más antiguos del planeta. A lo largo de su existencia han podido desarrollarse en unas aguas que les eran químicamente favorables. Paradójicamente, su equilibrio depende de que haya un “exceso de carbonato” en el agua, pero la acidificación está acabando con él. El matiz es importante: “No se va a acabar el carbonato, se va a acabar el exceso de carbonato”, recalca.
Cuando el exceso de carbonato deje de existir, ocurrirá lo siguiente: los esqueletos de los corales se corroerán y los de aquellos que ya estén muertos se disolverán como una aspirina en un vaso de agua. Como los corales vivos van creciendo encima de los muertos, se producirán derrumbes cuando estos se diluyan, como un edificio que se viene abajo porque le han quitado los pilares.
Estas criaturas tienen un valor ecológico irremplazable y su destrucción no solo supondría un duro golpe a la biodiversidad, sino que afectaría directamente nuestros platos de comida. Muchos peces de gran valor comercial “usan los corales de aguas frías como guarderías de los huevos y de peces pequeños. Imagínate todas las especies que hay asociadas a un bosque. Si quitamos los árboles, estas dejarán de estar ahí”, compara.
En el Atlántico noreste (las aguas que rodean a la Península) la acidificación ya se expande “desde la superficie hasta los 2.500 metros de profundidad”. Los corales que viven en esta región atlántica lo hacen justo en medio de ese intervalo, es decir, en torno a los 1.000 metros de profundidad.
Los gobiernos pueden evitarlo
Los únicos que pueden evitar lo que los oceanógrafos están vaticinando son los gobiernos de cada nación. En función de la determinación con la que actúen se pueden dar 3 escenarios. El más pesimista es que “la concentración atmosférica de CO2 llegue a 700 partes por millón (ahora estamos en 410)”. Entonces, las aguas pasarían a ser “químicamente hostiles”.
Una segunda coyuntura sería que las emisiones evolucionen al mismo ritmo que lo están haciendo actualmente. Si así fuera, “de aquí a 50 años los arrecifes de coral profundo de nuestra zona estarán en aguas químicamente desfavorables”.
El único escenario esperanzador se daría si los gobiernos cumpliesen el Acuerdo de París de 2015. En aquel año, casi 190 gobiernos de todo el planeta acordaron reducir las emisiones de CO2 para que las temperaturas no subieran más de 2 ºC a largo plazo. Solo si cumplen este pacto, “las comunidades de corales de aguas frías seguirán viviendo en aguas químicamente óptimas para su desarrollo”.
Marcos Fontela confía en que las cosas cambien a mejor: “La concienciación del cambio climático estaba muy alta al principio del año. Ahora es obvio que hay otras preocupaciones en el ambiente, pero hay que intentar aprovechar el momento para cumplir los objetivos del Acuerdo de París. De esta forma, mantendríamos la química del agua en buen estado. No nos queda otra que intentar ser optimistas”.
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