Muchas voces especializadas alertan que la humanidad deberá convivir un tiempo, aún indefinido, con el coronavirus y sus asechanzas. La OMS acaba de indicar, a solo días de cumplirse un semestre de la declaratoria de la pandemia, que “los efectos de la COVID-19 se sentirán durante las próximas décadas”. El solo enunciado agobia y entumece el espíritu.
De por sí, la palabra pandemia tiene una resonancia estremecedora. Asociada a enfermedades y muertes, hoy es palpable y penosamente transitada. Fue el 11 de marzo cuando la Organización Mundial de la Salud anunció al mundo que el brote del particular virus detectado en Wuhan (China) se había convertido en pandemia. Entonces había 135.065 personas contagiadas en el planeta y 5.005 fallecidos, concentrados en Italia y España, primeros focos devastadores en Europa.
En contraste con el dolor allí enquistado, se observaron manifestaciones de solidaridad. Aplausos de gratitud a los sanitarios. Derroche de cantantes, músicos y declamadores en los balcones. Y oraciones a Dios, con templos cerrados, porque llegara pronto el fin de esa terrible emergencia.
A la fecha, y sin alcanzar todavía los seis meses de esta difícil e inédita crisis sanitaria, se acumulan en el mundo más de 17,6 millones de infectados, alrededor de 679.000 decesos y cerca de 10 millones de recuperados. El país que sigue siendo el más afectado es Estados Unidos, con más de 4,5 millones de contagios y más de 153.000 fallecidos.
Detrás está Brasil, ocupando desde hace semanas ese segundo lugar, al superar los 2,6 millones de casos y acumular más de 92.000 muertos. Y la India, con 1,6 millones de contagios y 36.500 muertes. Por debajo se sitúan Rusia, que escala los 843.000 infectados y registra más de 14.000 muertos y Sudáfrica, con más de 493.000 casos positivos.
OMS y los efectos de la pandemia en el largo plazo
Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS, fue categórico. “La pandemia es una crisis de salud que se da una vez en un siglo y cuyos efectos se sentirán en las próximas décadas», dijo sin precisar detalles. Incluso obviando los esfuerzos de cientos de laboratorios y centros de investigación por encontrar una vacuna antes de fin de año, como ya lo han anticipado autoridades de EE UU, China y Rusia, por citar solo algunos.
Esta apreciación la expuso el directivo esta semana, luego de una reunión del comité de emergencia de la OMS para evaluar el estado de la pandemia.
A la salida advirtió que “muchos países que creían que habían pasado lo peor, ahora están lidiando con nuevos brotes. Algunos que fueron menos afectados en las primeras semanas, ahora están viendo un número creciente de casos y muertes».
Es el caso de América Latina, donde la expansión del virus parece no detenerse. Esta crecida de infectados toma a sus poblaciones cansadas de extendidos confinamientos, medidas restrictivas de movilidad y acceso a los ingresos laborales. Sin visualizar la llegada del pico máximo de la curva, lo que daría una luz de la esperada reducción de enfermos.
Esta región, convertida en epicentro del virus actualmente, reporta casi 4,5 millones de positivos y casi 350.000 muertes, según la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Además de Brasil, México escala en número de contagiados al totalizar 408.449 y 45.361 fallecidos. Le sigue Perú con 400.683 infectados y 18.816 muertes.
Chile, a pesar de su acertada actuación sanitaria, reconocida por organismos internacionales, tiene 351.575 infectados y 9.278 decesos. Y Colombia que agrupa a 276.055 contagiados y 9.454 las muertes.
Voceros de la OMS anticipan procedimientos para, al menos, aminorar los efectos de la pandemia, a través de campañas de información y persuasión.
Brutal caída de la economía mundial
Distintos organismos financieros y de desarrollo han resaltado los brutales efectos del coronavirus en la economía mundial. Y, en escala, hacia el empleo y las condiciones sociales de la población.
En su papel por dimensionar el impacto, tanto el FMI, la Cepal, el Banco Mundial y el Banco Central Europeo han privilegiado la vida por encima de lo económico. En sus informes se han focalizado en la tarea de potenciar los sistemas de salud y proteger a los más pobres y vulnerables. Ayudar a preservar empleos y a las empresas y construir una recuperación más resiliente, verde y sostenible.
El Banco Mundial prevé, en forma preliminar, que la economía mundial se contraerá este año 5,2%, como resultado de la pandemia. Las medidas de confinamiento para evitar la propagación de la enfermedad ha paralizado centros de producción, las cadenas de suministro de productos, el comercio externo e interno, el tráfico aéreo y el turismo.
El multilateral, al igual que otras entidades, coincide en que es la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial y empujará a unas 71 millones de personas a la pobreza extrema; es decir, cuando los ingresos al día son de 1,90 dólares o menos.
La institución señala que las economías avanzadas sufrirán más como grupo, con una contracción cercana al 7% del PIB, mientras que en las naciones en vías desarrollo será de un 2,5%. Aunque para América Latina y el Caribe el futuro inmediato no parece ser muy promisorio, con una contracción esperada de 7,2%.
Mención aparte merece la economía de Estados Unidos, que se desplomó en 32,9% entre abril y junio. Nunca imaginable. La peor caída registrada en 100 años, dijo la Oficina de Análisis Económico de ese país.
Esta estrepitosa caída contrasta con el mismo periodo de 2019, cuando la economía norteamericana atravesaba por una sólida bonanza.
En realidad, todas las economías se han venido en picada, más de lo previsto. El confinamiento contribuye a esos resultados adversos. El segundo trimestre para España fue peor de lo esperado. En abril se advertía de una contracción entre 10 y 12% del PIB para el año. Sin embargo el INE reveló una caída del 18,5%.
La economía alemana sufrió un descalabro histórico de 10,1% en el segundo trimestre del año por la pandemia. Y el PIB británico aumentó un 1,8% en mayo después de caer un 20,3% en abril.
Consecuencias sociales y las que faltan
La irrupción, casi de puntillas, del nuevo coronavirus, alteró la cotidianidad de las personas, familias, sociedades, países. Buena parte de la Tierra se detuvo de un frenazo. Paralizó planes, proyectos de desarrollo, agitó temores, colapsó y continúa colapsando vidas.
En estos largos seis meses, las consecuencias sociales saltan a la vista: desempleo y fragilidad laboral. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) informó que la COVID-19 arrasó con más de 400 millones de empleos en este primer semestre de 2020. Por tanto, se esperan momentos de apremios y de mayores limitaciones, pobreza.
También se detectan mayores consultas psicológicas, por las secuelas del aislamiento. Aumento del maltrato de género.
El Teletrabajo y la activación de tecnologías digitales surgen como las opciones fundamentales para el sostenimiento de empresas y trabajos. Servicios cada vez más crecientes vía online (suministro de alimentos, medicinas, ropas). Y el entretenimiento.
Gobiernos han constituido fondos de recuperación macro para sus países y también para ayudar a las familias más desprotegidas.
En el interín, la OMS ha monitoreado los efectos de la pandemia y ha reiterado las normas de higiene personal e industrial.
En este tiempo, la contaminación mejoró de manera puntual, gracias a la inacción de las grandes ciudades. Muchas organizaciones insisten en preservar estos mínimos avances y en consolidar un planeta más sano y vivible para las generaciones futuras.
La humanidad se adecúa a la nueva normalidad. Algunos disfrutando del verano. Otros manifestando en las calles por sus derechos. Todos, a la espera de una vacuna, por tratamientos que ayuden a convivir con ese virus, sin dejarlo coronar.
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