En unas de sus intervenciones televisivas semanales, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, afirmó que “en esta crisis provocada por la COVID-19 todos nos hemos equivocado, yo el primero… Nos tenemos que reinventar”. Esta autocrítica es quizás la que ha faltado a nuestros gobernantes. Los titubeos, vacilaciones, contradicciones y muchas veces la falta de claridad en las informaciones emitidas han provocado el efecto contrario a lo deseado: cierta confusión y duda en la opinión pública. Se podían haber hecho las cosas mejor, es evidente, pero también es muy fácil decirlo ahora, sin tener en cuenta la verdadera dimensión de todo lo acontecido. Se debe criticar al Ejecutivo por su gestión, aunque en términos generales la queja principal provendría del exceso de información y de la sobreexposición de los responsables del gabinete de crisis. También hemos de reprochar la actitud de una oposición que se ha dedicado exclusivamente a torpedear la labor del Gobierno más que a arrimar el hombro. Es evidente que la falta de comunicación entre el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y Pablo Casado, jefe de la oposición, no permite vislumbrar un armisticio político ni una cooperación, hoy más necesaria que nunca.
El Partido Popular sigue sin encontrar su espacio de oposición digna y responsable. Mientras Casado tiende la mano tímidamente al presidente Sánchez, por otro lado el PP en sus informes internos busca el fracaso político del Gobierno, alimentando el acoso y derribo permanente. Esta actitud no es de recibo, como tampoco lo es utilizar los muertos de la pandemia para obtener réditos políticos. Al PP, que es un partido de gobierno y orden que ha llevado las riendas del país durante 15 años, hay que exigirle altura de miras y responsabilidad. Hay que pedirle más colaboración y compromiso frente a la mayor crisis que jamás ha vivido nuestra joven democracia. Llegará, no cabe la menor duda, el tiempo de rendir cuentas y pedir explicaciones por los errores cometidos. Pero ahora, más que nunca, es la hora del consenso, del asentimiento y hasta de la complicidad. En un incendio, cuando se quema la casa común, no se trata de salvar los muebles, sino el edificio.
Sin unión y colaboración difícilmente saldremos del tsunami en el que estamos sumergidos. Esta imagen de división y descalificaciones no es el mejor ejemplo para una sociedad que ha mostrado su civismo y solidaridad, confinándose y aplaudiendo todas las tardes desde sus balcones. Como reflejan las encuestas, la gran mayoría reclama acuerdos y pactos para volver cuanto antes a la normalidad.
Este gran mazazo y conmoción que ha provocado el coronavirus nos ha alcanzado de lleno, dejándonos totalmente aturdidos y, por ahora, sin respuestas claras. La pandemia nos ha hecho descubrir que dependemos de los trabajadores que más hemos denigrado y que eran los menos considerados y peor pagados. En esta larga lista se encuentran las enfermeras, los celadores, los tenderos, los barrenderos, los de la limpieza, los cuidadores de nuestros mayores, etc. Todos estos oficios son los que nos han permitido conllevar con alivio y menos crispación nuestro confinamiento. Tenemos que cuidar a quienes nos cuidan.
La Unión Europea se juega su futuro
Esta crisis con decenas de miles de fallecidos, que no han podido despedirse de sus familias, nos ha puesto frente a una cruda realidad y ha destapado las vergonzantes, inadmisibles e insostenibles políticas erróneas y especulativas de nuestras residencias de mayores. Lo ocurrido con los geriátricos es un escándalo que tendrá sus consecuencias para que no vuelva a repetirse.
De esta terrible tragedia que nos ha cogido con el pie cambiando, hemos de aprender y sacar las conclusiones pertinentes. No se va a permitir ni aceptar que se reproduzcan recortes como los ha habido en sanidad. Que en los presupuestos del Estado o de cualquier autonomía esta misma sanidad aparezca como gasto. No son gastos como no lo son en educación, en ciencia o el cambio climático. Son y deben ser considerados como inversión y tienen que ser blindados con nuevas leyes. Esta es una de las grandes lecciones que tenemos que aprender.
En el reverso de la medalla está Europa, la Unión Europea. Su papel es fundamental para mitigar el impacto y las consecuencias de la crisis. La UE se juega su propio futuro. Un fracaso dejaría a los pies de los caballos unas instituciones cuyo prestigio se ha quebrado en los últimos años. Los acuerdos que se van a producir en las próximas semanas no van a satisfacer a todos y como siempre habrá que buscar el equilibrio que permita salir adelante. La UE se enfrenta al mayor reto desde su fundación. No se trata de mendigar ni de simples ayudas, sino de poner en marcha y avalar un plan extraordinario jamás concebido en Europa, basado en la solidaridad y valores que son propios de la Unión. Todos nos vamos a endeudar y ese será el principal problema.
Desde la Comisión Europea son conscientes de que solo unidos saldremos reforzados. Nos necesitamos para mantener el proyecto europeo. Una vez más, la política no puede ser el problema, sino la solución. La respuesta que se dé evidenciará la fortaleza o no de las instituciones europeas. Ahora bien, si exigimos a la UE responsabilidad y que haga sus deberes, también hemos de dar ejemplo y mostrar que somos aptos para llegar a pactos y amplios consensos. Cualquier desacuerdo, división o distorsión interna, además de inasumible, no sería aceptada ni dentro ni fuera de nuestras fronteras. Será entonces cuando Bruselas tome nota.
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