La igualdad solo puede contemplarse de lejos y como ideal moral y política. Materialmente, de cerca, para vivirla hay que ganarla y los que ayer eran iguales en mañana es posible que no lo sean. El teórico italiano de la democracia, Giovanni Sartori, dice que es el ideal que apunta a la menos natural de todas las formas políticas. Podríamos afirmar que clama por la extrema desnaturalización del orden político. En el camino a la libertad es difícil no extraviarnos, pero en la búsqueda de la igualdad aún no hemos encontrado el hilo de Ariadna para escapar del laberinto.
Como ideal moral, la igualdad es muy frágil y corrompible. Siempre se inicia como un bello cuento de hadas de la más pura y sincera implementación de la justicia. Sin embargo, la mayoría de las veces termina en una técnica de manipulación declarativa y fraudulenta para aniquilar a los más calificados y meritorios e imponer a los más ineptos y extraviados éticamente.
En ocasiones, el impacto histórico de ciertos acontecimientos y consignas que consagran episodios de alta significación político-social, como la Revolución francesa –que removió los cimientos de poder de la humanidad– queda calcado en el alma de los sectores pensantes y los pueblos como inscripciones sobre rocas que la gente copia sin mediaciones conceptuales, semánticas y contextuales.
La frase símbolo de la revolución triunfante –que pondría fin a la monarquía y abrirá paso a la República–, será: Libertad, igualdad y fraternidad. Y el primero de los principios de la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano del 26 de agosto de 1789 dirá: Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derecho y oportunidades.
Igualdad y desigualdad
Pero la lucha por la igualdad es una lucha contra la corriente, decía Rousseau. Lo natural es la desigualdad. Para conseguirla solo tenemos que dejar que las cosas sigan su curso. El economista y filósofo Emeterio Gómez la dibujó en uno de sus ensayos de una manera impecable:
¡Las desigualdades entre los seres humanos son absolutamente inevitables! Porque expresan una realidad empírica absolutamente profunda. Porque no se trata solo de fuerza física, habilidad o destreza y las capacidades sensoriales… Ni siquiera de diferencias de inteligencia, talento o capacidad de análisis lógico… Se trata fundamentalmente de diferencias en los niveles de creatividad, imaginación, fuerza de voluntad, intuición, perseverancia, capacidad de innovación y facultades para el liderazgo.
Es aquí en donde vienen en nuestra ayuda los especialistas, para suministrar provisiones en el combate de las ideas. Según Sartori: La igualdad es un ideal protesta, un símbolo de la rebelión del hombre contra la casualidad, la disparidad fortuita, el poder injusto y el privilegio cristalizado.
La primera de las equivocaciones nace de una sentencia errónea, considerada principista, que se presta a todo tipo de manipulaciones esencialistas y maniqueas, en un espacio donde los truhanes dedicados al delicado oficio de la política tienen siempre una considerable presencia: los hombres son acreedores a iguales derechos y oportunidades porque nacen libres e iguales, cuando tal concepto resulta insostenible, pues el hecho no se debe a ningún «porque».
Sartori señala que la búsqueda moral de la igualdad no implica o requiere la igualdad de facto. No hay conexión en que los hombres nazcan iguales y el principio ético de que deben ser tratados igualmente. La igualdad es un principio moral que buscamos porque creemos que es justa, no porque los hombres sean realmente iguales. Sino que sentimos que deben ser tratados como si lo fueran (aunque de hecho no lo son).
Los significados y la semántica de la igualdad
El concepto de igualdad, por más que innumerables trabajos se han escrito y los teóricos de las ciencias sociales han realizado reflexiones enjundiosas y claras, sigue prestándose a confusión. Es utilizado con fines políticosm alternativamente, bien intencionado e idealista en unos casos; y, en otros, con la mala intención de remover los fondos oscuros del subconsciente humano.
El concepto de igualdad tiene dos significados elementales simultáneamente heterogéneos y contradictorios. En uno está asociado a un ideal moral y sentido de justicia y en el otro a la noción de identidad. Podemos interpretarlo en la dirección de que buscamos justicia, pero también identidad.
Si, por un lado, la idea de identidad nace de dar a cada quien lo que le corresponde; por el otro, esa visión entra en conflicto con otra fuente de la que se alimenta: la variedad, la diversidad y la irregularidad. Por eso las dos connotaciones son manifiestamente divergentes y, a pesar de ello, no ha sido fácil separarlas definitivamente. Aun aceptando que el segundo significado ceda el paso al primero.
Para Sartori, la confusión conceptual igualdad-como-justicia e igualdad-como-identidad puede deberse también a una causa semántica. El egale italiano, el egal francés y el gleih alemán no solo significan igual, sino que también tienen exactamente el significado de la palabra inglesa same (mismo).
Decir en italiano, en francés y en alemán que dos cosas son iguales equivale a decir que son idénticas, mientras que las personas de habla inglesa no acostumbran a decir que dos automóviles son iguales cuando son del mismo tipo y esto de alguna manera explica por qué el igualitarismo literal, el ideal de hacer idénticos a los seres humanos no tuvo arraigo en los países anglosajones.
En razón de esa explicación cobra sentido el discurso de Lincoln de Springfield en 1857, al referirse a la Declaración de la Independencia: Los autores de tan notable documento no intentaron declarar a todos los hombres iguales en todos los respectos. No quisieron decir que todos fueran iguales en color, estatura, intelecto, desarrollo moral o calidad social. Es evidente que en esa oportunidad Lincoln se refería a igual, pero solo en el sentido de semejante.
Realmente –dice Sartori– en nombre de la igualdad se defienden dos soluciones contrarias: una que demanda una igualdad que respete la diversidad y una que ve desigualdad en toda diversidad; una que repudia las diferencias privilegiadas para fomentar las auténticas y otra que rechaza toda diferencia.
Las oscilaciones de la igualdad y la libertad
En síntesis, la igualdad no solo resulta bifronte teóricamente, sino que también termina teniendo empíricamente dos rostros, como el dios Jano, que mira a ambos lados de su perfil. Hay quienes sostienen que, en la práctica, la idea de igualdad está sujeta a movimientos oscilantes de mucho más espectro que la de libertad.
En nombre de la libertad no se puede oprimir a los muchos, por lo menos en el aspecto de que no es posible legitimar ese proceder y, en cambio, los muchos sí pueden tiranizar fácil y legalmente a los pocos en nombre de la igualdad.
Puede argumentarse con sobrada razón que el principio de igualdad es proclive a transformarse en una práctica que da la ventaja solamente al más débil. La diferencia está en que la noción de libertad no puede convertirse en la práctica real en su polo opuesto, mientras que el de igualdad sí puede hacerlo.
La igualdad nace como una reivindicación moral, pero puede llegar a ser una pura y simple forma de fomentar el interés propio, que es lo que acontece cuando gobierna el populismo autoritario. En nombre de la igualdad pueden llegar a cometerse los más grandes exabruptos, con severas consecuencias de largo plazo para la sociedad y sus instituciones.
A decir de Georg Simmel: Para muchas personas la igualdad significa solo ‘igualdad con nuestros superiores’, con lo cual se convierte en una forma pura y simple de dominar por sorpresa, en un artificio para hacer caer a los que están arriba y simplemente ocupar su lugar. En lenguaje coloquial, «quítate tú para ponerme yo».
La historia siempre ha confirmado esta tendencia degenerante: En el año 431 a.C., Pericles dijo a los atenienses que aunque la ley garantizara igual justicia para todos en sus disputas particulares, se reconoce también el derecho a la excelencia, y cuando un ciudadano destaca en alguna forma tiene preferencia para el servicio público, no por cuestión de privilegio sino por una recompensa al mérito.
Democracia e igualdad
Existe la tendencia no razonada a pensar que igualdad y democracia están articuladas en un solo sistema. Lo que es cierto de modo muy general, en el sentido de que el ideal igualitario es un símbolo por excelencia de la idea democrática, como lo sostenía Alexis de Tocqueville con inalterable tenacidad. Pero esta coincidencia solo significa que la demanda de igualdad encuentra su mayor fuerza y expansión en el sistema democrático, no que no exista igualdad fuera de la democracia.
Lo primero que debemos recordar, según Sartori, es que durante los veinticinco siglos que separan la palabra griega isótes del significado que hoy día tiene el término igualdad, ha transitado un largo proceso de elaboración y refinamiento llevado a cabo por la jurisprudencia, el cristianismo, la filosofía moral y, en resumen, toda la tradición del pensamiento occidental, incluyendo el marxismo-leninismo que supone la igualdad de facto.
En verdad la isonomía, entendida como la entendemos hoy, igualdad ante la ley, fue solo un fugaz experimento de la democracia griega. El principio de que cada hombre es igual a todos los demás en su dignidad y valor intrínseco es un concepto cristiano y ético, que solo quedó refrendado después de la extinción de las antiguas repúblicas.
La igualdad como ideal
De la misma forma, cuando afirmamos que todos los seres humanos poseen por sí mismos derechos iguales e inalienables, estamos sosteniendo un importante principio que adquirió rigor solo a través de la noción de ley natural, tal como se implantó en el siglo XVII, gracias a los padres de la Ilustración.
En esencia, hay muchas igualdades que no pueden considerarse hijas de la evolución democrática. Por ello, los expertos en democracia reconocen tres iniciales que el desarrollo de la igualdad y de la legislación ha ido ampliando como sistema perfectible:
- Igualdad para practicar el sufragio universal, es decir la extensión del voto a todos en edad de ejercerlo, como complemento de su libertad pública.
- Igualdad social, entendida como igualdad de clases, que implica ausencia de barreras o discriminaciones de ningún tipo.
- Igualdad de oportunidades, en múltiples sentidos y que en la medida que la democracia avanza y los derechos del ciudadano crecen, se ha ido expandiendo.
Conclusión
El concepto de igualdad adquiere connotaciones siniestras cuando las tiranías de inspiración marxista populista pretenden darle una aplicación de institución totalizante, como la que se vive en el ejército y la Iglesia, donde todos sus miembros viven en condiciones idénticas nada agradables, menos aún confortables, para ningún ciudadano de espíritu libre.
Al igual que en los países totalitarios sus aspirantes se despiertan y se acuestan a la misma hora. Comen a una hora fija y la misma dieta. Se asean conjuntamente y en el mismo horario. Practican los mismos deportes y se entretienen con los mismos juegos de mesa. Estudian a la misma hora y salen de permiso de manera simultánea. Para todos es el mismo protocolo. Al que no le gusta, se va.
La vida en estas instituciones está llena de misterios, de soledad, de incertidumbre. Solo la fuerza de voluntad y el rigor espiritual sostienen tanto enigma mientras se termina de crecer y ser. Ese rigor identitario tan útil para ser pastor del rebaño y «forjador de libertades«, en nuestro específico caso, de ciudadanos, hace de una sociedad con los hábitos igualitarios de un cuartel y un monasterio, una sociedad castrada, desgraciada, improductiva, diletante, simplemente infeliz.
Es la igualdad de facto política-económica impuesta por un puñado de vándalos que se apropia de la representación para hacer de las suyas con el concepto de igualdad, tan vital como desafío moral para las democracias liberales.
Cuando el Estado termina de apropiarse de todo y el grupo en el poder tiene el país en sus manos, sin control de ninguna naturaleza, solo le queda a la población, para no morir de hambre, aceptar las migajas que se reparten a manera de bonos o bolsas de comida descompuesta. Una lotería en que los que no tienen nada reciben con indignación las sobras del festín de los de arriba.
Leon Trotski afirmó en La revolución traicionada: La única alternativa que queda a quienes disientan, si son dignos, es morir de hambre, pues quien no obedezca, no come. Algo semejante a lo que dijo un connotado, muy tosco y elemental dirigente del PSUV en Venezuela frente a las cámaras de televisión, conminando a sus «iguales» a ejercer el sufragio: «Quien no vaya a votar no come».