La sobreexposición a Internet ha creado una falsa percepción de la realidad en las nuevas generaciones que los impulsa a tomar riesgos inauditos
En la actualidad vivimos en un mundo en el que Internet se ha vuelto omnipresente. Es la vía por la cual se obtiene información con la que cada quien se hace su idea de la realidad. Pero la elaborada a partir de Internet no se corresponde objetivamente con el mundo que nos rodea. La realidad de Internet se parece más a un espejismo.
Internet nos engaña. El mundo que nos muestra no es el real. Tampoco es realidad aumentada sino distorsionada. Está llena de filtros y burbujas algorítmicamente generadas para crear necesidades y obligaciones inesperadas y riesgos inauditos.
Como el del británico que cayó 192 metros de altura desde un puente en Castilla- La Mancha para crear contenido viralizable para sus seguidores. El incidente, ocurrido en la localidad de Talavera de la Reina, generó una intensa polémica sobre los riesgos asociados a la búsqueda incesante de likes y seguidores en las plataformas digitales.
Según las autoridades locales, el joven y un acompañante habían escalado el puente atirantado. Una acción estrictamente prohibida. Su objetivo no era otro que grabar imágenes impactantes para compartirlas en redes sociales. La historia sirve como un trágico recordatorio de los peligros potenciales en la era de la “vida real” en Internet y la búsqueda de likes y seguidores en las redes sociales.
Uno más
No es un caso aislado. En los últimos años se han registrado numerosos incidentes similares, en los cuales jóvenes y adultos arriesgan sus vidas en busca de la viralidad. Un estudio publicado en 2021 en el Journal of Travel Medicine informó que 379 personas murieron mientras se tomaban selfies en lugares peligrosos de todo el mundo entre 2008 y 2021. Muchas más resultaron heridas.
Otro de 2018, analizó noticias de prensa y encontró 259 muertes relacionadas con selfies entre octubre de 2011 y noviembre de 2017. Ante la serie de incidentes mortales, un grupo de expertos australianos pidió que las hazañas en las redes sociales se consideraran un peligro oficial para la salud pública.
La creciente popularidad de las redes sociales y la presión por destacar estimulan los actos temerarios y peligrosos. Según una encuesta de YouTube, el 65% de los internautas más jóvenes se consideran creadores de contenido. Se ha generado una nueva generación de «influencers» dispuestos a todo con tal de captar la atención del público.
Un ejemplo es el caso de cinco adolescentes detenidos en Nueva York el año pasado por escalar una de las torres del puente de Williamsburg. Uno de los adolescentes le dijo más tarde al New York Post que desde hacía dos años había estado escalando las estructuras más altas de la ciudad. Su objetivo: publicar regularmente imágenes de sus peligrosas acrobacias en Instagram. A más peligro, más Like y más monetización, Las caídas desde altura fueron la causa más común de muerte. Muchas víctimas eran jóvenes, especialmente hombres.
La presión social, la necesidad de aprobación y la búsqueda de la gratificación instantánea son factores que pueden llevar a jóvenes y adultos a tomar decisiones impulsivas y peligrosas. Convencidos de que esa es “la realidad” que sus seguidores buscan y por la que les pagan.
Ilusión de transparencia
La irrupción de los teléfonos inteligentes transformó radicalmente nuestra relación con la tecnología y la información. La posibilidad de acceder a Internet en cualquier momento y lugar ha fusionado el mundo real y el digital. Ha generado un nuevo paradigma en el que nuestras vidas están cada vez más expuestas y conectadas.
Los jóvenes, nativos digitales, han crecido inmersos en un entorno hiperconectado. Estudios como el de la Universidad de Stanford revelan que los adolescentes pasan un promedio de 7,5 horas diarias conectados a Internet. Lo que influye significativamente en su percepción de la realidad.
La proliferación de las redes sociales crea la ilusión de transparencia total. De que todo puede y debe ser compartido. El expresidente de los Estados Unidos, Barack Obama, en un foro en la Universidad de Chicago, advirtió sobre las implicaciones de compartir la vida cotidiana en las redes sociales y cómo podría afectar el futuro de las personas.
«Si hubiera fotos de todo lo que hice en el colegio, probablemente no me habrían elegido presidente». La capacidad de registrar y compartir cada instante de nuestras vidas ha llevado a muchos a cuestionarse si la privacidad aún es posible.
Humanidad perdida en realidad de Internet
El derecho a la privacidad es uno de los principios que defienden los Gobiernos ante la arremetida de las tecnológicas. Es parte de la esencia de ser humanos. Christine Rosen en su libro «La extinción de la experiencia: ser humano en un mundo sin cuerpo» se pregunta si estamos perdiendo nuestra humanidad en la era digital.
A través de un extenso catálogo de ejemplos, argumenta que las tecnologías digitales están socavando nuestra capacidad de experimentar el mundo de manera plena y auténtica. Rosen presenta una visión pesimista de la tecnología. La describe como un conjunto de herramientas que nos alienan de nuestras experiencias sensoriales y emocionales.
Apunta a las redes sociales, los smartphones y las realidades virtuales como los principales culpables de esta «extinción de la experiencia». Argumenta que estas tecnologías fragmentan nuestra atención, nos aíslan socialmente y nos exponen a una constante sobreestimulación sensorial.
Algunos de los riesgos identificados por Rosen afectan al cuerpo. Como el caso de un hombre que ingresó, rifle en mano, a una pizzería en Washington DC. Convencido por teorías conspirativas en Internet de que la pizzería era el centro de una red de pederastia (aunque no existe un sótano en el local).
Otros ejemplos incluyen la muerte de un bebé en Corea del Sur por desnutrición, ya que los padres estaban criando a un niño virtual en línea. O la de empleados en Japón que deben usar una aplicación para asegurar que sus expresiones faciales sean adecuadamente amistosas.
Experiencia digital
Christine Rosen plantea una inquietante tesis: la tecnología digital está socavando nuestra capacidad de experimentar el mundo de manera plena y auténtica. La autora argumenta que las Interacciones en línea nos privan de experiencias sensoriales fundamentales y nos aíslan de la realidad física.
Argumenta que las interacciones en línea inhiben nuestra capacidad de percibir las «microexpresiones» de los demás. Rosen teme que «la realidad tenga competencia, tanto de formas aumentadas como alternativas».
Para la autora la verdadera preocupación con Internet no es que aumente la realidad, sino que a menudo nos niega los placeres exuberantes y las excitantes degradaciones de la experiencia física. Como morder un melocotón jugoso, parpadear ante la luz del atardecer, o sentir el frío inesperado de un día. Rosen menciona algunos placeres amenazados por Internet, como viajar, tener relaciones sexuales, comer y mirar obras de arte.
El espejismo de Facebook
Las interrogantes, críticas y temores de Rosen encuentran soporte en cientos de estudios que apuntan a la progresiva desconexión de la “realidad-real”, generada por internet. Un espejismo creado a la medida del usuario que lo aísla y enajena.
Las redes sociales, como Facebook, se presentan como espejos de la realidad, pero en realidad son poderosas herramientas de construcción social. En ellas se trasmiten una imagen “idealizada” o “recreada” con filtros de la apariencia física y de la vida de sus usuarios.
Los algoritmos que rigen estas plataformas están diseñados además para mostrar contenido que coincida con los intereses y creencias personales. Crean «burbujas de filtro» que refuerzan las opiniones personales y aíslan de perspectivas diferentes. Descrito por Cass Sunstein como el «Daily Me» es un fenómeno que limita nuestra exposición a una diversidad de ideas y opiniones, fomentando la polarización y la radicalización.
Construcción de la “verdad digital”
La percepción de la realidad, tradicionalmente asociada a la experiencia sensorial directa, se ha visto profundamente transformada por la era digital. La repetición de información, aunque sea falsa, puede llevarnos a aceptarla como verdadera.
Un fenómeno que la psicología ha denominado efecto de familiaridad. Investigadores de la Universidad de Yale demostraron que la exposición repetida a un titular, independientemente de su veracidad, aumenta la probabilidad de que la gente lo crea. Las redes sociales potencian exponencialmente el fenómeno. Con lo que crean un entorno propicio para la proliferación de la desinformación.
Las teorías conspirativas, con su atractivo narrativo y su capacidad de explicar eventos complejos de manera sencilla, encuentran en Internet y en particular en las redes sociales un terreno fértil para su propagación.
La fascinación general por las conspiraciones y la capacidad de viralización en redes sociales pueden llevar a muchas personas a creer en teorías cada vez más extravagantes. Como la del centro de pederastia en el inexistente sótano de la pizzería que cita Rosen. Creando una realidad paralela.
Espejismo con canto de sirenas
Las teorías conspirativas no son las únicas responsables: las fakenews también juegan un papel importante. Las fake news (bulos) deforman, inventan o difaman, para construir otra realidad política, económica, social o religiosa, en función de los intereses de un partido, grupos de presión, o gobiernos.
Un estudio del MIT reveló que los bulos se difunden seis veces más rápido y con mayor alcance que la información real, incluso sin contar a los bots. Además, pueden ser muy lucrativas, como demostró el falso periódico digital Denver Guardian. Publicó noticias falsas sobre Hillary Clinton durante la campaña electoral estadounidense de 2016. Llegó a ser compartido al menos 15 millones de veces en Facebook.
Ahora con la irrupción de la inteligencia artificial, los bulos pueden construirse desde cero. Con la generación de imágenes, declaraciones con audios falsos, y aliñándolos con la inventiva del operador de turno. Una “realidad absolutamente irreal” pero viralizable y creíble, gracias a la Internet.
La espiral hacia esa “realidad” creada por los algoritmos de Internet, cada vez más inmersiva y absorbente, según los anuncios recientes de las tecnológicas, se profundizará aún más con los lentes de realidad mixta. Pemitirán que nos desplacemos por el mundo envueltos en una burbuja digital. Más aislados, entrópicos y sin contacto físico.
Discernir que es real y que es producto de un algoritmo en Internet se dificulta. También lo será llamar la atención de quienes hacen vida en la red. Por lo que todo indica que habrá menos jóvenes disfrutando del placer del encuentro presencial con los amigos de carne y hueso, o el calor del sol y el sonido del mar en una playa; y más exponiéndose peligrosamente en osadas maniobras para ganar Likes. Porque la realidad de Internet es un espejismo con canto de sirenas.