La pornografía que los menores y jóvenes tienen al alcance del móvil no es erótica, transmite mensajes perversos que tendrán implicación en la calidad de su vida sexual
El doctor en psicología y especialista en sexología José Luis García lleva años reclamando una ley de carácter nacional que garantice el derecho de todos los niños y niñas a recibir una educación sexual científica desde primaria a la universidad. A la vista de los estragos causados por el porno violento y el sexo en internet, en el libro ¿Hablemos de porno? (Plataforma Editorial, 2024) aporta todas las claves para hacer frente a la influencia de la pornografía en la educación sexual y denuncia que la pornografía se ha convertido en el referente educativo de la gran mayoría de los jóvenes. Alerta sobre las consecuencias de una sociedad hipersexual que les abandona en brazos del porno.
En ¿Hablemos de porno? ofrece herramientas y argumentos para mantener una conversación abierta y constructiva con nuestros hijos, que dé respuesta a todas sus dudas y siente las bases de una sexualidad sana.
“Nuestros niños y jóvenes pertenecen a la primera generación porno. Cuando buscan respuestas a sus preguntas sobre sexo, acaban cayendo en brazos de una voraz y violenta industria del porno, interesada únicamente en crearles dependencia psicológica y en convertirlos en adictos”.
Ha trabajado como psicólogo clínico y sexólogo en el gobierno de Navarra durante 36 años y ha coordinado sus centros de Orientación Familiar y Educación Sexual durante 5 años. Ha ejercido como profesor invitado de universidades españolas e iberoamericanas y de instituciones oficiales, asociaciones y colectivos diversos. Sus programas en Iberoamérica han contado con el patrocinio de la Unesco y de Unicef.
También ha sido asesor del Ministerio de Sanidad, del Ministerio de Asuntos Sociales y de la FEISD. Ha colaborado en investigaciones relacionadas con la educación sexual y la sexología, y ha publicado un sinnúmero de artículos en revistas especializadas y medios de comunicación. Participó en la serie documental Generación porno, producida por Shine Iberia, TV3 y EITB.
En la actualidad es profesor honorífico de la URJC de Madrid donde codirige el primer título de Experto en prevención de los efectos de la pornografía en la salud afectivo-sexual.
Afirma que vivimos en una sociedad hipersexualizada. ¿Cuáles son sus características y por qué entraña tanto riesgo?
Es un hecho claro. Hay una evidente instrumentalización social y económica de la sexualidad, ya que es una realidad que interesa a todo el mundo. Por ejemplo, desde el mundo de la moda, se promueve el modelo de mujer (mucho más que el de hombre) sexualizada, que lo muestra con su escote y curvas, hecho que es valorado socialmente como más importante, más popular.
Cualquier alfombra roja lo muestra. Pero no solo en la moda, no pocas canciones y sus clips de promoción, publicidad en todos los órdenes y medios, películas y series, cosméticos, dietas, clínicas de cirugía estética, videojuegos o las redes sociales, influencers promueven una extraordinaria hipersexualización de mujeres y niñas.
En redes como Instagram es absolutamente evidente y entrañan ciertos riesgos. El mensaje que se ofrece a las niñas es que si “enseñan culo y tetas serán más populares y te querrán más” con likes, corazoncitos rojos y seguidores. OnlyFans, una plataforma conocida de pornografía y prostitución se basa en esa idea, con la diferencia de que enseñando cuerpo se gana dinero, mucho dinero. La pornografía infantil (MESI-Material de Abuso Sexual Infantil) o aquella que muestra chicas aniñadas, presente en todas las webs de acceso gratuito, sería el ejemplo paradigmático.
¿No exagera cuando plantea la disyuntiva «porno violento o nosotros»?
Es una manera de poner el foco en el problema en forma de disyuntiva. Instando a padres y madres a intervenir de urgencia. A mi juicio, la situación de los menores y jóvenes es grave. No nos engañemos, no hay otras alternativas y no hay visos de revertir el proceso. En este sentido, hay una cierta anestesia social, hasta desidia, en no reconocer que el problema nos ha desbordado, vinculado con las pantallas e internet.
A los menores se les ha abandonado en los brazos de la pornografía violenta y tiene consecuencias. Y para muchos de ellos se está convirtiendo en un modelo de comportamiento sexual. Estamos hablando del futuro sexual y afectivo de una generación. Por ahora, la batalla la está ganando por goleada el porno violento. No hay ninguna evidencia de que vaya a cambiar a corto plazo.
Mi punto de vista quiere ser contundente, preciso y hasta vehemente porque la realidad así lo requiere. Me preocupa mucho la violencia sexual. Una parte importante de los menores tendrá una sexualidad caracterizada por el sufrimiento y el dolor. Como profesional de la salud me compromete.
¿Qué es la pornografía y cómo ha evolucionado hasta Internet?
Son representaciones de prácticas y conductas sexuales que, desde muy antiguo, los seres humanos han buscado intencionadamente. Son estímulos que tienen como fin la excitación sexual, incrementar el deseo, así como que sea más duradero a lo largo de la vida. Siempre ha existido esa intención. Desde las manifestaciones artísticas hasta la fabricación de pócimas y brebajes para tener más ganas. La pornografía vinculada a internet es otro mundo comparado con lo que existía.
En la actualidad, siguiendo con el ejemplo, la pornografía o las píldoras sexuales de colores responden a una motivación que controlan la industria pornográfica o la farmacológica. El interés por los estímulos sexuales ha ido evolucionando ayudada por la tecnología.
La imprenta, la fotografía, el cine, la industria de la moda, Internet han ido ofreciendo respuesta a ese anhelo atávico. Seguirá siendo así hasta que el meteorito nos destruya. El deseo sexual, una de las motivaciones más poderosas del comportamiento humano, explica el éxito de la pornografía. Provoca el deseo sexual de una forma inmediata, potente y de manera gratuita. Mejóramelo. Imposible.
¿Por qué desecha la idea de que el porno sea ficción?
Porque no lo es. Es un argumento de la industria porno y de los grandes consumidores para blanquear y promover la violencia sexual. Se produce una desconexión empática deshumanizando de las personas, lo que justifica el maltratos. Se aprecia en la clínica de los grandes consumidores.
El estrangulamiento, tirar de los pelos, escupir, felación con arcadas, azotes, meter tres puños por el ano, violar en grupo… Son reales, dejan marca física y psicológica.
Además, lo peor es que los chavales y chavalas creen que es lo normal y, en consecuencia, lo replicarán cuando tengan relaciones sexuales. Las películas pornoviolentas no tienen nada que ver con las de Superman, argumento falaz y socorrido como pocos.
Las pornoviolentas excitan, dan placer y estimulan el deseo sexual que no solo es un elemento de interés generalizado, sino que también está en nuestros genes. Las de Superman, no.
El porno transmite un mensaje perverso. Propone sustituir el término pornografía por películas sexuales eróticas y películas sexuales pornoviolentas. ¿Por qué?
La palabra pornografía es un término gastado, quemado. No ofrece información relevante y no es clarificador. Es un saco sin fondo en el que se mete todo: una película donde ni siquiera hay primeros planos de genitales con otra donde se tortura a una menor o aquella en la que hay una violación grupal con saña. Transmite varios mensajes perversos de gran trascendencia en la construcción de la sexualidad de nuestros menores. El sentido y el significado que le confieren a esa parte importante de su vida, en un momento evolutivo de cambios psicológicos espectaculares y en el que su cerebro también se está construyendo.
El primer mensaje perverso: es muy fácil tener relaciones sexuales con cualquier mujer, solo basta proponérselo; y el segundo: que todas las mujeres disfrutan con la presión, les gusta que las fuercen, lo desean y están volviéndose unas lobas sexuales para dar placer ilimitado al chico.
Es un grave error decir que es igual todo, las eróticas y las sexuales porque de ese modo se blanquean los vídeos más violentos. Hago una clara distinción entre películas sexuales eróticas, que pueden ser comerciales o a través de internet, educativas, terapéuticas, que podrían tener su interés, y las películas pornoviolentas que, en ningún caso, recomendaría a menores por los riesgos que su consumo puede comportar. En los cursos formativos que damos para profesionales profundizamos más en esta idea y propongo otras clasificaciones más académicas.
«Los sociólogos suelen denominar a las diferentes generaciones con palabras o calificativos determinados: z, x, millennials… Yo hablo de generación de niñas y niños pornográficos, que se han educado sexual y afectivamente con la pornografía violenta, en ausencia de educación sexual profesional y científica. Es probable que, entre otras muchas características, sean menores precoces sexualmente, muy activos, sin importar gran cosa la orientación sexual, con problema de adicción al porno, alteraciones cerebrales, consumo de prostitución, problemas de pareja, que experimentarán mayores riesgos sexuales y reproductivos, porque tenderán a no usar condones y que acabarán erotizando y justificando la violencia contra las mujeres y los menores».
DILEMA. Las familias deben decidir qué implicación van a tener en la calidad del futuro sexual de sus hijos: ¿quién quieres que los eduque? No hay otra respuesta que el porno violento o nosotros
El elemento determinante entre unas y otras es la violencia sexual. Cuando estoy con adolescentes les hablo de “un polvo maravilloso de mutuo acuerdo con alguien que te gusta, deseas y que es recíproco”, que sería el vídeo erótico, frente a una agresión sexual en sus diferentes formas, que sería la pornoviolencia que, en realidad, forma parte de la inmensa mayoría de las películas con las que prácticamente todos los menores se masturban.
A pesar de que es un asunto complejo, lo entienden, ¡vaya si lo entienden! Y les digo: «Nunca llevéis a cabo esas prácticas sexuales violentas en vuestra vida sexual, ni permitáis que alguien os lo haga, porque os puede hacer daño físico y psicológico. No es saludable. La violencia y la sexualidad son incompatibles y no deben juntarse jamás. La sexualidad es una dimensión positiva de la vida, bienhechora, que no necesita de ninguna manera de la violencia para un disfrute saludable. Aquí soy taxativo y en el libro ¿Hablamos de porno? lo argumento ampliamente.
Reconozco que, como profesional de salud que pretende ayudar a las personas que así lo quieran, libremente, a que su vida sexual no solo no tenga riesgos de salud, sino que sea una vivencia placentera y saludable, lamento profundamente que haya niñas, por ejemplo, cuyo primer acercamiento a la sexualidad es la violencia. No puede ser. Por esa razón, estoy comprometido contra la violencia sexual.
¿En qué consiste la adicción al porno?
Es una enfermedad como otras adicciones a sustancias y no sustancias, aunque tiene sus peculiaridades. El rasgo más destacado es el consumo descontrolado de estas películas sexuales. La persona tiene un impulso irrefrenable que se le impone. No puede soportar la idea de que desaparezca. Solo pensarlo le produce un gran malestar. Estar su merced, consumir porno de manera compulsiva forma parte de su vida.
Suelo decir que la primera adicción del ser humano fue al sexo y que la naturaleza premia con el placer sexual. Una recompensa genuina y poderosa a quienes tengan relaciones sexuales. La razón por la que la pornografía se consume de manera generalizada y transversal, y las industrias que viven de las adiciones son conscientes de ello y “entran a saco” para generar el mayor número de consumidores, cuanto más jóvenes, mejor, fidelizándolos. Los comportamientos compulsivos y las diferentes adicciones tienen un mismo circuito de refuerzo positivo porque comprometen la producción de dopamina.
Todas las películas sexuales pueden generar adicción, pero un consumo racional y controlado de películas sexuales eróticas no tendría por qué suponer un problema en adultos.
En general, a diferencias de otras adicciones, todavía no se reconoce la conducta adictiva al porno, ni tenemos dispositivos de prevención y atención profesional como ocurre con otras sustancias y no sustancias, circunstancia que perjudica sensiblemente a quienes sufren este problema, porque cuando se dan cuenta, suele ser tarde. No hay peor adicción que aquella que se ignora o que no se le considera como tal.
¿Existe una generación de menores pornográficos? ¿Cuál es su perfil?
Yo hago una propuesta con la finalidad de que las familias tomen conciencia de los riesgos de un consumo precoz y abusivo de películas sexuales pornoviolentas. Es un modelo hipotético, una propuesta prospectiva a futuro, basada en diferentes fuentes de información (investigaciones y estudios, consulta clínica, testimonios de personas, impacto de la imagen y mecanismos psicológicos de aprendizaje).
Los sociólogos suelen denominar las diferentes generaciones con palabras o calificativos determinados: Z, X, Millennials. Yo hablo de generación de niñas y niños pornográficos, que se han educado sexual y afectivamente con la pornografía violenta, en ausencia de educación sexual profesional y científica.
Es probable que, entre otras muchas características, sean menores precoces sexualmente, muy activos, sin importar gran cosa la orientación sexual, con problema de adicción al porno, alteraciones cerebrales, consumo de prostitución, problemas de pareja, que experimentarán grandes riesgos sexuales y reproductivos. Tenderán a no usar condones y que acabarán erotizando y justificando la violencia contra las mujeres y los menores.
Aunque el porno es gratis, no sale gratis. ¿Qué consecuencias, sobre todo para la salud, puede conllevar el consumo de pornografía?
En el modelo de desarrollo socioeconómico neoliberal nada es gratis. Darlo gratis fue una decisión que la industria tomó en 2010, liderado por Fabian Thylmann, dueño de Porn Hub, y que le ha salido redonda. Un verdadero pelotazo. Los mayores ingresos están en la publicidad (además de la venta de datos) como ocurre en infinidad de actividades de la vida diaria.
Puede haber diferentes efectos en función de factores diversos como, por ejemplo, inicio de edad de consumo, tipo de consumo, rasgos de personalidad, biografía personal, ausencia o no de educación sexual y afectiva… El primer efecto, también el más estudiado, es la adicción y los correlatos cerebrales que comporta. Numerosos estudios sugieren efectos adversos en la vida y en las relaciones de las personas grandes consumidoras, desde problemas de salud mental, trastornos de la conducta sexual, disfunciones sexuales hasta alteraciones emocionales y de sociabilidad.
Me preocupa mucho la asociación entre violencia y sexualidad dirigida a mujeres y menores. Sería terrible que acabe normalizándose. Comportaría una perdida significativa de la dignidad de las personas y de los derechos humanos.
La educación sexual siempre ha sido un callejón sin salida. ¿No habría que educar también a los padres?
Desde hace más de cuatro décadas vengo diciendo que “la educación sexual es la asignatura pendiente en España”. Seguimos sin dar una respuesta eficiente a esta necesidad. La desidia de nuestros políticos sobre este tema es inconcebible. Sus hijos también son parte del problema, sean de derechas o de izquierdas. Desde entonces, vengo exigiendo una ley de carácter nacional que garantice el derecho de todos los niños y niñas a recibir una educación sexual científica desde primaria a la universidad, independientemente de la ideología de sus padres.
A final de la década de los años setenta muy pocos nos atrevíamos a hablar de estos asuntos. Por fortuna ahora hay más profesionales implicados, pero siguen siendo excepcionales. Aun son menos los que tienen una sólida preparación, de ahí mi empeño es formar profesionales a través de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, con un programa de posgrado único en el mundo del que vamos a comenzar tercera edición.
El problema no se resuelve regalando preservativos a los jóvenes. ¿Por qué en España la educación sexual sigue siendo una asignatura pendiente?
Regalar y facilitar el acceso a los condones está bien, pero es insuficiente. Si no hay un trabajo educativo previo seguiremos teniendo unas tasas de infecciones sexuales y abortos inaceptables, circunstancia incomprensible en el siglo XXI en sociedades consideradas avanzadas. Hay que saber que un chaval sepa qué es un condón no significa que lo use sistemáticamente en sus relaciones de coito. En absoluto. Es necesario un proceso cognitivo de tomar conciencia de las ventajas e inconvenientes de utilizarlo eficientemente, antes de la toma de decisiones responsables para su salud y la de sus parejas.
¿Cuál debe ser el papel de las administraciones públicas, sobre todo teniendo en cuenta que la industria del porno es un negocio que arroja pingües beneficios?
En una sociedad en la que todo vale con tal de que haya beneficios es muy difícil. Tenemos ejemplos claros con el alcohol, el tabaco o las drogas. Hace falta una política valiente y decidida empeñada en resolver esta necesidad que, hasta ahora, ningún partido se ha comprometido a desarrollar. Tienen otras prioridades, además este es un jardín en el que nadie quiere entrar.
Es fundamental una ley nacional que garantice a todos los niños y niñas el derecho a recibir una educación sexual científica desde primaria a la universidad, pero también la formación a profesionales y familias. Es la prioridad, acompañada de controles y restricciones de acceso de menores al porno y también advertirle a la industria que no todo vale, que la violencia sexual no es aceptable.
Con el Código Penal en la mano, muchas películas pornoviolentas serían ilegales. Creo que algún día, los políticos y la industria tendrán que sentarse y negociar esos accesos y esos contenidos brutales.
Es partidario de un consumo controlado de películas sexuales eróticas. ¿No implica una especie de censura?
Esa propuesta me ha traído muchos sinsabores. No es fácil hablar de la pornografía. A lo largo de mi carrera profesional he tenido múltiples problemas: me han prohibido un libro, suspendido una cuenta en Twitter y otra en Instagram, censurado varios posts en las redes sociales, incluso en redes profesionales como LinkedIn, sin contar los insultos y descalificaciones.
Estudiar el fenómeno de la pornografía es una actividad de alto riesgo. Por ejemplo, es un despropósito que las redes sociales, que tanto daño hacen a los menores, se erijan en defensores de una moral sexual hipócrita cuyos algoritmos penalizan la propia palabra pornografía, obligando a quienes quieren hablar a inventarse nuevos términos para engañar al algoritmo.
Son tan absurdos que confunden producir y distribuir películas sexuales con investigar, estudiar y alertar sobre sus efectos. Un esperpento. Tenemos que aceptar, sí o sí, que el deseo necesita estímulos sexuales, necesita ser provocado. Es una cuestión de supervivencia de la especie y está en nuestro ADN desde nuestros orígenes. Siempre ha sido así y seguirá siendo así. Por eso funciona la pornografía y se consume de manera generalizada.
Mi propuesta es que hay estímulos saludables, los eróticos, y no saludables, los pornoviolentos, que no deberían consumir los menores explicándoles el porqué. No es censura, es informar de los posibles efectos adversos, como hacemos con el alcohol, el tabaco o las drogas, y las personas deciden qué hacer.
Considero que un consumo racional y controlado de películas sexuales eróticas no tendría que suponer ningún problema. A los chavales y chavales les pongo ejemplos como que no es igual tomarse catorce cubatas de tequila que una cerveza sin alcohol o que, aunque la mortadela industrial y el jamón pata negra son productos del cerdo, no tienen nada que ver uno y otro. La pornografía violenta solo desaparecerá cuando deje de consumirse, ese debe ser el empeño de nuestra labor educativa. Claro, es muy trabajoso, requiere mucho tiempo y acompañamiento de calidad.
No tenemos películas sexuales eróticas destinadas a adolescentes. Ahí está la clave, mientras solo tengan pornoviolentas las consumirán sí o sí.
La ley seca solo contribuyó a multiplicar los beneficios de la venta de alcohol. La industria tabaquera se reinventa para seguir ganando dinero. ¿No sucederá lo mismo con el porno?
Las estrategias de las industrias que viven de las vulnerabilidades humanas son muy similares. Si bien las prohibiciones no solo no surten lo efectos deseados, muy a menudo cosechan justamente lo contrario de lo que pretendían. Por eso he hablado de consumo racional, controlado y argumentado. Es una decisión que deben tomar los jóvenes: «No quiero ver películas pornoviolentas. Me hacen daño y son inaceptables. La sexualidad y la violencia son incompatibles. Plantean una visión de la mujer y de los menores indigna. No quiero contribuir a legitimar esa industria sin ética ni moral».
Igual que no podemos prohibir a los menores salir de casa para evitar los peligros, no se puede prohibir el acceso a la red. ¿Deben de acceder de forma progresiva y adaptada a la edad?
Un debate sin fin que se ha recrudecido con la intención del gobierno de establecer el carnet digital o el llamado pajaporte. Pero no nos engañemos, lo que se pretende es crear consumidores compulsivos, adictos a las pantallas y sin pensamiento crítico. Lamentablemente, parece que en esta generación lo están consiguiendo.
La cuestión es que hasta los 14-16 años no habría necesidad de tener un móvil con acceso a Internet, mucho menos una cuenta personal en las redes sociales. En cualquier caso, la batalla está perdida. Hay demasiados intereses, menos la salud de los más vulnerables. Las industrias tecnonarcos tienen que poner de su parte y restringir las técnicas dirigidas a crear adicción. Algo utópico en este momento.
En cualquier caso, toda medida que dificulte y ponga obstáculos a este acceso, a la pornoviolencia será bienvenida, como ocurre con el tabaco, y menos con el alcohol. Si bien esas medidas no solucionan por sí solo el problema, hay que capacitar también en el uso responsable de las nuevas tecnologías. Los padres y los docentes deben acompañar en un proceso que implica dedicar mucho tiempo de calidad. ¿Estamos dispuestos?
Los niños acceden al porno generalmente a partir de los seis años. ¿Cuándo hay que empezar a hablar de la materia?
La educación sexual comienza en el momento del nacimiento, el modelo educativo de relación del padre y de la madre el más importante. Luego a partir de los tres años, hacen preguntas que hay que responder de manera adecuada y cercana, responder a todas, complementando con un trabajo específico de valores como el respeto, la responsabilidad, la empatía y la compasión, así como habilidades concretas destacando la autoestima y la asertividad.
Antes de regalarle un móvil a un niño hay que hablarle ampliamente de lo que se va a encontrar en Internet, incluida la pornografía, y continuar hasta la mayoría de edad. Si los padres no lo hacen, otros lo harán en su lugar como les pasó a ellos cuando eran como sus hijos, con la diferencia de que entonces no había Internet.
Según Save the Children, un tercio de los menores que usan Internet saben cómo evitar los controles parentales, pero no identifican como delito conductas como el envío de fotos sexuales sin permiso o la difusión de mensajes de odio. ¿Cómo protegerse de algo que ni siquiera se identifica?
Muy difícil. Las redes sociales o influencers contribuyen decisivamente a esa confusión. Así mismo, hay canciones y videojuegos especialmente violentos y todo suma. Lo veo en los grupos de adolescentes con los que trabajo. Les paso una escala de una variedad de formas de violencia sexual para que la analicen por separado en grupos de chicos y chicas, luego la ponen en común. Resultado: el concepto de violencia sexual es diferente en chicos y en chicas; además, hay formas de violencia que ambos, en particular los chicos, no reconocen como tal.
También observo a chavales que no toleran ser interpelados como agresores sexuales en potencia y me preocupa. Hace falta un trabajo concienzudo en esta dirección. Una charla de dos horas no lo resuelve en modo alguno. Un estudio sugiere que una cuarta parte de los jóvenes menores de 20 años habría visto entre 1.000 y 5.000 horas de porno con diferentes grados de violencia. ¿Cómo competir con ese poder del porno? ¿Con una charla de dos horas impartida por un desconocido que no pertenece al centro educativo? Hace falta una asignatura de educación sexual, afectiva y emocional en todos los niveles educativos, impartida por docentes cualificados. No hay otra.
Uno de cada cinco adolescentes pasa en la red más de cuatro horas diarias, sobre todo en redes sociales. Los niños con menos recursos pasan frente a la pantalla una hora más cada día. ¿Cómo garantizar la seguridad y, al mismo tiempo, los derechos de los menores?
Además de las medidas gubernamentales que he señalado, no conozco otra manera que dedicar mucho tiempo a enseñarles, a acompañarlos en ese camino lleno de riesgos, tanto en el hogar como en los centros educativos. Sin embargo, muchos padres y madres no están dispuestos a hacerlo. Ellos también son grandes consumidores de pantallas.
He sugerido muchas veces la necesidad de un pacto nacional que tenga como eje nuclear la salud de las próximas generaciones. No hay que olvidar que el objetivo de las industrias adictivas son los menores, en los que focalizan su atención preferente, con el fin de engancharles precozmente y fidelizarles de por vida. Una buena parte de las plataformas de Internet están diseñadas para “enganchar”. No podemos permitírselo ni darles facilidades.
¿Qué relación existe entre el consumo de porno y el alarmante incremento de la violencia de género y las agresiones sexuales?
La influencia del porno en muchas conductas es indiscutible, otra cosa es el impacto que tiene en cada persona, más si son menores, por tanto muy vulnerables, y la industria del porno lo sabe.
El porno trasmite valores, actitudes y conductas. Influye poderosamente y, en mi opinión, parece estar transformando las prácticas sexuales en amplios grupos de jóvenes, muy alejadas de una situación saludable. Propone como normal, comportamientos que son excepcionales incluso considerados en Psicología y Sexología como trastornos de la conducta sexual.
Un anuncio en televisión de 20 segundos influye decisivamente (si no, no se emitirían) en las actitudes y conductas de los telespectadores. ¿Cómo no van a influir en un menor, sin educación sexual profesional, ver vídeos violentos miles de horas hipermotivado, excitado y sintiendo placer con un cerebro en construcción?
Los datos disponibles nos obligan a intervenir, son más que suficientes. Estoy convencido de que entre los factores implicados en la violencia sexual (al menos 20 variables) la exposición precoz y abusiva a las películas sexuales pornoviolentas, junto con la ausencia de educación sexual profesional y científica, son dos elementos que deberían considerarse muy seriamente. Que quede claro: no podemos permitir que el porno violento sea un referente educativo privilegiado del futuro emocional de niños y niñas.
¿Cómo afecta el consumo de porno a la empatía y la compasión? ¿Deshumanizar a las personas conduce al maltrato?
Así lo creo, no solo porque hay estudios que lo sugieren, sino también porque en la clínica se observa con claridad. He conocido hombres que se avergonzaban de excitarse con esas películas y se sentían culpables, pero seguían haciéndolo. Lo necesitaban en una escalada sin fin de consumo de vídeos, cada vez más violentos, debido a los mecanismos de neuroplasticidad y tolerancia. Les tranquilizaba pensar que eso era ficción, que era mentira, pero luego necesitaban llevarlo a cabo con una prostituta, porque con su pareja no podían.
Este proceso psicológico de deshumanización también ocurre en las guerras, en la explotación de seres humanos y en infinidad de situaciones de desigualdad. La prostitución es un ejemplo claro de esta deshumanización de las mujeres. Sostengo que perder la capacidad de empatía y compasión, un rasgo destacado de nuestra especie y que ha sido clave en nuestra evolución, supondría un retroceso de la civilización.
Usted propugna un nuevo concepto de sexualidad y diversas intervenciones educativas. ¿Qué metodología hay que seguir y con qué herramientas se pone en práctica?
Frente a las películas sexuales pornoviolentas, tenemos que ofrecer a los menores un modelo de sexualidad radialmente diferente. Transmitirles que la dimensión sexual está hecha para el contacto placentero y el encuentro tierno y gozoso, saludable, bienhechor y que es una de las experiencias más maravillosas de nuestra especie, siempre que haya mutuo acuerdo. Sin embargo, puede transformarse en una experiencia dolorosa, desagradable o incluso traumática, que los puede acompañar toda su vida.
Ver películas sexuales pornoviolentas, precoz y habitualmente, puede contribuir a tener esa concepción y facilitar esas vivencias lamentables.
Defiendo, muy al contrario, una perspectiva de la sexualidad como una dimensión amorosa, saludable, divertida, apasionada, tierna y placentera, que tiene todo el sentido cuando se da en un entorno de deseo y acuerdo mutuo, afecto, respeto, libertad y corresponsabilidad en el placer del otro, que me concierte y con el que empatizo, que puede vivirse, si así se quiere, de manera individual o en compañía, configurando una parte de la salud sexual.
Necesitamos películas sexuales que tengan este guion. Muchas webs específicas de estas características, fuera de cualquier tipo de violencia. ¿Cómo revertirlo? Con programas sistemáticos de educación sexual en todos los niveles educativos, complementado con las actuaciones familiares, que sería el primer paso.
La ley contra el abuso infantil de la Unión Europea acentúa el debate entre seguridad y privacidad al comprometer el cifrado de las comunicaciones. ¿Estamos abocados a ceder en derechos fundamentales en aras de la protección?
En mi libro ¿Hablamos de porno?, la primera cita de Jorge Riechmann que dice: «Libertad no incluye el derecho a dañar». En nombre de la libertad se cometen numerosos atropellos. Por ejemplo, el modelo de negocio de internet diseñado minuciosamente para influir, que busca la adicción, hay que regularlo. En una sociedad esencialmente desigual es difícil hablar de libertad, siempre son los poderosos los que se benefician. Yo creo que la salud de los menores y de las personas más vulnerables debe primar respecto a cualquier otra consideración. No todo vale.