El principio de la sucesión natural es dejar ir lo que nunca puede regresar y transformar el dolor de la ausencia en responsabilidad
La crisis ambiental implica enfrentar la pérdida personal del entorno natural. A veces, como en la vida, solo queda superar la pérdida. Las poblaciones originarias de América consideraban ese proceso como la sucesión natural. Están desapareciendo especies, ecosistemas, formas de vivir. En algunos lugares la sensación de pérdida es más aguda que en otros. En las comunidades que han vivido tradicionalmente más cercanos a la naturaleza, la crisis ambiental es una crisis existencial. Los afecta en espiritualmente.
Las crisis ambientales han cambiado de manera radical. Inicialmente, se centraban en eventos catastróficos con responsables claros. Crisis de Tipo A, que tenían soluciones relativamente sencillas: identificar el culpable y exigir responsabilidades. El problema se ha vuelto mucho más complejo y las crisis más recurrentes son del Tipo B, como el cambio climático. Un desafío totalmente diferente. La responsabilidad se difumina. Involucra desde los CEO de la industria y el comercio hasta el ciudadano común. Las soluciones son esquivas y exigen sacrificios y compromisos difíciles.
La subida del nivel del mar es resultado de siglos de actividad industrial generadora de emisiones de gases de efecto invernadero; de decisiones políticas que primaron el crecimiento económico a corto plazo sobre la sostenibilidad a largo plazo. La complejidad radica en la dificultad de atribuir una responsabilidad individualizada y en la necesidad de abordar los múltiples factores interconectados.
Las crisis de Tipo B, además, tienen una característica distintiva: son contagiosas. Causan problemas secundarios en cadena, se entrelazan y complican aún más la situación que exige otra forma de pensar y de actuar, sin el simplismo del pasado.
Diane Wilson
Diane Wilson, una escritora y artista anishinaabe, reflexiona sobre la restauración de un ecosistema dañado en un artículo publicado en Orion Magazine, la publicación estadounidense que se centra en la intersección entre la naturaleza, la cultura y el medioambiente.
Como parte de la serie Futuro Imperfecto, que aborda la crisis ambiental, Wilson, cuestiona las nociones de restauración y reinvención que se han popularizado en la actualidad. Dice que en un mundo marcado por crisis ambientales complejas, hay que estar dispuestos a enfrentar preguntas difíciles y a buscar soluciones que permitan la coexistencia sostenible con el planeta.
Poseedora de una especial sensibilidad ante los problemas del medioambiente, los aborda desde las experiencias vividas y las historias que reflejan la relación de los pueblos indígenas con la naturaleza y los desafíos que enfrentan en el contexto contemporáneo.
Su texto traza un paralelismo entre la pérdida del medioambiente y la de un ser querido. El fallecimiento de su esposo la condujo a la búsqueda del camino para superar ese dolor y lo encontró en los bosques húmedos de Costa Rica.
Lección en el aula al aire libre de la naturaleza
En la Reserva Natural Absoluta Cabo Blanco, en Costa Rica, la naturaleza y la humanidad se entrelazan en una danza de regeneración. Una auténtica aula al aire libre. Diane Wilson relata que durante una excursión de tres horas, Armando, el guía de la expedición, demostró su profunda conexión con el entorno y su pasión por compartirla con los demás.
Con saltos ágiles y una pequeña nevera portátil, condujo a las dos excursionistas, dos mujeres mayores, a través de colinas empinadas y senderos accidentados. Se detenía cada cierto tiempo para señalar la fauna local: monos aulladores, el tímido momoto y el solitario oso hormiguero. Con la sabiduría acumulada de años dedicado a la conservación, transmitió su profunda conexión con el bosque.
Sus ojos brillaban al señalar cada especie y su entusiasmo era contagioso. Más que un simple guía, era un guardián de la riqueza de la naturaleza. Un maestro que enseñaba a observar, escuchar y valorar la vida en todas sus formas. Armando, con su sencilla vestimenta, contrastaba con la sofisticación del equipo de las dos excursionistas estadounidenses. Sin embargo, fue quien les ofreció el verdadero sustento: agua fresca, frutas nutritivas y una dosis generosa de conocimiento y pasión.
Le contó su experiencia juvenil trabajando con los fundadores del parque, Olof Wessberg y Karen Mogensen, que dedicaron su vidas a restaurar la gran parte de la selva tropical de la península de Nicoya que agricultores y ganaderos talaron a principios del siglo XX. La historia de la restauración del bosque impactó profundamente en Wilson.
La escritora había ido a los frondosos bosques de Costa Rica, a ver sus plantas, aves y demás animales para desviar su atención de la sombría y dolorosa conversación interior relacionada con la reciente pérdida de su esposo. Pretendía recuperar su motivación y poder enfrentar los enormes desafíos que la esperaban en la zona de los Grandes Lagos de América del Norte.
Transformar la pérdida en sanación
“Me costaba entender, en términos prácticos, cómo transformamos las secuelas de la pérdida, tanto humana como ambiental, en sanación. No sabía que los costarricenses habían enfrentado una gran pérdida de los bosques tropicales y los habían vuelto a cubrir con un «bosque secundario maduro», admitió.
La experiencia la impactó. En Estados Unidos, una antigua ciénaga de su propiedad, rodeada de colinas onduladas, también debía enfrentar desafíos ambientales. La agricultura había alterado el paisaje y el ganado había abierto espacio para variedades europeas que empezaban reemplazar a las especies nativas.
Un cartel le llamó la atención en Costa Rica. Preguntaba: ¿Cómo se recupera un bosque? Wilson Encontró una respuesta parcial: la resiliencia de la naturaleza. Su asombrosa capacidad para recuperarse y renovarse. Sobre todo, descubrió que la recuperación requiere tiempo, paciencia y un profundo respeto por los procesos naturales.
Momento de epifanía
Aunque los bosques secundarios no igualan la biodiversidad de los bosques primarios originales, ofrecen protección vital para la vida silvestre, el suelo y el agua. Sin interferencia, pueden regenerarse completamente en cien años y convertirse en comunidades estables y diversas, de árboles altos, arbustos y plantas de sotobosque muy similares al entorno original.
El proceso de regeneración se conoce como sucesión natural. Pero el cartel en Cabo Blanco no mencionaba la historia del pueblo indígena chorotega, al que despojaron de sus tierras para dar paso a las granjas y zonas de pastoreo.
Wilson entendió que los indígenas que quedan sufren la pérdida de sus tierras, alimentos y medicinas tradicionales. También del declive de sus lenguas. Una historia de conquista y asimilación que se repite en todo el mundo.
El cartel también carecía de la poesía de los espacios salvajes y no mencionaba el dolor de las personas desplazadas y los árboles perdidos. “De pie frente al cartel, tuve un momento de epifanía, una semilla que echaba raíces. El mapa de un bosque en recuperación, el reconocimiento de la naturaleza como una fuerza curativa primaria en constante movimiento, me ofrecía inspiración para sanar mi tierra. Aprender a ser un buen huésped para proteger la ciénaga”.
Mapa de la sucesión natural
Wilson en un intento de entender cómo funciona la sucesión natural en sus propios campos para invitar a los habitantes originales a restaurar su hogar. Imaginó un mapa de relaciones, en lugar de una línea de tiempo, desde que ave anida en las densas ramas hasta cómo recuperar la fertilidad de la tierra. También había que recuperar su historia, pero escrita en el lenguaje sin palabras de las plantas y los animales.
“Era la historia que mi intuición me había enviado a encontrar aquí. Una historia de pérdida y recuperación entrelazadas. De tierra que había sufrido y ahora prosperaba”, escribe.
Veinte años antes, Diane Wilson y su marido recorrieron por primera vez el largo camino de grava que los conducía a su nueva casa. En una colina cercana, un majestuoso roble les daba la bienvenida. Como si supiera que el escritor dakota y la artista anishinaabe estaban regresando a sus tierras ancestrales.
“Sentíamos la magia del lugar y como la antigua ciénaga envolvía con su esbelta curva nuestra pequeña cabaña. Ese verano, cortamos el fresno espinoso que amenazaba con rodear a nuestro amado roble y sus hojas ondulantes que nos saludaban cada vez que regresábamos a casa”.
Entonces construyeron un estudio sobre el garaje, donde el esposo daba rienda suelta a su imaginación mientras ella cultivaba semillas indígenas en su jardín. Florecieron hasta convertirse en una novela. Ambos provenían de familias que habían asistido a internados administrados por el gobierno y la iglesia que prohibían a los niños nativos hablar su idioma o practicar su cultura.
Una de las consecuencias interiorizar una relación con la naturaleza basada en la creencia cristiana del dominio humano sobre la tierra. Cuidar de su tierra según Diane Wilson fue un paso importante en la recuperación de una parte vital de sus identidades culturales.
La idílica vida de la escritora anishinaabe comenzó a desmoronarse unos años atrás, cuando la pérdida de dos robles centenarios en su tierra y el fallecimiento de su marido, la dejaron sin protección y guía. La pérdida de esos árboles significó la propagación del fresno espinoso en las colinas. Las sabanas de robles son de los ecosistemas más amenazados en Estados Unidos.
Sanando historias
En los meses que siguieron a su regreso de Costa Rica, luchó con la idea de la sucesión natural como un marco práctico para restaurar un paisaje saludable en las colinas que rodeaban la ciénaga. “Me intimidaba la posibilidad de que, si intentaba hacer sola el trabajo, podría empeorar las cosas al abrir espacio para la propagación sin obstáculos del espino cerval y el fresno espinoso. Pero, contratar a alguien para que hiciera el trabajo, de eliminación y restauración de las plantas, me parecía una traición a mi responsabilidad como guardiana de la tierra”, escribió.
Se daba cuenta de que recuperar la tierra también significaba recuperar su historia. La sucesión natural no es solo un proceso biológico, sino también una narrativa que cuenta la historia de la tierra y sus habitantes. Para Wilson, había sido interrumpida por la pérdida de los robles y la propagación del fresno espinoso. Al trabajar para restaurar el equilibrio en su tierra, también trabajaba para restaurar la narrativa interrumpida y honrar la memoria de los robles “que una vez llamamos nuestros”.
Diane Wilson dice que la restauración ecológica a menudo se concibe como una mera intervención científica, pero que cuando se considera desde la perspectiva de los pueblos indígenas se revela como un acto profundamente espiritual. La sucesión natural, ese ciclo incesante de vida y muerte, que da forma a nuestros ecosistemas, es más que un proceso biológico, es una manifestación de un orden sagrado que conecta a todos los seres vivos.
La sucesión natural ofrece una restauración más centrada en la tierra que en el ser humano. Mientras la naturaleza se regenera y se cura constantemente, las plantas dentro de una red relacional alteran continuamente el medio ambiente con su presencia. Crean oportunidades para que prosperen nuevas plantas, insectos, pájaros y animales.
“La recuperación se producirá hasta en lugares tan devastados como Chernóbil, donde las plantas han vuelto lentamente a un entorno demasiado tóxico para los seres humanos”, dice. Pero surge la duda sobre la posibilidad de recuperar un hábitat que, como la ciénaga, necesitó miles de años para establecerse o si existe un punto en el cual la recuperación es imposible.
Atención con el corazón abierto
Los pueblos indígenas han han vivido en armonía con la naturaleza durante milenios, reconocen que la restauración de la tierra es un proceso que va más allá de la simple manipulación de plantas y animales. Lo viven como una oportunidad para reconectar con la naturaleza, para honrar los orígenes del ser humano y para recuperar un sentido de pertenencia a un mundo más grande que cada ser humano, que todos los seres vivos.
Una amiga lakota ayudó a Wilson a despejar las dudas sobre cómo proceder en la ciénaga. Le aconsejó ofrecer tabaco al pantano y preguntarle qué necesita. Le recordó la importancia de la relación espiritual y la atención a lo sagrado mediante la oración y la ofrenda que honran la sacralidad de toda la vida y fomentan la reciprocidad en la relación de cuidado.
La atención orante es la forma más profunda de observar y aprender de la naturaleza. Observar la naturaleza con un corazón abierto y receptivo nos permite sintonizar con los ritmos y ciclos de la vida, los comportamientos y ciclos estacionales. «Prestando atención a los detalles, podemos aprender a reconocer las señales que nos envía la tierra y responder de manera apropiada. La restauración ecológica, entonces, se convierte en un diálogo entre el ser humano y la naturaleza. Una conversación en la que ambas partes tienen algo que ofrecer», explica Willson.
Recuperar el fuego
Después de un tiempo, Wilson se dio cuenta de que el proceso de sucesión natural no conduciría a un sistema natural sano y equilibrado. Los fresnos espinosos y cedros rojos creaban un entorno inhóspito para los árboles sucesivos. Imaginó un futuro en el que la tierra se redujera a unas pocas especies homogéneas. Un proceso llamado mesofificación, que ocurre cuando se elimina el fuego de un sistema como la sabana de robles.
En las poblaciones originarias, el fuego había sido fundamental para suprimir la densa maleza mantener áreas abiertas para el pastoreo de bisontes y alces, cuyos excrementos creaban un suelo fértil para plantas nativas y flores silvestres. La abundante red alimentaria atraía mariposas, abejas y pájaros cantores. Una tierra hermosa y saludable. “Si tratara de recuperar mi tierra del daño causado por los humanos y el ganado, tal vez el primer paso el fuego”, anota.
Por miles de años, los pueblos indígenas utilizaron fuegos culturales para mantener un entorno saludable y equilibrado, fundamental para las plantas y animales de los que depende la supervivencia de las comunidades indígenas. De ellos obtienen alimentos , medicinas, ropa y elementos para las ceremonias.
Cuando los pueblos indígenas fueron desplazados y se sofocaron los incendios, los bosques se hicieron propensos y frágiles a los incendios forestales. Plantas colonizadoras como el fresno espinoso y el espino cerval los invadieron. Para recuperar la relación con el fuego, se requiere la orientación de expertos.
“Cada vez más indígenas recurren a estas prácticas tradicionales. Con profesores nativos con experiencia en quemas intencionales basadas en la cultura, construimos una comunidad a medida que reaprendemos un acto de reciprocidad con la tierra que nos cura a ambos. Si cuidamos la tierra, ella nos cuida a nosotros”, añade.
El mapa de relaciones que Diane Wilson imaginó en Costa Rica comienza a tomar forma. Incluye el fuego para apoyar la sucesión natural de la tierra.
Transformar el dolor en esperanza
Wilson afirma que se construye una relación más profunda y significativa con la tierra cuando se aprende a trabajarla y se respeta su poder curativo y destructivo. Cita a Terry Tempest Williams, que una vez dijo: «Le rezo a los pájaros porque me recuerdan lo que amo en lugar de lo que temo»; y añade: “Rezo a la tierra porque me recuerda quién soy y de dónde vengo, en lugar de lo que he perdido”.
La historia de la recuperación de un bosque enseña una de las lecciones más difíciles del duelo: dejar ir lo que nunca puede regresar y, en cambio, transformar el dolor hueco de la ausencia en responsabilidad por un futuro desconocido. «Podemos transformar el dolor de la pérdida en responsabilidad y esperanza. Recordando quiénes somos y de dónde venimos. Honrando la memoria de aquellos que hemos perdido”.
La sucesión natural y la recuperación de la tierra son procesos que requieren tiempo, paciencia y atención. Diane Wilson, a comienzos de la primavera , cuando florecía el moccasin, plantó un roble blanco en memoria de su esposo detrás de su casa. “Mientras aprendo el idioma de este lugar, siento que poco a poco surge la esperanza que emerge cuando nos preocupamos unos por otros, todos nosotros por todos los otros”.