El primer deber de un líder político es hacer lo que muy pocos hacen: decir la verdad. No lo hacen por una simple razón: a la gente le gusta oír lo que quiere y en democracia, llegar cuesta votos y mantenerse depende de no perderlos y quedarse. De rellenar con sofismas y simulaciones las carencias de una gestión. Borrell prefirió la verdad.
Confieso que tenía prejuicios infundados sobre Josep Borrell, solo que a veces un exceso de sensatez de otros hiere la sensibilidad de quienes vivimos y sentimos en carne propia realidades sobre los que otro puede opinar desde una confortable suite en un rascacielos y deleitándose con un escocés en la mano.
Los prejuicios que tenía con Josep Borrell se han disuelto gracias a su aleccionador discurso ante los embajadores de la Unión Europea. No así el desagrado que me causa el otro político español que ha intervenido con fines subalternos en contra de la oposición democrática venezolana: José Luis Rodríguez Zapatero. Mi antipatía por este se ha acentuado.
Zapatero es un traficante de la política. Capaz de desprestigiar la gestión del líder histórico más importante que ha tenido y tiene la democracia española: Felipe González, exigiendo una investigación sobre los Grupos Antiterroristas de Liberación, GAL. Extraño asunto, siendo profesor de derecho constitucional, jamás se le ha escuchado una crítica a la contumaz violación de los derechos humanos en Venezuela.
La metáfora del cisne negro
Retomemos la hazaña, en el buen sentido, del señor Borrell. ¿Por qué es aleccionador su discurso? Porque en un tiempo de vacío político mundial, con nuevos paradigmas que cambian todo, Borrell se adelanta y dice mucho. Su diagnóstico es crudo, verdadero y preciso. Después de muchas décadas, por primera vez hay una visión de conjunto que podría ayudar a articular algunas premisas políticas para el occidente capitalista, cristiano y democrático liberal.
En el discurso Fronteras de la diplomacia, Borrell hace una aproximación para explicar la razón de tres qué: ¿Qué está pasando? ¿Qué viene? ¿Qué debemos hacer? Después plantea tres cómo: ¿Cómo operamos? ¿Cómo trabajamos? ¿Cómo obtenemos mejores resultados? Y afirma:
Lo primero es que este es un mundo de incertidumbre radical. La velocidad y el alcance de los cambios es excepcional. Tenemos que aceptarlo y adaptarnos programando flexibilidad y resiliencia.
La incertidumbre es la regla —dice—. Eventos que nunca imaginamos que podían acontecer se están dando uno tras otro.
Entonces, utiliza la metáfora del cisne negro de una manera muy inteligente: A este ritmo, el cisne negro se hará mayoría.
No serán cisnes blancos —todos serán negros— porque una tras otra han sucedido cosas que tenían muy pocas probabilidades de acontecer; sin embargo, sucedieron y tienen un fuerte impacto, y ciertamente sucedieron.
El poder mundial se reconfigura sin China ni Estados Unidos
Borrell, cuando comienza a explicar lo que está pasando, declara con crudeza que la prosperidad de Europa ha descansado en la energía barata que le ha proporcionado Rusia y el acceso al gran mercado chino para exportaciones, transferencias de tecnología, inversiones y bienes baratos. Eso abruptamente se acabó y no puede seguir siendo así. El desarrollo económico europeo requiere una restructuración de la economía.
Por otro lado, hemos dejado nuestra seguridad en manos de los Estados Unidos. Es cierto —dice— que la cooperación con el gobierno de Joe Biden ha sido excelente. Nunca ha sido mejor y estamos colaborando mucho. Pero si el gobierno hubiera sido otro, nadie sabe cuál habría sido la respuesta estadounidense frente a Ucrania.Por eso, estamos obligados a asumir nosotros mismos la mayor parte de la seguridad. La seguridad en manos de Estados Unidos y la prosperidad dependiendo de Rusia y China se acabó en la nueva reconfiguración de las relaciones de poder mundial.
Los cambios se suceden uno detrás del otro
Dentro de nuestros países hay un cambio radical —dice— y la derecha radical está ganando espacios en nuestras democracias.
Paradójico, pienso, con el caso latinoamericano, donde las distintas tendencias de la izquierda primitiva se han adueñado de lo que ayer fueron incipientes democracias liberales.
Todo sucede de manera tan sorprendente que nosotros, los europeos, nunca pensamos que la guerra de Ucrania sucedería —confiesa—, no por lo menos en un plazo tan perentorio, y no solo sucedió, sino que muchas de las predicciones fallaron pensando que Rusia se despachaba a Ucrania de una manera fácil. No fue así y la guerra continúa, y los europeos seguimos involucrándonos cada vez más. Por declaraciones de Putin está latente la sombra de una guerra nuclear.
La velocidad de los cambios —afirma— es desconcertante. En agosto del año pasado, el problema era Afganistán. Un asunto que sigue ahí, solo que lo desplazó la guerra de Ucrania. La competencia entre chinos y americanos se ha recrudecido con mucha fuerza. Y se ha encendido la disputa, por ahora diplomática, en términos guerreristas sobre Taiwán, con desafiantes amenazas chinas y provocaciones americanas. Van apareciendo nuevos eventos que se encadenan con los viejos.
Luego tenemos —nos dice— la crisis alimentaria y energética mundial. Era predecible, estaba prevista, pero no con la severidad que ha tenido. Siento que la crisis alimentaria lo ha empeorado todo. Esta es una tormenta perfecta. En primer lugar, el aumento de precios; en segundo, la Reserva Federal subiendo los tipos de interés en Estados Unidos. Todos los bancos centrales del mundo tienen que hacer lo mismo, si no su moneda se devalúa y conduciría a la recesión mundial.
La insegura seguridad que reconoce Borrell
Por otro lado, está la situación de seguridad, pues además de Ucrania, tenemos problemas de seguridad en nuestro vecindario y Rusia se está convirtiendo en un factor importante en los teatros africanos.
Se olvida el señor Borrell de algo inquietante que ocurre en América Latina, donde el panorama de la seguridad se complica con la discreta presencia de Rusia y la oculta de Irán, desde el punto de vista militar, y de China, que en el área económica crece vertiginosamente compitiendo en muchas áreas y países con Estados Unidos.
Habría que agregar la presencia de las variantes de izquierda, sin duda, mayoritarias en países que siempre fueron democracias liberales que operaban en consonancia con los valores de la propiedad, el progreso y la libertad y que ahora plantean una nueva configuración política y geoestratégica.
Las megatendencias del escenario mundial
Ahora —dice el político y diplomático español— veamos cuáles son las grandes megatendencias del presente: Hay una multipolaridad desordenada —yo agregaría que caótica—. Existe una fuerte competencia entre Estados Unidos y China. Esta es la fuerza estructurante más importante.
Subyace, por lo tanto, en el centro de esa competencia, la lucha enconada entre el sistema democrático versus los sistemas autoritarios. Y debemos agregar que el mundo no es puramente bipolar. Tenemos múltiples jugadores y polos, cada uno con sus intereses. Y hay también bloques de países que son jugadores y polos, como México, la India, Turquía, Brasil, Suráfrica e Indonesia, que se mueven en función de sus ventajas.
Una segunda característica –según Borrell– es que el mundo hoy es más competitivo. Todo se convierte en instrumento para competir y ganar terreno en la economía o en una futura guerra: energía, inversiones, información, flujos migratorios, datos… Existe un interés global por el acceso a algunos dominios estratégicos: cibernéticos, marítimos o espaciales.
La tercera característica o megatendencia del mundo —y aquí Borrell pone énfasis— es el creciente nacionalismo, el revisionismo con la política de identidad. Putin no pretende restaurar el comunismo, sabe que no tiene ninguna vigencia. El sustituto ideológico es el anacrónico nacionalismo, un recurso cotidiano y permanente que nunca desaparece.
¿Un sur global indiferente?
En medio de todas estas megatendencias —afirma— tenemos el sur global, que no quiere verse obligado a tomar partido en esa competencia geopolítica. Siente que el sistema global no cumple y no está recibiendo su parte.
La guerra entre Estados está de vuelta —dice Borrell— como en el cine y las películas, al igual que en Segunda Guerra Mundial. Además, están las guerras híbridas y la guerra de la desinformación.
Cómo enfrentar lo que viene
Creo que tenemos que pensar más políticamente. Creo que tenemos que ser más proactivos, más reactivos. Todavía operamos como silos; debemos establecer vínculos entre todos estos problemas para atacarlos apropiadamente.
- Pensamos demasiado internamente y luego tratamos de exportar nuestro modelo, pero no pensamos en cómo los demás percibirán la exportación de ese modelo.
- Tenemos que escuchar más. Tenemos que estar más en el modo de escucha del otro lado —el otro lado es el resto del mundo.
- Necesitamos tener más empatía. Tendemos a sobreestimar la razón y a subestimar el papel de las emociones y el persistente atractivo de las políticas de identidad.
- Recuerden esta frase: Es la identidad, estúpido. Ya no es solo la economía.
- Tomemos más iniciativas. Preparémonos para ser audaces. Hagamos lo que hagamos, hay que tomar decisiones para romper tabúes. Como la que tomamos en la guerra de Ucrania al utilizar el Fondo Europeo para la Paz para comprar armas. Si dudamos, nos arrepentimos.
- Tenemos que definir mejor nuestros objetivos y prepararnos para ellos. Aquí trabajamos mucho en escenarios de siete años y no de un año, como toca dada la crisis, y anunciamos grandes cifras que ya la gente no cree. En otras palabras, diré que necesitamos equilibrar la gestión de crisis y la planificación a largo plazo.
- Tenemos que estar un poco fuera del modo crisis. Esto requerirá pensar más, saber más cómo las tecnologías están remodelando el mundo y reconfigurando las relaciones de poder y el nexo entre la energía, el clima y el uso de materias primas.
Dos conclusiones finales
Dos ultimas reflexiones sobre la comunicación y la relación del occidente democrático con China Comunista.
- -La comunicación es nuestro campo de batalla: luchamos en la comunicación. No luchamos, gracias a Dios, en este campo con las armas, pero tenemos que luchar en la comunicación. Una batalla que no estamos ganando, no estamos peleando con la fuerza y la persistencia suficiente. No entendemos que es una pelea. Además de conquistar un espacio —óigase bien—, hay que conquistar y ayudar a cambiar las mentes.
- Cuando decimos que China es nuestro rival sistémico, significa que nuestros sistemas compiten por el dominio del mundo, son rivales. Por eso tenemos que explicar, hasta el cansancio, cuáles son los vínculos y las ventajas entre la libertad política y una vida mejor.
- Los chinos están tratando de explicar —y siento, es opinión de quien escribe, que lo están logrando y de una forma violenta— que su sistema es mejor. De ahí la fuerza que están tomando en el tercer mundo, especialmente en América Latina, las fuerzas primitivas de la izquierda y los autoritarismos. Porque no votas para elegir un presidente o primer ministro, pero tienes comida, calor y servicios sociales que funcionan y mejoran en general tus condiciones de vida.
- Nosotros podemos elegir, pero para mucha gente las condiciones no están mejorando y al final la gente lo que desea es una vida mejor. Vivimos en esta parte del mundo donde la libertad política, la prosperidad y la cohesión social, son la mejor combinación para mantener la libertad y vivir una vida cada dia mejor, pero en el resto del mundo esto no es así.