Año 1997. En una masacre, en Chiapas, murieron más de 30 campesinos, entre ellos una mujer embarazada, a manos de paramilitares. A la semana siguiente, Paolo Gasparini (Gorizia, Italia, 1934) estaba en el mismo lugar donde se oficiaría la misa para honrar a los caídos. Vio el camión de estacas detenerse, vio a la gente del pueblo que comenzaba a descender.
En el extremo había un anciano que casi no podía sostenerse. Había una mujer que parecía mirar hacia la cámara con un niño entre sus piernas, o más bien mira hacia un punto perdido… El fotógrafo describe la imagen con las palabras precisas que me permiten imaginarla. Ahora que la encuentro en Internet, en los rostros hay desconcierto y son en su mayoría niños indígenas los que ocupan la escena, atentos al movimiento del más longevo en el tumulto.
El retrato, realizado en sales de plata, fusiona en ese instante la sensibilidad de la emulsión fotográfica a la luz con la intuición del autor que hurga en las situaciones de la época que le tocó vivir. La imagen habla de los sobrevivientes: ancianos y niños que lucen consternados. Esa fotografía sale a mención cuando le pregunto a Paolo Gasparini si hay alguna obra en particular que le resulte más emblemática para representar el discurso que ha establecido durante su trayectoria.
“Yo estuve ahí expresamente para asistir a la misa, y esa foto es una de las que más me hace sentir que está relacionada con mi cometido, con mi manera de ver y de fotografiar”.
Desde los años sesenta, Gasparini está observando lo que ocurre en ciudades y poblados de América Latina, pero también en contraste con las metrópolis, entre Caracas, La Habana, Sao Paolo, Ciudad México, y Los Ángeles, Nueva York, Londres, Orly… O pequeños asentamientos: desde Bobare (Lara) a San Salvador de Paúl (Bolívar) en Venezuela; desde Tijuana hasta Chiapas, en México, desde Rosario en Argentina, pasando por Chinchero en Perú hasta Guatemala. No es tanto el lugar donde ha estado, sino el momento que ha presenciado.
“La fotografía siempre nace de la experiencia de vida”
PAOLO GASPARINI
El blanco y negro, el gelatinobromuro de plata sobre papel, el revelado en la dimensión precisa para hacer algo más que una sola imagen ha sido una constante en la obra de este fotógrafo. Pero a sus 87 años todavía sorprende con algo que nadie se podía imaginar: quien se negaba a abandonar la fotografía analógica, accidentalmente tuvo que aceptar la imagen digital, cuando en su más reciente viaje a Nueva York le falló la cámara durante el desarrollo de un nuevo proyecto. Al principio tuvo resistencias, pero el fotógrafo Vladimir Marcano, en una llamada telefónica, lo convenció de que no perdiera la oportunidad de tomar las fotos con su celular. Eso ocurrió en junio de este año, en plena pandemia, y ahora está en proceso de construir su serie.
“Yo pensaba que no sacaba una foto más. Pero viajé con una vieja canon y un solo lente zoom. Fui con unos amigos al Madison Square Garden y al pasar por la calle 34 vi unos afiches en un muro y pensé: mañana tengo que sacar una foto allí. Yo no saco fotos sueltas. Cada foto está relacionada con lo que he visto o vivido antes y lo que viene a partir de ese momento. Me fui caminando hasta Broadway, esa relación entre lo de arriba, los limbos de la publicidad y los de abajo, la gente normal, todo muy borgiano…”.
Series: Retromundo (Retroworld) 1981, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
Y se le trabó la cámara.
Gasparini terminó descubriendo que su Iphone, que apenas guardaba fotos familiares y de amigos, le servía para pasar más desapercibido entre la gente. Un sábado, la ciudad declaró que se podía salir sin máscara y al domingo inmediato se fue al MoMA. “Era un lugar que tenía que ver con los recuerdos, con la memoria y lo elegí porque también era un espacio tranquilo. Tomé las fotos relacionándolo con lo de afuera, y sin saber ni cómo ni por qué, ahora tengo un pequeño reportaje. No es gran cosa, pero dice justamente algo que pasó. Se llama Post Pandemia y refleja bastante esa Nueva York rara”.
Esta vez unirá los cuatro rollos de película que logró aprovechar, a color y en blanco y negro, con las imágenes de su celular que, para su sorpresa, descubrió que tiene la misma definición y calidad de una lente tradicional, salvo por la limitación de la distancia focal. Aunque no le gusta sacar fotos sin llevarse el ojo a la cámara, le sacó provecho… sólo momentáneamente. “Es la única y la primera vez. Yo he comprado cámaras digitales y a los quince días las he regalado o se perdieron, porque no sé ver a través de ellas. Pero mi trabajo fundamental es con el archivo. Y lo que me resulta interesante es ese aspecto temporal entre el blanquinegro y el color. Una diferencia útil con mi discurso”.
Hablar de los archivos y de memoria es lo que resume Gasparini como fotografía.
“La fotografía, inevitablemente, tiene relación directa con la memoria. Dicen que el antecedente de la fotografía era el dibujo y el grabado, pero justamente, John Berger aclara que no: el antecedente es la memoria. ¿Por qué? Porque vamos construyendo con las imágenes. Es algo de la actualidad que ya pasó. Algo que recordamos a través de la fotografía.
La cosa más importante de los fotógrafos es el archivo, pero no guardado en cajitas, sino el archivo que se mueve para revivir lo que en Italia se dice Il senno di poi, la sabiduría del después, o como se dice en España, a toro matado, porque a partir de ese material que ya existe se genera un pensamiento mucho más rico, dado que viene con la experiencia de hoy, con la visión de hoy y con ese ese pasado congelado, que es la memoria. Eso es muy emotivo y me da mucha satisfacción”.
Esa relación con el pasado cobra vida ahora cuando 280 obras de Gasparini se exhiben en una retrospectiva que se inauguró el 29 de septiembre en el Centro de Fotografía KBr de Barcelona, de la Fundación Mapfre, y que permanecerá abierta hasta el 30 de enero de 2022. Posteriormente la muestra se trasladará a Madrid, entre julio y septiembre de ese mismo año, para luego estar presente en PhotoEspaña 2022.
En esta entrevista, realizada un mes antes del evento, Paolo Gasparini expresa su ansiedad. “Esta es una de las salas exclusivamente de fotografía contemporánea más importantes de Europa. Hace dos exposiciones en una grande y una pequeña. Los que me precedieron son grandes nombres”. Lee Friedlander, Paul Strand, Walker Evans, Nicholas Nixon, Alberto García Alix son algunos de los fotógrafos expuestos, que forman parte de la colección de la Fundación Mapfre. Ahora, la obra de Gasparini se suma a este patrimonio.
“Yo pasé prácticamente de la secuencia a los audiovisuales, a los fotolibros y los fotomurales, es decir, que siempre es algo múltiple, con significados encontrados, desarrollados, etcétera. Por eso, la exposición de Mapfre no es solamente antológica, es temática. Se llama Campo de imágenes, que es un viejo título que viene de los textos de Victoria de Stéfano”. La primera vez que utilizó ese nombre fue para una exposición en el Museo de Arte Moderno en Chapultepec, en México (1985), y ha seguido trabajando sobre la misma idea.
Como todo lo que ha sucedido en pandemia, los planes iniciales de la exposición se modificaron. Se tenía previsto contar con obras en propiedad de museos y colecciones privadas, pero la situación impidió el traslado en préstamo de las fotografías. Así que optaron por el material que el autor guarda en sus archivos. La Fundación Mapfre, que desde 2007 ha estado consolidando su colección fotográfica, adquirió una parte de este archivo y no faltaron coleccionistas interesados en el resto.
DE OTRA ÉPOCA
El trabajo fotográfico de Paolo Gasparini fue reconocido en su país natal mucho antes de ganar presencia en América Latina. En breves años previos al encuentro definitivo con su padre y su hermano Graziano Gasparini en Venezuela, y con una marcada influencia en el neorrealismo, aprendido en su experiencia de aprendiz en el estudio fotográfico de los hermanos Aldo y Giuliano Mazucco, obtuvo en Italia dos premios: Contribuciones al Neorrealismo, de revista Cinema Novo (1953), y Premio Referéndum Popular, en Exposición de Fotografía Ciudad de Spilimbergo (1954). En 1957 recibe medalla de plata en la IV Muestra Fotográfica Ciudad de Spilimbergo.
Se muda a Venezuela en 1954 y comienza a acompañar a su hermano Graziano para realizar fotografía arquitectónica, de allí sus primeros trabajos sobre la Ciudad Universitaria de la UCV en plena construcción, además de recorrer juntos toda Venezuela: Paraguaná, las salinas de Margarita, el Orinoco, la Guajira…, nada le es ajeno. “La fotografía de arquitectura me daba el sustento para vivir. Era la época del boom de la modernidad en Caracas, en Venezuela. El arte oficial era el cinetismo y yo venía de otra formación, donde el contenido era más importante que la forma y seguí en ese camino”.
En 1957 se casa con Franca Donda (su primera esposa), quien es un pilar fundamental en sus procesos de revelado y copiado. Fue ella quien toma la iniciativa de mostrarle a Paul Strand el reportaje sobre Bobare (1959, publicado por la revista Cruz del Sur). La crítica del autor de la película Redes (una referencia de Gasparini) es dura. En una entrevista de Sagrario Berti lo cuenta el mismo fotógrafo: “Me dijo (Strand): ´Tuve que verlo bajo una luz amarilla para atenuar el desagradable tono amarillo de la impresión´. Sin embargo, las otras fotos le gustaron”. Refiere que al final del encuentro le comentó a Franca: «Paolo is a very talent younger photographer».
Gasparini considera que Bobare es el primer documento de fotografía comprometida publicado en Venezuela. Tomaba notas de los personajes, escribía los textos que le llamaban la atención como aquél que decía: “Aquí los chivos hasta periódico comen”. Regresó al lugar sólo una vez, le quería dejar algunas fotos a las personas del pueblo. Pero algunos ya no estaban, cada día había menos gente.
Se inspiró en el cine, en autores como William Klein (director de Mr. Freedom), Chris Marker (director de La Jetté), Glauber Rocha (del Cinema Novo brasileño). Ladrón de bicicletas de Vittorio de Sica es una referencia que le permite explicar a Paolo Gasparini la metáfora de que la fotografía es algo más que una simple imagen y es más bien un acto epifánico. Tomó consejos de Paul Strand, pero también se rodeó de un mundo intelectual que contribuyó a desarrollar el sentido social de sus fotografías: Alejo Carpentier, Henri Cartier-Bresson, Luc Chessex, Italo Calvino, entre otros.
Esos primeros años son de un despegue vertiginoso para Paolo Gasparini. Para 1958, el MoMA lo incluye en su colección de fotografías. En 1960 expone en la Donnel Library Center Gallery (Nueva York) con fotógrafos realistas norteamericanos. Comparte la representación de Venezuela con Sammy Cucher en la XLVI Bienal de Venecia (1995), bajo el título La pasión sacrificada, con los fotomurales El cuerpo del Che, El cuerpo de Tina y El rostro barrido. En Venezuela realiza en el Museo de Bellas Artes su primera exposición individual (1961), con retratos de artistas e intelectuales, entre ellos, Carlos Raúl Villanueva, Bárbaro Rivas, César Rengifo, Francisco Narváez, entre otros.
“Me salen bien los retratos. Creo que fue Juan Villoro quien me dijo que los personajes siempre miran a la cámara. Eso se debe a que se establece una buena relación con el otro. Es una de las cosas más importantes de la vida y de la fotografía”.
Gasparini, Premio Nacional de Fotografía en 1993, tiene el hábito de relacionarse primero con sus sujetos fotográficos, conocerlos. Al llegar a un lugar, se pasea por los alrededores, conversa sin tomar fotos, documenta. Cuando llega el momento de sacar la cámara, es un proceso meditado. No dispara muchas fotos para luego escoger la mejor entre tantas, esa no es una condición del analógico, es como un cazador que debe apuntar bien a la presa si no la quiere perder.
“Soy un fotógrafo de otra época”.
PAOLO GASPARINI
Un contrato con la Unesco, para hacer un registro de la arquitectura del continente, le permitió a Gasparini ver más allá de los muros y el diseño, para encontrarse con la realidad cultural de la región, inspirada en sus primeras lecturas de Elio Vittorini sobre la injusticia. Desde que realizó su fotolibro Para verte mejor, América Latina (1972), ha pasado mucho tiempo, 49 años recién cumplidos para ser precisos, y ha habido muchos cambios. Es casi medio siglo.
César Prieto, pintor, Caracas-1958
Alberto-Korda-fotógrafo.-La-Habana-Cuba-1994 Sergio-Pitol-Xalapa-escritor.-México-2007 José Lezama-Lima, en su estudio de La Habana, Cuba1972
¿Cómo establecer un puente entre los hechos actuales y aquél pasado que podría parecer nostálgico?
“No hay puente, hay una continuidad. Son los mismos problemas en otras proporciones. Ese libro nace en un momento en el que América Latina está rara e infestada por dictaduras militares y guerrilleros. Son los años de mi compromiso político con la fotografía. De hecho, nos llamaban fotógrafos comprometidos de una manera más suave, …nos decían moralistas. Porque siempre buscaba el modo de reflejar lo bueno y lo malo que estaba pasando.
Pero América Latina sigue ahí. Algunos países mejor, otros peor. El archivo fotográfico no puede quedarse congelado, estático a partir de hoy. Yo viví en Cuba durante los primeros años de la revolución y fue una linda experiencia. Fui invitado por el arquitecto cubano Ricardo Porro y el escritor Alejo Carpentier para hacer fotografía de arquitectura en La Habana. Salió el libro y me quedé por cuatro años. Mi fotografía da cuenta de la revolución que se estaba construyendo. Ahora, en los fotomurales recojo fotografías de la primera época, pero agrego fotografías hechas posteriormente con una visión, obviamente, mucho más crítica. Eso le da profundidad y más sentido al trabajo”.
En la exposición de la Fundación Mapfre habrá una sección dedicada a Cuba bajo el título De la utopía al desencanto. “Lo que me importa es renovar el discurso en función de lo que vivimos hoy. De lo que pienso hoy, de la realidad que estamos viviendo”.
Serie de Cuba, Paolo Gasparini
LAS EPIFANÍAS
Paolo Gaspirini ha sido prácticamente un precursor del fotolibro en Venezuela. Considera que es el formato que le permite establecer un discurso y a la vez que democratiza la imagen, más que en una exposición. Valora la autonomía, a tal punto, que creó su pequeña editorial: Mal de Ojo.
Refiere que en un encuentro con el fotógrafo y cinematógrafo mexicano Manuel Álvarez Bravo, en un lugar que tenía para tomar café y hablar de fotografía observó en la pared fotos de Stiglitz, Weston, Strand. Al preguntarle sobre esas adquisiciones le dijo: siempre compro dos libros de cada autor y un ejemplar lo enmarco. La impresión en huecograbado permitía obtener una copia perfecta de la fotografía. Gasparini decidió hacer lo mismo. Y sus fotolibros son piezas de exhibición.
“El fotolibro es un género aparte. Muy propio. Tiene mucha posibilidad distinta del audiovisual. Porque el fotolibro es una epifanía. Cuando se unen dos fotografías se crea una tercera imagen, incluso una cuarta idea. Se establecen nuevos nexos, que uno recrea con el otro y te enriquece”.
Son cerca de 14 publicaciones realizadas, entre ellas Bobare (1959 y reeditado en 2019); Retromundo (1986), Karakaracas (2014) y El reverso de las imágenes (2015), Megalópolis: Los Ángeles, México y Sao Paolo (2004), estos últimos cuatro con textos de la escritora Victoria de Stefano; La Calle (2016, fotorevista con textos de Sagrario Berti, quien también participó en Karakaracas), La verdadera historia de Paolo Gasparini (2017), Andata y Ritorno (2019, publicado por La Cueva).
Para Paolo Gasparini, quien educó el ojo a partir de la cinematografía, mejor que la exposición y que el fotolibro es la obra audiovisual. Trabajaba con diapositivas, alternando inclusive hasta tres carruseles.
“Los audiovisuales tenían mucha aceptación, por el hecho de la presencia del autor. Yo tenía que cambiar los carruseles en el momento exacto. Había un diálogo muy interesante con el público. El formato nació de ampliar las imágenes limitadas por el papel. Darle una posibilidad expresiva mayor. Además de la secuencia ideal, del intercambio de las imágenes, la disolvencia entre una y otra, tenía la posibilidad de narrar en el proceso”.
Algunos de esos proyectos, casi un número similar al de sus fotolibros, ya no se pueden volver a apreciar, porque el tiempo hizo de las suyas y algunas diapositivas perdieron la secuencia que tenían. Otros pudieron rescatarse a la versión digital.
“Para mí, la foto suelta era demasiado limitante. La metáfora sólo se obtiene de la relación de una foto con otra. Yo siempre quise decir algo que va más allá de la imagen misma. La fotografía tiene mucho más que ver con la literatura que con la pintura. Los diseñadores generalmente interpretan a la fotografía como una imagen pictórica aislada. En cambio, la fotografía es la palabra de un discurso”.
De allí el origen de sus Epifanías, desde hacer un díptico a construir una secuencia de fotomurales para expresar algo más. El nombre viene de unos escritos de James Joyce (quien a su vez se inspira en Gilles Deleuze), sobre una manifestación, la iluminación de algo. “Uno va por la calle, y encuentra una frase y a partir de esa frase se origina una historia. A partir de una palabra busco la imagen para construir otra. Así también los fotomurales, son unos contactos ampliados a un metro por un metro ochenta. Series de nueve o doce fotografías que empiezan a ser una”.
Le pregunto sobre la fotografía pendiente:
“Mira tanta fotografía que me falta, pero es la que pueda continuar el discurso que estoy haciendo actualmente. Estoy creando una serie que se llama El Mamotreto. Así que voy a necesitar, seguramente, varias fotos que no sé como las sacaré. Debo buscar en mi archivo y unir ese discurso entre un grupo y otro. No es un trabajo fácil. Es un pequeño sufrimiento y una gran alegría cuando se logra la escena. A veces se logra, a veces no. Y hay que regresar. Es como escribir una novela, tienes que volver a los capítulos, a algún episodio y ver si funciona con el estilo. Lo mismo pasa exactamente con la fotografía”.
¿Qué palabra podría resumir el trabajo de Paolo Gasparini?
“A través de la memoria, y puede sonar exagerado, es la búsqueda de la verdad. Durante muchos años en mi fotografía ha estado presente la imagen del mundo ofendido, el mundo falso, como decía un gran escritor Elio Vittorini. Yo salí de Italia a Venezuela con un libro que me regalaron de él y que ha sido como una guía durante muchos años. Sacar una fotografía no digo que sirva para mucho. Pero a lo mejor puede servir para que se comprenda la situación de ese mundo injusto”.
¿Y que dicen las fotografías de ese hecho social hoy?
“Mi trabajo puede ser poco ahora por la edad, pero el mundo real está cada día peor”.