Raúl Mínguez Blasco, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
El 28 de octubre de 1958 el cardenal italiano Angelo Giuseppe Roncalli fue nombrado papa a la edad de 77 años. De aspecto tierno y bonachón, nada hacía pensar que lo que se presumía como un periodo de transición iba a resultar tan decisivo en la historia reciente de la Iglesia católica. Este mes de octubre de 2022 se cumplen sesenta años del hito que marcó el pontificado de Juan XXIII: el inicio del Concilio Vaticano II.
Desde el estallido de la Revolución francesa de 1789, la Iglesia católica había adoptado una posición más bien defensiva y reaccionaria frente a muchos de los cambios que tradicionalmente se han asociado al concepto de modernidad: industrialización, urbanización, avances científicos y tecnológicos, etc. El Syllabus de 1864, un documento en el que el papa Pío IX denunciaba lo que consideró errores modernos, supone el ejemplo más destacado de esta actitud de la Iglesia. No obstante, algunos historiadores han destacado la capacidad que tuvo el catolicismo hasta mediados del siglo XX para adaptarse con relativo éxito a ese contexto de lenta pero progresiva secularización de la sociedad.
En todo caso, el nombramiento de Roncalli supuso un auténtico punto de inflexión. Las resistencias de la Curia pontificia no frenaron su voluntad de convocar un concilio que reuniera a todos los obispos del mundo. El objetivo de Juan XXIII era claro: adaptar a la Iglesia a los nuevos tiempos, lo que se conoció como aggiornamento.
No hay que olvidar que los sesenta fue una década de profundas transformaciones a nivel global. Fueron años de luchas frente al poder establecido (tanto en el mundo capitalista como comunista), de auge del movimiento juvenil, de la liberación sexual, de un nuevo despertar del feminismo, etc. A partir del Vaticano II, la Iglesia católica, especialmente sus bases, no solo se amoldó a estos cambios sino que, en muchos casos, contribuyó decisivamente a su consolidación.
Cuatro sesiones entre 1962 y 1965
El Concilio se celebró en cuatro sesiones durante los otoños de 1962, 1963, 1964 y 1965. La muerte de Juan XXIII en junio de 1963 no impidió que su sucesor, Pablo VI, continuara dirigiendo los trabajos conciliares aunque con una impronta más moderada. Se aprobaron un total de 16 documentos, que tuvieron un carácter más pastoral que dogmático o normativo.
Los documentos conciliares introdujeron, desde luego, cambios muy importantes dentro y fuera de la Iglesia. A nivel interno, por ejemplo, se abandonó la liturgia en latín a favor de las lenguas vernáculas, se reformaron profundamente las órdenes religiosas o se definió a la Iglesia como Pueblo de Dios.
A nivel externo, se buscó estrechar lazos con otras confesiones cristianas, se declaró el principio de libertad religiosa y se intentó promover un diálogo sincero con los problemas del mundo.
Las mujeres en los documentos conciliares
Sin embargo, hubo varias cuestiones polémicas que los documentos conciliares apenas trataron o sobre las que directamente guardaron silencio. Algunos ejemplos son el problema del racismo en el mundo, el celibato sacerdotal, el uso de métodos anticonceptivos y la posición de las mujeres en la Iglesia y en la sociedad. Esta última cuestión es especialmente llamativa ya que, tras más de un siglo de lo que se ha denominado feminización de la religión, las mujeres católicas eran mucho más numerosas que los hombres, tanto entre el clero como entre el laicado. No obstante, a pesar de este relativo silencio, el Concilio también significó un punto de inflexión para muchas católicas. ¿A qué se debió esto?
La verdad es que las referencias de los documentos conciliares a la situación de las mujeres en aquella época no solo fueron escasas sino también ambiguas. Por un lado, se vincularon las demandas de igualdad de las mujeres con las de otros colectivos desfavorecidos como los campesinos y los obreros. Por otro lado, se remitió al supuesto carácter especial de las mujeres al vincularlas con la maternidad y el hogar. La Virgen María continuaba siendo, por tanto, el modelo.
Así pues, el cambio de actitud que el Concilio generó entre muchas mujeres católicas no hay que buscarlo en estas referencias explícitas al género femenino. Se encuentra en el cambio de concepción de la Iglesia que promovió el Concilio y que giró en torno del ya mencionado concepto de Pueblo de Dios. Este apeló al sacerdocio universal de los fieles por el mero hecho de estar bautizados.
Así, se rompió con una visión estrecha de la Iglesia, concebida hasta entonces como una institución muy jerarquizada y con una fuerte división entre clérigos y laicos. A través del concepto de Pueblo de Dios, el papel de los laicos, incluidas las mujeres, fue revitalizado en el Concilio.
Actitud crítica de las mujeres católicas
Lo realmente interesante es que en los documentos conciliares no se marcó explícitamente ninguna distinción de sexo e incluso se impulsó a las mujeres a que adoptasen un papel más activo: “Como en nuestros días las mujeres participan cada vez más en toda la vida de la sociedad, es importante que crezca igualmente su participación en los diferentes campos del apostolado de la Iglesia” (Apostolicam Actuositatem, 9).
Fue a partir de estos principios y de su posterior reinterpretación como muchas mujeres católicas lograron empoderarse y no solo modificar su manera de vivir la fe sino también adoptar una actitud crítica, tanto hacia fuera como hacia dentro de la Iglesia.
Mucho ha llovido desde entonces, pero no es casualidad que muchas de las mujeres que forman parte de la organización recientemente constituida en España y que es conocida como Revuelta de las Mujeres en la Iglesia sigan teniendo al Concilio Vaticano II como punto de referencia.
Raúl Mínguez Blasco, Investigador Ramón y Cajal en Historia Contemporánea, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.