Por Antonio M. Hervás
Perfil de libertad, principio de esperanza, cuna de sueños, densa despensa, patio de juegos, escenario de aventuras, recuerdos de infancia, escaparate de vanidades. Cárcel sin rejas, tumba de muchos, salida de emergencia, cementerio de porquería, testigo de masacres, final del viaje. La playa.
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Siempre que sueño las playas
Rafael Alberti las sueña solas. Complicado estos días y por estas costas. Empieza la migración hacia las zonas turísticas y se hará difícil encontrar huecos libres para la ensoñación. Cincuenta millones de extranjeros nos visitan, gran parte de ellos por nuestra oferta de agua y arena. Pero mientras llegan los deseosos de sol y descanso arribaron otros, no tantos pero mucho, muchísimo más cansados, y con deseos menos frívolos. Eso, los que consiguieron llegar. El año pasado, 3.279 personas perdieron la vida intentando pisar la orilla del primer mundo; este año podrían llegar a 30.000 según la Organización Internacional para las Migraciones. Demasiados. La playa es cruel; el mar es mortal.
En la playa de Vera, el 21 de julio de 2013, 729 personas rompieron el récord mundial de bañistas desnudos dentro del agua al mismo tiempo. En la playa de Omaha, el 6 de junio de 1944, murieron más de 3.000 soldados. El contraste desde una orilla resulta brutal.
Escenario particular donde se viste un heterogéneo vestuario. A veces sobra toda la ropa; otras veces, si sobra de más, se sanciona. Se viene recortando, ya de lejos, el traje de baño y, de más cerca, prescindiendo de gran parte de él. Finales de los 60, en la Costa Azul, la ola de libertad del mayo del 68 desnuda el espíritu y los pechos de las francesas. Años después las españolas las imitaron. Y tras cuatro décadas, el 60% de la mujeres confiesa que no practica el topless. Caprichoso el pudor. Lo que no es caprichoso es que en muchos rincones del mundo, por motivos religiosos, se cometa un delito (grave) por enseñar un hombro o un muslo. Y lo que es vergonzoso es que en las playas de Mogadiscio las mujeres tengan que llevar machetes para defenderse de los agresores sexuales. La playa no es santa pero sí un santuario para algunos y como santuario mal entendido, un espacio de crímenes salvajes.
En 2010, el 3% del plástico del planeta acabó en el fondo del mar. No son maneras. Y nos costaría ubicar la última imagen que hemos visto de personas vestidas de blanco limpiando un manto negro de petróleo sobre la arena ¿Galicia, Canarias, California, Golfo de México, Alaska…? Es preocupante. En 2025 el 75% de la población mundial vivirá a menos de 200 kilómetros de las costas; 6.300 millones de personas habitarán cerca de qué, ¿de un vertedero? Se les podría preguntar a los 54,8 millones de pescadores que hay en el mundo (según la FAO) cómo ven la situación. Si han pescado mucho o si lo poco que queda se podrá pescar.
La costa era y es el fin y el principio. La puerta al misterio del mar. Salida y destino. El hueco por el que se cuelan conquistadores, villanos, traficantes, libertadores. Y el resquicio por donde se huye. Mirador de horizontes. Para algunos el freno y para otros la excusa. Es mucho más que arena bañada por agua salada. Es la arteria de las civilizaciones. La playa nos salva y nos condena. Siempre va y viene, y nosotros, testigos, seguimos cautivados por su marea. Para bien y por desgracia.