MIS TERRORES FAVORITOS
Por Javier Sanz
19/11/2015
La actualidad televisiva vista con el ojo vago de Leticia Sabater y comentada con la acidez propia de los estómagos de Falete y Kiko Rivera después de un atracón en la semana fantástica king-sizede McDonald’s.
En la dramática noche de los atentados de París uno intenta imaginar cómo se sentiría cualquier ciudadano, francés o no, sentado frente a la televisión en España y a la espera de poder conocer qué estaba pasando.
El 13-N sirvió, entre muchas otras cosas, para descubrir que nuestras amadas cadenas generalistas son incapaces de reaccionar ante sucesos imprevistos de gran magnitud.
En plena locura tecnológica con la alta definición, las cabezas calientes, los pinganillos, los micrófonos de sonido envolvente dolby digital surround, etc. y algunos se olvidan de lo más elemental del oficio: informar. Llevamos demasiado tiempo prescindiendo de recursos humanos por culpa de la crisis del papel y ahora resulta que las teles también andan justitas de personal, ni tan siquiera cubriendo puestos con contratos de becario o basura, que viene a ser algo muy parecido.
Desde hace tiempo se viene criticando que los servicios informativos (tanto en las públicas como en las privadas) son más bien magazines que se ventilan las noticias puras y duras en escasos minutos para dar paso a un anecdotario insignificante que concluye siempre con reportajes de olas de calor en verano y olas de frío en invierno; unas autopromociones hinchando pecho con sus audiencias de la noche anterior y enseguida jornadas gastronómicas, pasarelas de moda, el deporte y el tiempo.
La noche del pasado viernes el sentir de las redes sociales y el mío fue de verdadera incredulidad ante el comportamiento de todos los informativos, sólo con dos honrosas excepciones: la de Sergio Martín en el Canal 24 horas -aunque abusó del recurso tuitero y que no justifica la indiferencia de TVE1- y la de Antonio Jiménez en El cascabel, haciendo buenamente lo que pudo con los mimbres de una televisión como 13tv.
Ni programaciones en directo como Telecinco ni otras con formatos enlatados como Antena3, Cuatro o La Sexta fueron capaces de responder a la demanda informativa ni en sus exigencias más mínimas.
Al final uno tiene que volver a la fiel compañera de siempre: la radio. Bueno, ahora también echando un ojo a los portales digitales, donde se hace evidente que tampoco andan muy sobrados de capital humano; y también a las redes sociales, con el prudente reparo de las noticias tóxicas que siempre circulan.
Mientras París enmudecía, con esa estremecedora sordera que producen los instantes posteriores a la barbarie, en España vivíamos nuestra realidad paralela siempre tan cañí.
Estoy siendo tremendamente generoso atribuyendo la falta de cobertura a la posible pobre inversión que se hace en informativos (pagar millones a cuatro famosos de serie b resulta más rentable ya que da mejores resultados). Porque no quiero pensar en estrategias para no perder audiencia. Si fuera así es que me ahorco directamente con el traje de volantes de la sevillana que tengo colocada encima de mi tele.
Sí, lo confieso, todavía mi pantalla es de las de tubo de imagen, pero retrata igual de anchas a esas estrellas que dicen que “los plasmas de ahora engordan”. Pues los cocidos con tocino, chorizo y morcilla, ni te cuento.
En Telecinco era apasionante la versión cutreluxe de Capuletos contra Montescos: Contreras contra Riveras y Milas contra Matamoros. Pasaron minutos y minutos hasta que Jorge Javier se dignó y limitó a leer una penosa nota redactada de un refrito viejuno a más no poder para luego dar paso al polígrafo de Conchita, tan ricamente.
En Antena3 pareciera que olieran la noche triunfal del programa de imitaciones de Tu cara me suena y les costó también lo suyo hasta que un adormecido Álvaro Zancajo salió a sintetizar cuatro titulares de agencia que ya conocíamos. Todo muy al estilo televisión franquista que interrumpía la programación con su locutora de continuidad.
Lo más francés que vimos fue una imitación de Edith Piaf ejecutada por Falete que hoy prefiero no comentar.
Decepcionante La Sexta, con excelentes programas en noches electorales pero incapaz de cortar a una Gloria Serra en diferido. Ante una noticia que no está en su agenda parece que tampoco tienen capacidad de reacción ni para una conexión, aunque sea telefónica, con su corresponsal en París.
Y al día siguiente, para calmar la culpa, Antonio García Ferreras volando a primera línea de fuego. Él fue el primero de toda una amplia lista de cabezas de cartel que, a posteriori, perdieron el culo para retratarse en los escenarios de la tragedia.
En Cuatro, la nueva temporada de Hermano Mayor con Jerónimo García era tan apasionante y tan más de lo mismo como volver a ver en plan día de la marmota la película de TVE1 La gran revancha o Las Cosas del querer en La 2. Ni rastro de la tragedia gala.
De autonómicas no hablo porque mi tele es inteligente y, por higiene mental, hace tiempo que dejó de sintonizar solita esos canales que por no tener ya no tienen ni porno del bueno, del político sí: en cantidades y muy sucio.
Algo huele mal en los servicios informativos de nuestra televisión pero, si quieren, miramos para otro lado y que siga el espectáculo con las cosas del cantar, las cosas del querer y las cosas de comer que de las cosas de informar ya hace mucho que cada uno se crea y recrea su propia realidad a medida y a través de la pantalla del móvil.
Eso sí, el día después bien de especiales, bien de periodistas estrella enviados a los lugares de los atentados, bien de postureo selfie y sobre todo bien y mucho de un sensacionalismo para llenar horas y horas de televisión. Lo malo es que todo eso ya poco o nada tiene que ver con el hecho de informar y produce el efecto contrario en los espectadores: saturación, aburrimiento y rechazo. Y es que como diría la gran Rocío Jurado: “Ahora es tarde, señora”.
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