Texto y fotografías por Javier Molins
caballo entre sus estudios de Nueva York y Madrid, Manolo Valdés (Valencia, 1942) es posiblemente el artista contemporáneo español con mayor proyección internacional. Su agenda para el próximo año incluye una exposición de esculturas monumentales en las calles de Singapur, una de obras de pequeño formato en Londres y una tercera en la mítica plaza Vendôme de París. Unas muestras que se suman a la que expuso en el Jardín Botánico de Nueva York, con esculturas de bronce, acero y aluminio, y cuyo catálogo se alzó con el premio del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte al mejor libro editado en 2013.
A pesar de esta apabullante agenda, Valdés mantiene los pies en el suelo. “Es evidente que a mí lo que me gusta es trabajar en el estudio pero también que mi obra se vea y se contraste. Disfruto, incluso, viéndola expuesta porque saco conclusiones. La veo con distancia, la percibo más ajeno y me despierta un mayor espíritu crítico. Eso sí, cuando te encuentras con un trabajo fuera del estudio y crees que puedes volver sobre él o que puedes superarlo, te entra una gran ansiedad por volver al estudio y ponerte a trabajar”, asegura el creador valenciano.
Las obras de Valdés, y en especial sus esculturas, se han visto durante los últimos años en los lugares más dispares del planeta. Tal y como explica el propio artista, “cuando las observas en Francia, en el castillo renacentista de Chambord, el resultado es distinto que cuando las ves en la avenida Broadway de Nueva York o cuando las contemplas en Arizona en medio de un jardín de cactus con 60 grados de temperatura. Las ves diferentes, porque no se pueden ni tocar, a cuando las contemplas en Nueva York después de que haya nevado y están blancas o cuando las ves en las noches de San Petersburgo. Uno percibe cómo las mismas esculturas cambian y el paisaje y el entorno puede ayudarles, o lo contrario. Pero es muy bonito observar cómo la misma escultura te habla en muy distintos sitios y cómo influye el entorno”.
La dimensión internacional de la obra de Manolo Valdés se traduce en la diversa procedencia de sus coleccionistas. El colombiano Natan Peisach opina que “cada siglo trae sus genios y sus grandes artistas y yo veo en Valdés uno de los grandes del XX y del XXI”. Por su parte, la italiana Manuela Barilla, dueña de la pasta del mismo nombre, explica que se encontró por primera vez con la obra del valenciano en Nueva York “y no paré hasta que lo conocí y desde entonces me he vuelto una seguidora de su trabajo”.
Nueva York ha sido precisamente una de las claves del éxito de este pintor y escultor. El propio artista explica que llegó “cuando el Chase Manhattan Bank empezó su colección y compró algo mío, y con esa excusa vine a ver mi cuadro colgado en una de las sedes de la entidad bancaria y la ciudad me fascinó. Me cautivaron sus museos y siempre me quedé con esa idea de que algún día pasaría algún tiempo viéndolos más a fondo. Un día decidí venir a pasar ese año sabático. Tenía una oferta de la galería Marlborough para trabajar con ellos y, como yo sabía que no iba a estar 12 meses sin coger un pincel, busqué un estudio y, al tiempo que visitaba exposiciones, iba a los teatros y conocía la ciudad; me dediqué a pintar y fue alargándose el tiempo hasta los más de 25 años que llevo aquí”.
Desde que se instaló en América, la relación del artista con la ciudad de los rascacielos es estrecha. El presidente de la Galería Marlborough de Nueva York, Pierre Levai, señala que en 1990 llegó a un acuerdo con Manolo Valdés para mostrar sus obras en la ciudad y “de una manera increíble pasó de ser un desconocido para el público americano a tener un éxito extraordinario”.
Trabajo sin pausa
Valdés lleva en Nueva York una vida muy ordenada, que se distribuye principalmente entre su casa del Upper East y su estudio de Union Square: “Lo que yo hago cada día es ir al estudio. Hay que tener en cuenta que los cuadros y las esculturas se hacen con la mano, y llevan mucho tiempo. Salgo de casa temprano, siempre con mucha ilusión, creyendo que es el día que voy a hacer el mejor cuadro del mundo. Voy con tanta ilusión y ganas que, a veces, no tengo la paciencia de coger el autobús o de ir andando, y cojo un taxi para llegar antes. Empiezo a las nueve de la mañana. Trabajo en una jornada continuada hasta las seis de la tarde sin hacer un corte a la hora de comer y, al final del día, ya no estoy tan optimista porque hay resultados y éstos no siempre son la meta que has puesto”.
El talento de este creador es reconocido en todo el planeta. El director artístico del Museo Thyssen-Bornemisza, Guillermo Solana, opina que “Manolo Valdés es uno de los grandes artistas vivos españoles, uno de nuestros grandes artistas contemporáneos. Frente a la frialdad de los iconos clásicos del pop como Warhol o Lichtenstein, los iconos de Manolo Valdés tienen calidez, una entraña humana, el sentido de la propia mortalidad, de que somos carne humana. Envejecen y viven como nosotros”.
Para el director de la revista Art in America, David Ebony, Valdés “es uno de los pocos artistas en el mundo capaz de sintetizar en sus obras muchas ideas del arte contemporáneo y también de toda la Historia del Arte”.
Las obras de este creador no sólo se pueden ver en las exposiciones internacionales, sus esculturas monumentales se exhiben en ciudades como Madrid, Valencia, Bilbao, Biarritz, Saint-Tropez o Montecarlo. Especialmente conocidas son Las tres damas de Barajas que dan la bienvenida a los viajeros de la Terminal 4 del aeropuerto, una obra que realizó en colaboración con el escritor Mario Vargas Llosa. Tal y como explica el autor de Los cachorros “la idea surgió en una conversación en la casa de Manolo en Nueva York. Me dijo que había pensado sobre la posibilidad de hacer unas esculturas en las que la palabra escrita tuviera un papel fundamental, que no fuera un texto sobre las obras o que inspirara a éstas, sino que fuera parte de las propias esculturas, como una materia más. La idea me desconcertó, luego me intrigó y finalmente me estimuló. Estuve pensando en distintas posibilidades y entonces se me ocurrió escribir unos textos que fueran pequeñas historias en las que la protagonista fuera la escultura misma. Así surgieron las tres damas de Barajas que dialogan entre ellas explicando cada una por qué cree que su personalidad, su manera de ser, es la más exitosa para alcanzar la felicidad”, cuenta el escritor.
Una felicidad que experimenta Valdés ante este recorrido internacional de su obra, algo que él mismo califica como “un regalo y un estímulo para seguir trabajando”. Un regalo que podrá verse el próximo año en las calles de Singapur y en la plaza Vendôme de París, ciudad que acogerá por segunda vez las esculturas de este artista español que ya expuso en 2005 en los jardines del Palais Royal, así como en los castillos de Chenonceau y Chambord, situados en el valle del Loira. Unos escenarios históricos para un creador que basa su obra en un continuo diálogo con la historia del Arte.