Por RAFAEL CALDUCH CERVERA (*)
Ilustraciones: TWEE MUIZEN
1.- La sociedad de masas y el populismo: sus causas y su naturaleza
El éxito de Syriza en las elecciones griegas puso el foco mediático en un fenómeno que ya había sido anticipado por el éxito de otros partidos en las elecciones europeas, como Podemos en España o el Frente Nacional francés. Se trata del populismo político que muchos creían relegado a países latinoamericanos o estados fallidos de África y Asia.
Sin embargo, el debate político abierto por estos partidos no es nuevo en Europa aunque lo sea en alguno de los países donde han emergido recientemente. Cuando en 1929 Ortega y Gasset comenzó a publicar sus reflexiones sobre la rebelión de las masas reintroducía una problemática social, cultural y política sobre la relación entre las élites y las masas que ya había sido abordada por Marx y Engels en su famoso Manifiesto Comunista de 1848 bajo la perspectiva de la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía.
En la actualidad el debate se centra en torno a tres grandes interrogantes: ¿Cuáles son las causas de la irrupción con tanta fuerza en la arena política europea del populismo? ¿Qué elementos del discurso político son comunes y compartidos por los partidos populistas? y ¿Qué impacto tendrán en los regímenes democráticos y en la propia configuración de Europa a medio y largo plazo?
En cuanto a las causas, la más profunda y estructural se encuentra en el proceso de creciente protagonismo histórico de las masas que desde el siglo XVIII se viene universalizando a través de las grandes revoluciones políticas (los derechos humanos, el sufragio universal y la descolonización), económicas (industrialización y consumo masivo) y culturales (alfabetización y medios de comunicación social).
Muy pronto se pudo comprobar que los movimientos y partidos de masas, más allá de sus diferentes discursos ideológicos, se configuraban en dos grandes tendencias históricas: a) los que representaban a las masas excluidas del orden político y social dominante en los países y b) los que movilizaban a los ciudadanos para sustituir en el poder a los grupos dominantes en los países.
Mientras los primeros defendían la extensión de la democracia y la participación ciudadana, especialmente a través del voto, como principios básicos para garantizar la inclusión política así como el cambio progresivo y progresista del ejercicio del poder en los países, es decir optaban por la evolución de las sociedades, los movimientos y partidos que sólo aspiraban a sustituir a los grupos dominantes del poder, propugnaban la demagogia y la ruptura social como principios rectores de una estrategia de rebelión política, casi siempre disfrazada de un discurso revolucionario, que sólo tenía por finalidad instaurar el orden político que les permitiese controlar y perpetuarse en el poder. Precisamente el populismo y el caudillaje fueron fórmulas históricas frecuentemente utilizadas por estos partidos de masas.
En este marco general los movimientos y partidos populistas surgen y arraigan entre los ciudadanos que mantienen una actitud de rebeldía o rechazo a los valores, principios, normas e instituciones que definen y sustentan los diversos tipos de regímenes democráticos. Constituyen una respuesta individual y, al mismo tiempo, colectiva basada en elementos emocionales característicos de la personalidad o la identidad social, que se proyectan y justifican racionalmente a través del discurso y la acción política dirigidos contra el Estado y contra determinados grupos ciudadanos seleccionados a partir de sus rasgos diferenciales de ideología, status económico, religión, lengua, raza, sexo, etc. Por este motivo los movimientos y partidos populistas históricamente han seguido dos principios de legitimación y acción fácilmente reconocibles: a) el radical enfrentamiento entre la sociedad y el Estado, y b) la identificación entre la voluntad popular y las decisiones del partido populista, único intérprete legitimado para encarnarla.
2.- Elementos comunes de los partidos populistas de Europa
Descendiendo a la realidad concreta de nuestros días, el panorama de los nuevos partidos populistas en Europa es muy diverso en su arraigo social, su poder político, sus estrategias de acción y su narrativa mediática. Sin embargo existen importantes elementos comunes que merecen destacarse.
El primero de ellos es que los populismos no son una realidad coyuntural sino que están arraigados en la mayoría de los países europeos con independencia de sus niveles de renta, regímenes políticos o características culturales, aunque generalmente son minoritarios. Entre los numerosos partidos o movimientos de estas características podemos mencionar al Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP); el Frente Nacional en Francia; los movimientos neo-nazis o xenófobos, como PEGIDA, en Alemania; la Liga Norte de Umberto Bossi, la Forza Italia de Berlusconi o el Movimiento Cinco Estrellas de Bepe Grillo en Italia; Syriza y Amanecer Dorado en Grecia; Podemos en España; el Partido Popular Danés; el Partido de los verdaderos finlandeses o en Hungría Jobbik, por citar sólo algunos de ellos.
Por tanto los partidos y movimientos populistas no pueden interpretarse como el resultado de la crisis económica que desde finales de 2008 ha impactado en las economías europeas provocando la adopción de políticas de ajuste económico, con su corolario de desempleo, pobreza y exclusión social, especialmente en los sectores de rentas medias y bajas, sino que la crisis sólo ha creado las condiciones propicias para que algunos partidos o movimientos populistas reforzasen su apoyo electoral y con él su ascenso al poder político.
Una segunda característica común es la creciente brecha entre los discursos y medidas de acción contenidas en sus programas políticos y las posibilidades de realizarlas con éxito cuando llegan a las instituciones nacionales o internacionales. Ello se debe al simple hecho de que la finalidad de los discursos y programas electorales populistas no es fijar los compromisos de acción política con y para los ciudadanos, ni tan siquiera para sus votantes, sino facilitarles el apoyo popular que requieren sus dirigentes para llegar al poder.
El enfrentamiento político e institucional entre el Gobierno griego, liderado por Alexis Tsipras, y la Troika internacional (Banco Central Europeo; Comisión Europea y Fondo Monetario Internacional), a raíz del pago de la deuda asumida por Grecia no sólo no está dificultando el proceso de recuperación de la crisis económica y social del país, sino que hace cada vez más probable la amenaza de la bancarrota.
Análogamente, las proclamas racistas o anti-islamistas que lanzan con tanto rédito electoral partidos como el Frente Nacional francés, Amanecer Dorado, Jobbik o el Partido Popular Danés, ignoran que las minorías socio-culturales asentadas en sus respectivos países, ya provengan de la inmigración o de los reajustes territoriales y demográficos de los últimos siglos, constituyen realidades que no pueden ignorar y a las que no se les puede privar de sus derechos políticos y económicos sin una profunda quiebra del Estado y la paz civil.
Un tercer rasgo definitorio de los populismos europeos es su abierto y descarado abuso de los principios, normas e instituciones que sustentan la democracia y el estado de derecho, para potenciar sus estrategias de asalto al poder e instauración de modelos autocráticos de gobierno. Ello puede resultar tanto más grave cuanto que a largo plazo puede terminar corrompiendo los propios fundamentos del Estado democrático y consolidando el clientelismo político, la arbitrariedad legal, la injusticia social, la desigualdad económica y la discriminación cultural.
Un ejemplo claro de esta deriva lo encontramos en Italia. Al populismo encubierto practicado durante medio siglo por la Democracia Cristiana, le ha sucedido el liderado por Silvio Berlusconi con el apoyo de la Liga Norte. En ambos casos convirtieron el estado italiano en un rehén de los intereses de ciertos grupos y líderes que mediante el clientelismo, la corrupción y el control de las instituciones, han logrado provocar el divorcio entre el Estado y la sociedad.
Finalmente, es también un elemento común a estos partidos y movimientos populistas, la capacidad que han demostrado para utilizar los avances en los medios de comunicación de masas para difundir sus mensajes políticos y construir imágenes utópicas de sus organizaciones, de sus verdaderos fines y de sus estrategias políticas, de modo que puedan movilizar emocionalmente a los ciudadanos en torno a una imagen irreal de su presente y su futuro.
A este respecto resultan interesantes los casos del Frente Nacional de Francia y de Podemos en España. Respecto al partido francés, la sucesión en la dirección del partido de Jean Marie Le Pen por su hija Marine, más allá de las dotes políticas y personales de ambos líderes, demuestra que la realidad en la organización del poder interno de este partido coincide más con el nepotismo familiar y la defensa de los privilegios de ciertos sectores de las clases medias que con la narrativa mítica de la unidad nacional y la “grandeur” de Francia.
En el caso de Podemos en España, el discurso mediático de la moralidad frente a la corrupción de las élites gobernantes así como la defensa de la igualdad ciudadana contra los privilegios de la “casta”, se compadece mal con las evidencias de las actuaciones personales de sus principales dirigentes y el ejercicio del poder en el seno del partido.
Existen por tanto suficientes evidencias que avalan la tesis de que los partidos populistas, responden a un modelo común de respuesta de ciertos sectores sociales a los retos que Europa y sus países están enfrentando en las postrimerías del siglo XX y los inicios del nuevo milenio.
3.- ¿Qué impacto tendrán los partidos populistas en las democracias y en la configuración de Europa a medio y largo plazo?
Para contestar a esta última interrogante resulta imprescindible revisar las consecuencias que el populismo ha causado en el camino europeo hacia la democracia y la integración durante el pasado histórico reciente.
Como ya hemos señalado, los movimientos y partidos populistas han sido generalmente minoritarios y, en consecuencia, no han logrado impedir la expansión de la democracia, el desarrollo del estado de derecho, el progreso económico y la justicia social no sólo en el ámbito nacional sino también a escala continental europea. Sin embargo tampoco se puede ignorar que en los momentos y países en los que las condiciones políticas y económicas hicieron quebrar el apoyo ciudadano al Estado y la confianza en la legitimidad del orden de convivencia nacional, la irrupción de ciertos partidos populistas pusieron en serio peligro la continuidad de la democracia y el progreso en Europa provocando nefastos efectos de violencia y destrucción.
La capacidad de mantener y reforzar el progreso político alcanzado por los países europeos en el último siglo ha dependido esencialmente de la representatividad y la eficacia en la gestión realizada por los partidos políticos de masas mayoritarios, representativos de la auténtica soberanía popular. El reciente auge de algunos partidos populistas demuestra el agotamiento de los modelos políticos imperantes junto a la dificultad de los partidos tradicionales para enfrentar con éxito los nuevos retos que surgen en las sociedades y las demandas ciudadanas que se derivan de ellos.
A corto plazo, los partidos populistas están provocando una quiebra de la estabilidad interna de algunos países, una profunda revisión de legitimidad de las políticas de ajuste económico y un abierto cuestionamiento del proceso de integración europea.
A medio plazo la participación en los Gobiernos, ya sea de forma exclusiva o mediante coaliciones, provocará cambios en las políticas económicas y sociales de algunos países y probablemente divisiones en y entre las principales instituciones europeas obligando a demorar el avance en algunas áreas de la Unión Económica, el Espacio de Libertad, Seguridad y Justicia o la Política Exterior y de Seguridad Común.
A largo plazo si los grandes partidos de masas no son capaces de reaccionar ante las nuevas realidades políticas nacionales e internacionales, el peso de los partidos populistas puede provocar la parálisis de algunos países y la instauración de regímenes autocráticos difícilmente compatibles con los fundamentos de la Unión Europea. Un escenario que nadie desea pero que puede terminar siendo real en los próximos años si no ponemos remedio al avance populista en todo el continente europeo.
(*) RAFAEL CALDUCH CERVERA, Catedrático de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid.