Por Diego Barcala
- Cuando todos ceden
- Borrando el franquismo
- ‘Más que un consenso, un gran pacto social’. Por Soledad Becerril, Defensora del Pueblo
- Alfonso Guerra: «Su influencia durará cien años»
- Del Seat 133 al 15M
- Los fantasmas de la dictadura
- 40 hitos en 40 años
ace 40 años que una lápida de cinco toneladas sepultó los restos de Francisco Franco en el altar de la basílica del Valle de los Caídos. La piedra cerró una etapa de la historia y abrió otra que iluminó a todo el país salvo ese recinto. El tiempo se detuvo para la inmensidad de las instalaciones del risco de la Nava. “No sacrificaron nuestros muertos sus preciosas vidas para que nosotros podamos descansar”, ordenó Franco en abril de 1959 en la inauguración del monumento. Y hasta hoy. No ha habido Gobierno, ley o tribunal capaz de alterar ese reducto del franquismo que visitan cada año más de 200.000 personas y que pierde 1,5 millones de euros de Patrimonio Nacional.
El valle de Cuelgamuros ocupa 1.635 hectáreas de una de las mayores bellezas naturales de la sierra de Guadarrama. Los montes que sedujeron a los Austrias para instalar el Monasterio de El Escorial en el siglo XVI fueron elegidos por los franquistas para celebrar su victoria en la Guerra Civil con la pretensión de recuperar el supuesto orgullo imperial. El tiempo ha corrido desigual para ambos monumentos. El monasterio resiste majestuoso cinco siglos después, el Valle de los Caídos es un amasijo rancio con riesgo de derrumbe del que nadie quiere saber nada. Durante cuatro décadas todos los gobiernos han querido olvidar a toda costa esa reserva espiritual del franquismo. Sólo un presidente, José María Aznar, encontró un atractivo al lugar e invirtió en 2003 cerca de 4 millones de euros en restaurar el funicular de los años 70, además de 130.000 euros en un almacén para el personal, 230.000 en obras en la hospedería y hasta renovó los bancos de la basílica por 38.000 euros.
Es jueves soleado de otoño y, como cada día, autobuses de turistas llegan de visita. El precio de la entrada es de 9 euros. Un grupo de adolescentes franceses se hace selfies frente a La Piedad, recién restaurada por decisión del Gobierno de Mariano Rajoy con un coste de unos 300.000 euros. Es la máxima inversión que ha aprobado Moncloa desde la citada del funicular de Aznar. El Gobierno socialista llegó a cerrar el recinto después de que una piedra del Cristo gigante de la portada se desprendiera. Asustado por la reacción ultra contra el cierre, los socialistas improvisaron un túnel de andamios por 120.000 euros. Justo a las 11 de la mañana, cuando empieza la misa diaria de los monjes benedictinos llega otro autobús. Éste es de españoles, jubilados gallegos. “¿Todavía alguno llorará ante la tumba?”, se pregunta una de las mujeres. Entran a la roca. El edificio está horadado al risco. Las goteras caen lúgubres sobre barreños de metal. El pasillo de entrada al altar cuenta con capillas dedicadas a las vírgenes del Ejército de Tierra, Mar, Aire, los cautivos y la virgen de África, donde Franco hizo su carrera militar.
Precisamente detrás de la capilla africana reposan parte de los muertos de la Guerra Civil. Un escueto cartel lo menciona, pero nada explica al visitante a quién pertenecen ni cómo llegaron allí. Los registros dicen que hay 33.847 personas enterradas. Trasladadas desde 1959 hasta 1983. De ellos, 21.423 están identificados y pertenecen a franquistas y 12.410 son desconocidos. Franco emprendió una enorme labor burocrática para que cada Gobernador Civil buscara restos de muertos de la guerra en cada pueblo, trasladarlos y celebrar “20 años de paz”, como decía la propaganda. Un juzgado de San Lorenzo de El Escorial ha solicitado recientemente la exhumación de uno de los trasladados por petición de la familia que no fue avisada. Pese a que el recinto insiste en que son “Caídos por Dios y por España”, miles de los enterrados son republicanos cuyos restos fueron robados de fosas comunes para rellenar los columbarios.
Las flores rojas y blancas de papel son perennes sobre José Antonio Primo de Rivera y Francisco Franco. Cualquier turista que vea los ramos puede sacar la conclusión de que los españoles guardan honores a su caudillo. Y técnicamente así es porque el Valle de los Caídos sigue rigiéndose por un decreto de 1957 por el cual se definen como fines del lugar “rogar a Dios por las almas de los muertos en la Cruzada Nacional, impetrar las bendiciones del Altísimo para España”. A ello se dedican los 25 monjes benedictinos residentes en el monasterio que han recibido anualmente durante toda la democracia 340.000 euros para sus gastos. Más de 10 millones de euros públicos para seguir honrando a Franco cada 20N como hizo el joven nuevo abad, Santiago Cantera, en la misa de esa fecha el año pasado: “En el aniversario de su muerte, ofrecemos hoy especialmente el Santo Sacrificio de la misa por las almas de José Antonio Primo de Rivera y de Francisco Franco. Los dos difuntos por los que hoy oramos de un modo más particular manifestaron en sus testamentos la confianza de ser acogidos por la Misericordia divina a la hora de la muerte, el deseo de morir en el seno de la Iglesia Católica y una expresión de perdón y de paralela petición de perdón a quienes tenían algo contra ellos”.
Cantera se niega a hablar con la prensa pero sus conferencias y libros hablan por él. Los mártires de la II República, el catolicismo “perseguido” en Europa y la identidad católica de España. Fe y patria al más puro estilo de los años 40. Su último libro, Hispania Spania, el nacimiento de España (Editorial Actas) es un ensayo que ahonda en la teoría de la identidad española como nación más allá de los Reyes Católicos, en el reino visigodo.
En sus últimas entrevistas a medios de ultraderecha o especializados en religión manifiesta una postura totalmente revisionista al respecto de la construcción del Valle de los Caídos. “Los presos venían a trabajar aquí porque vivían mejor”, afirma. Gran parte de los reclusos que trabajaron en el recinto a las órdenes de las empresas Banús, Huarte, Sanromán o Molán eran políticos. “El sistema de redención de penas resultó también un excelente medio de proporcionar mano de obra barata a muchas empresas y al propio Estado. En las dos décadas de construcción del Valle de los Caídos trabajaron en total unos 20.000 hombres, muchos de ellos, sobre todo hasta 1950, “rojos” cautivos de guerra y prisioneros políticos, explotados por las empresas que obtuvieron las diferentes contratas de construcción”, explica el catedrático de Historia de la Universidad de Zaragoza, Julián Casanova. Los más de 1.000 pétreos escalones tallados a mano del viacrucis que sube a la basílica hablan por sí mismos del coste laboral de una obra que en plena postguerra costó más de 200 millones de euros actuales.
Un informe encargado por el Gobierno en 2011 calculó que la remodelación del recinto tendría un coste de 11 millones sólo en las esculturas. Los expertos concluyeron que el Valle de los Caídos no será un espacio neutral de recuerdo y memoria mientras reposen allí los restos de la única persona del cementerio que no murió en la Guerra Civil: Francisco Franco.