Por Juan Emilio Ballesteros | Foto: Fernando Sánchez
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o ha sido todo en política y en la actualidad, a los 75 años, su salida del Congreso, donde ha ocupado un escaño desde la primera Legislatura, se ha querido ver como la culminación del relevo generacional. A la hora del adiós, reivindica la nobleza de la vocación de servicio público, así como la necesidad del diálogo para alcanzar consensos que garanticen pactos de gobernabilidad porque cuando todos ceden por el bien común, nadie pierde, ganan los ciudadanos y la sociedad. Alfonso Guerra es el último gran referente intelectual de una estirpe política que nunca renunció al compromiso con la libertad y que en ninguna circunstancia aceptó arrodillarse ante nada.
A España no la va a conocer ni la madre que la parió. Esa frase, que se le atribuye a usted…
Sí, la dije yo.
¿Cómo ha cambiado España en estas cuatro décadas?
Cuando acaba la dictadura, después de la muerte de Franco, dije internamente, no de forma pública, algo que causó mucho escándalo entre los que me oían: ‘la dictadura ha terminado, pero la dictadura va a vivir cien años más’. Tendrá que pasar un siglo para que se pierda su influencia cultural. Sin embargo, se puede afirmar que España ha cambiado absolutamente. En aquella época las tres instituciones que marcaban la vida pública y privada eran la Iglesia, el Ejército y la Policía. En la actualidad los españoles nos sentimos liberados de eso. Cuando Franco muere, la mayoría de edad de los hombres era a los 21 años y la de las mujeres también, pero sólo nominalmente: no podían comprar un coche ni una casa ni abrir una cuenta corriente. No había derecho a divorciarse, no había aborto y la escuela era religiosa. Ahora vivimos con una libertad personal, además de la colectiva y la política, que no tiene comparación. Entonces un profesor debía aceptar los principios del Movimiento si tenía una cátedra. Si no eras afecto al régimen, aunque aprobases la oposición, te quitaban el puesto. Yo lo sufrí. La libertad individual de ahora no tiene nada que ver con la falta de libertad de entonces. Es cierto que en las instituciones se visualizó el cambio político que trajo la democracia, pero en lo que realmente se nota es en las libertades individuales, al menos así lo sentimos los que vivimos la dictadura. Fíjese: mi primera multa fue por darle un beso a una chica en un parque; mi primera ficha policial, que me calificaba de filocomunista, fue por representar al dramaturgo francés Jean Anouilh, un burgués al fin y al cabo, en el teatro… No había libertad para nada. Hoy, que estamos de nuevo en una encrucijada, la libertad individual es excelente. En España existe una tolerancia superior a la de Francia, Alemania e Inglaterra.
¿Habría sido conveniente un proceso al franquismo?
Si en el año 1975 o en 1977 se hubiese iniciado un proceso al franquismo la democracia se hubiera retrasado 25 años. Pasado este tiempo, se genera una necesidad de este proceso y, en efecto, hay miles de documentos, seminarios y libros que indagan y analizan el franquismo. El dolor diferido de los nietos impulsa esta revisión. No ha habido ningún silencio al respecto. Sobre la Guerra Civil y el franquismo se han escrito más libros que sobre la Segunda Guerra Mundial, no digo en España sino en el mundo. Se ha investigado mucho. Nosotros, en la Fundación Pablo Iglesias, que en parte nos dedicamos a este cometido, podemos dar fe de ello.
¿No cree que las nuevas generaciones, que siempre han vivido en democracia, no son del todo conscientes de que son libres porque hubo una generación que luchó por el cambio?
Hay una doble mirada crítica al pasado. A veces se tiene fundamento y en ocasiones no. Existe gente en el mundo político, también en el periodístico, que mira la Transición echándole la culpa de las cosas que no son capaces de resolver hoy. Cuando algo no funciona, exclaman: ‘¡Eso fue por la Transición!’ No, de ninguna manera, lo que ocurre es que usted es un inepto. En los años 70 la gente que acude a la vida política lo hace con un espíritu muy claro de que hay que acordar las cosas y ponerse de acuerdo. La generación actual no es adicta al pacto porque cree que pactar es ceder y, claro, pactar es ceder todos y si ceden todos no cede nadie.
El pacto de la Transición se basa precisamente en la renuncia…
Sí, es un catálogo de renuncias. Todos renuncian para hacer un texto en el que quepan todos. Llevamos una historia constitucional pendular: si ganaba la derecha hacía una Constitución para media España, después ganaba la izquierda y la hacía para la otra media. Entonces, por una vez, hagamos una Constitución en la que quepan todos y para que esto ocurra usted tiene que ceder una parte y yo otra.
¿Y no son esas renuncias el origen de los problemas que hoy tenemos, de las tensiones territoriales y nacionalistas?
Lo que habrían querido los nacionalismos es que hubiésemos renunciado a más. La interpretación que se hace no es porque se renunció sino porque no se renunció bastante. Hay gente que piensa que no se llegó demasiado lejos, que se pudo haber hecho más. Y otros dicen que no, que fuimos demasiado lejos. Si hubiese existido otra relación de fuerzas… Se hizo lo que necesitaba España porque media España no hubiese aceptado ir más allá y la otra media no hubiese aceptado avanzar menos.
Me refería a la vertebración del Estado en torno a la fórmula del ‘café para todos’ de Manuel Clavero Arévalo.
Pero eso fue posterior. Yo siempre he criticado esa fórmula. En el año 1977 hicimos una propuesta que no se aceptó y la razón por la que no se aceptó no fue una cuestión baladí sino de peso. Quisimos recuperar el Estatuto de 1932 y de 1936 de Cataluña y el País Vasco y lo que se nos indicó es que el Ejército no habría aceptado la recuperación de la legalidad republicana. Por eso no se hizo. La Constitución no marca qué autonomías hay que hacer, se limita a establecer el procedimiento. Después el ministro Clavero, en tiempos de Adolfo Suárez, dijo ‘café para todos’: provincias que eran una sola provincia se constituían en comunidades autónomas como La Rioja, Murcia… Ése no era nuestro proyecto.
¿Qué papel tuvo la prensa en la Transición, revistas como Cambio16?
En ese momento la prensa jugó un papel muy importante, probablemente clave, como ahora pero en un sentido completamente distinto. Existía una prensa que había estado voluntariamente sometida a la dictadura. Esa prensa tenía necesidad de lavarse la cara y lo hizo, pero hubo otra que fue militante por la democracia, muy militante. El caso de Cambio16 es paradigmático y ayudó muchísimo. De la misma manera que hubo una Iglesia pegada a la dictadura, bendiciéndola, y cuando llegó el momento quiso lavarse la cara. Enrique Tarancón jugó a favor de la democracia, de otros no se puede decir lo mismo porque sólo mudaron el maquillaje.
Cuando habla de los actores de la Transición –Suárez, Felipe, Tarancón, etc– siempre se refiere al papel simbólico del rey. ¿Qué quiere decir?
El rey no tenía poder, no podía tomar decisiones. Representaba la tranquilización de un sector de España que sin esa figura simbólica no hubiera estado en el juego. Cuando el 23F se critica la posición que mantuvo el rey Juan Carlos, siempre digo algo que me parece evidente: tuvo oportunidad de apoyar la democracia y de no apoyarla. Si se hubiese pasado al otro lado, estaríamos perdidos, pero no se pasó y eso es lo importante porque consolidó el sistema democrático. Fue como una vacuna.
Apunta que la regeneración política pasa por el compromiso y el espíritu del pacto. ¿Cómo se puede recuperar la integridad y la honradez cuando la corrupción impregna todas las capas de la sociedad?
Aquí juegan un papel muy importante los medios de comunicación. La generalización esa de “los políticos” ha hecho un daño a la democracia terrible. Los políticos no están hechos a troquel, no son clones, cada uno es de una manera. No se pueden generalizar los males de la política. Hay miles de concejales que trabajan en su pueblo que no cobran nada ni tienen beneficio ni privilegios. Los políticos son todos…. ¡Hombre, a mí no me mezcle usted con los que se van a robar a un banco! Se hace un daño gravísimo al sistema democrático. Por lo tanto, no se puede generalizar. Como se hace tal desprestigio de la vida política, la generación actual no quiere participar en la vida pública. No van los mejores. Si se pone en una fila los dirigentes del año 1977 de todos los partidos y debajo se ponen los actuales hay un décalage y esto se produce no porque los jóvenes de esta generación sean peores que los de entonces, al contrario, son mejores, están más preparados, más informados, mejor formados, pero no quieren ir a la política. Hay que hacer continuamente una llamada a ese compromiso para que se entienda que la política es una tarea muy noble: que haya golfos no significa que sea una golfería. Lo que se hizo con un gran éxito en 1977 hay que volver a hacerlo y, por lo tanto, hay que llamar a los mejores.
¿Y cómo se hace eso si la política se lleva a cabo en las redes sociales y hasta la listas electorales las tienen en cuenta a la hora de configurarse?
Hay que ser prudentes a la hora de valorar las redes sociales. Hoy constituyen un continente vacío, no hay nada dentro, nada más que chau-chau, palabrería. No hay ideas ni compromiso, nada. Se ha extendido a las redes sociales lo que abominábamos de los programas de famoseo de televisión. De ahí ni se saca ni se aprende nada. Yo estoy fuera porque un mundo que está vacío no me interesa.
Todo ese ‘décalage’ también afecta al Partido Socialista. ¿Dónde quedan los referentes como Txiki Benegas o Ernest Lluch?
La vida es ahora más superficial, con unas gotas de frivolidad que no había antes. Siempre he dado una gran trascendencia a todo lo que he hecho. Ahora hay tal frivolidad que la aportación a una campaña electoral es bailar. Yo tenía otros esquemas. Toda esa trivialización en los medios está dando un giro que los italianos definían como el pensamiento debole (débil) en el que cada uno dice lo que se está diciendo y hay que estar a la moda que señala el reloj de los medios. No creo que ése sea un buen camino.
Santiago Carrillo afirmó que usted era el único político capaz de levantar la izquierda. Sin embargo, pasó de representar el azote de la derecha a ser visto entre los suyos como un obstáculo. ¿Además de las motivaciones políticas, hubo razones ideológicas para su alejamiento del poder?
Las ideologías son el sustento de la acción. Sin ideas, las acciones no tienen sentido. Pero, a veces, las ideologías sirven para tapar intereses: yo quiero una parcela de poder, la tiene otro y enarbolo una bandera para ver si puedo quitársela. De eso sé un poco.
¿Existió alguna vez el ‘guerrismo’? Desde luego, ‘guerristas’ sí los hay.
Sí porque a mí me dicen que lo son y me insisten: no me digas que no hay guerrismo porque yo soy guerrista. Bueno, yo nunca he hecho una corriente organizada en el partido y, además, no he querido hacerla. En la Guerra Civil que dividió a los españoles hubo otras pequeñas guerras civiles que dividieron a los partidos. He vivido eso y, en consecuencia, nunca habría estado dispuesto a levantar una bandera divisoria dentro del socialismo. Por lo tanto, nunca he organizado una corriente. Otra cosa es que hay gente que dice que coincide conmigo o tal vez que yo coincido con ellos y a eso le llaman guerrismo, pues bien, lo respeto y les quiero porque sé que ellos me quieren a mí.
La crisis ha dejado atrás muchas de las conquistas sociales que tanto trabajo costaron…
En algunos aspectos ha supuesto un retraso de 20 ó 30 años, en otros de dos siglos.
Señala que la globalización ha sustituido la razón moral y la razón política por la razón económica y si se prescinde de los partidos, no queda más que el telón de acero de la dictadura. Un panorama muy negro, ¿o no?
Espero que las sociedades se levanten y superen un momento muy difícil que es el que se deriva de la evolución del capitalismo al capitalismo financiero. El capitalismo fue comercial, después industrial y ahora financiero. Este capitalismo sabe que al menos durante un tiempo –una generación– el intercambio de valores accionariales le da mucho más beneficio que la producción. Entonces abandona la producción lo que hace que ejércitos de parados no sepan qué futuro tienen. Cambiar el centro de gravedad de la producción a las finanzas ha traído una ruina espantosa. Además, los gobernantes no plantan cara –en Estados Unidos se ha plantado más cara que en Europa–. La Unión Europea ha entregado las llaves de la economía a las agencias de calificación norteamericanas que, a su vez, son los inversionistas: te califican y después te compran y te venden. Lo que digan las agencias de calificación, el Fondo Monetario Internacional o la Troika es sagrado. Resulta absurdo. ¿Por qué el 3% de déficit es sagrado?… Podría ser el 2% o el 4%. Arruinas a millones de personas en un país porque no estás en el 3% o en el 4%. Los gobiernos están para subvenir necesidades de los ciudadanos, no para que éstos pierdan la dignidad de su vida. No tiene sentido. Si esto perjudica la vida de los ciudadanos, cambie usted de números, no pasa nada. No utilizamos la economía, nos debemos a ella. Es algo sagrado. Eso tiene que cambiar, por algún lado tiene que explotar.
Las próximas elecciones generales pueden consagrar el fin del bipartidismo. ¿Cuál puede ser el escenario postelectoral?
En la revista Temas estamos a punto de publicar una encuesta que, como todas las que hacemos anualmente, se diferencia de las demás porque está basada en datos reales, lo que sale es lo que publicamos, sin maquillaje ni tratamiento, ni a favor ni en contra. Lo que me importa a mí no es sólo quién gana, pero va a dar un resultado que a alguno le puede sorprender: vencerá el PSOE sobre el PP. El reparto de escaños en el Parlamento va a hacer bastante difícil la gobernación del país. O la gente adquiere una conciencia clarísima de la necesidad del acuerdo o esto es ingobernable.
Dice que tiene un concepto de sí mismo menor que el que tienen sus amigos y enemigos. Usted se ha distinguido por su lealtad y sus silencios. ¿Seguirá cultivando la ‘rosa blanca’ de José Martí para todos?
Yo tengo una concepción de que la peor respuesta para la persona que te quiere zaherir es no tomarla en cuenta. Se dice que el sabor de la venganza es extraordinario. Sí, siempre que el que se vengue sea otro, no yo. O sea, si alguien te zahiere, ¿hacer tú lo mismo para vengarte? ¡No! Que tengas la suerte de que otro, por otro concepto, te vengue me parece lo más limpio. Tengo dos principios que he respetado en mi vida privada y en la política: a mí me pueden matar, pero ponerme de rodillas psicológicamente no, no lo acepto. Segundo, en mi corazón no dejo a nadie que meta amargura, no quiero. No quiero tener rencor ninguno. ¿Amargura en mi corazón? No. La vida no es corta, es larga, pero es muy rápida. Entonces, ¿vivir con amargura?, ¿por qué? Yo ese favor no se lo hago a mi enemigo.