Por Iñigo Aduriz | Ilustraciones e infografías: Artur Galocha
((Este reportaje se publicó en el número 2.224 de Cambio16, de febrero de 2016))
spaña es el problema y Europa la solución” dijo en 1910 el filósofo José Ortega y Gasset. Ciento seis años después de que se pronunciara esa frase y tras 30 de experiencia en el espacio común, la afirmación del gran pensador español del siglo XX sigue cuestionada por una parte importante de la ciudadanía. La crisis de identidad es una realidad en la Unión Europea (UE) de los 28, donde se multiplican los triunfos de fuerzas políticas euroescépticas y ultranacionalistas, e incluso hay superpotencias como el Reino Unido que se plantean abandonar el proyecto que se inició en los años 50 del siglo pasado.
Sin conocer aún la repercusión que la iniciativa iba a tener en el futuro inmediato de España, aquel 3 de junio de 1985 en el que se firmó la adhesión a la entonces Comunidad Económica Europea (CEE) –germen de la actual UE– el entonces presidente del Gobierno, el socialista Felipe González, consideraba que la entrada del país en el espacio común suponía “la culminación de un proceso de superación del aislamiento secular” de la nación y “la participación en un destino común con el resto de los países de Europa occidental”.
Los hitos de la política comunitaria
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Fue, según sus palabras, un “desafío de modernidad” que se oficializó el 1 de enero de 1986, apenas una década después del fin de la dictadura y en plena transición política, que exigió cambios de mentalidad y de estructuras para un país que tuvo que adaptarse a un proceso que ya estaba en marcha. España, que se sumó al proyecto europeo junto a Portugal, se convertía hace tres décadas en el duodécimo miembro de una comunidad en pleno desarrollo, y que hoy sigue creciendo.
La adecuación fue especialmente dura para los sectores sociales que se vieron afectados por la conflictiva reconversión industrial que provocó una revolución demográfica en algunos puntos del país y aumentó las ya de por sí altas tasas de paro. O para aquellos perjudicados por la llamada “liberalización”, que produjo una escalada de privatizaciones y desapariciones de empresas públicas. Pero también provocó beneficios como las partidas de los fondos de cohesión que permitieron, por ejemplo, la inauguración AVE Madrid-Sevilla, en 1992, la construcción de la Terminal 4 del Aeropuerto de Barajas o la ampliación del de Palma de Mallorca.
En este tiempo se han superado algunos problemas pero han surgido otros, quizás más graves, como los que hicieron que en 2013, en plena crisis económica y en medio de los duros recortes del Gobierno de Mariano Rajoy, el porcentaje de españoles que consideraba positiva la pertenencia a la unión cayera por primera vez por debajo del 50%. En el último Eurobarómetro, publicado en noviembre de 2015, se desplomaba hasta el 33%, si bien ya era un 60% el número de españoles que veía con optimismo el futuro de la UE.
Distintos analistas consideran que, en cualquier caso, el balance de estas tres décadas de pertenencia a la Unión no puede ser más positivo, al menos para España. El país ha pasado en tres décadas de un Producto Interior Bruto de 243.382 millones de euros, en 1986, a superar el billón de euros en 2014, último año completo del que se dispone de datos oficiales. En ese periodo la renta per cápita se ha incrementado en un 370%, al pasar de los 6.504 euros de 1986 a los 24.100 de 2014.
Desde el año previo a su entrada en la UE, España ha multiplicado por ocho el volumen de exportaciones totales y ha aumentado en siete veces su volumen de importaciones tanto de dentro como de fuera de la UE. Actualmente, destina el 64% de sus exportaciones a los 27 países que conforman la Unión y el 57% de los productos y servicios que importa también provienen de otros estados miembros. Además, los entonces 38,3 millones de españoles de 1986 contaban con una esperanza de vida de 76,4 años. Hoy, los 46,5 millones de habitantes tienen una esperanza de vida que está entre las más longevas en Europa (83,2 años). Tres presidentes del Parlamento Europeo –José María Gil-Robles, Josep Borrell y Enrique Barón– han sido españoles, al igual que el primer Alto Representante del Consejo para la Política Exterior y de Seguridad Común de la UE, Javier Solana.
Factor de desarrollo
“La Unión Europea ha sido un factor de modernización de primer nivel para nuestro país”, explica Miguel Ángel Benedicto, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Europea y secretario general del Movimiento Europeo en España. “A ello ha contribuido la ingente cantidad de dinero que ha venido en estos 30 años desde Bruselas”. Las autoridades europeas contabilizan sólo en fondos regionales (FEDER, FSE y Fondo de Cohesión) una aportación de 150.000 millones de euros desde 1986 –frente a los 58.000 que supuso el Plan Marshall para el conjunto de Europa–, que ha permitido el desarrollo de infraestructuras, construcciones urbanas o planes de empleo.
Entre los hitos de estas tres décadas Benedicto menciona, también, el euro, la moneda única. “Los españoles somos unos de los fundadores de esa moneda, que es uno de los factores que más ha hecho por Europa junto con el programa Erasmus de intercambio de estudiantes universitarios. Un japonés o un neozelandés identifica a la Unión por el euro”, recalca. También ha sido crucial el papel de España en el establecimiento de las euroórdenes que permiten la persecución de terroristas por todo el espacio común, o en las políticas del Mediterráneo y las relaciones con América Latina.
“Hasta nuestra entrada en la UE éramos emigrantes en Europa, viviendo en barracones y con bajos sueldos; ahora somos ciudadanos europeos que buscamos trabajo en cualquier territorio de la Unión, con todos los derechos y, claro está, algunas excepciones”, señala Juan Cuesta, miembro del Team Europe, un grupo de conferenciantes independientes de la Comisión Europea formado por expertos en temas comunitarios, y presidente de la asociación Europa en Suma. “Más allá de la libre circulación de personas y capitales, podríamos hablar de Schengen, de la posibilidad de coger un coche en Finlandia o las repúblicas Bálticas y llegar a Portugal sin pasar ni un solo control fronterizo. Y, por supuesto, sin cambiar de moneda. O de los estudios universitarios, de Bolonia y la homologación de títulos en toda la UE”.
Cuesta llama a pensar: “Sólo en los primeros minutos de la mañana, desde el cambio horario al levantarnos hasta la composición de la leche o del cacao del desayuno, pasando por la regulación de las emisiones del coche camino de la oficina o las horas de trabajo y descanso del conductor del autobús escolar y las dimensiones de los cinturones de seguridad… Todo, absolutamente todo, es regulación europea”, concluye. Por contra, el también integrante del influyente Team Europe menciona los “ajustes durísimos” que se padecieron en muchos sectores productivos, especialmente en la industria, la agricultura y la minería.
Una vez hecho balance de estos 30 años, los expertos se plantean ahora cuál es el futuro de España en el contexto europeo que tiene cada vez menos peso en el mapa internacional y que está siendo cuestionado incluso desde dentro de la propia Unión. “Quizá Europa se nos está quedando estrecha, a nosotros y otros países europeos, incluido uno central como es Alemania. Sigue siendo destino y origen principal de nuestro comercio exterior pero menos. Las exportaciones españolas al resto de la UE han pasado de representar un 70% a un 60% del total. Y continuan bajando pues pese al actual crecimiento, la crisis ha llevado a las empresas y al gobierno a intensificar la búsqueda de otros mercados o destino y origen de inversiones, en los emergentes, incluida América Latina”, resumía recientemente el investigador senior asociado del Real Instituto Elcano Andrés Ortega, a través de un artículo sobre las tres décadas de pertenencia al espacio común.
Avanzar hacia la federalización
El principal reto, a juicio de Miguel Ángel Benedicto, es el de “avanzar hacia una unión política cada vez más federalizada”, que facilite una “fiscalidad y unas políticas exteriores, de defensa, de inmigración o de asilo cada vez más europeizadas”. Es imprescindible, sostiene, que se “comparta más información e inteligencia entre los distintos miembros de la Unión Europea”, porque desafíos como el de la inmigración, los refugiados, la crisis económica o el terrorismo se vencen, según él, con medidas más europeas”.
Juan Cuesta, también profesor de Sociedad de la Información y Opinión Pública en la EAE Business School, destaca algunos de los errores recientes de las iniciativas comunitarias: “Las políticas anticrisis de la troika centradas exclusivamente en la austeridad; el alejamiento, cuando no el olvido, de las preocupaciones sociales; la desconsideración de los dirigentes comunitarios hacia los resultados electorales en Grecia, imponiendo un programa de gobierno absolutamente ajeno al aprobado por los ciudadanos; la incapacidad para hacer frente a la crisis de los refugiados o a la amenaza yihadista”.
Se trata, según él, de “un enorme listado que expresa claramente que en este momento no hay líderes políticos europeos que se puedan llamar tales, que han vuelto a los discursos renacionalizadores y que están dando fuerza a movimientos xenófobos y ultraderechistas”.