Por Javier Molins
ACTUALIZADO 08/04/2016
ablo Picasso es el artista de todos los récords. Tan sólo en 2015 se han celebrado 15 exposiciones temporales sobre su obra, lo que significa que cada mes se inaugura una exposición de este creador en algún lugar del planeta. Su legado está presente en la colección permanente de más de 60 museos de todo el mundo, además de tener diez centros monográficos dedicados exclusivamente a su obra. Una de las 15 versiones que realizó de Las mujeres de Argel de Delacroix ha alcanzado el mayor precio pagado por una obra de arte en subasta pública al haberse rematado en 179 millones de dólares y el malagueño generó en 2014 unos ingresos en subastas por un valor total de 375 millones de dólares.
¿Qué es lo que tiene Picasso para que lo haga merecedor de todos estos logros? Cuenta con el reconocimiento del mercado y de la crítica. Hay un consenso generalizado en considerarle el artista más representativo del siglo XX. Además, su amplia producción, que supera las 20.000 obras, hace que sea un buen valor para invertir en un mercado del arte que no para de crecer con la incorporación de economías emergentes, como China, Rusia o de países de Latinoamérica.
Pablo Ruiz Picasso nació en Málaga en 1881 y su actividad creadora se desarrolló a lo largo de toda su vida hasta su fallecimiento, el 8 de abril de 1973, en la localidad francesa de Mougins. Fue durante su infancia lo que hoy denominaríamos un niño prodigio. Hijo de un profesor de dibujo, demostró una gran destreza artística desde su más tierna infancia. Esa aptitud, unida a la seguridad en sí mismo que siempre tuvo, hizo que quisiera medirse a los grandes maestros de la historia del arte.
Picasso visitó por primera vez el Museo del Prado con 13 años donde pasó sólo dos horas, el tiempo del cambio de trenes para continuar junto con su familia camino a Málaga procedente de A Coruña. De ese día, quedan dos dibujos que realizó de dos retratos poco conocidos de Velázquez: El bufón Calabacillas y El niño de Vallecas. Una elección que ya adelantaba su atracción por lo marginal. Picasso volvería al Prado durante su periodo de formación en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, una época en la que llegaba a pasar ocho horas al día en el museo copiando a los maestros. Le sirvió para descubrir lo que no quería ser, tal y como escribió a su amigo Joaquim Bas, con 16 años de edad: “Yo no estoy por eso de seguir una escuela determinada, pues no trae consigo más que amaneramiento de los que siguen ese camino”.
El artista abandonaría España para instalarse en Francia y tras el estadillo de la guerra civil, ya nunca volvería a su país de origen, por lo que buscó refugio en otros museos galos como el Louvre, el Ingres de Montauban o el de Trocadero de París, donde descubrió el arte primitivo. Su relación con los templos de la cultura como fuente de inspiración está plasmada en la exposición Picasso y el Museo, expuesta en la Fundación Bancaja de Valencia hasta el 28 de febrero de 2016.
Otro de los grandes maestros que Picasso descubrió en el Prado fue El Greco. El malagueño fue uno de los primeros en apostar por el griego cuando éste aún no contaba con el reconocimiento ni del público ni de la crítica. No hay que olvidar que en 1828 ningún académico propuso a El Greco para ser incluido en los medallones de grandes artistas que debían decorar la fachada del Museo del Prado y que hasta 1921 no contó con una sala propia en dicha institución. Esta admiración por El Greco -que alcanzó su máxima expresión cuando visitó Toledo y contempló El entierro del Conde de Orgaz– se recoge en la exposición La pasión grequiana de Picasso, abierta hasta el 17 de enero de 2016 en el Museo Picasso de Barcelona. Un lugar donde se pueden observar también las 44 versiones que realizó de Las Meninas, de Velázquez, una obra que vio durante su primera visita al Prado, pero que no se atrevió a abordar hasta 1957, a sus 76 años.
Obra rupturista
Pero si hay un lienzo que marcó un punto de inflexión en su trayectoria artística fue Las señoritas de Aviñón. Mucho se ha escrito sobre la génesis de esta obra, que puede considerarse como el inicio del cubismo. Este cuadro rompe totalmente con la tradición de la pintura al eliminar la perspectiva y el ideal de belleza femenina. Las mujeres que aparecen en la escena -unas prostitutas de un burdel de la calle Aviñón de Barcelona- presentan unos rostros esquemáticos que, en algunos casos, se asemejan a máscaras africanas y, en otros, estarían inspirados en el arte ibero, que Picasso descubrió en el del Louvre en una exposición de 1906 con obras procedentes de los yacimientos de Osuna (Sevilla) y Cerro de los Santos (Albacete).
No debemos olvidar que la Dama de Elche estuvo en el Louvre hasta la II Guerra Mundial. En los bocetos de ese lienzo se puede comprobar que, en un primer momento, la escena contenía seis mujeres y un hombre. Finalmente, Picasso optó por prescindir de la presencia masculina y reducir las mujeres a cinco, como muestra el cuaderno nº2, que se encuentra en el Museo Picasso de París. Los rostros africanos aparecieron por primera vez en el cuaderno nº7 que se conserva en el Museo Casa Natal de Picasso en Málaga, una de las joyas de su colección. Este cuadro se pintó en 1907 pero, ante la incomprensión de críticos y amigos del artista, permaneció varios años en su estudio hasta que en los años 20 fue adquirido por el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA).
El director de este museo, Alfred Barr (1902-1981), fue uno de los primeros en apostar por el malagueño y durante mucho tiempo esta institución contó en su colección con sus dos obras más conocidas: Las señoritas de Aviñón y el Guernica. Picasso ya había pasado a la historia al ser, junto a Braque, el creador del cubismo, pero años después, realizó una obra que se convertiría de inmediato en todo un símbolo contra la violencia de la guerra. Un cuadro que sufrió todo un periplo desde que fue expuesto en la Exposición Universal de París de 1937, pues viajó por diversas ciudades como Londres, Copenhague, Estocolmo, Oslo o Liverpool hasta que llegó al MoMA por deseo del artista, con la condición de volver a España cuando el país recuperara las libertades democráticas. Llegó a nuestro país en 1981 para instalarse en el Museo del Prado, como era la voluntad de su creador, aunque en 1992 fue trasladado al Museo Reina Sofía.
En una entrevista en 1959, ante la pregunta de si iba a seguir pintando mucho tiempo, Picasso contestó: “Sí porque, para mí, es una manía”. Pasados más de 40 años de su muerte, se puede afirmar que se trataba de una manía inagotable.