Por Daniel Lozano / Fotografía: Federico Ríos
stamos cerca”, aseguró el presidente Juan Manuel Santos al cumplirse en agosto su quinto año al frente del gobierno. “Que la guerra y las bombas queden en los libros de historia y ya no más en los noticieros de cada día. Esa Colombia es posible”, añadió el mandatario, convencido de que la paz pondrá punto final al conflicto civil y a las varias guerras que ha sufrido la nación en medio siglo. En el país de los milagros, el verdadero milagro es el país, aunque muchos no lo sepan todavía. “Narcotráfico desenfrenado, tasa de homicidios de país en guerra, paramilitares masacrando a campesinos, guerrillas con decenas de miles de secuestrados y un estado deslegitimado por una represión brutal”. Así era Colombia, según el escritor Héctor Abad Faciolince. Hoy, con su sociedad al frente, Colombia está dibujando un nuevo país.
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Como en Toribio, el municipio del Cauca que fue campo de batalla durante años entre las FARC y el ejército. Cuarenta muralistas llegados de distintas partes del mundo repintaron sus paredes, tomadas antes por la guerrilla, para convertir la pequeña localidad en un escenario de arte. Unas paredes que hoy reflejan el mensaje de resistencia y lucha pacífica del pueblo indígena nasa y que también ilustran este reportaje.
Colombia se repinta para mirar al futuro. Y lo hace también para borrar el estigma del narcotráfico que le acosa desde hace décadas. La herida convertida en deshonra que no sólo ha marcado la vida de un país y de sus gentes, sino que también les ha perseguido más allá de sus fronteras.
La Locombia de otros tiempos, marcada por el cartel de Medellín o por el clan de los Orejuela, otrora reyes de Cali. Un país que muy poco se parece hoy al que en 1985 presenció la salvaje toma de su Palacio de Justicia, con un centenar de víctimas. Colombia hoy ya no es hija de Pablo Escobar.
Muchas cosas han cambiado en una sociedad católica, con presencia evangélica como en todo el continente, que tampoco olvida el realismo mágico de su hombre más amado, Gabriel García Márquez. Dicen que el Gabo no inventó el realismo mágico, porque éste es Colombia. Bien lo sabe el delantero e ídolo nacional Falcao, suplente ahora en el Chelsea, quien con sus palabras relató en su iglesia el “milagro de Dios” que le llevó hasta la Premier League. La literatura que no cesa…
Las noticias positivas, y no sólo las que llegan con el aroma de su café, se acumulan para Colombia tras décadas de un constante bombardeo: una de las economías que más ha crecido del planeta pese al llamado “resfriado holandés” (consecuencias negativas, más livianas en el caso colombiano, que vienen provocadas por el aumento inesperado de sus ingresos en divisas) que ahora la amenaza; el proceso para acabar con la guerra civil que la desangra desde hace medio siglo; los nuevos héroes de una sociedad que los necesita más que ninguna otra (los futbolistas James, Falcao, Jackson o Bacca; la campeona olímpica Mariana Pajón; el ciclista Nairo Quintana o el golfista Camilo Villegas); los acuerdos para eliminar las visas obligatorias para viajar al extranjero; la reivindicación de Medellín como la ciudad del cambio basado en la educación y la cultura…
Hasta las exclusivas empresas tecnológicas Facebook y Google han elegido Bogotá para instalar sus oficinas. Nuevos vientos, incluso los digitales, en un país convertido hoy en un destino turístico envidiable.
Colombia lucha a brazo partido por borrar el estigma que la persiguió. “Creo que el impacto se debe al paso del infierno a la normalidad en un tiempo muy corto”, reflexiona Jorge Alberto Giraldo, decano de la Escuela de Ciencias y Humanidades en la Universidad Eafit de Medellín y un clarividente intelectual.
Hasta el pasaporte colombiano, tan “sospechoso” durante tanto tiempo, dejará de serlo en Europa a partir del año que viene. La eliminación de la visa Schengen se espera con mucha expectación para enero, por lo que se adelantará a la que todavía mantiene Estados Unidos sobre los ciudadanos cafeteros. “En estos años, humildemente, humillados y ofendidos, hemos hecho filas sin fin ante todos los consulados europeos para demostrar que no éramos sicarios ni prostitutas ni hampones”, se quejó el propio Héctor Abad en uno de sus escritos.
Narcotráfico y violencia, un estigma global
“Creo que se ha reducido la percepción de Colombia como un país vinculado al narcotráfico. En parte, porque ahora hay conciencia de que este problema no es exclusivo de Colombia, sino que involucra a casi todos los países, sobre todo a los consumidores. Creo que también se han reconocido los esfuerzos de Colombia en su lucha contra el narco”, reflexiona para Cambio16 Jorge Franco, quien deslumbró al mundo literario con su novela sobre la sicaria Rosario Tijeras. El escritor paisa (gentilicio de Antioquia, cuya capital es Medellín) cree, sin embargo, “que el estigma perdurará mientras el narcotráfico siga existiendo en el país. Estamos lejos de erradicarlo, a menos que los países consumidores opten por diferentes formas de combatirlo, como podría ser la legalización del consumo”.
Una apuesta valiente que evitaría espectáculos mediáticos como estos días vive Colombia en torno a la detención en China de la modelo Juliana López, acusada de esconder cocaína dentro de un ordenador portátil. Poco importa que 138 colombianos ya estén presos en el gigante asiático, 12 de ellos condenados a muerte y 11 a cadena perpetua. Las redes clandestinas siguen enviando a jóvenes a un destino mucho más que incierto.
La mirada desde fuera ha estigmatizado a los colombianos, cuando los culpables son los criminales que exportan la cocaína. ¿Pero cuál es el problema en casa? Que esos mismos criminales financien y gobiernen distintos sectores de la sociedad.
Los vientos han cambiado y soplan hoy a favor, incluso los que llegan desde La Habana, donde desde hace casi tres años Gobierno y la guerrilla de las FARC negocian un destino sin violencia.
Las conversaciones avanzan en Cuba, incluso ya se han hecho públicos los primeros acuerdos preliminares y se espera para muy pronto el pacto sobre justicia y participación política de los guerrilleros, los asuntos más espinosos. “El final de la guerra para los que viven de ella es como cuando escampa para el vendedor de paraguas”, ha reseñado el propio Abad, heredero directo del maestro Gabo. Como Jorge Franco (ganador del Premio Alfaguara 2014), Evelio Rosero (Premio Nacional de Literatura), Juan Gabriel Vásquez o Santiago Gamboa. Una generación tan poderosa con la pluma y el ordenador que el resto de América Latina mira con envidia.
Santos ha vuelto a acelerar un proceso que se amenazaba a sí mismo por su prolongación indefinida. La paciencia de los colombianos, en su punto límite, provocó la fuerte caída de la popularidad presidencial tras el atentado de las FARC en Timbío (11 soldados destrozados y unos vídeos que dieron la vuelta al país). La tregua unilateral de los guerrilleros y la interrupción de los bombardeos militares apunta, más temprano que tarde, al cese bilateral del fuego. La paz parece más cercana que nunca precisamente cuando el 81% de la gente duda de la voluntad de paz de las FARC.
“Estamos al otro lado de la montaña”, le gusta decir al presidente. Más de 50 años de conflicto, 250.000 víctimas mortales, cinco millones de desplazados… Y mucho dolor… El mismo que se vive estos días en La Escombrera, un cementerio de escombros y cadáveres situado en la histórica Comuna 13 de Medellín. Tras más de una década de lucha, las Mujeres Caminando por la Verdad han convencido a la alcaldía y a la fiscalía para que busquen los cuerpos de sus hijos y maridos en la que se considera una de las mayores fosas urbanas del planeta.
“Es como una gota de luz y esperanza en un mar de impunidad. A mí me desaparecieron a mi esposo Luis Javier Laverde en Belencito el 9 de diciembre de 2008. Le bajaron del colectivo (autobús) y le desaparecieron. Fue un grupo paramilitar. En la comuna la mayoría de los desaparecidos son personas trabajadoras e inocentes que no se metían con nadie”, relata para Cambio16 Luz Elena Galeano, una de sus líderes.
Un centenar de mujeres busca luz en medio del dolor. Como su propio país. Pero lo hace en una ciudad que ha luchado contra su destino, ser la cuna de Pablo Escobar, hasta convertirse en una ciudad modelo. “Colombia avanza por una senda de metamorfosis social histórica, en la que Medellín ha sido un referente clave”, resume su alcalde, Aníbal Gaviria.
El actual mandatario local, el tercero de una nueva política basada en avances educativos, culturales, urbanísticos y sociales, iniciada por el ahora gobernador Sergio Fajardo, se ufana al afirmar para Cambio16 que “Medellín es hoy ejemplo y fuente de inspiración para muchas sociedades en el mundo entero”.
El dirigente liberal necesita un buen tiempo para recordar todo lo hecho (“Metrocables aéreos –que suben hasta las favelas para dar transporte a los barrios más pobres–, equipamientos y espacios culturales, buses articulados, tranvías) y todo lo que se está haciendo (“el Jardín Circunvalar, que rodea la ciudad, comprende viviendas dignas y proyectos ambientales, y las Unidades de Vida Articulada, que son escenarios para contribuir al sueño de la ciudad, con espacios de encuentros amables para la vida”).
Un nuevo Medellín que en nada se parece al sangriento de Pablo Escobar, ése que tanto aparece en las telenovelas que dan la vuelta al mundo, y que incluso ha logrado contagiar a gran parte del país: Colombia sufrió 12.626 homicidios en 2014, la cifra más baja en toda la década. La comparación con la vecina Venezuela (25.000 muertes violentas el año pasado, pese a contar con 30 millones de habitantes frente a los 48 de Colombia) mide cuál es la nueva realidad colombiana en materia de seguridad.
Medellín celebra por todo lo alto, como si fuera su carnaval, la Feria de las Flores, la fiesta más tradicional de los paisas. El pasado 13 de agosto, pocas horas después de clausurarse el último festejo, la Alcaldía publicaba en la prensa que la ciudad había alcanzado 60 días sin registrar muertes violentas. Y lo hacía con orgullo.
El milagro económico colombiano
La paz y la bonanza económica son una base muy consistente para el futuro colombiano. Incluso se mezclan: el país podría ganar una década de crecimiento económico de alcanzar el fin de su guerra civil, según los cálculos realizados por un estudio de la Universidad de los Andes. Colombia fue el segundo país del planeta, tras China, que más creció económicamente en el primer semestre del año pasado: 5% en su Producto Interior Bruto, para un resultado final del 4,6%. Cifras que contrastan con la desaceleración en el resto del subcontinente, el desastre venezolano y los problemas en Brasil.
El año 2003 cerró con una renta per cápita de 2.262 dólares. Una década después se había multiplicado de forma vertiginosa hasta los 8.066 dólares. “Ahora estamos viviendo un resfriado holandés”, advierte Cecilia Álvarez, ministra de Comercio. “Después de cinco años de bonanza de precios de bienes básicos, principalmente petróleo, enfrentamos la desaceleración de la economía mundial”, añade Álvarez, que pese a todo estima que su economía crecerá un 3,3% a final de año, “muy por encima del promedio regional”, según los cálculos que realizó para el diario El Espectador.
Además, en los últimos cinco años más de cuatro millones de personas han salido de la pobreza y tres millones han encontrado trabajo. La construcción de un millón de viviendas redujo el déficit habitacional y la puesta en marcha de los tratados de libre comercio con EEUU, Unión Europa y Corea eliminó las barreras comerciales.
Todo ello ha llevado al diario francés Le Figaro a editorializar sobre lo que denomina el “milagro colombiano”: “El crecimiento de la tercera economía de América del Sur es sostenido, con una inflación contenida, que es baja para esa región. Crecimiento estimulado por la producción petrolera… El país dispone de dos océanos, pero la geografía, atravesada por tres cordilleras (tradicional refugio de las guerrillas) complica los intercambios entre las regiones, una situación que el gobierno ha buscado remediar con la inversión de cerca de 25.000 millones de dólares en infraestructuras”.
Opinión parecida mantiene el exalcalde de Nueva York Rudolph Giuliani, quien acuñó en la Gran Manzana el concepto de la “tolerancia cero”, convertido en asesor de lujo para grandes ciudades: “Colombia es un éxito que se nota en el exterior, es un milagro de transformación”.
“En dirección contraria, el mundo también viene a Colombia”, destaca por su parte el decano Giraldo. El turismo pasa por su mejor momento, tras muchos años en que se consideraba al país sudamericano un destino violento. Se estima que entre cuatro y cinco millones de personas visitarán Colombia cuando acabe el presente año.
Colombia, estigmatizada por sus cien años de soledad, mira hoy un futuro distinto. Un futuro donde, parafraseando a Vásquez y su novela (Premio Alfaguara 2011), las cosas hagan menos ruido al caer.