Por Sandra Martín / Fotografía: Jorge Orte
El nuevo edificio de la Facultad de Educación de la Universidad de Zaragoza simula un barco. Tablones de madera, paredes blancas y ojos de buey provocan que las clases parezcan camarotes. Pero la educación no avanza “a toda vela”, como en la poesía de Espronceda, y más que surcar los mares, aguanta tormentas. Han tardado diez años en construir el edificio, afectado por los recortes y los cambios políticos en el Gobierno de Aragón. Ahora, tras manifestaciones, protestas y mucho sudor, los 240 alumnos que cursan cada año el grado de Educación Primaria tienen una mesa y una silla en la que sentarse para seguir sus clases. Eso sí, los materiales son reciclados de la antigua facultad.
La anécdota refleja en qué situación se encuentra la educación pública en España: recortes en los presupuestos, reducción de becas, ayudas y subvenciones para material o transporte, la recién llegada LOMCE (Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa) y una importante reducción de profesorado (en cuatro años han disminuido 20.000 plazas en los colegios).
A pesar del escenario, los alumnos se muestran entusiasmados y motivados con la carrera que han elegido. La gran mayoría, con vocación desde pequeños. Unos estudios que desde hace mucho tiempo llevan la etiqueta de ser “sencillos y fáciles”, infravalorados a veces por sus compañeros científicos. Incluso, para subir el nivel, algunas comunidades autónomas, como Cataluña y Madrid, se plantearon establecer pruebas específicas o requisitos mínimos para entrar a la carrera. Aunque la nota de corte en este caso no es tan baja: 7,9 sobre 12. Y la Universidad tiene siempre lista de espera para cursar esta opción. Vestidos con ropa deportiva para recibir clase de Educación Física y equipados con rotuladores de colores para la de Educación Visual y Plástica, los jóvenes toman el relevo de ser parte en la importante tarea de formar a la sociedad en un futuro muy cercano.
El decano de la facultad, Enrique García Pascual, se mantiene esperanzado, aunque en sus palabras se percibe desgaste. Y es que las cifras no ayudan. España es el país de la Unión Europea con la tasa más alta de abandono escolar, un 23,5%, y se encuentra por debajo de los niveles que marca la OCDE en las famosas pruebas PISA, 477 puntos frente a 500 de media. García le quita peso apuntando hacia el aspecto “económico y no educativo” del organismo que realiza el test. No obstante, reconoce que se deberían cambiar las metodologías y dar un enfoque más práctico, hacia la resolución de problemas y el desarrollo de proyectos. Eva Cid, vicedecana de Titulaciones y Profesorado, lo explica: “El tipo de enseñanza que aquí se considera importante, en otros países no lo es tanto. Nosotros nos preocupamos por preparar al alumno para su entrada a la universidad más que darle una formación básica de aspecto ciudadano”.
Los alumnos de Magisterio son una generación que reclama cambio e innovación. ¿Por qué no somos como Finlandia?, se preguntan. “He salido de intercambio fuera y en Reino Unido se aprende a partir de casos, actividades prácticas y de una manera mucho más dinámica. Conocimientos que tienen una aplicación en la vida”, comenta María Visiedo, de 19 años y novata en la facultad.
En 2011, con el ‘Plan Bolonia’ los estudios de Magisterio experimentaron modificaciones. Se eliminaron las modalidades específicas que formaban a los profesores de Educación Física, Música o Inglés durante toda la titulación. Ahora se llama Grado en Maestro de Educación Primaria, tiene una duración de cuatro años y sólo el último está destinado a cada mención -Audición y Lenguaje, Pedagogía Terapéutica, Educación Física, Música, Francés o Inglés-. Con esta carrera podrán dar clase a niños de entre 6 y 12 años. Si se quiere ser profesor en Educación Secundaria Obligatoria y Bachillerato, se tiene que cursar el máster específico para ello.
Miriam Pla y Paula Rodríguez, compañeras en la mención de Inglés, comentan la impresión que se llevó un erasmus austríaco que realizó durante un tiempo prácticas en el Colegio Alemán de Zaragoza. “No entendía lo mecanizado que estaba todo, decía que allí los niños disfrutan de más flexibilidad, sin seguir el libro de arriba a abajo”, señala Paula. Y en la conversación surge el nombre de César Bona, el único profesor español que ha estado nominado al premio Global Teacher Prize, que reconoce a los mejores maestros del mundo, entre 50 candidatos y más de 5.000 solicitudes de todo el mundo. Su especial manera de enseñar y su implicación con los alumnos han sido los motivos de su selección. “La metodología innovadora está muy bien, pero ¿qué ocurrirá cuando esos niños avancen de año y se encuentren con otro profesor completamente diferente? Los niños se acostumbran a algo muy bueno y ¿luego?”, sostiene Paula Rodríguez. Su amiga le rebate: “Creo firmemente que la educación se encuentra en proceso de cambio e irá a mejor, pero hay que esperar unos años”, confía Miriam Pla.
‘Lost in translation’
Durante sus años de estudios superiores han aprendido a aplicar las nuevas tecnologías a la hora de educar: la pizarra digital, el JClic (una aplicación de ejercicios didácticos) o el Geocebra (para enseñar álgebra o geometría) son algunas de las plataformas que utilizan. Pero quieren más y en sus ojos se ven las ganas que tienen de cambiar el mundo. “Nos han enseñado muchos recursos para llevar a cabo con los alumnos y salirnos de las clases de Inglés habituales”, cuenta Miriam, “en un futuro no dudaremos en aplicar todo lo que hemos aprendido”.
La lengua extranjera por excelencia continúa siendo el talón de aquiles de los españoles. Son los mismos alumnos de la facultad los que encuentran dificultades para superar la asignatura en los primeros cursos, a pesar de que el resto de materias tiene un porcentaje de aprobados muy alto. “El hecho de que todo el material audiovisual se doble no contribuye a que consigamos un buen nivel de inglés”, explica el decano, “no obstante, estamos haciendo una apuesta para aumentar las posibilidades de estudiarlo. Al menos cuatro o cinco materias se imparten en inglés, aunque no estén dentro de la mención”.
“El grado aporta una formación genérica de aspectos sociológicos, psicopedagógicos y psicológicos y didácticas específicas”, continúa el decano. A pesar de haber perdido esa carga de estudios concretos, el número de horas de prácticas profesionales ha aumentado, ocupando un 15% de los créditos de la carrera. “Es cuando te das cuenta de lo que hay detrás, no es sólo dar clase, sino planificarlo todo, pasar horas buscando temas y fuentes de información, preparar las actividades… Los profesores se rompen la cabeza y no se les valora”, describe Paula Rodríguez, alumna de cuarto curso en el centro universitario de Zaragoza.
Adoran las prácticas. Sin remuneración, pero muy útiles para ellos. Aunque sus rostros cambian cuando les preguntas por sus expectativas laborales. Suspiran. Pocos o ninguno se plantean la posibilidad de presentarse a las oposiciones para colegios públicos. Este año han convocado menos de 2.500 plazas repartidas en cada comunidad y sólo en junio del 2014 se graduaron 5.321 estudiantes, a los que hay que sumar el alto número de profesores en paro. Además, en los colegios faltan maestros. “Ahora hay dos profesores que hacen el trabajo de los cinco que había antes”, añade la estudiante de Inglés Miriam Pla. “Así no tienes tiempo ni de innovar ni de preparar clases diferentes”, protesta Rebeca Sedano, delegada de clase del tercer curso.
La escasez de profesores se refleja en los resultados. Muchos niños necesitan apoyo extra que no pueden recibir. Los Presupuestos Generales de 2015 han bajado un 90% la asignación a la educación compensatoria. Su compañera de clase en la universidad, Laura Ventura, percibió durante sus prácticas en el colegio público Recarte y Ornat que un alto número de alumnos requerían ayuda de la especialista de Pedagogía Terapéutica: “Tres alumnos salían de clase para recibir apoyo, pero no podía abastecer sus necesidades en una sesión. Un docente no puede ayudar a todos los niños”. Con este panorama, el Ministerio de Educación planea lanzar una convocatoria de becas para que recién titulados den apoyo en las clases, con un sueldo más bajo que el de un maestro. “Es una fórmula barata, pero no la solución”, explica Enrique García.
“Con tanto cambio de ley estamos mareados y jugar con la educación sale caro”, resume Rebeca Sedano. Desde principios de este curso escolar, la LOMCE ha irrumpido en algunas aulas -primero, tercero y quinto-, como el remedio a todos los problemas. “Mi tutora de prácticas da clase en tercero con una ley y en cuarto curso con otra. Es un caos”, detalla la joven. Los alumnos de Magisterio no se muestran muy receptivos a la nueva normativa. “En primero estudiamos la LOE, aprendimos a hacer una programación didáctica con esa ley y ahora ya no nos vale”, se lamenta Rebeca.
Decenas de federaciones y sindicatos han llevado a cabo manifiestos y huelgas en contra de la conocida popularmente como ley Wert. “Cambia algunos contenidos, separa los conocimientos en las asignaturas, fomenta la religión católica, y aunque se promulga como una enseñanza activa, no lo es tanto”, argumenta con desgana la vicedecana y coordinadora del grado en Educación Primaria, Eva Cid.
“Está claro que hace falta un cambio, pero en el sistema, no en nuestra labor. Afortunadamente quien hace la reforma son los maestros y aunque el paraguas tenga agujeros, se hará cualquier cosa para ponerle parches”. sentencia el decano.