Por Juan Emilio Ballesteros | Foto: Héctor Urzaiz Calpe
El día que se lo tragó la montaña fue como si volviera a nacer, sólo que alumbró una vida que jamás hubiese imaginado. Una existencia en la que, de repente, sin previo aviso, el dolor pasó a formar parte de su realidad cotidiana. La esperanza se transformó en un tabú y comprendió que el pasado huyó de su memoria para instalarse en el rincón más oscuro de la nostalgia. Supo que ya nunca volvería a andar y, al mirarse en el espejo de los agravios sentado en una silla de ruedas, añoró como nunca la libertad, el viento en el rostro mientras se deslizaba por la nieve o remontaba la cresta de la ola perfecta.
Álvaro Bayona Baqués –Alvin– recorrió el largo pasillo de la muerte y, paralizado por el miedo y la incertidumbre, descubrió que la luz al final del túnel era Alaska, donde es posible hartarse de vida. Las mejores nieves del mundo están en el Ártico y éste es el destino que le espera en 2016 para hacer una subida en heliesquí, una modalidad que consiste en ascender en helicóptero y descender haciendo snowboard.
La lesión medular le paralizó las piernas, pero no anuló su capacidad de sentir y, ahora, desde su minusvalía, reclama para sí todas esas sensaciones que eran suyas y de golpe le arrebataron. Como deportista de élite, su sueño es superarse. Como ser humano, pretende ayudar a otros en sus mismas circunstancias a ser mejores personas encontrándose a sí mismos para que el futuro no sea una losa de dependencia sino un anhelo de dignidad y pasión.
El 15 de enero de 2010 la fatalidad le aguardaba en forma de alud en la estación de esquí de Masella. Como guía de montaña y entrenador, Alvin conoce bien el terreno, donde se encuentra el mayor desnivel esquiable del Pirineo Oriental, con una bajada ininterrumpida de casi mil metros. Desde el telesilla vio una placa que había acumulado más nieve. Tuvo un presentimiento y, como medida de precaución, realizó una diagonal para cortar el hielo. No advirtió la avalancha. Al volverse para avisar de que iniciaba el descenso, la montaña se le vino encima, lanzándolo con fuerza. Cayó de espaldas y rodó ladera abajo hasta que chocó violentamente con una pilona. Escuchó un crac y se rompió. Cuando abrió los ojos estaba enterrado en nieve hasta los hombros. Quiso salir y no pudo. Las piernas no le respondían. Fue consciente desde el primer momento de la gravedad de la lesión. Mientras el helicóptero de rescate maniobraba, alcanzó a decir: “No podré volver a practicar snowboard nunca más”.
Ya en la UCI, tomó conciencia de su nuevo estado. Entonces decidió afrontar la situación y plantarle cara a la adversidad. Cuando el médico se asomó a su habitación y lo vio haciendo ejercicios con una mancuerna exclamó: “Este tío saldrá adelante”. Después vendrían meses de dura rehabilitación en el Institut Guttmann, un centro terapéutico de Barcelona especializado en pacientes parapléjicos y tetrapléjicos. La recuperación fue impresionante, tan extraordinaria que se grabó un documental –Camí d’Alaska– que refleja su lucha, con la participación de sus padres, amigos y personal sanitario.
“No puedo menos que agradecer la dedicación y el cariño de los que me han ayudado –afirma Alvin–, pero a fin de cuentas aquí se trata de un reto de superación y hasta que no entiendes que estás solo para afrontar una nueva vida y aceptas tus limitaciones, no estás preparado. La familia tiende a la sobreprotección y los amigos a la conmiseración. Todos los que me abrumaron en un primer momento desaparecieron de mi vida con la misma rapidez, incluso mi pareja, a quien no pude recuperar tras darnos un tiempo de reflexión. Entonces surgen las amistades de toda la vida, los compañeros de juego de la infancia y también otra gente que vas conociendo”.
Su invalidez le ha hecho más humano, sensible y respetuoso. Aprecia más la vida e intenta no perderse nada por el camino: “No soy la cabra loca que era cuando tenía 25 años”. Tampoco ha sido fácil. El primer día que despertó en casa sin la ayuda de nadie se quiso suicidar: “Me levanté a las siete de la mañana y me vi incapaz siquiera de ir al baño. Pensé que no lo iba a aguantar. La vida te da palazos y éste era uno muy fuerte…”
Con tesón y paciencia ha logrado ser autónomo. Viaja en una furgoneta intentando superar su patosismo (antes era un manitas y ahora es un manazas) y estirar una pensión que ronda los 1.000 euros. Pretende dar energía, pero sin quedarse él mismo sin ella. Su proyecto inmediato: crear una fundación que canalice todas las iniciativas que impulsa, entre ellas el diseño y producción de una silla para deportes acuáticos adaptada a atletas de élite parapléjicos.
«Nadie te hace caso»
“Si no sales en la tele, nadie te hace caso”, comenta ante la repercusión de su proyecto de convertir la playa de Cabrera del Mar en la más accesible para discapacitados del litoral barcelonés. Como atleta paralímpico formó parte de la selección de natación hasta que una lesión le obligó a abandonar. Practica esquí, surf, kite-surf, wakeboard, sup y stand up padle. Este año ha competido en el Campeonato de España de Surf Adaptado, Cable Wake de Europa y en el ISA World Championschip Surf Adaptated en San Diego (California).