POR ANDRÉS TOVAR
01/08/2017
El lunes despidieron al director de comunicaciones Anthony Scaramucci a tan solo 10 días de haber sido nombrado. Y una semana atrás despiden al jefe de gabinete Reince Priebus. Ambas movidas parecen otro capítulo más de la espiral descontrolada de controversias, revisiones y despidos que ha signado los primeros seis meses de Donald Trump en la Casa Blanca, espiral que comenzó con James Comey en el FBI y no ha parado desde entonces.
Pero también es probable que tal espiral llegue a su fin con un nombramiento clave: el de John Kelly como nuevo jefe de Gabinete.
La prensa estadounidense ha venido apuntando que Kelly fue llevado a la Casa Blanca porque Trump espera que este Marine retirado discipline a un personal que no ha seguido al cien por ciento la línea del primer mandatario.
Cuidado, que eso no significa necesariamente que la administración estadounidense ahora comenzará a parecer más convencional: Trump mismo no quiere ser disciplinado -y tampoco parece ser eso posible-. Lo que sí parece es que hay un nuevo interés en la Casa Blanca en hablar con una sola voz, no sólo la voz de Trump, sino la del «Trumpismo«.
Kelly: un arma de Trump
Kelly, que captó la atención del presidente ejecutando su agenda migratoria, está perfectamente en línea con una de las ideas que llevó a Trump al éxito de la campaña: la idea de que el mundo es un lugar aterrador lleno de gente mala (en su mayoría extranjeros), que amenazan el orden y el estilo de vida estadounidense, y que los duros hombres estadounidenses están llamados a mantener esas amenazas a raya.
Todas estas premisas han sido un éxito para Trump: ha hecho felices a las personas adecuadas (su base y las redes de noticias por cable que generan un debate interminable sobre estos temas), ha hecho enojar a las personas adecuadas (a los del Partido Demócrata) y ha aterrorizado a ciertos grupos (inmigrantes y negros americanos que votan por los demócratas).
El nombramiento de Kelly – junto con el discurso que Trump dio en Long Island el pasado viernes -donde juró “desmantelar, diezmar y erradicar” a organizaciones violentas como la MS-13 o la Mara Salvatrucha, cuya formación atribuyó a la inmigración ilegal permitida por pasadas administraciones – es una señal de que la administración Trump se dedica a poner esas ideas en el centro.
Y es retórica que, incluso más allá de la agenda política que representa, invita a un escenario más polémico dentro de la vida americana y en la política exterior.
Kelly es «Trumpismo» auténtico
Reince Priebus estaba condenado desde el principio. Su noción de la administración era ajena a la de Trump -como por ejemplo, ser creyente del diálogo con facciones del Congreso para aprobar proyectos de ley- y fue despedido después del proyecto que le habían asignado – conseguir que el Congreso revocara la Ley de Asistencia Asequible (el Obamacare)-.
Ahora, mientras que la agenda de atención de salud de Trump ha fracasado, la de inmigración no lo ha hecho. Como él prometió, los agentes federales de inmigración están «sin trabas». Como él prometió, los inmigrantes están siendo tratados con más dureza cuando son detenidos en la frontera, y el muro frente a México -su gran promesa- está consiguiendo los apoyos y su presupuesto. Y todo esto gracias a la ejecución de John Kelly.
Aunque Kelly no es el cerebro detrás de la agenda de inmigración de Trump (la mayor parte de ella fue diseñado por el entonces senador Jeff Sessions antes de que se convirtiera en Fiscal General y fuera excluido del círculo íntimo de Trump), los seis meses del general a la cabeza de la secretaría de Seguridad Nacional lo han convertido en el rostro de la agenda de inmigración de Trump. Y para Trump, eso es muy importante.
Un discurso clave
En un discurso en la Universidad George Washington en mayo – una declaración sobre las prioridades de Kelly como secretario, entregada a una audiencia de las élites de Washington – Kelly fue sorprendentemente marcial y dio pistas de su línea:
«No nos equivoquemos: somos una nación bajo ataque. Estamos bajo ataque de criminales que piensan que su codicia justifica violar a las muchachas a punta de cuchillo, traficar veneno a nuestra juventud o matar sólo por diversión».
No era el Kelly que muchos esperaban cuando fue nombrado: un general retirado, experto en América Latina y que odiaba la política. Ahora sonaba, bueno, muy parecido a Donald Trump en campaña hace un año.
El «Trumpismo» no es sólo una ideología
A Trump le gusta la idea de tener un general a cargo de su personal de la Casa Blanca, y ciertamente le dio a Kelly más control de lo que le dio a Priebus: el director de comunicaciones Anthony Scaramucci fue despedido a pocas horas de que Kelly fuera juramentado porque Scaramucci insistió en seguir reportándole directamente a Trump.
Ahora, el reto es ver qué tan manejable será para el general la Casa Blanca: el presidente mismo no puede ser manejado: no ha mostrado ninguna restricción en Twitter desde el nombramiento de Kelly, por ejemplo. Y no está claro que el interés de Trump en tener un jefe de personal disciplinario sobrepasará su estilo de gestión.
En cierta medida, sin embargo, el éxito de Kelly podría no ser definido por la dirección, sino por la acción. Trump es un mandatario que cree que las cosas se hacen hablando de ellas y ha usado el púlpito del ataque para promulgar su cosmovisión de la política.
Kelly ha mostrado tener ese estilo. De esa forma ha logrado disuadir, al menos temporalmente, a la gente de llegar a los Estados Unidos sin papeles, dejando claro que será puesto en prisión aunque busque asilo, o que los padres puedan ser rastreados y deportados si mandan a traer a sus hijos. Posiblemente le irá muy bien en el nuevo cargo -aunque con Trump nada de sabe-.
John Kelly es muy bueno para decirle a la gente que tenga miedo. Eso no es sólo la marca de Trump. Es su teoría del gobierno.