MIS TERRORES FAVORITOS
Por Javier Sanz
5/11/2015
La actualidad televisiva vista con el ojo vago de Leticia Sabater y comentada con la acidez propia de los estómagos de Falete y Kiko Rivera después de un atracón en la semana fantástica king-sizede McDonald’s.
Que me perdone mi madre que, por culpa de este blog, ya ha iniciado los trámites para empadronarse en el País Vasco y poder desheredarme… Después de sus idolatrados Jorge Javier, Bertín y Pablo ahora le toca el turno a su querida Mercedes Milá.
La catalana es como la menstruación (o la tía maría que diría la siesa de Merche de Cuéntame): incómoda pero inevitable. La de Esplugas es incómoda porque provoca bastante vergüenza ajena en muchos de sus comportamientos mediáticos y necesaria porque las audiencias mandan y hay que mantenerse en primera línea a toda costa y tener a Vasile contento.
La historia de nuestra televisión ha contado siempre con personajes catódicos de trayectorias más o menos dignas hasta que en un momento dado de sus carreras –y todo por su querido público, que dirían las folclóricas- han terminado por ofrecer espectáculos ciertamente lamentables: desde Jesús Hermida con aquellos bailes matutinos e infinitos circunloquios, a Xavier Sardá en la recta final de sus Crónicas Marranas, pasando por Pepe Navarro y sus Venenos y Pelícanos, hasta llegar a nuestros días con Jorge Javier Vázquez y su hora golfa del Deluxe.
Eso sí, para hacer eso tan manido de ponerse el mundo por montera hay que tener ya un estatus más grande que los huevos del caballo de Espartero. Si no a ver quién es el guapo que aguanta el chaparrón. Es igual que el activismo gay de plástico que practican ciertos famosos, los mismos que lo de salir del armario sólo lo han hecho cuando su cuenta corriente ha estado tan saneada como la de Ricky Martin o Jesús Vázquez.
Qué fácil resulta a Mercedes aparentar ser una revolucionaria pero desde las trincheras de los barrios altos de la ciudad y enseñar el culo a la luna, eso sí, con sus braguitas de Victoria Secret. Su inconformismo destila aroma de Chanel y sus numeritos no dejan de ser performances de pequeña gran aristócrata tan absurdas como las de Javier Bardem en un concierto de su amigo Bono, no el de los implantes capilares, sino el de U2.
La presentadora hippija, que en el año 1978 se merendó a Isabel Tenaille y después a Pepe Navarro -tras una fallida presentación de Gran Hermano 3-, siempre se caracterizó en las décadas 80 y 90 por sacar de quicio al establishment social y político, con una agresividad un tanto impostada y más próxima a la impertinencia. De ahí a convertirse en una caricatura de sí misma solo ha habido un paso: estilismos imposibles, exhibicionismo absurdo y una falsa naturalidad que va a llevarle el día menos pensado a contarnos que es tan fácil dejar de fumar como cambiarse una tenalady en público. Si un Nobel como Cela podía contar que absorbía agua por vía rectal con una palangana, ¿por qué ella iba a ser menos?
La Milá pasó de codearse con Camilo José Cela y Francisco Umbral a entrevistar a El Yoyas, Bea La marquesa, Fresita o Pulpillo. Todo sin ahorrarse detalles preciosos como que ella es de mearse en la ducha, de hacer aguas mayores dentro del mar o que si le comen literalmente la oreja se vuelve más loca que una chica Interviú en una fábrica de prótesis de silicona. Todo demasiado inapropiado para la que pudo ser condesa de Montseny.
“La televisión es putrefacta” le escupió ya Umbral el día del histórico enfado en que no se habló de su libro, frase que ha pasado un tanto desapercibida pero que me pareció siempre mucho más demoledora que el resto del espectáculo circense.
La estrella televisiva que, desde sus orígenes profesionales, ha trabajado con los mejores directores y productores (desde Fernando García Tola en 1978 con Dos por Dos a José Sámano en Buenas noches allá por el mundial 82 y De jueves a jueves en 1986) trasladó su halo de chica terrible y periodista incisiva a enfangarse con el “experimento sociológico” que, según las promos, iba a transformar la caja tonta: Gran Hermano.
La revolución televisiva consistía en encerrar a un grupo de ninis para ver cómo se devoraban a discusiones o polvos y comprobar sus reacciones ante situaciones tan límites como ver un libro por primera vez, aunque fuera de Carmen Alcayde.
Merceditas intentó, ya demasiado tarde (en 2004), navegar entre el periodismo sociológico de Gran Hermano y el periodismo de investigación de Diario de, pero cada vez que entraba en acción para desenmascarar a impostores, estafadores o pederastas se movía ante la cámara con las mismas muecas que cuando suena la sintonía de GH.
Para entonces su credibilidad ya estaba más por los suelos que un paso de cebra. Quizás por culpa de rodearse de demasiados palmeros incapaces de decirle lo que uno no quiero escuchar. La consecuencia inmediata: ella misma se ha hecho como profesional más daño que Paca la Piraña operando a transexuales en la trastienda de su peluquería.
Decía Aristóteles, aunque no haya entrado en ninguna de las dieciséis ediciones de Gran Hermano, que “El valor es el punto intermedio entre la cobardía y la impetuosidad irreflexiva”. La Milá, huyendo de la primera, se ha pasado varios Guadalixes de la Sierra con la segunda.
Esta galería recoge los momentos más sorprendentes de algunas de las diceiséis galas de Gran Hermano:
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