Por Cambio16
03/07/2017
Por la brusca escalada en el poder narcótico de las sustancias consumidas, el volumen del tráfico, la impresionante maquinaria criminal que se mueve detrás, y sus consecuencias sociales y económicas, en las últimas décadas la droga ha adquirido categoría de drama global. Las grandes mafias de la droga no irrumpieron con la fuerza que hoy se les conoce hasta hace muy poco tiempo.
Bruce Porter, en su libro Blow, publicado por primera vez en 1993 y llevado al cine en 2001 (Johnny Depp y Penélope Cruz), cuenta la historia de George Jung, el traficante estadounidense que ayudó al entonces incipiente Cartel de Medellín a introducir cocaína en grandes volúmenes a los Estados Unidos a fines de los años setenta. Para 1985 el ingreso ya se calculaba en 125 toneladas. Hoy se estima que la producción global alcanza las 879 toneladas métricas, de las cuales se interceptan unas 335. Las restantes 544 toneladas tienen un valor de mercado al por mayor de alrededor de 50.000 millones de dólares. Al por menor eso puede duplicarse o triplicarse, y estamos hablando de una sola droga.
En 1980, el jefe del Cartel de Medellín, Pablo Escobar Gaviria, ofreció pagar totalmente la deuda externa de Colombia, de 13.000 millones de dólares, a cambio de que las autoridades dejaran de perseguirlo.
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No es necesario insistir demasiado en esto, pero el tráfico de drogas es responsable de un porcentaje altísimo de la criminalidad en el mundo. Volviendo a usar solo como un ejemplo al tristemente célebre Cartel de Medellín, ya en los noventa se le atribuía la muerte de cincuenta jueces en Colombia, incluyendo once miembros de la Corte Suprema, doce connotados periodistas, el fiscal general, y de miles de civiles. Solamente en Medellín el número de muertes violentas se elevó de 730 a 5.300 por año (más de 14 por día) entre 1980 y 1990.
Y, de ejemplos más recientes, de acuerdo con el Tesoro de Estados Unidos, el mexicano Joaquin Guzman (alias El Chapo), catalogado por los medios y los organismos mundiales como el «narcotraficante más poderoso del mundo» es responsable de la muerte de al menos 70.000 personas y la desaparición de 20.000 más.
Lo anterior son solo dos ejemplos de cómo los carteles de la droga representan un reducto de las más altas violaciones de derechos humanos en el mundo. Las redes narcotraficantes se entrelazan en los cinco continentes y se infiltran en el poder, en los círculos financieros, en la justicia, en el terrorismo, en todos los ámbitos. Y, contrariamente a lo que algunos creen, el narcotráfico no es un buen negocio ni para los productores ni para las economías. Los únicos verdaderamente beneficiados son los propios narcotraficantes, que obtienen fabulosas ganancias mediante una estructura internacional oligopólica mantenida a fuego y sangre. Se calcula que menos del 1% del valor de la droga comercializada en el mundo queda en manos de productores primarios, es decir, el esclavo que trabaja en la producción de drogas del cártel.
Además, la droga es un potente factor desestabilizador en los países productores. Desestabiliza el Estado, al alimentar la corrupción. Desestabiliza la economía, al introducir distorsiones en el tipo de cambio, la competencia, el consumo, la inversión y las decisiones macroeconómicas. Desestabiliza la sociedad civil, al incrementar los niveles de criminalidad y el deterioro del estado de derecho.