Por Médicos Sin Fronteras
28/10/2015
Rand tiene 30 años y es originaria de Damasco. Viajaba junto a dos niños desde Siria cuando llegó a la clínica de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Bapska, en la frontera entre Serbia y Croacia, el 27 de septiembre de 2015. Este es su testimonio:
Un día, mientras pasaba caminando cerca de una escuela, una enorme bomba cayó de repente sobre ella. Vi morir a tres niños delante de mis ojos. Me dije: «Basta, se acabó«. No quería irme de mi país, pero después de cinco años de guerra y de ver ese tipo de cosas, decidí que ya era suficiente. Hace un mes y medio que salí de Damasco y, tras dos semanas en Líbano, compré un billete para Turquía.
Estoy viajando con un grupo en el que están varios amigos de mis padres. Llevamos a tres niños con nosotros, incluyendo a Julie y a Brahim. Es muy duro para ellos, no entienden lo que pasa y siempre están aterrorizados. Dicen cosas como: «¿Crees que vendrá la policía para llevarnos a la cárcel?». También preguntan si van a morir. Tienen miedo de cualquiera que lleve un arma o se vista con ropas militares. Si oyen cualquier ruido se sobresaltan y nosotros tratamos de calmarles recordándoles que ya no estamos en Siria y que están a salvo. Yo no tengo hijos propios, y doy gracias a Dios por no haber tenido que traer a un hijo en este viaje. No podría soportar ver a un hijo mío sentado al borde de la carretera, y con necesidad de comida, calor o descanso y no poder proporcionarle ninguna de esas cosas.
El viaje en barco desde Turquía fue uno de los momentos más aterradores para los niños. Lloraron todo el tiempo. Empezaron a rezar y nos dijeron que lo estaban haciendo para asegurarse de que irían al cielo si morían. Cuando cruzamos la frontera, por la noche, eran alrededor de las once y media. Ahí tuvimos que caminar por una carretera entre campos de cultivo. Estaba muy oscuro y para los niños era difícil. Cuando está mojado, lloran, se resbalan y se caen.
Dormimos en una tienda de campaña que nos dio el ejército. No había comida, ni agua ni luz. Pedimos mantas para los bebés y aunque los soldados fueron muy amables, nos dijeron que no tenían nada. Había un campo no muy lejos de allí, pero no podíamos caminar más porque los niños tenían hambre y estaban llorando. Se te rompe el corazón cuando les ves así.
Simplemente no entienden lo que está pasando. Ellos dicen, «Siria estaba bien, queremos volver a casa, a nuestras propias camas, con nuestras almohadas». Para que te hagas una idea del grado de miedo que tienen, todos ellos ven la guerra como algo mejor que este viaje. No entienden que vamos a un país en el que estarán a salvo.
Estoy tratando de llegar a Holanda, donde tengo algunos amigos. Lo primero que quiero hacer es servir de traductora voluntaria porque hablo bien inglés; allí en Damasco daba clases a los estudiantes. Mi sueño es traducir una novela del inglés al árabe. Mi padre enseñaba árabe a los estudiantes extranjeros y es escritor, así que heredé ese gen de él.
Trabajaría encantada como cocinera o como limpiadora; haré lo que sea. Y entonces, empezaré una nueva vida. Quiero tener amigos, un novio, y ser capaz de hacer las cosas que cualquier persona normal de 30 años quiere hacer. Quiero vivir en un país donde el gobierno te trate como a un ser humano, donde puedas votar, donde tengas una voz. Quiero saber lo que se siente viviendo así.