Por Sagrario Ortega (Efe)
La Guardia Civil ha asestado este martes un «golpe mortal» a ETA. ¿Es la puntilla a una organización terrorista moribunda que comenzó en 1968 a matar y que ha dejado en su camino más de 800 víctimas mortales y miles de heridos? Algunos expertos opinan que sí, aunque prefieren huir de triunfalismos.
Ni siquiera ETA ha podido «salvar los muebles», comentan a Efe fuentes de la lucha antiterrorista, y este martes, en colaboración con la Dirección General de Seguridad Interior (DGSI), la Guardia Civil ha desarticulado su cúpula con la detención de los dos etarras -David Pla e Iratxe Sorzabal- que mano a mano han dirigido la organización en los últimos tiempos.
A nadie se le escapa la importancia de esta operación, cuyos responsables han querido bautizar con el nombre de Pardines, en homenaje al agente del cuerpo José Antonio Pardines, considerada la primera víctima mortal de ETA, asesinado en 1968 en Villabona (Guipúzcoa) en un control de carretera.
Pla y Sorzabal, arrestados en una casa rural de la localidad de Saint-Étienne-de-Baigorry, en el departamento de Pirineos Atlánticos, formaban parte de lo poco que queda de ETA, y su detención supone, según las fuentes consultadas, un paso importante hacia el fin de la banda.
Hace años que ambos estaban intentado negociar, con mediadores internacionales incluso, sacar algún rédito a cambio de la entrega de los pocos zulos de los que dispone la banda. Pero sus gestiones no dieron frutos. Tampoco las que llevaron a cabo desde Noruega, de donde fueron expulsados.
Con esta operación, la Guardia Civil entierra las pocas esperanzas que le quedaba a la dirección de ETA de «salvar los muebles», porque, según las fuentes consultadas, se ha estrechado el camino hacia el «punto final» de la historia de una organización que no ha vuelto a matar desde 2010 y que en octubre de 2011 declaró el fin de la violencia.
Desde esta última fecha, las fuerzas de seguridad han seguido golpeando las estructuras de la banda, desde su frente de cárceles hasta la reciente desarticulación, en julio pasado, de su aparato logístico.
Unos sucesivos golpes que ha dejado en una quincena el número actual de liberados de la banda, todos ellos fuera de España y prácticamente ninguno con la entidad suficiente para reemplazar a los hoy detenidos en la dirección de las «migajas» de ETA.
Ni siquiera José Antonio Urrutikoetxea, Josu Ternera, al que los investigadores consideran un «jubilado».
¿Y ahora qué?
La importancia de la operación Pardines no radica solo en lo que supone de descabezamiento de la cúpula, quizá la última de la banda, sino en lo que puede venir ahora una vez analizada la información que se ha venido recabando antes, durante y después de la investigación.
Habrá que esperar también a que ETA se pronuncie, previsiblemente en breve plazo a través de algún comunicado, pero los expertos en la lucha antiterrorista creen que la banda no tiene ya ninguna tabla a la que agarrarse para salvarse de un naufragio que ya dura demasiado.
Pero la disolución definitiva podría tardar. El interés de los investigadores ahora es conocer dónde tiene la organización sus zulos, dónde guarda su escaso armamento obsoleto y sus explosivos, previsiblemente ya caducados.
ETA no ha dado ningún paso visible desde que escenificara el 21 de febrero del pasado año el sellado de su arsenal (apenas un 1%), en un acto que finalmente se consideró una burla.
¿Qué pasa con sus presos?
Con su frente de cárceles golpeado en sucesivas ocasiones, el colectivo se ha quedado sin interlocutores dentro de la dirección, «abandonados a su suerte», dicen las fuentes. Su única salida será individual acogiéndose al plan de reinserción del Gobierno.
Fuera, en América Latina, quedan algunos históricos etarras, que, en general, no preocupan demasiado respecto al papel que puedan ejercer en la banda. Entre ellos, José Ignacio de Juana Chaos, localizado y controlado en Venezuela, país al que se ha solicitado su extradición.