Por Maria Jesús Hernández | Ilustración: Ana Yael
20/06/2016
or un lado, afortunadas; por el otro, no tanto. Sara y Shole malviven en el campo de refugiados de El Pireo (Atenas), donde comparten sueños y pesadillas con otros 5.000 vecinos de tienda. Estas dos afganas consiguieron llegar hace poco más de un mes a Grecia y aunque nada saben de su futuro, quieren olvidar su pasado y tienen claro que van a luchar por su presente. Juntas han montado una escuela y dan clases de inglés a pequeños y mayores. Jóvenes y emprendedoras, necesitan a Europa. Lo que no saben –e igual ni sospechan– es que Europa también las necesita a ellas.
Más concretamente: “Europa necesita sumar 50 millones de trabajadores en 2050 si quiere mantener su crecimiento y sus sistemas sociales”. No lo pide ninguno de los cientos de miles de refugiados que suplican ayuda cada día desde los campos. Tampoco las ONG ni los voluntarios que los atienden. Lo advertía la propia Comisión Europea hace cerca de una década. Desde entonces, todos los informes y estudios han seguido la misma línea. “Muchos países necesitarán seguir atrayendo inmigrantes en los próximos años, ya que se enfrentan al envejecimiento de su población y buscan cubrir el déficit en su fuerza laboral”, rezaba el informe El rostro humano de la globalización, de la OCDE. No es una utopía. Es una realidad frente a la que el Viejo Continente opta ahora por vendarse los ojos.
“Antes, la UE hacía publicaciones periódicas racionales donde explicaba cuál era la evolución de los mercados de trabajo y mostraba una fotografía que se iba reafirmando en el tiempo: unas sociedades cada vez más envejecidas y con vacíos serios en algunos sectores. Una situación que pedía unos mercados de trabajo más abiertos”, cuenta Gonzalo Fanjul, cofundador de la fundación porCausa.
En el caso de España, en 2010 la Comisión apuntaba que necesitaría recibir siete millones de inmigrantes antes de 2030 para que su tasa de dependencia de población envejecida (número de pensionistas frente a activos) se quedara en el 34% (en 2010 estaba en torno al 26%). Es decir, que por cada 100 personas que trabajen, haya 34 jubilados. En aquel informe, los países peor parados fueron los nórdicos y Alemania, donde se auguraba, también para 2030, una tasa de 46 jubilados por cada 100 personas. Actualmente, en España la tasa de dependencia total (niños y mayores) es del 52,9%.
No obstante, a pesar de todos estos estudios y estadísticas, la respuesta de partida de la UE a los refugiados ha sido un no rotundo. “No hay explicación ni justificación alguna más que la combinación de intereses políticos y de histeria colectiva que se ha instalado en el Viejo Continente. Partiendo de la base de que no es legal lo que se está haciendo (no hace tanto que Europa condenaba las denominadas devoluciones en caliente en España), el número es completamente manejable en un mercado como el europeo con un reparto razonable y equilibrado; otra cosa es que un país acumule hasta el 80% del total de refugiados”, denuncia Fanjul.
Muy en contra juega el mito de que los inmigrantes causan problemas económicos en las sociedades occidentales, aunque estudios, informes e investigaciones lo desmienten. El más reciente es el realizado por la Fundación Tent bajo el nombre Refugiados: Una inversión humanitaria que produce dividendos económicos. Esta investigación está basada en el impacto que tendrían los refugiados en Europa. La conclusión: “Invertir un euro en la bienvenida de los refugiados puede generar cerca de dos euros de beneficio económico en cinco años”. Es decir, el doble.
El profesor Jesús Javier Sánchez Barricarte, autor del libro Socioeconomía de las migraciones en un mundo globalizado (Biblioteca Nueva. 2010), asegura que “Europa está perdiendo una gran oportunidad desde el punto de vista económico, además del sociocultural”, e incide en que respecto a la inmigración hay que distinguir entre las consecuencias de corto plazo y las de medio-largo plazo.
“Es cierto que un flujo como el actual presenta muchos desafíos. Hay que proporcionarles comida, vivienda, prestarles una atención sanitaria e integrarles en el sistema educativo. Pero en el corto-medio plazo supone muchísimos beneficios, las consecuencias son muy positivas”. Los refugiados crearán más trabajo, ocuparán sectores vacíos, incrementarán la demanda de servicios y productos y ayudarán a mantener la balanza de las finanzas públicas en un continente donde la pirámide no deja de invertirse. El problema es que “los políticos, independientemente del color, son muy cortoplacistas. No quieren jaleos. En un primer momento hay que dedicar una serie de partidas económicas para atenderles, algo que supone unos gastos y no están dispuestos”, argumenta Sánchez Barricarte.
Este profesor recurre a la historia para refrendar su teoría. En los años 90, más de 700.000 judíos procedentes de la antigua Unión Soviética se asentaron en Israel; en los 80, unos 125.000 balseros cubanos llegaron a las costas de Florida y en los 70, más de 900.000 personas fueron repatriadas desde Argelia a Francia. “Demógrafos, historiadores y economistas coinciden en que los flujos han tenido un impacto positivo en el crecimiento económico de los países receptores”.
ENVEJECIMIENTO Y DESCENSO DE LA POBLACIÓN
A todos estos beneficios hay que sumarle la caída de la población y su envejecimiento, especialmente en España. En enero de 2016 se contabilizaron 99.439 habitantes menos que el año anterior –el cuarto año consecutivo que baja–. La tasa de natalidad (número de nacimientos por cada mil habitantes al año) se redujo hasta el 9,20% y el índice de fecundidad se encuentra en 1,3 niños por mujer (la segunda más baja de Europa, sólo por detrás de Italia); es decir, nacen poco más de la mitad de los niños que se necesitarían para un remplazo en la población. La fotografía se completa con el dato negativo del crecimiento vegetativo en 2015, año en el que murieron más personas de las que nacieron. Las estimaciones del CIS: España tendrá 2,6 millones de habitantes menos en 2023 y cerca de cinco millones menos en 2052. España no es una excepción, en una situación similar están Portugal, Grecia o Italia.
“La base de la pirámide se estrecha, lo que supone un desafío tremendo para nuestro Estado de Bienestar, mantener el sistema de pensiones, el sanitario, el educativo… La inmigración es una gran oportunidad para suavizar las nefastas consecuencias que un descenso de fecundidad tan permanente tiene en el conjunto del sistema económico”. Por ello, “el gobierno debería tomar medidas para poder acoger a cuantas más familias mejor para integrarlas y formarlas”, demanda Sánchez Barricarte.
Además de que los inmigrantes son una carga económica, son muchos otros los mitos y tópicos que les rodean y que hay que derribar. “Estos trabajadores no son competencia para los nativos, en general son complementarios. En la mayor parte de las ocasiones, los inmigrantes hacen los trabajos que los oriundos no quieren hacer”, denuncia Sánchez Barricarte. “Incluso en España hay muchos sectores económicos que, si no fuera por la mano de obra extranjera, no se mantendrían. Como pueden ser los trabajos domésticos, de cuidado de mayores, niños o las faenas agrícolas”.
Es cierto que, en medio de una crisis económica, un pequeño sector de la población nativa, con poca formación, puede sentir al inmigrante como competencia, “pero es un sector muy pequeño y esta sensación es a corto plazo. A medio-largo plazo, cuando ocupan estos puestos, ellos también consumen. Es decir, ayudan a dinamizar la economía”. Y, en la situación en la que se encuentra España, de despoblación, “pueden contribuir a repoblar zonas rurales, a evitar el cierre de escuelas, centros de salud, etc.”.
Otro de los ‘mitos’ es el tema de las ayudas y las cargas que pueden suponer. En el caso concreto de la polémica retirada de la tarjeta sanitaria a los inmigrantes irregulares por parte del Gobierno de Mariano Rajoy en 2012, ésta nunca fue acompañada de un informe que avalara la decisión. Sin embargo, sí había datos que mostraban la otra cara. Un año antes, la Obra Social de la Caixa publicaba el informe Inmigración y Estado del Bienestar en España. El balance concluía que incluso en tiempos de crisis, los inmigrantes residentes aportaban mucho más de lo que recibían. “Los argumentos de sobreutilización y abuso del sistema de protección social por parte de la población están injustificados. Los inmigrantes reciben menos del Estado de lo que aportan a la Hacienda pública. Inyectan a las cuentas dos o tres veces más de lo que cuestan”, sentenciaban los autores –Francisco Javier Moreno, del Instituto de Políticas Públicas del CSIC, y María Bruquetas, profesora de Ciencias política de la Universidad de Ámsterdam–.
Con respecto al choche social y cultural, “hay que ser conscientes de que nuestras sociedades son mucho más abiertas y diversas de lo que lo eran antes. La movilidad de las personas es incontrolable por unas causas u otras. Por ello, a lo que deben aspirar los Estados no es a detener la inmigración, sino a gestionarla de un modo más inteligente. Hay que hacer una gestión de integración y de la educación”, explica Gonzalo Fanjul.
Para finalizar, el profesor Sánchez Barricarte pone énfasis en especificar el perfil de las personas que llegan a nuestras fronteras. “Suelen ser familias jóvenes, niños y adolescentes. Personas con una gran capacidad de iniciativa, gente que quiere arriesgarse para buscar un futuro mejor”. Es decir, gente que quiere aportar a una sociedad, no depender de ella.
Y para los que tengan dudas: “Ahí está Estados Unidos, un país hecho de inmigrantes”. Ahora, es el turno de que una Europa envejecida decida si cuenta con Sara y Shole para su futuro.