Por Luz Sanchís | Fotos: Reuters
ACTUALIZADO 11/04/2016
ariano Rajoy comparte con Camilo José Cela la máxima de que el que resiste, gana. En sus 30 años de vida política hasta que llegó a conquistar La Moncloa al tercer intento, ha ido dejando atrás a sus enemigos. A la mayoría los ha visto caer o los ha vencido por aburrimiento. Cuando el dedo de José María Aznar se posó en él, tardó años en desembarazarse de su tutela. Hoy es el mismo Aznar el primero en poner sobre la mesa su sucesión. Esperanza Aguirre, la eterna adversaria interna que intentó arrebatarle sin éxito el poder, dimitió por segunda vez. Ahora, con casi 61 años, Rajoy ve su final como líder del PP en boca de muchos. A la hora de buscar posibles relevos, todos los ojos se posan en Cristina Cifuentes, Soraya Sáenz de Santamaría y Alberto Núñez Feijóo. De los tres, el gallego es quien más juega al despiste sobre sus ambiciones.
Rajoy ha dicho que quiere seguir, gane o pierda La Moncloa. Con la coletilla de rigor: “Si mi partido me lo pide”. Su papel al frente del partido en los últimos ocho años no ha impedido que la corrupción carcomiera al PP y que se conozca su funcionamiento gracias al dinero negro. Hoy, las dos comunidades insignia que siempre fueron los grandes graneros de votos, están dirigidos por gestoras. La responsable del PP valenciano, Isabel Bonig, trata de impulsar un renacimiento de la formación y hasta ha propuesto cambiar el nombre del partido. Mientras, Rajoy niega que la corrupción le reste posibilidades y legitimidad. Y no cree que el motivo aducido por Aguirre, la responsabilidad política, sea aplicable a su caso.
Ha dejado claro que el congreso nacional en el que se debería elegir al jefe del partido no llegará hasta que haya Gobierno, y cada vez son más los que dudan de que sea el adecuado para regenerar al PP. Su último movimiento sólo alcanzó a la segunda fila de dirigentes cuando se convenció de que, al menos en cuestión de comunicación, tenía que cambiar. Cuatro nuevos vicesecretarios, con soltura ante cámaras y micrófonos, han logrado esconder a María Dolores de Cospedal como secretaria general en horas bajas tras quemarse con el caso Bárcenas y perder el poder en Castilla-La Mancha.
Cuando aún no hay fecha para el congreso, los militantes del PP sólo saben que no podrán elegir a quién quieren como jefe del partido hasta que se celebre el siguiente. Así se decidió en la pasada conferencia política. El plan fue “empezar a debatir” sobre cómo acabar con un sistema de compromisarios y hacer posible el voto directo de los militantes. Pero la puesta en marcha quedó aplazada hasta los siguientes cuatro años. De un sistema de auténticas primarias que permita además escoger al siguiente candidato a presidir el país ni se habló. Con este escenario, nadie da un paso al frente por miedo a darlo en falso. Lo enrevesado del panorama político, junto a la férrea disciplina interna y la falta de mecanismos de participación, convierten en suicida el postularse abiertamente. “No va en nuestro ADN discutirlo ahora” y “hay que esperar a ver qué decide él” son las respuestas que no logran ocultar las quinielas sobre los que recaban un mayor consenso.
UNA REPUBLICANA HEREDA MADRID
La última en sumarse a la terna ha sido quien ha experimentado un ascenso más fulgurante. Ella repite que no está en la carrera por la sucesión, pero también que no se pone límites. Cristina Cifuentes llegó a presidenta de la Comunidad de Madrid desde el trampolín de la Delegación del Gobierno, donde estuvo en el punto de mira por su gestión de la actuación policial durante las numerosas manifestaciones que tuvieron lugar al inicio de la pasada legislatura. Rajoy vio en su candidatura la forma de deshacerse de Ignacio González y, por extensión, de la influencia de Aguirre. Sáenz de Santamaría también apoyó la elección con entusiasmo. Vieron en ella a una mujer que modernizaba la imagen del viejo PP y que se sacudía muchas de las etiquetas que identifican el ala más conservadora de la formación.
Cifuentes presume de hablar claro y de desmarcarse de lo que no le convence. Republicana, pero sin prisas por desalojar a la monarquía. A través de una enmienda, durante el pasado congreso del PP en 2012, trató de que el partido eliminara de su definición ideológica el término “cristiano” y lo cambiara por “humanismo occidental”. Alberto Núñez Feijóo afirmó entonces que eso suponía “cambiar los estatutos del PP” y la enmienda fue tumbada por una amplia mayoría. Partidaria de una ley de plazos y no de supuestos, Cifuentes defiende el aborto como una elección libre de la mujer aunque no en el caso de las menores de 18 años. En ese aspecto coincidió plenamente con su partido cuando endureció las condiciones para que las más jóvenes accedieran, pero no compartió el empeño de Ruiz-Gallardón por reformar una ley a la que al final tuvo que renunciar.
Cercana, pero sin la impertinencia de su predecesora, fichó a una experta para gestionar su comunicación. La habilidad de Marisa González se demostró durante muchos años junto a Alberto Ruiz-Gallardón mientras fue alcalde y presidente. Ella fue la responsable de gran parte de su buena imagen ante la opinión pública hasta que dejó de trabajar para él cuando fue nombrado ministro de Justicia. Como muestra, Cifuentes presentó su candidatura autonómica ante el PP con un vídeo hecho por el publicista Risto Mejide. En plena polémica por la aversión de Rajoy a contestar a los periodistas, el eslogan de la aspirante fue “todas las preguntas necesitan una respuesta” y “responder es fácil cuando las ideas están claras”.
La noche de las elecciones autonómicas Cifuentes y su equipo siguieron los resultados desde un pequeño despacho de la tercera planta de Génova, fuera de los dominios de Esperanza Aguirre. La todopoderosa presidenta del partido en Madrid entonces no se coordinó con ella durante la campaña ni dio ninguna facilidad. Cifuentes contó con la ayuda de la dirección nacional y con un fontanero experto, Juan Carlos Vera, para su campaña. Ante el descalabro generalizado, Cifuentes consiguió después de negociar con Ciudadanos un pacto para ser investida. Ella no tuvo que dar marcha atrás en sus ataques a Albert Rivera porque siempre tuvo una buena relación con él y vio pronto que con Ciudadanos sería necesario entenderse.
Su ascenso interno se completa ahora con las riendas de la gestora que dirigirá el partido tras las dimisiones de Aguirre y González. Poner fin al aguirrismo en un próximo congreso regional es su siguiente tarea. Ella niega que esté en la carrera para aspirar al puesto de Rajoy, pero también deja claro siempre que puede que no es mujer de ponerse límites.
LA MANO DERECHA EN LA MONCLOA
A la mujer con más poder político de España se la conoce, entre otros apodos, como la “vicetodo”. Como vicepresidenta, ministra de la Presidencia y portavoz, Soraya Sáenz de Santamaría ha sido la mano derecha de Rajoy desde la oposición. Cuando llegó al PP repetía a los periodistas que ella estaría en política “mientras estuviera Mariano”. Ahora ya no está tan claro, aunque es uno de los asuntos con los que demuestra su incomodidad en cuanto sale a relucir. De los tres, es la única que tiene escaño en el Congreso, un punto de partida que siempre beneficia la proyección.
Pronto se la acusó de liderar un bando dentro del propio Gobierno, el conocido como clan de los sorayos, y de colocar en puestos clave a personas de su confianza hasta dominar los segundos y terceros niveles. Ha controlado el nombramiento de secretarios y subsecretarios entre abogados del Estado de su promoción o de ministros a los que se consideró bajo su influencia, como Fátima Báñez o Alfonso Alonso. Su poder sobre los grandes grupos mediáticos y la salvaguarda de su propia persona a la hora de responder por la corrupción le ha hecho merecedora de críticas internas y externas. Aún así, uno de sus hombres de confianza y subsecretario de Presidencia, Federico Ramos de Armas, se ha visto salpicado por el caso Acuamed.
Su cercanía a Rajoy y su capacidad para gestionar las crisis han jugado a su favor a la hora de considerarla una probable sucesora. Entre sus puntos débiles, su distancia del partido.
Muchas veces llamada Soraya a secas, hace gala de su cercanía y de su sentido del humor, aunque los que han trabajado con ella saben lo dura que puede ser. En sus primeras ruedas de prensa pedía que los periodistas le dijeran después si se le había entendido o había vuelto a hablar “de carrerilla”. El síndrome del opositor que estudiaba para cantar los temas en siete minutos la persiguió durante años.
Por oposición a la timidez de Rajoy, Sáenz de Santamaría ha sido la cara extrovertida y desenvuelta del Gobierno. Su cercanía al líder y su gran influencia pronto fue mal vista por los más veteranos del Gabinete, el bautizado como grupo del G5 en ocasiones y “congregación mariana” en otras. El principal reproche, su falta de perfil político y el exceso de tecnocracia. Ella es vista como la preferida en caso de repentino paso atrás de Rajoy antes de unas nuevas elecciones. Se da por seguro que en el supuesto de nuevo dedazo sería ella la señalada y bastaría con una reunión de la Junta Directiva Nacional para ratificarla. No está tan claro que de este relevo natural desde el Gobierno saliera airosa en una elección interna del PP en un congreso. Su falta de cultura de partido es el principal reproche que se le hace desde Génova.
EL DELFÍN
Amigo de Rajoy y tan gallego como él, Núñez Feijóo fue el símbolo de la recuperación del poder autonómico por parte de un PP en la oposición. Siempre se le ha considerado el delfín por excelencia, a pesar de sus polémicas fotos con el contrabandista Marcial Dorado.
El presidente gallego insistió durante meses en que “aún” no tenía decidido su futuro y que quería reflexionar porque dudaba entre seguir en su tierra o trasladarse a Madrid. De los tres aspirantes es quien menos disimulaba su ambición. A principios de abril anunció que presentará de nuevo su candidatura a la presidencia del PP con la intención de aspirar a un tercer mandato al frente del ejecutivo autonómico en las elecciones previstas para el próximo otoño. Feijóo, en el anuncio de su candidatura, aseguró: “Milito en Galicia por encima de cualquier otra circunstancia, posibilidad u opción”. A su vez, afirmó que “nadie puede negar la complejidad de la meta que tenemos por delante, pero es posible alcanzarla”.
Si de algo presume es de lealtad al presidente, de ahí que haya asegurado que apoyará ciegamente a Rajoy en caso de que decida volver a presentarse. Muy diferente sería que fuera el propio Rajoy quien se aviniera a dejarlo. “¿Quizá dará usted el salto cuando Rajoy se vaya?”, se le preguntó en una entrevista antes de su último anuncio. “Como especulación periodística se lo acepto. Ya veremos cuándo se hace el congreso nacional”, contestó él. La respuesta provocó numerosos comentarios y bromas entre las filas de los conservadores en el Congreso: “Con esa forma de contestar no hay duda de que es el heredero perfecto”.